Al finalizar mi época del cole, mi familia empezó a vacacionar junto con una familia de amigos en playa Esterillos en el Pacífico Central de Costa Rica, y no en Guanacaste. Empezamos a viajar por Atenas de Alajuela para luego subir los montes del Aguacate y descenderlos, pasando por San Mateo y Orotina, hasta desembocar en la costa. Atenas siempre me atrajo como pueblito para visitar e incluso, en ciertos momentos románticos de añoranzas, para vivir. Quizá se pensaría que Atenas me atraía por mi vocación filosófica, por aquello de los Sócrates, Platón y Aristóteles que allí pudieran reunirse a filosofar en los poyos del parque bajo las altísimas palmeras reales. Pero no, me atraía por los mangos, el calorcito, el sol delicioso y la gente buena gente.
Con el pasar de los años, nuestras vidas se fueron ligando cada vez más a ese hermoso Pacífico Central y Atenas siempre nos quedó de camino. Pero hace pocos años se inauguró la carretera San José - Caldera, trazada por otra ruta para llegar más rápido a ese Pacífico, y Atenas quedó de lado. Ya no se pasa por allí y los viajeros no entran a dar una vuelta. Pero el romanticismo nostálgico corre por las venas de mi familia y todavía, de vez en cuando, viajamos por la vieja ruta y pasamos por allí.
Sin embargo, nunca nos detuvimos a caminar por el Bosque Municipal de Atenas. Hace un par de años lo intenté pero no encontré entrada a los senderos. El bosque me parecía impenetrable. Ayer, finalmente, le pregunté a un vecino del Alto del Monte. Me dijo que entrara por la plaza de fútbol al frente de la escuelita del lugar. Por allí nos adentramos a caminar por los senderos del bosque seco, subiendo y bajando laderas de la montaña, bordeando una quebrada, sintiendo, escuchando, observando, para luego captar lo vivido por medio del arte japonés del haiku.
一
Chicharras cantan.
Crujen las hojas secas
bajo nuestros pies.
二
Gota de agua
fresca en labios secos
es tu presencia.
三
Canto de aves.
El corazón del bosque
late y vive.
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