miércoles, 18 de julio de 2018

Luciérnagas en julio

No he visto luciérnagas en La Libélula en esta época pero sé que en el promontorio de Sunset Park y en los bosques y praderas de Prospect Park, en Brooklyn, es tiempo de luciérnagas. Son hijas del verano.

Hoy leí estos versos milenarios de la poetisa japonesa Abutsu-ni: "Quién sabe que en lo hondo del barranco de la montaña de mi oculto corazón, está encendida la luciérnaga de mi amor".

El comentario de Mark Nepo acerca de estos versos, en su Libro para renacer cada día, es incisivo: al escribir su haiku, la autora revela y libera a su luciérnaga. Declara su amor y le permite brillar.

¿Qué sucede con un amor que permanece oculto, sin expresión, en la cañada más profunda y oscura de un corazón que esconde lo que siente? 

Languidece, sin que la persona amada, ni el corazón amante, experimenten el brillante placer de su expresión. Es trágico.

Si sentís amor, dejalo brillar. Al menos eso siento en la paz de La Libélula, rodeado de jardines, vergeles, potreros, arboledas y, en la distancia, montañas. Las luciérnagas brillarán en nuestro verano.

Luciérnagas felices (Foto: Ari Eljarrat Esebag)

lunes, 16 de julio de 2018

De Villa Hermosa a La Libélula

Con el sol cubano en la piel y el frescor, los tonos y el aroma del Caribe aún en mis sentidos, aterricé en mi valle, abracé a mis papás, a mis hermanas, a mis amigas. Amanecí en mi añorado apartamento cuando la luz del alba tropical penetraba mi dormitorio desde mi añorado jardín. Y me vine para acá, a La Libélula de Lagunillas de Tárcoles, con Pa, a tenderme en esta hamaca y escuchar el canto de los botijones y yigüirros. Veo ahorita mismo el atardecer de arreboles sobre el Cerro Turrubares. El sol de mi Pacífico se marcha a iluminar otras longitudes más occidentales. Croan las ranas y tocan los grillos su melodía nocturna. 

Me quedan muchas experiencias mexicanas y cubanas por narrar en crónicas. Tengo conclusiones afectivas, vitales y culturales por sacar. Acá lo haré. He regresado a casa con el corazón rebosante y el espíritu en paz.

Celaje en la bajura

domingo, 15 de julio de 2018

Leyendo en la hamaca de Villa Hermosa

Tumbado en la hamaca de Villa Hermosa de La Boca, escuchando el romance de las aguas del Caribe con la roca de las caletas y mirando las filas verdiazules de la Sierra del Escambray, releí las mil variedades de los amores de consolación de Florentino Ariza en El amor en los tiempos del cólera.  

Abdel y Jazmina, mis nuevos amigos franco-argelinos, una pareja amorosa, me preguntaron qué hacía.

--Trabajar --, dije medio en broma. --Es un placer.

Lo dije medio en serio también. Estoy considerando incluir la novela de García Márquez en mi curso del otoño sobre el amor y la amistad en la literatura. 

Por ratos leí además la edición bilingüe, con traducción al inglés, de los Versos sencillos de José Martí que compré en la librería El Centenario del Apóstol en La Habana. Acá les comparto unos versos y hago mías las palabras de Martí:

Si ves un monte de espumas
Es mi verso lo que ves:
Mi verso es un monte, y es
un abanico de plumas.
Mi verso es como un puñal 
que por el puño hecha flor:
Mi verso es un surtidor
Que da un agua de coral.
Mi verso es de un verde claro
Y de un carmín encendido:
Mi verso es un ciervo herido
Que busca en el monte amparo.

Es hermoso el amparo que ofrecen el Caribe esmeralda y los montes del Escambray.


Mi trabajo es un placer

sábado, 14 de julio de 2018

Sensual paz caribeña

Llegué pedaleando hasta mi caleta favorita entre La Boca de Sanctis Spíritus y Playa Ancón. No había nadie. Desmonté y recosté la bici al horcón de uno de los ranchitos de palma de la playita. Dejé mis chancletas y camiseta disimuladas entre piedras. Pensé en desnudarme pero no lo hice. Caminé hasta la orilla donde el agua esmeralda besaba a las rocas. Aunque la tarde había avanzado, el elevado sol occidental aún abrasaba. 

Entré al agua con suavidad y en silencio. El leve oleaje me invitaba a nadar y juguetear a gusto. Me alejé de la orilla rocosa nadando pecho y me adentré en el Caribe sereno. Cuando ya me sentía distante de la orilla me detuve a flotar, tijereteando con las piernas y trazando círculos gentiles con brazos y manos.

Admiré por un momento el bosque de malinches de frondas engalanadas por flores de rojo coral. Luego giré a mi izquierda y observé en la distancia, más allá de la desembocadura del río Guaurabo, las filas de montañas de la Sierra del Escambray. Conté siete filas: entre más distantes, más oscuro su azul. Las montañas le daban una textura compleja y un toque de monumentalidad natural al paisaje. Giré un poco más y miré hacia el horizonte, donde el azul marino se encontraba con la bóveda celeste. 

Continué flotando. Sin pensarlo, simplemente sintiendo el leve oleaje del mar, mis propios movimientos tomaron un ritmo que sincronizaba bien con el ritmo del Caribe a aquella hora. Me abandoné a mis sentidos: al frescor del agua en mi piel, a la caricia del sol que ya descendía, al olor marítimo y el sabor a sal en mis labios, a los verdes y azules de mar, bosque, sierra y cielo, a los brillos y las sombras de la luz vespertina, al sutil sonido de mis brazadas circulares, a las distantes lamidas del mar en la roca.

En un breve destello de lucidez durante aquel abandono sensual, supe que sentía paz. Pero también intuí que no quería saberlo, solamente sentirlo. En aquel momento solitario de sensualidad sentí bienestar. De mi ser brota un manantial de paz, a pesar de cualquier tristeza o dolor. Sentí que esa paz brota de buena Fuente. Esa Fuente no soy yo, es la Vida, es el Amor. Di gracias y me dejé llevar. Sólo nadé a la orilla cuando el sol ya se sumergía en el horizonte caribeño.

Roca, mar y cielo

jueves, 12 de julio de 2018

Cuba musical

La gira musical por Cuba empezó de forma inusitada en el malecón de La Habana. El sol caribeño se había sumergido en el mar e incendiado el cielo. La luna llena ya surgía sobre una torre del antiguo Castillo de San Salvador de la Punta. A la explanada contigua al castillo se acercó un guitarrista bohemio con pinta de cantautor, estilo Silvio Rodríguez. 

Se llamaba Marlon. Llevaba el pelo largo entrecano recogido en colita. Vestía anteojos de aros redondos de metal y camiseta con el rostro de John Lennon. Tocó tres piezas para una morenita curvilínea y sonriente que andaba cerca: "¿Cómo fue?", "Dos gardenias" y "El cuarto de Tula", en versiones de balada guitarreada. A la morenita no le gustaron mucho. A mí tampoco. Pero bueno, reconocí que lo intentó el nuevo amigo Marlon. 

Conversamos sobre compositores y poetas cubanos. Declamó un poema de Dulce María Loynaz, poetisa que yo no conocía. Aproveché para preguntarle sobre lugares para escuchar música en vivo en La Habana. Recomendó la Fábrica de Arte Cubano. 

Así que p'allá nos fuimos a la noche siguiente y vaya sorpresa: me encontré con el concierto de un ensamble neoyorquino de jazz latino liderado por Arturo O'Farrill. El maestro O'Farrill, ganador de varios Grammys, es mi colega, profesor del Conservatorio en Brooklyn College, y mentor en composición de mi amiga pianista Marlysse. Me sentí un poco en casa al verlo en un escenario de La Habana con sus hijos y el ensamble neoyorquino. Hasta me hizo falta mi amiga Marlysse. Escuchamos a O'Farrill tocar varias piezas en el piano junto con el ensamble. Es un genio y virtuoso. Marlon estuvo de acuerdo con la apreciación, a juzgar por el encantamiento con que escuchaba y miraba el concierto.

A partir de allí, la gira musical por Cuba se puso cada vez más buena. Todavía en La Habana, dimos con sones en vivo en la Plaza Vieja de La Habana, buenísimos para bailar en la calle.

En Matanzas, escuché danzón y vi a parejas de ancianos afrocubanos bailarlo pegaditos en la Casa Amigos del Danzón, mientras un nuevo amigo percusionista, Luis, explicaba que Antonio Failde tocó el primer danzón en la Sala de Conciertos José White de esa ciudad e inventó ese género musical. 

Luis también contó que Pérez Prado, maestro del mambo, era matancero, así como Pedro Knight, el esposo de Celia Cruz. Sí sabía yo que Celia empezó cantando con la Sonora Matancera.

Recorriendo recovecos matanceros, nos encontramos con nueva trova y baladas afines en una Casa Abierta de la juventud revolucionaria. Luego procuramos rumba matancera bajo la ceiba del parque junto a la Catedral de San Carlos. También escuchamos salsa en vivo y bailé bien rico al ritmo de un grupo de Santiago cuyo cantante tenía voz de flauta metálica.

La última noche en Matanzas, en una casona antigua del barrio de Versalles, al que aluden varias canciones interpretadas por Celia Cruz, el mismo Luis compartió su trabajo de producción con el colectivo musical El Almacén. Es innovador y ecléctico. Va de lo clásico afrocubano a las fusiones contemporáneas. Producen música de artistas de toda Cuba y reciben a músicos internacionales para darles talleres.

Para rematar la gira, en La Boca de Sanctis Spíritus, al sur de la isla, una afroantillana candente, Maricela, animó una buena fiesta con salsita también rica pa' bailar.

Cuba musical: esta gira ha sido apenas un primer atisbo. Hay mucho por descubrir. ¿Quién se apunta a la próxima aventura?

 "Bonito y sabroso" 
cantan y bailan el mambo
en la Sala White de Matanzas
(Producción: El Almacén)

sábado, 7 de julio de 2018

Miradas cubanas

He disfrutado música en La Habana y Matanzas, natación en mar abierto, buceo en caletas de fondo coralino, ciclismo entre montañas y costa, y el sabor de pesca y fruta frescas. Pero lo que más he disfrutao han sido las vivaces y cálidas miradas cubanas al bailar y conversar.