martes, 22 de diciembre de 2015

Cumbiagra, Watanabe, la S y Yotoco

Como era el penúltimo fin de semana, había que gozarlo: sábado por la noche, bailando a ritmo de Cumbiagra en Barbés y haciendo brinquito de swing criollo tico con compañía brasileña; domingo escuchando taiko y composiciones contemporáneas del sensei Watanabe en ShapeShifter Lab, en las cercanías del tóxico canal Gowanus, con toques egipcios y compañía taiwanesa y japonesa, mientras en San José, de paso, la S le "arriaba" a la Liga, ay pero que domingo más sabroso; y lunes bailando en Barbés otra vez, pero con compañía bogotana y una negra de apellido Guinness a ritmo de Yotoco, que toca cumbia pero sin "biagra", y de paso me acordé de la piragua de Guillermo Cubillos, "era la piragua, era la piragua", y de que quiero conocer Nicaragua. Así las cosas, el fin de semana se acabó el martes por la madrugada. Pensándolo bien, la vida en Brooklyn es "tuanis".

sábado, 19 de diciembre de 2015

Comienza el penúltimo fin de semana brooklyniano

Para aprovecharlo bien, inauguro el fin de semana a media tarde del viernes tomando cafecito con una amiga birmana y otra bengalí. Ambas inmigraron con sus familias a Brooklyn desde Asia en su infancia y aún se sienten entre dos mundos: el de su niñez asiática y de sus familias conservadoras, budista e hindú respectivamente, y el cosmopolita brooklyniano, osea duro, no de cosmopolitas con plata, sino de inmigrantes que se fajan. Escuchando sus rollos y risas me bebo el [ "yodito". Ya después del atardecer nos despedimos y ellas se quedan un poco tristes. Yo trato de no pensarlo mucho.

Camino a casa en la oscuridad de las 5 pm. Llego exhausto y hago una siesta cuando ya ha atardecido. Me despierto tarde y salgo a prisa hacia Barbés en Park Slope a escuchar choro experimental. El grupo, Choro Bastardo, resulta excelente: un piano, un violín que a veces es mandolina, un pandeiro y una dulzaina me alegran el corazón al interpretar composiciones de Pascoal y Pixinguinha. Así disfruto más mi típica Guinness, la negra que me recuerda a State College y a Dubín. 

Apenas acaba el show, voy corriendo a la estación de metro. En Rockwood Music Hall toca Niall Connolly con su grupo y no me lo puedo perder. Llego cinco minutos tarde, abrazo a Cal y Clare y escucho con ellas la música folk e indie de mi amigo cantautor: "Here's to the Brooklyn Sky...Mohammad and Jacob and Jesus all kicking in the basement, playing blue grass tunes." Pienso, "the band is rocking tonight", mientras me muevo al ritmo. Luego charla, abrazos, risas. Y ya el tren me mece (it rocks me) mientras regreso a casa, de pie al final del vagón, observando desconocidos que regresan a sus casas. Me parecen felices. 

viernes, 11 de diciembre de 2015

En Krakus, mercadito polaco en Ditmas Avenue

Entré a Krakus por primera vez hace casi diez años, por curiosidad, a ver qué tenían en el mercadito polaco de mi nuevo barrio. Después de curiosearlo todo - quesos, mantequillas, tés, panes, cervezas, pastas, salsas, dulces - me compré un paquete de pierogies - la típica pasta rellena polaca - de hongos. Cuando fui a pagarlos, me miró la señora de la caja y me habló en su idioma. "Lo siento, no hablo polaco" le dije en inglés, apenado. En esa época, en el mercado ucraniano me hablaban en ucraniano porque pensaban que era ucraniano, en el ruso en ruso, en el polaco en polaco, pero en el dominicano me hablaban en inglés porque pensaban que era ruso. Gringo no, porque no había gringos en el barrio. 

A veces si la señora de Krakus está distraída y no me mira con atención cuando le voy a pagar, todavía me habla en polaco. Esta noche entré a comprar lo de siempre: mantequilla, pan de centeno integral, aunque a menudo lo compro de semilla de girasol, y mis birritas de una cervecería de Cracovia, una lager rubia y una porter negra, pa' que no me falte. Al colocar mis compras en el mostrador, la señora empezó a sumar precios en la caja y me preguntó algo, quizá porque yo miraba en la televisión las noticias en polaco sin entender nada. Y otra vez tuve que disculparme. Entonces me reconoció y se rió. Tanto me ha gustado Krakus que debí haberme matriculado en clases. Tutores e interlocutoras no me hubiesen faltado.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Un Thoreauviano en el Museo y Biblioteca Morgan

Viernes por la noche, mes de diciembre. Manhattan parece un hormiguero de trabajadores, turistas y consumistas. Decido refugiarme en el Museo y Biblioteca Morgan, en Madison Avenue y la calle 36, aprovechando que los viernes por la noche la entrada es gratis. Ingreso al edificio de elegante fachada neoclásica y me dirijo a las salas de estudio y biblioteca convertidas en museo. En una de las salas de biblioteca hay manuscritos de la antiguedad, edad media y renacimiento y libros antiquísimos, incluyendo una primera edición de la Biblia impresa por Guttenberg en 1455. En otra hay cartas y manuscritos de poetas y novelistas de lengua inglesa como el escocés Robert Burns o el inglés Charles Dickens. Mi favorita es una primera edición del poemario Deaths and Entrances del galés Dylan Thomas, personalizada con caricaturas y dedicatoria del autor para una amiga. En otra sala hay sellos cilíndricos antiquísimos, de más de cuatro mil años, de culturas mesopotámicas. Ahí me detengo por largo rato. 

Prosiguiendo, en el antiguo estudio del banquero J.P. Morgan encuentro las paredes forradas en tejidos rojos y un cielo de maderas labradas. Hay pinturas, tejidos y esculturas renacentistas. Y coronándolo todo en su estudio, miro un retrato del banquero con toga académica roja sobre traje entero negro y birrete en mano. Corazón de banquero, pellejo de "persona culta". 

Salgo tranquilo pues ya pasó el tumulto y me voy hasta el Lower East Side en busca de arepas venezolanas. El Caracas Arepas Bar ha sido por una década mi rinconcito favorito para comer en ese barrio: comedor diminuto, sillas y mesas sencillas, mural de arte naïve sobre pared de ladrillo descubierto, barra. Punto. Me pido una "arepa del gato" (aguacate, plátano maduro frito y queso derretido) acompañada de una birra negra mexicana. El equipo de sonido toca bachata, pero no de letra chatarra, sino de calidad, tipo Juan Luis Guerra. Le meto el dienta a la arepa y la bajo con birrita. 

Pienso que el banquero se gastó la vida (en inglés se emplea el verbo to spend para expresar en qué se le va a uno la vida), se la gastó acumulando fortuna en Wall Street para finalmente en su vejez rodearse de obras creadas desde la antigüedad hasta el renacimiento: manuscritos, artefactos, pinturas y esculturas. Ah, y libros. "Los habrá leído?", me pregunto, mientras saboreo mi deliciosa y simplísima arepa.