martes, 22 de diciembre de 2015

Cumbiagra, Watanabe, la S y Yotoco

Como era el penúltimo fin de semana, había que gozarlo: sábado por la noche, bailando a ritmo de Cumbiagra en Barbés y haciendo brinquito de swing criollo tico con compañía brasileña; domingo escuchando taiko y composiciones contemporáneas del sensei Watanabe en ShapeShifter Lab, en las cercanías del tóxico canal Gowanus, con toques egipcios y compañía taiwanesa y japonesa, mientras en San José, de paso, la S le "arriaba" a la Liga, ay pero que domingo más sabroso; y lunes bailando en Barbés otra vez, pero con compañía bogotana y una negra de apellido Guinness a ritmo de Yotoco, que toca cumbia pero sin "biagra", y de paso me acordé de la piragua de Guillermo Cubillos, "era la piragua, era la piragua", y de que quiero conocer Nicaragua. Así las cosas, el fin de semana se acabó el martes por la madrugada. Pensándolo bien, la vida en Brooklyn es "tuanis".

sábado, 19 de diciembre de 2015

Comienza el penúltimo fin de semana brooklyniano

Para aprovecharlo bien, inauguro el fin de semana a media tarde del viernes tomando cafecito con una amiga birmana y otra bengalí. Ambas inmigraron con sus familias a Brooklyn desde Asia en su infancia y aún se sienten entre dos mundos: el de su niñez asiática y de sus familias conservadoras, budista e hindú respectivamente, y el cosmopolita brooklyniano, osea duro, no de cosmopolitas con plata, sino de inmigrantes que se fajan. Escuchando sus rollos y risas me bebo el [ "yodito". Ya después del atardecer nos despedimos y ellas se quedan un poco tristes. Yo trato de no pensarlo mucho.

Camino a casa en la oscuridad de las 5 pm. Llego exhausto y hago una siesta cuando ya ha atardecido. Me despierto tarde y salgo a prisa hacia Barbés en Park Slope a escuchar choro experimental. El grupo, Choro Bastardo, resulta excelente: un piano, un violín que a veces es mandolina, un pandeiro y una dulzaina me alegran el corazón al interpretar composiciones de Pascoal y Pixinguinha. Así disfruto más mi típica Guinness, la negra que me recuerda a State College y a Dubín. 

Apenas acaba el show, voy corriendo a la estación de metro. En Rockwood Music Hall toca Niall Connolly con su grupo y no me lo puedo perder. Llego cinco minutos tarde, abrazo a Cal y Clare y escucho con ellas la música folk e indie de mi amigo cantautor: "Here's to the Brooklyn Sky...Mohammad and Jacob and Jesus all kicking in the basement, playing blue grass tunes." Pienso, "the band is rocking tonight", mientras me muevo al ritmo. Luego charla, abrazos, risas. Y ya el tren me mece (it rocks me) mientras regreso a casa, de pie al final del vagón, observando desconocidos que regresan a sus casas. Me parecen felices. 

viernes, 11 de diciembre de 2015

En Krakus, mercadito polaco en Ditmas Avenue

Entré a Krakus por primera vez hace casi diez años, por curiosidad, a ver qué tenían en el mercadito polaco de mi nuevo barrio. Después de curiosearlo todo - quesos, mantequillas, tés, panes, cervezas, pastas, salsas, dulces - me compré un paquete de pierogies - la típica pasta rellena polaca - de hongos. Cuando fui a pagarlos, me miró la señora de la caja y me habló en su idioma. "Lo siento, no hablo polaco" le dije en inglés, apenado. En esa época, en el mercado ucraniano me hablaban en ucraniano porque pensaban que era ucraniano, en el ruso en ruso, en el polaco en polaco, pero en el dominicano me hablaban en inglés porque pensaban que era ruso. Gringo no, porque no había gringos en el barrio. 

A veces si la señora de Krakus está distraída y no me mira con atención cuando le voy a pagar, todavía me habla en polaco. Esta noche entré a comprar lo de siempre: mantequilla, pan de centeno integral, aunque a menudo lo compro de semilla de girasol, y mis birritas de una cervecería de Cracovia, una lager rubia y una porter negra, pa' que no me falte. Al colocar mis compras en el mostrador, la señora empezó a sumar precios en la caja y me preguntó algo, quizá porque yo miraba en la televisión las noticias en polaco sin entender nada. Y otra vez tuve que disculparme. Entonces me reconoció y se rió. Tanto me ha gustado Krakus que debí haberme matriculado en clases. Tutores e interlocutoras no me hubiesen faltado.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Un Thoreauviano en el Museo y Biblioteca Morgan

Viernes por la noche, mes de diciembre. Manhattan parece un hormiguero de trabajadores, turistas y consumistas. Decido refugiarme en el Museo y Biblioteca Morgan, en Madison Avenue y la calle 36, aprovechando que los viernes por la noche la entrada es gratis. Ingreso al edificio de elegante fachada neoclásica y me dirijo a las salas de estudio y biblioteca convertidas en museo. En una de las salas de biblioteca hay manuscritos de la antiguedad, edad media y renacimiento y libros antiquísimos, incluyendo una primera edición de la Biblia impresa por Guttenberg en 1455. En otra hay cartas y manuscritos de poetas y novelistas de lengua inglesa como el escocés Robert Burns o el inglés Charles Dickens. Mi favorita es una primera edición del poemario Deaths and Entrances del galés Dylan Thomas, personalizada con caricaturas y dedicatoria del autor para una amiga. En otra sala hay sellos cilíndricos antiquísimos, de más de cuatro mil años, de culturas mesopotámicas. Ahí me detengo por largo rato. 

Prosiguiendo, en el antiguo estudio del banquero J.P. Morgan encuentro las paredes forradas en tejidos rojos y un cielo de maderas labradas. Hay pinturas, tejidos y esculturas renacentistas. Y coronándolo todo en su estudio, miro un retrato del banquero con toga académica roja sobre traje entero negro y birrete en mano. Corazón de banquero, pellejo de "persona culta". 

Salgo tranquilo pues ya pasó el tumulto y me voy hasta el Lower East Side en busca de arepas venezolanas. El Caracas Arepas Bar ha sido por una década mi rinconcito favorito para comer en ese barrio: comedor diminuto, sillas y mesas sencillas, mural de arte naïve sobre pared de ladrillo descubierto, barra. Punto. Me pido una "arepa del gato" (aguacate, plátano maduro frito y queso derretido) acompañada de una birra negra mexicana. El equipo de sonido toca bachata, pero no de letra chatarra, sino de calidad, tipo Juan Luis Guerra. Le meto el dienta a la arepa y la bajo con birrita. 

Pienso que el banquero se gastó la vida (en inglés se emplea el verbo to spend para expresar en qué se le va a uno la vida), se la gastó acumulando fortuna en Wall Street para finalmente en su vejez rodearse de obras creadas desde la antigüedad hasta el renacimiento: manuscritos, artefactos, pinturas y esculturas. Ah, y libros. "Los habrá leído?", me pregunto, mientras saboreo mi deliciosa y simplísima arepa. 

jueves, 26 de noviembre de 2015

Gracias a la Vida

Gracias al Amor y a la Vida, que me han dado tanto, que me han dado familia y amigos en mi linda Costa Rica y amigos, amigas y amores de Nueva York a Tsukuba, de State College a Salamanca, de Nueva Orleans a Florencia, de San José a São Paulo, de Belo Horizonte al Callao, de Tokio a Lima, de Porto Velho a Caldas, de Salto a Oxford, de Montevideo a Vigo, de Curitiba a Buenos Aires, de Recife a Marilia, de Cork a Barcelona, y de vuelta a San José. Gracias a la Vida, que me dado tanto.



domingo, 22 de noviembre de 2015

Tres escenas cotidianas de Rodo y Lia

Él está cenando en la mesa del comedor y ella se le arrima y lo abraza y no lo deja moverse. 

Él está leyendo el periódico en la terraza de La Libélula y ella llega de medio lado y le aplasta la nariz con la palma de la mano. Él se queja y le pide que lo deje en paz, pero lo dice riéndose. 

En una fiesta familiar él la saca a bailar un bolero y se abrazan como se abrazaron, me imagino, en la pista de baile durante la fiesta de su boda, hoy hace cuarenta y seis años.


viernes, 20 de noviembre de 2015

Pájaros de barro, versión brooklyniana

Cuando no puedo dormir de madrugada y telarañas tejidas en los vértices del tiempo me atrapan, a veces leo hasta que se me cierran los ojos  así como yo cierro el libro de las horas muertas. Otras veces imagino viajes, saco mi atlas, y en los mapas me pierdo, por sus hojas navego. Y algunas veces simplemente escucho canciones que son poemas y en los valles del recuerdo, musitando en mi idioma, me pierdo.


lunes, 16 de noviembre de 2015

Cachito de Luna y Luz Cachú

El sábado apareció un cachito de luna. Lo vi de camino a la piscina mientras iba pidiéndole al cielo una luz. El domingo salió un cachito un poco más cacho que reflejaba un poquito más de luz. Hoy ya apareció un cuarto creciente que ilumina más que un cacho de luz pero mucho menos que una Luz Cachú.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Entre los papelitos de un antiguo aspirante a poeta paulistano

Hurgando entre las cajas de recuerdos de un antiguo aspirante a poeta, me encontré un papelito en el que esbozó su último intento por escribir un poema. A juzgar por el nombre y número de teléfono que escribió en el mismo papelito, se inspiró en su musa de cabello negro rizado, ojos color miel, dulce sonrisa y samba no pé del bar Ó do borogodó en la Vila Madalena de São Paulo. Sambó toda la noche y escribió el poema antes de caer dormido una mañana gozosa de un diciembre feliz. Nunca revisó el poema. Lo dejó ahí y en eso quedó su intento de escribir poesía. Ni siquiera le puso título. 

            Te busqué
            durante una noche blanca y fría,
            ya tan lejana.

            Te esperé
            escuchando en silencio el canto
            de una reina africana.

            Te encontré
            donde el samba le da vida
            a la madrugada urbana.

            Me acerqué 
            mientras miradas entrecruzábamos
            y se atisbaba ya la alegre mañana.

Poco importaba que fuera mala poesía. Lo que importaba era intentarla, ensayarla, dejarla fluir, vivirla, y por qué no, sambarla. 

martes, 27 de octubre de 2015

Martes otoñales que pasan

Hay grises días otoñales que pasan, pasan como "el sueño y la vigilia", como "el día del amor," como el "paso firme de las cosas que nos dejan solos". Pasan. Pasan. Pasan. Pasan por vos y vos pasás por ellos. Das pasos. Pasos. Pasos. Y pensás, ¿a dónde me llevan? Porque los das pensando que sabés para dónde vas, pero quizá sos como el viento que sopla y pasa, como el viento que "sopla de donde quiere, y oís su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va."


domingo, 25 de octubre de 2015

Encuentros con dos ángeles anónimos

Las dos cartas más recientes no las deposité en un buzón. Por casualidad, o por obra de la Divina Providencia, cuando llevaba la del sábado al buzón de las avenidas McDonald y Church me encontré con un cartero que repartía correspondencia. Sabía que si la depositaba en el buzón, la carta no saldría hasta el lunes. Pero pensé que si se la daba a él, quizá saldría esa misma noche. Le pregunté si me la recibiría y me dijo que sí. Se la entregué en la mano y él la guardó en el compartimiento de su bolsa para la correspondencia saliente. Le agradecí. Era un hombre chino, bajito y menudo, serio pero cortés. 

La carta del lunes la llevaba al buzón de la esquina de la avenida Ditmas con la calle East 5th. Atardecía y también había pasado la hora en que se recoge la correspondencia allí. Pero observé a una cartera en la acera del frente. Crucé la calle y le pregunté, con las mismas palabras, si me recibiría la carta. La señora de pelo crespo, corto y negro, ojos grises, labios finos, nariz afilada y puntiaguda y tez blanca, de la edad de mi mamá diría yo, me respondió, con una sonrisa: "Por supuesto, cada vez que usted quiera". Se la entregué en la mano y la guardó en el mismo compartimiento de la bolsa de correo. 

En griego ángel significa mensajero. Esta semana me encontré con dos ángeles. Para mí son seres divinos que llevan mis mensajes de amor y esperanza y les bendigo.

martes, 20 de octubre de 2015

El último enceste en Brooklyn

En el mismo closet, al lado de mis viejos tacos de futbol, me encontré mi bola de basket desinflada. La compré en Pensilvania también, para jugar con la yorugua y los compas del baloncesto. La traje a Brooklyn pero la usé poco pues me lesioné pronto. Además, para el basket siempre fui muy "chapa". Jugaba pésimo. Yo era puro entusiasmo y ganas de jugar, jugar, jugar. Me divertía.

Al ver la bolita ahí, toda desinflada como mis sueños de jugar de nuevo, me dio lástima y esta tarde se me ocurrió una idea. La inflé y me la llevé, picándola por las aceras, hasta la canchita de basket en la intersección de las avenidas Dahill  y Cortelyou. La tarde otoñal, soleada y fresca, era perfecta para jugar unas canastas. Al llegar a la canchita, unos muchachos bengalíes jugaban en media cancha con un tablero. Pero el otro tablero con su aro de metal estaba disponible. Jugué una ronda de "21", el juego en que el enceste desde la línea de falta vale dos puntos y el rebote un punto. Lo jugué solo. Milagrosamente andaba inspirado y lo terminé rápido. Nunca fui tan bueno como en este último juego brooklyniano. Cuando encesté el vigésimoprimer punto pensé: "Chao". 

En una banquita al lado de la cancha un adolescente bengalí, de unos quince años, estaba sentado viendo a los otros jugar. Me le acerqué y le dije:           
            —¿Mae, querés la bola? Te la regalo. Yo voy jalando de Brooklyn y no me la voy a llevar —mientras se la ofrecía con mi mano derecha extendiendo mi brazo hacia él.

Me miró un poco sorprendido, procesó lo que le estaba diciendo, entendió y entonces sonrió, con una sonrisa amplia y espontánea:
—Sí, claro, muchas gracias—y me arrebató la bola y se metió a la cancha.

Ya me iba pero me di media vuelta y le dije:
—Está viejita pero creo que todavía la vas a disfrutar.
Sonrió de nuevo. Y yo me fui caminando por las calles de Kensington.

lunes, 19 de octubre de 2015

Mis tacos y las mejengas de State College

Esta noche vaciaba un poco más el closet de mi oficina, a ver si voy "jalando" de Gringolandia. Me encontré mi viejo maletín de las "mejengas" que jugábamos los compas los sábados en State College, Pensilvania. Dentro del maletín, mis viejos "tacos" (zapatos de futbol, en tico), todavía un poco tierrosos. Me los regaló la yorugua y cuando me gradué me los traje para Brooklyn. Luego me lesioné. No podía jugar. Pasaba al lado de las mejengas de latinos, árabes, caribeños y africanos en Prospect Park y se me salían las lágrimas por las ganas frustradas de entrar a la cancha. Creo que guardé los tacos con la esperanza de volver a jugar. No pude. Pero todavía me acuerdo de un par de "pepinos" que clavé en el ángulo de la portería en Pensilvania y sonrío. Y todavía me imagino, como cuando era un carajillo de doce años y jugaba para la S, anotando un golazo de zurda en el mundial para Costa Rica.

jueves, 15 de octubre de 2015

Chorreando café de Dota

Hoy me levanté atrasado y bostezando mucho. Fui directo a la cocina. Saqué la bolsa de café de la refri, le quité la prensa, la abrí y olí el delicioso aroma de los oscurísimos granos molidos. Pusé el agua a hervir y coloqué el filtro de tela en el chorreador pintado de anaranjado y decorado con motivos de carreta de bueyes de Sarchí. Coloqué mi taza adornada con diseños cabécares bajo el filtro. En éste puse el último puñito de café Reserva Especial de CoopeDota que me quedaba. Lo había comprado en julio en Santa María, en la sede de la cooperativa. Cuando hirvió el agua, la filtré lentamente y observé el chorrito de café llenar mi taza mientras sentía el aroma de café chorreado en el vapor que subía del filtro. Luego saboreé el café chorreado con gusto. Pensé que cada taza de esa bolsa que bebí, la bebí con gusto, y cada taza que ofrecí, la ofrecí con amor. Espero que la próxima que beba y la próxima que ofrezca lo sean con gusto y con amor, en Tiquicia.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Dos gorriones en el estanque de Brooklyn College

Como de costumbre, después del almuerzo y antes de las clases de la tarde voy a despejarme al estanque ubicado al lado de la biblioteca en el campus. Pensaba sentarme en una banca bajo la sombra del mayor cerezo, pero se siente un frío otoñal y prefiero quedarme de pie adonde me calienta la luz del sol, en una esquina al borde del estanque. Como siempre, las carpas japonesas, bermejas y pintadas, nadan apacibles en las aguas verdosas y opacas. Algunas tortugas se sumergen, otras flotan cerca de la superficie sacando apenas la nariz y una, solitaria e inmóvil, toma un baño de sol en las piedras que forman un montículo en el centro del estanque. Pero esta vez veo algo diferente. En una piscinita que se forma en esas piedras, dos gorriones toman un baño juntos. Por un par de minutos se remojan toditos, de la testa a las patitas. Parece que juegan. De repente, un gorrión alza vuelo y se posa en una rama del cerezo. El otro no se queda solo en la piscina. Alza el vuelo y alcanza a su compañero en la rama del cerezo que pronto perderá sus hojas y sobrevivirá el invierno para florecer en primavera.

martes, 13 de octubre de 2015

Dos poetisas, un filósofo y un poeta en el correo de Park Slope


Hago fila en la oficina de correos de Park Slope para comprar estampillas. Quiero enviar hoy mismo tus postales, las nuestras y la mía a España. Atrás mío hace fila una mujer menudita y rubia, de ojos gatos, vestida toda de negro pero sonriente, con su hijo. Ella le da el paquete que piensa enviar y el chiquito le dice:

—Lo quiero de regalo.

—No es un regalo para vos, es para enviar a Alemania —ella le responde con cariño.

¿Qué es Malimaña?

—Alemania. Es un país en Europa. Para allá enviaremos el libro— le explica ella, mientras yo me doy cuenta que pronuncia la “ll” rehilando, como me explicaste que hago yo también, aunque no de forma tan marcada como esta rioplatense en la fila.

—¿Qué es un país? —pregunta ahora el chiquilín, como les dicen por aquellos lares a los niños.

—Otro lugar, como Argentina —le explica.

—¿Ustedes son de Argentina? —le pregunto. Ya sé la respuesta pero lo que quiero es conversar.

—Sí, ¿y vos?

—Yo soy de Costa Rica.

—Ah, ¿en serio? Justo le voy a enviar esto a un poeta. Creo que es costarricense pero está en Berlín.

—¿Cómo se llama? —le pregunto, interesado por saberlo y también por contártelo a vos.


—Ah, sí, claro, es muy buen poeta, bastante reconocido además. Me gusta su poesía —. Al decir esto pienso que vos y yo podríamos leer algún poema de Chaves juntos. —¿Y vos sos poeta también?

Ella asiente con la cabeza, un poco tímida, y añade:

—Sí, justo le estoy enviando mi libro.

Yo mientras tanto leo su primer nombre, Silvina, en el espacio del remitente en el sobre. Me pregunta:

—¿Y vos?

—No, soy filósofo, pero me gusta mucho la poesía —. Al decir esto pienso que vos sí sos poetiza, por corazón y talento.

A la poetisa presente le explico que soy profesor en Brooklyn mientras le pido las estampillas a la dependiente del correo. Hablando con las dos me enredo un poco. Vos te reirías. Pero no quiero hablar sobre mí, sino averiguar más sobre ella y su poesía:

—¿Y tu libro está en alguna librería por acá? —. Pienso que lo podría buscar y luego compartirlo con vos.

—Todavía no, pero pronto estará en la McNally — y yo supongo que será la McNally Jackson.

—¿Y te llamás Silvina? Vi tu nombre en el sobre —confieso, aunque ella ya lo había notado.


Mientras recibo las estampillas anoto el nombre en mi memoria. Me despido de ella y mientras le pongo las estampillas a las postales pienso que pronto iré a la McNally a buscarte el libro.

domingo, 11 de octubre de 2015

Silencio en Kensington después del Sukkot

En los días anteriores al Sukkot o Fiesta de los Tabernáculos, mis vecinos judíos se dedicaron a construir sus cabañitas de madera en patios y balcones. Ellas recuerdan las tiendas que llevaron sus antepasados nómadas consigo por el desierto durante el éxodo. Ya habían bienvenido el año 5776 durante Rosh Hashanah y observado el día del perdón y el arrepentimiento sincero durante Yom Kipur. Yo me preparé para escuchar a mis vecinos de al lado conversar y cantar al reunirse y comer o cenar en sus cabañas. Desde que llegué a vivir a mi calle brooklyniana hace más de nueve años, me ha parecido su celebración más expresiva y alegre.

Durante la tercera noche del Sukkot, salí a la calle de noche con rumbo a la lavandería. Debía lavar mi ropa y sábanas para recibir a mi visita. Me topé con tres muchachos ortodoxos cantanto alegremente. Vestían sus sombreros, trajes enteros y zapatos negros y su camisa blanca: todo muy sobrio. Pero cantaban en hebreo, batían palmas y bailaban. 

En el club social diagonal a mi casa, los viejillos rusos habían sacado sus mesas a la acera para improvisar una terraza al aire libre, como todas las noches de temperatura agradable. Jugaban dominó y backgammon mientras bebían té y fumaban. Los tres bailarines y cantantes de fiesta se les acercaron y les cantaron. Les invitaron a bailar pero los viejos continuaron inmutables e impávidos, fumando, bebiendo y jugando. Sin apachurrarse por esto, los muchachos continuaron su rumbo hacia la esquina de mi calle. Desembocaron en la avenida Ditmas y continuaron por ésta hacia el este. Les vi alejarse, siempre haciendo jolgorio

Por varias noches mi visita y yo continuamos escuchando a mis vecinos cantar y reir mientras cenaban. Yo me alegré por y con ellos. Generalmente sobrios, incluso sombríos, durante esta fiesta les escuché gozosos, como todos los otoños.

El día después del fin del Sukkot, temprano por la mañana, desde mi cama les escuché desmontando su cabaña en el patio. Me entristecí un poco. Pero aún estaba mi visita en casa para alegrarme. Esta noche, sin embargo, ya está todo en silencio de nuevo.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Eid-al-Adha en Church Avenue

Al atardecer, mientras camino a la estación del tren F en Church Avenue, veo que las familias de mis vecinos musulmanes se preparan para una fiesta. Las mujeres y la niñas bengalíes llevan sus saris más elegantes y coloridos, además de bellos hijabs para cubrirles el cabello. Una de ellas, piel canela, cara alargada, nariz afilada, ojos negros, de unos treinta años de edad, luce un hijab escarlata que contrasta con su sari negro. Yo nunca he visto uno tan encendido y fulgurante. Los hombres mayores visten, casi todos, panjabis blancos con bordados color hueso en el pecho, sobre pantalones también blancos. Sus barbas son ya blancas también, aunque algunos la tiñen de rojo como el Profeta. Los más jóvenes visten panjabis  de colores muy vivos como verde esmeralda o turquesa o rojo. Los panjabis son los camisones amplios, sin dobleces en el cuello y de manga larga, de cortes rectos, que les descienden hasta las rodillas. Casi todos calzan sandalias de cuero. 

Caminan en grupos familiares o de amigos hacia las casas donde se reuniran a cenar y celebrar. Entonces caigo en la cuenta de que es el final del hajj--la peregrinación a La Meca--y celebran la fiesta Eid-al-Adha en honor a la fe de Ibrahim, quien estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac.

Mientras los observo con cariño supongo que mis vecinos kosovares también celebrarán la fiesta, aunque no escuché movimiento en su casa esta tarde. Pienso entonces en Fatmir y su padre. Sus familiares celebrarán Eid reunidos en Brooklyn. Ellos dos por su parte han cumplido ya con el hajj en La Meca. Me pregunto si será este mi último Eid en tierras brooklynianas. Si así fuese, mucho he aprendido de la fe y generosidad de mis vecinos. Eid Mubarak.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Indicios prematuros del otoño en Prospect Park

En las canchas de béisbol los niños ya no juegan a la pelota, como dicen los caribeños, sino que juegan fútbol estadounidense. En la copa de un arce joven, las hojas se incendian en fulgor rojiamarillo. En la playita del laguito el agua está calma y límpida. Una tortuguita de ribetes también rojiamarillos en la cabeza nada y salta al ras del fondo arenoso. Un filósofo la contempla sin cavilar. La luz del final de la tarde, agradable y tibia, le acaricia la espalda y extiende la sombra de un hombre sin prisas, como la tortuga, sobre el fondo arenoso.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Festival bengalí en Kensington

Salí de casa rumbo a la piscina. Para llegar al metro debí caminar hacia el norte y pasar por Bangladesh, es decir, por el barrio begalí. Cuando llegué a la avenida C escuché música y canto. Pensé por un momento que quizá vendría de la mezquita de los bengalíes musulmanes en McDonald Avenue. Pero descarté la conjetura casi de inmediato. No me parecía una recitación del Corán y además cantaba una mujer. Me desvíe de mi camino rumbo al canto que me atraía como si fuera de sirenas. Cual Ulises sin amarras, seguí la voz que me atraía.

Al llegar a la esquina de McDonald con la C, descubrí una maravilla: un festival bengalí. En una tarima que hacía de escenario, una mujer vestida en un sari color vino tinto, con detalles dorados, cantaba sosteniendo siempre notas muy agudas. La acompañaba un grupo convencional de teclados, batería, bajo y guitarra eléctrica. La observaba una multitud de varios cientos, quizá un par de miles, de personas. Me acerqué. 

Mientras escuchaba las canciones, siempre agudas las notas de la cantante, observé a la gente. Las mujeres vestían saris multicolores. Si miraba a la multitud con ojos de pintor impresionista, veía anaranjados, verdes, rojos, fucsias, púrpuras, azules, negros, amarillos, turquesas, celestes y lilas todos mezclados pero asombrosamente armoniosos. Si observaba los detalles, veía estampados de múltiples figuras, a menudo de flores pero también de innumerables combinaciones geométricas, o encontraba bordados hermosos, cuidadosos y elaboradísimos. 

Observando tales detalles me entretenía cuando caí en la cuenta, además, de que había mujeres musulmanas e hindúes. Las primeras vestían su hijab; las segundas, cuando eran casadas, llevaban su tilaka en la frente, como una gota de sangre amorosa entre sus cejas.

Los hombres por el contrario vestían, en su mayoría, ropas "occidentales" (por desconocer yo un mejor término): camisas, pantalones y sandalias industrializadas. Sin embargo, solo los hombres bailaban. Justo al frente del escenario, un grupo de muchachos danzaba animadísimo. Brincaban levemente y principalmente movían los hombros y los brazos al ritmo de la música. Se sacaban a bailar entre ellos y se abrazaban con alegría. Solamente algunas niñas bailaban, pero también corrían y jugueteaban. Para ellas no era baile sino juego.

La tarde era fresca y el cielo permanecía nublado. Se sentía ya alguna brisa otoñal, aunque fuera prematura. Conforme el sol descendía al oeste, en dirección al río Hudson, las nubes se abrieron lo suficiente para ver algunos celajes, en tonos pasteles de amarillos y celestes. 

La cantante del sari vino tinto, que llevaba el negrísimo cabello recogido, le cedió el escenario a una cantante vestida en un sari de turquesas y púrpuras esplendorosos. Su cabello, también sedoso y azabache, le caía hasta los hombros. Allí me quedé, escuchando música y observando gente, hasta que el anochecer señaló el final del festival y la multitud, muy lentamente, comenzó a dispersarse camino a casa.

Nunca llegué a la piscina. Me distrajo la vida.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Fatmir peregrina a La Meca

Toco la puerta del apartamento de mis vecinos kosovares. Fatmir y su familia han recogido mi correo del buzón todos estos meses que he hecho camino de peripatético. Entonces quiero saludarlos, regalarles un café tico que ellos prepararan a la turca y desembarazarlos de mi correo. 

Me abre la puerta su hijo. Ya se acerca a los once años, calculo, y se ha estirado bastante en estos meses. Sigue rubio, su cabello aún no se ha oscurecido con la edad, y su piel se ha bronceado durante el verano. Me da la mano y le pregunto cómo están. Él y su familia se encuentran bien, alhamdullilah. Le pregunto por Fatmir y me cuenta que se ha ido a Albania a recoger a su padre (el abuelo del chiquito) para peregrinar juntos a La Meca. Recuerdo cuando una amiga musulmana me explicó por la primera vez que ese peregrinaje--el Hajj --es uno de los pilares del Islam. Todo musulmán con los medios y la salud para hacer el peregrinaje, debe hacerlo. 

Visualizo entonces a Fatmir yendo a su tierra, en medio de los Balcanes, para buscar a su padre. De allí viajarán juntos al encuentro, en tierras árabes, de miles y miles de fieles. Experimentarán los rituales de su fe. Imagino a mi vecino, mi prójimo, feliz, satisfecho, agradecido por poder vivir la experiencia del Hajj y compartirla con su padre. Quizá algún día la haga con su hijo. Insha'Allah.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Tras tres días brooklynianos

Llego de madrugada un martes y me lleva a casa una taxista mexicana. Pura vida es ella. De camino hay un gravísimo accidente en el Beltway. La presa es interminable y demoramos el triple del tiempo habitual para llegar a casa. Pero gracias a la Vida y a mi paisana latina llego bien al barrio de Kensington y a mi cuevita, sin accidentes. Duermo un rato y al mediodía ya estoy en reunión y tras quince minutos pienso: "Qué bostezo!" Luego, por la tarde, preparo las clases. Eso sí me ilusiona, aunque sean sobre Sócrates el necio y Kant el prusiano.

El miércoles camino bajo un sol picante, sintiendo el calor asfixiante, hasta la U. Agrede el sol. Pero conocer a los alumnos/as me ilusiona y ya en la clase disfruto con ellos/as, "vacilando" al pesado de Sócrates y compandeciéndonos de Kant, el cuadrado.

Al final de la tarde me voy de compras a regañadientes, todavía sintiendo la asfixia causada por el cemento y el asfalto hirviendo. No encuentro lo que busco. Pppfff. El tren G me lleva a casa. Al hacer la cena, me siento exhausto. Pero recibo un paquete tuyo que incluye el libro de "tu" Jaime y leo el poema que me dedicás y me siento feliz.

El jueves llueve a cántaros mientras camino a la U y aún hace calor sofocante. Siento que estoy caminando en el Caribe tico, bajo la lluvia y en medio de una cortina espesa de humedad. Llego a la U sudado y con los pies empapados. Pero de todos modos con los/as muchachos/as me divierto. Pobre Kant, se tomaba tan en serio sus rigideces. Era buena gente pero demasiado cuadrado. Aunque claro, seguro yo soy demasiado cuadrado para otros. Ah.

Al regresar a casa, se viene el aguacero. Entonces decido irme en bus. Pero las presas en la avenida J son interminables y me exaspero. Prefiero caminar aunque me empape. Me bajo del bus. A pie avanzo más rapido hacia el oeste que los pobres tipos y tipas que se agreden mutuamente en sus carros, y nos agreden a los peatones, a bocinazos. Entro a la estación de la Avenida J y agarro el tren Q al norte hasta Cortelyou. 

Me bajo más tranquilo. Camino a casa bajo la lluvia. Me tienta entrar al bar Sycamore, ese que frecuentaba con mi compa canadiense, a tomar una birra. Pero mi compa se fue al Japón y no quiero extrañarlo y la verdad prefiero llegar a casa. Cuando lo hago, estoy empapado. Pero pongo la música de José González que me regalaste, aquella que escuchamos juntos una mañana de domingo, y la oigo mientras me tomo una birrita inglesa. Entonces todo me parece pura vida tras tres días brooklynianos.

sábado, 29 de agosto de 2015

Cuidados de dona Nice

Dona Nice prepara y sirve el desayuno a los huéspedes cada mañana. Es tímida, callada al principio. Pero tiene ojos negros de mirada vivaz, sonrisa sutil y quien la observa adivina que es muy dulce. Su tez es morena, pero no he visto su cabello pues siempre lleva el sombrerito de cocina con su uniforme. Imagino que es negro, pero no sé si es colocho o crespo. Hace su trabajo en silencio, quizá ya lleva unos treinta años haciéndolo, y la mayoría de los huéspedes, de paso en Marília por trabajo, no la determinan. Desayunan mientras miran absortos las tonterías de los programas matinales de televisión. Ella igual sirve con esmero y una sonrisa la fruta, los panes, las mermeladas, los jugos y el café. Como llevo muchos días aquí y conversamos cada mañana, sobre mi trabajo o su vida en Marília, soy un privilegiado de sus cuidados. Me guarda los mejores trozos de papaya, pues sabe que es la fruta que más me gusta al desayuno. Ya sabe cómo me gustan las tostadas, y pregunta si hoy las quiero con queso o con miel. Si no hay café, me lo hace con gusto. En los días que llego medio dormido a desayunar al filo del horario, me dice que lo haga tranquilo mientras ella se ocupa de otros quehaceres. Y me dijo que un día, en el que me quedé dormido y no llegué, me esperó veinte minutos antes de retirar la comida de la barra. Toda esa generosidad en un solo corazón y yo soy el bendecido por ella.

viernes, 28 de agosto de 2015

Atardecer en el "quintal ecológico" de la UNESP

El viernes al final de la tarde salgo del departamento de filosofía hacia al huerto ecológico que cultivan las alumnas y alumnos de la carrera en el rincón más recondito del campus. Camino solitario por el zacatal y me acerco, dando pasos rápidos al ritmo de mis pensamientos, a la arboleda en medio de la cual se encuentra el huerto. El sol, a mi espalda, ya está apenas unos 30 grados sobre el horizonte. Siento su tibia caricia en mi cuello y espalda. 

Al adentrarme en la arboleda, descubro que la tierra aun está un poco húmeda y salpicada por el aguacero de ayer. Parece formada por millares de pequeños cráteres, uno por cada goterón que le cayó encima. No hay huellas de personas. Hoy no ha venido nadie. Tampoco las hay de animales, ni siquiera las sinuosidades de las cascabeles que anidan en el huerto. Mis pisadas son las primeras después de la lluvia. 

Me quedo quieto y silencioso en medio del huerto para observar, escuchar, sentir, después de tanto pensar. ¿Para qué?

La luz se filtra en ángulos agudos por entre las hojas del higuerón, los mangos en flor (as mangueiras), las palmeras, los robles y los eucaliptos, proyectando un claroscuro vacilante sobre los arbustos y el suelo. Reconozco las hojas largas y altas de las piñas y también las duras, largas y retorcidas, verdes en el centro y amarillas en los bordes, de las lenguas de suegra. Hay papayos sin papayas (mamoeiros sem mamões). Busco la jabuticabeira recién sembrada pero no la reconozco. Visito los cactus y la sábila. De las plantas medicinales y las hierbas no reconozco ninguna. Mi pobre sentido del olfato no me ayuda. Pero escucho a los periquitos, los petiamarillos o bienteveos (bemtevis) y a las cirienas llamándose a la distancia. Me quedo absorto y sereno por largo rato.

Cuando salgo del huerto, ya el sol se ha puesto al oeste y la luna, casi llena, ha aparecido en el cielo que oscurece poco a poco. Atravieso de nuevo el zacatal, pero ahora camino despacio, al ritmo de mis sentimientos. A la distancia, en la soda universitaria (cantina), se escucha el ritmo de varios berimbaus y el canto de una roda de capoeira. Su cadencia atrapa mi cuerpo y me muevo con ella.

jueves, 27 de agosto de 2015

Lluvia mariliense

Durante la noche el cielo se cubrió de nubes y hoy amaneció lloviendo. Me desperté con el rumor del aguacero cayendo y el tac-tac-tac de los goterones azotando la ventana de mi cuarto. Me sentí agradecido por saber que nos caía agua bendita encima y me dormí de nuevo, tan profundamente que se me pasó la hora del desayuno. Cuando caminé al campus, la tierra ya se había transformado del colorado seco al bermejo húmedo. Las plantas me parecieron más verdes y menos sedientas. Sin paraguas y apenas con una chaqueta haciendo la veces de capa, me empapé. Pero lo agradecí también. "A veces llega la lluvia para limpiar las heridas. A veces solo una gota puede vencer la sequía". Quizá no la venció, ni limpió todo. Pero alivió.



lunes, 24 de agosto de 2015

Sequía paulistana

Se siente en el aire seco al respirar y se ve en la tierra colorada y sedienta. En el interior de São Paulo ha habido sequía por mucho tiempo. Hace falta lluvia. Que los vientos traigan las nubes cargadas de agua para aliviarnos. Necesitamos aires puros y aguas frescas.

viernes, 21 de agosto de 2015

Cruz del Sur, latitud Marília

Ya llevaba varios días por los linderos del Trópico de Capricornio ocupándome de la filosofía -- la académica, no la viva, la que es también poesía y cotidianeidad placentera. Entonces, una noche, al volver a casa de la piscina, me acordé de mirar al cielo y la vi hacia el sur, como colgada con pines luminosos de un tejido negro. Recordé por qué vine y qué busco y qué es filosofía y poesía y cotidianeidad. Es mirar al cielo y maravillarse de nuevo, como la primera vez que vi la Cruz del Sur en el Uruguay, hace tantos años.

sábado, 27 de junio de 2015

Personas de la guarda

Macabea, la protagonista de A Hora da Estrela, es una muchacha alagoana, emigrada a Río de Janeiro, que por su sencillez parece insignificante. Vive como si no existiese para los demás. Y sin embargo tiene el impulso vital, un tanto inconsciente, de quien espera un día tener esperanza: "Oyó en Radio Reloj que había siete millardos de personas en el mundo. Ella se sentía perdida. Pero con la tendencia que tenía a ser feliz, pronto se consoló: había siete millardos de personas para ayudarle".

Cuando leo esta oración bajo la sombra de mi cedro en Prospect Park, me detengo a ponderarla. Serían siete millardos de personas de la guarda. Entonces pienso en tantas personas-ángel que he tenido en mi vida. Una de ellas nació en Chile hoy hace algunos años. De niña emigró a Costa Rica con su familia y, felizmente para mí, cuando ingresé a la secundaria me estaba esperando para adoptarme como su hermanito. En el cole me "chineaba" y me ofrecía su amistad porque sí, porque le nacía. Desde entonces me ha seguido cuidando, en la presencia o en su corazón. 

Gracias. Como canta tu paisana: "Gracias a la Vida, que me ha dado tanto". Felicidades.

jueves, 25 de junio de 2015

En las aguas del Atlántico, latitud Rockaway Beach

El termómetro marca más de treinta centígrados y el índice de humedad no necesito saberlo porque lo siento en la piel pegagosa. Mi apartamento se torna entonces un horno y Brooklyn un baño al vapor. Es mejor huir.

Camino, luego agarro el bus Q35 cerca del college y pronto llego a Far Rockway Beach. Encuentro a mis amigos en las cercanías de la playa. Tres de ellas crecieron en este barrio y se bañaron cuando niñas en esta altura del Atlántico mientras yo me bañaba en las playas del Pacífico costarricense. Ahora dos de ellas traen a sus niños.

Caminamos un poco por la playa. El sol de media tarde aún quema un poco, pero pronto descenderá para solo acariciar la piel. La arena húmeda se siente deliciosa en los pies descalzos y refresca el cuerpo.

Tomamos turnos para nadar. Mientras unos cuidamos chiquitos, otros nadan. Hasta que finalmente entro al agua. En aquellas épocas de infancia centroamericana, ni me imaginaba que el mar pudiera estar tan frío.

Hoy lo sé pero no me acostumbro. De todos modos, entro corriendo al mar y me clavo bajo la primera ola. De otra forma, me paralizo y me quedo con el agua por la cintura. Mi cuerpo siente el shock pero pronto se adapta y se relaja y entonces disfruto el vaivén de las olas y jugueteo, zambulléndome bajo ellas o brincando y flotando sobre ellas antes de que revienten.

Su vaivén me mece.  Me mece su vaivén. Su vaivén me mece. Me mece su vaivén.


domingo, 21 de junio de 2015

Cuarto día de Ramadán en el solsticio de verano

A media tarde le toco la puerta a mis vecinos, la familia Vila, kosovares musulmanes de etnia albanesa. Quiero saludar a Fatmir, el padre de familia, mi amigo, quien cuida de mis asuntos cuando ando por otros lares. Su hijo lo llama y Fatmir se asoma a la puerta cansado, medio dormido y sediento. 

Es el cuarto día de Ramadán y además el solsticio de verano. Esto representa, para Fatmir y todos los musulmanes que observan el ayuno desde el amancer hasta el anochecer en mi barrio de Kensington, casi dieciocho horas sin comer ni beber. Cuando además las temperaturas sobrepasan los 30 centígrados, el cuerpo lo siente, como puedo observarlo en la expresión y la mirada de mi amigo. Pero su fe lo sustenta y me saluda con la misma calidez de siempre. Conversamos un poco sobre mi viaje y su ayuno y me despido, para dejarlo descansar.

Salgo a la calle y veo a los judíos ortodoxos resolviendo sus asuntos normales - escuela, comercio, trabajo - en el primer día de su semana, tras haber observado el sabat ayer. Llego al parque Prospect y veo muchas familias de mexicanos y centroamericanos, además de caribeños, haciendo picnics, fiestas de cumpleaños y carnes asadas, mientras escuchan cumbias, rancheras o norteñas.

Los observo festejarse y cuidarse mutuamente y pienso en Fatmir. Él y su familia me han cuidado, como amigos más que vecinos, por muchos años. Me cuidaron, sin saberlo, en la época en que me yo acostaba en el suelo de mi cuarto de lectura a llorar solo y en silencio, e imploraba el consuelo de Allah escuchando y recitando un hermoso azan: Allahu akbar. Feliz Ramadán, familia Vila.



viernes, 19 de junio de 2015

El zarpe en John Kehoe's Pub

En mi última noche irlandesa, tras muchos días acompañado por la isla, anduve solo por las calles de Dublín, a la búsqueda del pub idóneo para tomarme la última jarra de cerveza negra. En un paseo perpendicular a Grafton Street vi mucha gente afuera de un pub, jarra de birra en mano, conversando. Me acerqué. Era una Public House o taberna fundada en 1803, con citas de James Joyce en el muro lateral externo. Era lo que buscaba.

Pedí una stout en la barra y salí a observar, escuchar y saborear. Un grupo de ingleses criticaba la política exterior gringa: tienen razón, pero ellos sienten patética nostalgia del imperio que perdieron, le cantan a la reina su himno, se emocionan porque nace una princesita y, lo peor, criminalizan el trabajo del inmigrante ilegal. Un grupo de tres alemanes hablaba sobre...no sé, pues era en alemán, pero la muchacha de cabello lacio y castaño y arete en su nariz fina se señalaba sus tenis Converse y gesticulaba, mientras los dos maes la escuchaban atentos y sonreían. Varios grupos de irlandeses, de traje y corbata o vestido, charlaban después del día de trabajo. Habrían venido de la oficina directo al pub. Algunos italianos conversaban animados, pero estaban lejos y no capté detalles. 

De repente un inmigrante africano se acercó a pedir limosna. Llevaba gorro, bufanda y chaqueta negras en pleno verano irlandés. Hace mucho frío para él. Sus ojos imploraban ayuda. La intensidad de su angustia me recordó la mirada del principal fusilado de la Moncloa en la pintura de Goya. Pero cada grupo al que se acercó, lo rechazó. Yo estaba solo, arrecostado en un muro atravesando la callejuela lateral a la taberna, y no se me acercó, aunque su mirada me había conmovido.

De repente el gerente del pub, un gordo "panza'e birra" en camisa blanca, pantalones negros y corbata roja que conversaba con unos tipos en saco y corbata, lo vio, se le acercó y lo escoltó obligado para que se fuera. Nosotros, los parroquianos, bebíamos en la calle, pero él no podía pedir ayuda en la calle. Panza'e birra volvió muerto de risa a conversar con los encorbatados. Seguro trabajan para los bancos estafadores que hundieron a esta isla, su seguridad social y su gente. El inmigrante se fue. Y yo, yo me quedé quieto bebiendo el zarpe, una Guinness de cinco euros.

jueves, 18 de junio de 2015

Gaviotas pescando en Cork Harbor

Graznan al alzar el vuelo desde el agua. Albinegras por el plumaje oscuro del extremo de sus alas, bajo la luz del mediodía contrastan con el azul profundo del mar y el verdor de las colinas en la península. Baten las alas intensamente al volar al ras de la superficie, escrutando el agua por señas de peces. De repente se elevan, planean, hacen una acrobacia contornándose en el aire como malabaristas y se clavan en el agua a toda velocidad. En el silencio de la bahía se escuchan, uno tras otro, los zambullidos. Luego salen las aves a flote, degustando la pesca, y pronto empiezan a volar de nuevo. Parece que juegan para vivir, más allá de sobrevivir.

lunes, 15 de junio de 2015

Una cara de la felicidad

Es contemplar, desde la terraza de nuestro cottage en Crosshaven, el faro en punta Roche al extremo de la península y el mar azul de la bahía de Cork, y sentir la brisa fresca del océano Atlántico y el tibio sol en la piel erizada, mientras tomamos el café juntos.

miércoles, 10 de junio de 2015

Salud, Divina!

En un pub en las cercanías de Grafton Street, levanté una jarra de birra stout a tu salud. Luego comí guisado irlandés, bebí otra stout, también a tu salud, y escuché música de cantautores locales. Stout. Salud. Música. Cuando se acabó la música y salí del pub, no había más buses. Entonces caminé hora y pico hasta el campus, en la tranquilidad de la ciudad dormida por la madrugada. Caminé unas 500 millas y llegué a tiempo, en el hemisferio occidental, para regalarte una canción. Salú.



Cuatro filósofos en un bar dublinense

Joseph, estadounidense, se enamoró de una francesa en su juventud universitaria. Se mudó a Francia, se doctoró, se adaptó a la cultura, se casaron y residen en Bordeaux. Sophie, francesa, quiso estudiar filosofía en algún país anglófono. Se fue de Estrasburgo a Oxford, estudió, se graduó, se acostumbró a ser extranjera y nunca más se halló en Francia. Va a continuar estudiando en Milwawkee. Fintan creció en Belfast pero prefirió la ciudadanía republicana irlandesa antes que ser súbdito de la reina inglesa. Estudió en Dublín. Se interesa por la lengua celta y por el momento se doctora en Londres. El cuarto filósofo, también errante, los escucha mientras saborea una birra stout de una cervecería artesanal.

domingo, 7 de junio de 2015

Un corazón en el cielo sobre Brooklyn

Caminaba por mi barrio de vuelta a casa después de hacer las compras sabatinas. La tarde primaveral era tibia, tranquila, de cielos despejados, sol brillante y brisa fresca. Yo escuchaba música de la Banda Magda en mi ipod

Mientras caminaba por la calle East Second hacia el sur, me percaté de que varios niños judíos, quienes ya jugaban en la calle al finalizar el día de descanso, miraban hacia el cielo. Sus madres, sentadas en las gradas a la entrada de sus casas, también contemplaban algo aparentemente superior y celestial. Al mismo tiempo escuché un ronroneo de motor por detrás de la bossa nova de Magda. Pausé la música y miré hacia arriba.


Una avioneta volaba sobre Brooklyn y dibujaba, al liberar humo, un trazo curvo en el cielo, en forma de gancho. Pero no entendí. "¿Un gancho?", pensé perplejo.

Continué caminando mientras escuchaba a la avioneta maniobrar y atisbaba el cielo cada diez o quince pasos, para confirmar que la avioneta daba una vuelta pero sin liberar humo.

Pasé de las cuadras judías a la cuadra bengalí y mexicana. En ésta, los niños también habían detenido sus juegos de fútbol, cricket, o “quedó” para mirar al cielo. Los adultos, algunos en sus vestimentas musulmanas y otros “occidentalizados”, también lo observaban.

Miré de nuevo. La avioneta trazó otra curva en forma de gancho, pero a la inversa. Entonces lo vi claramente y entendí. Había dibujado un corazón blanco sobre un fondo azul celeste.


Judíos, musulmanes y cristianos, practicantes o no; creyentes, agnósticos y ateos; y quizá otros también: todos contemplaban el mismo corazón en el mismo cielo.