miércoles, 26 de abril de 2017

Cuatro rayos de Sol

Llevamos una racha de días plomizos y lluviosos. Parece que Primavera decidió contrastar la alegría de los cerezos y las magnolias en flor con las lágrimas del cielo. Hoy tuve que sacar más energía de mi interior para motivar a los muchachos en las clases. Parece que escasea su luz. Quizá por el esfuerzo, regresé exhausto a casa. Venía directo a echarme un sueñito relámpago para revivir. Pero al llegar a mi cuevita, me esperaba un paquete despachado desde el correo en el otro lado del Atlántico. Sentí que se me iluminaba el rostro. Adentro, hallé cuatro libros: un poemario y una novela del mozambiqueño Mia Couto y dos obras del portugués José Luís Peixoto. Dentro de cada libro, una notita escrita a mano, con caligrafía delicada y juguetona, me contaba la historia de ese ejemplar. Recibí por gracia de la Vida cuatro rayos de Sol para iluminar el fin de una tarde gris. 


martes, 25 de abril de 2017

Vivir los días sin sol

Hoy fue un gris, sin sol, frío, de lluvia pertinaz. Pero en vez de soñar e ilusionarme con días en que el sol me mime y acaricie, con días deliciosos que comiencen dorados por la gloriosa luz de Asahi-sama, acepté el día de hoy por lo que fue y me trajo: silencio, soledad, memorias de verdes jardines japoneses humedecidos por la garúa y la ocasión para leer The Awakening, de Kate Chopin, sin distracciones. Poco más. No hablé con nadie. No miré a nadie a los ojos para intercambiar nuestra luz. No abracé ni le estreché la mano a nadie. Pero días como este también hay que vivirlos para que cuando lleguen los otros, resplandecientes, pueda sentir las caricias del sol en mi piel con mayor deleite y gozarlas con mayor intensidad.

 

domingo, 23 de abril de 2017

Contacto a ritmo de cumbia

Ando inquieto. El martes por la noche estaba en mi cuevita en San José, conversando y compartiendo algunas cervezas portuguesas y ticas, negras y rubias, con Xinia, Moy, Jahel y la garota mineira. En el fondo, buena música: algo de samba, algo de folk gallego, algo de cumbia. Me sentía feliz. Me despidieron con abrazos fuertes.

Treinta y seis horas después estaba dando clases en Brooklyn, de vuelta a la rutina. Pero ya me sentía inquieto. El sentido del tacto me andaba reclamando. En Brooklyn miro, escucho, huelo, saboreo. Pero el tacto queda marginado. Toco pétalos de flores, cortezas de árboles, la tierra húmeda del parque. Pero otras personas no. Hay escasez de con-tacto humano en este contexto. Poco o nada. Ni jota.

Basta. El viernes salí supuestamente a escuchar folk irlandés. Pero mi cuerpo me pedía baile. Cambié de rumbo y me fui a Salzy a bailar con la música de Yotoco. Había bastantes muchachas dispuestas a bailonguear, por dicha, y en forma de con-tacto y sonrisas recibí alegría nacida en Puerto Rico, Los Ángeles y Nigeria, alegría llamada Karen, sabor llamado Niki, belleza llamada Chantelle. Mi sentido del tacto me lo agradeció. 

Esta noche Yotoco se presenta en una fiesta colombiana en Subrosa. Yo mañana doy clases y de por sí tengo mucho qué hacer. Pero lo más importante en este momento es complacer al tacto. Esta noche seré hedonista y no eudaimoniano. Cultivar la excelencia del alma será para otra noche. Voy p'allá a bailar. 
 
 

sábado, 22 de abril de 2017

Sakura: Un instante en el Jardín Botánico de Brooklyn

Llovizna sobre el vergel de cerezos en flor. Miro gotas de agua acumularse en los pétalos translúcidos de una flor blanca, bella hija del Prunus Serrulata Ariake. A contraluz las gotas límpidas me parecen lágrimas de un alma que ha querido amar con pureza.

martes, 18 de abril de 2017

Orquídeas en mi jardín y Sakura en Brooklyn

Es hora de continuar mi vida peripatética. En Chepe pude desayunar en Manos en la Masa con Moy y Jahel, bronceaditas y recién llegadas de la playa; tomar café con JuanPa, su esposa Katia y la garota mineira y tertuliar a gusto; disfrutar momentos cotidianos con mi familia y recordar momentos y vivencias con abuelita Dorita; tomar café con mi prima Paulita, su esposo bogotano y mi abuela Luz; acompañarla a ella a hacer algunas vueltas; en fin, hacer vida josefina.

Escuché también al yigüirro del barrio cantar de madrugada. Siempre empieza a cantar pasaditas las 4 am. A veces me encuentró despierto y me arrulló con su canción de cuna; a veces me despertó y me anunció un bello día.

Al irme me quedo sin ver florecer los lirios que despuntan en mi jardín: los sembró mi papá, jardinero fiel. Tampoco veré las flores de la orquídea que ya brotan. ¡Cómo me gustan esas chicas tan atractivas por ser tan raras! 

Doy gracias a la Vida, sin embargo, porque en Brooklyn me aguardan los cerezos en flor.

(Orquídea: Hojas y flores despuntando)

lunes, 17 de abril de 2017

Montañas de Dota: Caminata impresionista

Última mañana en San Gerardo de Dota. Xinia y yo decidimos hacer la caminata por el sendero la Reinita del Trogón Lodge, más corto que el Candelita. Cruzamos el puente sobre el Savegre y nos internamos en la montaña de bosque nuboso. Escuchamos, olemos, vemos, tocamos, sentimos:

Un jilguero solitario carinegro: flauta metálica en tres notas agudas. Truchitas en una poza pequeña. Fulgores dorados en fondo de piedras pardas. Claroscuros verdes del dosel al sotobosque. Heliconias rojas, líquenes, musgos, hongos. Destello aurinegro: jilguero aliblanco. Canta y sus amigos responden. Dulce canto, menos agudo que el solitario carinegro. Mariposas celestes en las flores fucsia del achiotillo silvestre. Mariposas bermejas "borbolotean" a ras del agua. Llegamos a la catarata. Larga pausa para que su rumor nos arrulle. Poza de agua en tonos verdeazulados e intensos fulgores dorados. Truchas: parecen hojitas pardas atrapadas en el remolino del fondo, pero surgen a la superficie y su costado pecoso y rojizo y su dorso verdeazulado resplandecen. Juegan a nadar contracorriente en la poza, como aguardando el tiempo de remontar la catarata en dos terrazas de dos metros cada una. Continuamos la caminata. Ascenso vigoroso por la ladera de la empinadísima montaña. En la cumbre, latidos de tambor en el pecho. Xinia: --Me traías como trompada de loco, como abuelito Hernán--. Me río. Susurro de hojas en el dosel de los gigantes del bosque y rumor del río al pie de la ladera. Resuena en el cañón. "Creo que nos metimos al sendero largo, la Candelita", pienso. --Xinia, creo que nos perdimos--, digo. Ella: --¿Nos perdimos? ¡Usted nos perdió!--. Tiene razón. --Diay, ahora caminemos rápido porque ya es tarde--. Es cierto. Hay que socar la línea. Continuamos, allegro brioso. Pajarito gordiflón, dorso oliváceo, abdomen, pecho y cara grises, ojos y pico negros, vuela de rama en rama frente a nosotros y nos guía por el sendero. "Un mirlo, ¿pero cuál?" [¿Catharus mexicanus?] Ardilla peliroja escarbando hojas secas: nos huye. Rumor del río. Claro del bosque. Ribera. Puente. Jardines floridos. Adiós montaña.

Foto: Xinia Campos

El Amazonas y el Savegre: Posdata

Quizá el meollo del asunto sobre las metáforas del encuentro de las aguas que forman el Amazonas y el Savegre respectivamente sea este: 

Cuando confluyen para formar el Amazonas, el río Solimões arrastra muchísimo sedimento barroso mientras que el Negro lleva consigo toneladas de materia orgánica en descomposición. El embate es fuerte, la confluencia difícil. El chocolate y el ónice líquido crean un contraste hermoso pero la convergencia es complicada y turbia.

Cuando los dos riachuelos se encuentran en las montañas de San Gerardo de Dota para ensanchar y agrandar el Savegre, ambos traen aguas puras y cristalinas. No hay aguas turbias. Su confluencia es sencilla y transparente.

Ambas son convergencias posibles. Pero la primera es mucho más difícil, complicada y riesgosa que la segunda. Confluyen dos corrientes turbias, entonces la confluencia es turbia. Confluyen dos corrientes transparentes, entonces la confluencia es transparente.

(Foto: Xinia Campos)







domingo, 16 de abril de 2017

El Amazonas y el Savegre: el encuentro de las aguas


La primera vez que viajé a la Amazonía brasileña llegué en avión a Manaos. Desde el aire vi nítidamente la convergencia de los ríos Solimões y Negro para formar el río Amazonas.  Las aguas chocolate del Solimões y las oscuras del Negro parecían fluir lado a lado sin mezclarse por kilómetros. El contraste me pareció alucinante. Después, navegando por el "encuentro de las aguas" y observando desde nuestra barca diminuta aquella inmensidad fluvial, me di plena cuenta del ancho y volumen de ambos ríos y de la magnitud del embate entre ambos. Eran dos fuerzas de la naturaleza encontrándose para unirse. Aprendí además que cada río tiene su propia densidad, temperatura, velocidad y volumen de aguas. El Negro es de ese color por la descomposición de materia orgánica de la selva. El Solimões es barroso por arrastar sedimentos. Por todo esto, es necesario que fluyan juntos por muchísimos kilómetros, mezclándose paulatinamente, hasta formar el Amazonas. 

Ese fue mi primer viaje para encontrarme con la garota amazônica. Al despegar de Manaos de regreso a Centroamérica después de haberla visitado, pensé que ella y yo éramos dos ríos poderosos y apasionados, cada uno con sus propios cauces, cuencas, fuentes, temperamento, historia, deseos, planes, proyectos y luchas. Si lográbamos converger, formaríamos un poderoso e inmenso río de amor. Al cabo de los años, no lo logramos. No convergimos, no formamos un solo río, no inundamos selvas, no nutrimos humedales, no desembocamos en el Atlántico. El desenlace de nuestro intento por confluir fue devastador para ambos. Cada uno tuvo que reconsiderar todos los fundamentos de su vida, la visión, los valores, y rehacerse. Yo, por dar un solo ejemplo, tuve que cuestionar mi metáfora de nuestra relación como la convergencia del Solimões y el Negro, una metáfora que me llevó a insistir en intentar la confluencia muchas veces.




Esa experiencia y esa etapa de vida ya pasaron. Pero por años he atesorado la metáfora de una relación amorosa y apasionada como el encuentro de aguas que forma el Amazonas. Para que se logre confluir se requiere paciencia, perseverancia, adaptabilidad y fluidez, pues dos personas son como dos ríos profundos y poderosos, con densidades, temperaturas, volúmenes y velocidades diferentes.

Sin embargo este martes el río Savegre me reveló otra metáfora, otra posibilidad. Fue una epifanía. 

Durante nuestra caminata familiar por el sendero La Candelita del Trogón Lodge, llegamos a un puente para cruzar de una ribera del río a otra. Habíamos ascendido la montaña y estábamos cauce arriba con respecto al punto de inicio. Y justo en ese puente se observaba cómo convergían dos riachuelos de aguas cristalinas. Había un pequeño embate de aguas, pero no era violento. Los riachuelos no eran idénticos pero se encontraban con toda naturalidad y continúaban fluyendo juntos sin enormes esfuerzos, sin luchas descomunales, uniéndose sin abrumarse el uno al otro, sin invadirse. Formaban un Savegre más amplio, más bello, más poderoso. Devenían un mejor río cantor.

Ninguna relación mía ha sido así. Pero podría serlo. ¿Y quizá debería serlo? ¿Una confluencia natural y sin esfuerzos, sin sacrificios desproporcionados de un riachuelo por el otro para formar un gran río? Al menos esa posibilidad me la reveló el Savegre.

(Foto: Xinia Campos)

sábado, 15 de abril de 2017

Una flauta resuena en el bosque nuboso de Dota

Animados por el brillo de la mañana, decidimos caminar por el sendero largo, "la Candelita", del Trogón Lodge. Son apenas tres kilómetros pero queremos andar tranquilos para observar, tocar, oler, escuchar, sentir. Emprendemos la caminata, cruzamos el río Savegre sobre un puente hacia la ribera oriental y empezamos a adentrarnos en la montaña. Ascendemos poco a poco. Pronto queda atrás el rumor del río. Entonces escuchamos el canto de un ave con timbre alto de flauta metálica. Les digo de inmediato: 

  --Es el mismo canto que escuchamos hace tres años en Tapantí.-- Estoy seguro. En Semana Santa del 2014 fuimos en familia a conocer el Parque Nacional Tapantí, en las laderas opuestas del Macizo de la Muerte. Es decir, el Tapantí queda en el sector oriental del macizo, donde las aguas descienden de la división continental en las cumbres de la Cordillera de Talamanca hacia el Caribe. Ahora estamos en el Parque Nacional Los Quetzales, en el sector occidental del Macizo de la Muerte, donde las aguas descienden de las cumbres de la cordillera hacia el Pacífico. Pero supongo que biológicamente son muy similares ambos parques. No me extraña entonces que escuchemos el mismo canto.

Es un canto hermoso, dulce, agudo que resuena por todo el bosque nuboso. No hay otra ave en este bosque que cante más bello. Yo escucho cuatro notas agudas en cuatro tiempos: negra, corchea, corchea, blanca. La negra aguda, la primera corchea un poco más grave y la siguiente corchea y la blanca cada vez más agudas. Pero Xinia, que tiene un oído más educado por la flauta, escucha tres notas en cuatro tiempos: negra, corchea, semicorchea-semicorchea, blanca. La negra y las dos semicorcheas son la misma nota y la blanca es un "si agudo". Yo le creo a ella. (Yo de por sí soy medio bateador, o bateador y medio. Mis apuntes están llenos de especulaciones, conjeturas e inferencias muy falibles a partir de lo que percibo).

Lo que nos sucede a todos, en todo caso, es que la flautista del bosque nos embeleza. No sabemos cuál ave es pero nos deleita. Yo intento grabar el sonido en mi memoria para poder escucharlo de nuevo. Cuando salimos del bosque aún lo escucho.

Horas más tarde, sentados en el salón social tomando café juntos, mi papá dice que por la mañana le pareció ver un jilguero comiendo moras silvestres en el arbusto frente a nuestra cabaña. Es un gordito azul-grisáceo con carita negra y piquito y patitas anaranjadas.  Me pregunta si no estará en la guía que usamos, The Birds of Costa Rica: A Field Guide. Siguiendo algunas pistas, encuentro al Black-Faced Solitaire (Myadestes melanops), es decir, al solitario carinegro, jilguero endémico de Costa Rica y Panamá. Según la guía, se alimenta de moras y su canto combina notas puras como de flauta con un chillido agudo como el de la bizagra herrumbrada de un portón. "¡Claro! Es el flautista del bosque nuboso."

Identificar a esta especie por su canto debe ser fácil para quien sabe un poquitico de ornitología en Costa Rica. Tiene distintos cantos pero las notas agudas y el timbre de flauta metálica es inconfundible. Yo no sabía nada de este jilguero pero atando cabos y siguiendo pistas, algo he aprendido junto con mi familia. Hasta su nombre, solitario carinegro, me simpatiza. Y ahora sé dónde buscar al flautista para que me embelece cada vez que necesite ese gozo.

viernes, 14 de abril de 2017

Asahi, montaña y río: Claroscuro matinal

Por la mañana nos despierta un delicioso sol matinal. Al elevarse sobre la empinada montaña al este del cauce del río Savegre, Asahi hace el cielo resplandecer como zafiro. Ilumina los verdes claros y oscuros, brillantes y opacos, de la flora en nuestra ribera al oeste del río. Intensifica los tonos celestes, azules, lilas, violetas, morados, púrpuras, escarlatas, rojos, amarillos, anaranjados y blancos de las flores en los jardines: hortensias, geranios, cinco negritos, achiotillos, entre muchas otras. De nuestro lado del cauce, la luz de Asahi todo lo toca.

Subo entonces a una gran roca que sirve de mirador y observo trogones enligados, en bandada, sobrevolando el cauce del río todavía bajo la sombra que proyecta la montaña oriental. Estos pájaros parecen saetas multicolores: púrpura, amarillo, verde y albinegro, pero en matices suaves bajo la sombra. Se lanzan a sí mismas  de un árbol a otro en la ribera para posarse en alguna copa frondosa.

Mañana de belleza a sol y sombra.

jueves, 13 de abril de 2017

Savegre, río cantor (II)

  Savegre, río cantor,
  enseñame a correr
  alegre y soñador
  al encuentro de mi Mar
  como fluyen tus aguas
  frescas y diáfanas
  en procura de su mar.



Savegre, río cantor (I)

  Savegre, río cantor,
  para escucharte he buscado
  tus fuentes frescas
  en el corazón de Dota 
  y sus boscosas montañas.

  Cantame con voz
  clara como tus pristinas aguas,
  dulce como tu murmullo apaciguador,
  certera como tu correr sobre las rocas.

  Decime cómo puedo ser
  claro, dulce y certero
  en mi fluir y vivir.



lunes, 10 de abril de 2017

Rumbo a San Gerardo de Dota, o ¡A la Cordillera!

Desde hace años he deseado ir a pasar unos días en medio del bosque nuboso de la Cordillera de Talamanca. Se lo había propuesto a mis papás varias veces pero por momentos y circunstancias de la vida no habíamos realizado el viaje. En algún momento temí que este plan se nos convirtiera en el viaje al faro que la familia Ramsay planea pero no realiza a tiempo mientras vacaciona en unas remotas islas escocesas, en la novela To the Lighthouse (Al faro) de Virginia Woolf. Es decir, temí que fuera un viaje realizable que se pospone una y otra vez hasta que ya no es posible hacerlo. Pero gracias a la Vida hoy salimos todos - mis papás, mis hermanas, mi cuñado, dos de mis libros de Federico García Lorca, mi cuaderno de apuntes y yo - camino al hotel de montaña El Trogón, en San Gerardo de Dota, a disfrutar de las montañas, sus bosques, las aguas límpidas del río Savegre y todo lo que esa misma Vida nos quiera regalar por Gracia en aquel ambiente. ¡A la cordillera!

domingo, 9 de abril de 2017

Helado de leche de coco con jamaica

Cuando hacíamos en cuarteto el paseo final por los puesticos de artesanías y comidas orgánicas de la Feria Verde, Xinia se detuvo en Ecoco, un puestico de batidos y helados hechos a base de leche de coco. Se le ocurrió la feliz idea de comprar una cajita pequeña de helados de coco con jamaica (hibisco) y pedir cuatro cucharitas. Xinia, Moy, Jahel y yo terminamos nuestro paseo y subimos la colina hasta los altos del Barrio Aranjuez, mientras se suavizaba el helado. Ya en el antiguo barrio josefino, casi a media calle, a la sombra de antiguos y enormes árboles, nos detuvimos a comer helado. Jahel, piel canela, lo sostenía con su mano izquierda mientras lo comíamos a cuatro manos. Delicia sutil y total.  

 

Desayunando picadillo en la Feria Verde

Desde antes de viajar había quedado de reencontrarme en la Feria Verde con Moy y Jahel. El año pasado, después de reecontrarme con Moy y que ella me presentara a Jahel, nuestro trío amistoso lo cultivamos desayunando todos los sábados en la feria en el polideportivo de Aranjuez, en la ribera del Torres. Recién retornado yo a Tiquicia, siempre iba al chinamo de comidas típicas y pedía algún picadillo en tortilla de maíz palmeada a mano y dos torta de yuca. Ellas, acostumbradas a ver oferta de comida típica por todos lados, buscaban algún sanguche exótico y orgánico, tostada francesa o, alguna vez, arepas colombianas. Los tres coincidíamos en preferir el café Taza Amarilla. Nos sentábamos a la sombra de algún arbol a tertuliar, hablar de teatro, de México, tierra de Jahel, y demás. Así disfrutábamos la mañana del sábado y pasado el mediodía empezábamos a pensar en nuestros quehaceres. 

Esta semana la reunión sería especial, pues yo me fui a Brooklyn en agosto y Moy se fue a Rhode Island en octubre. Cuando yo vine en enero, vi a Jahel pero nos hizo falta Moy. Sin embargo hace una semana nuestra querida amiga de los ojos miel, el pelo crespo y los profundos camanances regresó a San José por un tiempo, mientras organiza su propia vida peripatética. Esta sábado, entonces, podíamos reunirnos los tres por primera vez desde agosto del año pasado. Se nos unió Xinia, mi hermanita, quien ahora es amiga de Jahel y conocía un poquito a Moy. Nos faltó la garota tico-mineira para completar un quinteto de amigos pero cuando le avisé el sábado ya era muy tarde para unirse al plan. Nos veríamos por la noche.

Así fue que llegamos en cuarteto a la feria. Aunque abril en Costa Rica es caliente y el sol arde, la mañana estaba seminublada y fresca, apenas veinticuatro centrígrados. Osea, deliciosa. Mientras bajábamos de la alta colina donde está la escuela México, donde Moy y yo fuimos compañeros, al bajillo del polideportivo, Moy dijo que ella esta vez iba a comer gallo pinto con huevo frito, pues no lo había comido desde que regresó, una semana antes que yo. Jahel le preguntó, bromeando, si ahora que "ya no vive aquí" iba a hacer las mías y apuntarse a la comida típica. Xinia dijo que ella también se comería un gallo pinto y ahí Jahel dijo: 

  - Pues entonces yo también me apunto al pinto.

Resultado: todos hicimos fila juntos en mi chinamo favorito de la feria. En lo más profundo sentí satisfacción. No sé por qué. Pero así fue, como si fuera un mérito mío. Entonces Jahel se pidió un gallo pinto con torta de huevo, Moy con huevo frito y Xinia con tortilla. Yo, en cambió, pedí mi picadillo de arracache con dos tortas de yuca. Para mi profunda decepción, la muchacha morena de ojos color de avellana me dijo que no tenían torta. ¡Ay, qué dolor! Pero bueno, esto me obligó a leer el nuevo menú del chinamo y me di cuenta que, además de picadillo de chicasquil tenían de vegetales con quinoa. Les dije a las chicas que ese picadillo, nada típico, era el especial "Feria Verde" del chinamito. Pedí los tres picadillos, cada uno servido en su respectiva tortilla palmeada de maíz; osea, tres gallos, de arracache, chicasquil y vegetales con quinoa. 

Mientras nos preparaban el desayuno, fuimos al puesto de Taza Amarilla a pedir nuestro café. Pedimos tres negros y Xinia uno con leche de marañón, otro especial "Feria Verde". Cuando nos sentamos, ya con nuestros platos y cafés, la mesa estaba servida para una deliciosa tertulia sabatina. 

A esa delicia le siguió un paseo juntos, haciendo compras, primero por los puestos de frutas y vegetales de los agricultores y los de panes, quesos y otros productos orgánicos, y luego por los chinamos de los artesanos, siempre tertuliando, a veces en dúos y otras en cuarteto. 

Ángeles me aguardan

En el patio de luz de nuestra casa familiar me han dado la bienvenida dos calas blancas, bailarinas resplandecientes en medio del verde de las plantas. Y en mi jardín me aguardaban varias angelitas albas, almas amorosas florecidas en la bougainvillea veranera. Estoy en casa, el refugio desde el que se hace posible emprender mi vida peripatética.


sábado, 8 de abril de 2017

Dos momentos de bienvenida al Istmo


Ha amanecido en Tocumén. El sol matinal ilumina la verde planicie tropical y los cerros azules en la medianía. Es Asahi que ha venido a Panamá a darme la bienvenida a Centroamérica, este puentecito de tierra que une mundos, Sur y Norte, Atlántico y Pacífico.


Al ver las verdes montañas y mi valle al descender y aterrizar, sentí un calorcito de alegría en el pecho. Es bueno saber que hay gente esperándome también. Esta vez me han recibido Anto y mi cuñado en el aeropuerto. A mi hermana, la Negrita, le he dado un buen abrazo. En el trayecto de Alajuela a San José el tránsito en la autopista es lento por los trabajos de construcción de un puente. Pero esto me da la oportunidad de apreciar la intensidad púrpura de las flores veraneras y escuchar el cantar agudo y constante de miles de chicharras en una chacra que aún conserva sus chayoteras al lado de la autopista. Las bichitas aladas le cantan al sol tropical y al calor de abril. He llegado a casa.

viernes, 7 de abril de 2017

Las luces del Verrazano a medianoche

Desde el taxi que me traía al aeropuerto vi las luces del puente Verrazano reflejarse en las aguas encrespadas de la desembocadura del río Hudson, allí donde "se abre ancha la mar". Parecían estrellas en un firmamento líquido y dinámico. Al alejarnos de la ribera cerré los ojos y contemplé la escena en mi mente. Me la llevaré conmigo cuando despegue mi vuelo. Esta isla rodeada de ríos, bahías y océano es también uno de mis hogares.

martes, 4 de abril de 2017

Asahi

¿Sabés? Caminé esta mañana gris y lluviosa, como tus ojos cuando estás triste, al lado del primer o sakura de esta primavera, un cerezo florido como tu sonrisa alegre. Y recordé que en japonés hay un verbo para el observar la belleza fugaz de la flor de los cerezos: 花見, Hanami. Y hay otra para el sol matinal cuyos fulgores dorados iluminan el nacer del día: 朝日, Asahi. Ya sé que nunca te he visto triste, ni sé si tus ojos humedecidos por las lágrimas parecen grises, ni te he observado saludar al sol matinal al iniciar su recorrido por el celeste camino del oriente al occidente. Imagino, sin embargo, tu sonrisa alegre al contemplar el 朝日en Kyushu e ir de 花見 por algún parque plantado de en Shikoku. Y ese pensamiento, mi propio 朝日, iluminó mi día.



lunes, 3 de abril de 2017

Primeros cantos, primeras flores

Hoy me sentía un poco golpeado. Dormí poco pues la noche del domingo se me ocurrió la excelente mala idea de ir al Irish Haven a escuchar a Niall Connolly y conocer a una pareja de amigos suyos que le visitaban, Mic y Lisa, un dublinés y una inglesa radicados en Cork. Yo ya había invitado a que llegaran al Haven a Wilman y los otros compas latinoamericanos que conocí allí la vez pasada, cuando fuimos con Emma y Paul. 

Wilman llegó con Carli y J después de haber cenado en un chino del barrio. De repente en la audiencia había un grupo representando a Irlanda, Inglaterra, Costa Rica, Ecuador, República Dominicana y México. Niall tocaba buena música y con esa variedad de procedencias y vidas había mucho tema para tratar. Wilman, por ejemplo, es luchador de artes marciales mixtas y vimos unos videos suyos peleando en las jaulas del Ultimate Fighting Championship. Mic es productor de radio y J huyó de las pandillas de Los Ángeles y tiene su propia barbería en Nueva York desde los diecisiete años. Carli no ha regresado a Dominicana desde que murió su mamá hace diez años. Me lo contó con tristeza, desviando la mirada al suelo. Mic y Lisa coincidieron tres veces en distintos lugares del mundo - Amsterdam, Dublín y Australia - antes de que se les ocurriera que el destino los estaba juntando. Me lo contó Lisa mirándome alegre con sus ojos color musgo.

Resultado: mi plan de tomar dos negras irlandesas escuchando hasta las 11 pm se convirtió en tres pintas y media (Niall me sirvió la mitad de la última suya) tertuliando hasta la 1:30 am. 

Por eso me sentía golpeado hoy por la mañana. Pero no era sólo un mazazo físico. Era un poco anímico, andaba con las pilas bajas. Tuve que inventarme el espíritu para dar la clase de la mañana con energía. Después de almorzar, estaba cabeceando frente al computador. No tenía casco y corría el riesgo de romperme la frente de un "jupazo" contra el filo del escritorio. Entonces salí a caminar por el campus para respirar, despejar la "jupa" y animarme. Fue una excelente idea, de las buenas, no de las malas.

Vi dos robles jóvenes frente a la biblioteca que han comenzado a florecer. Sus florecillas son pequeñas y blancas, de largos estambres. Las primeras flores que atisbo esta primavera. Y escuché buena cantidad de gorriones y otros pájaros cantando. Ya en días anteriores había escuchado un gorrión en mi jardín y varios pájaros (desconocidos para mí) en el bosque primario de Prospect Park. Pero hoy fue el primer día en el que los pájaros la cantaban en coro a Primavera.

Apenas tuve diez minutos para salir de mi edificio de ladrillos rojos y arquitectura de universidad victoriana inglesa, el Boylan Hall. Pero los primeros cantos y las primeras flores me revitalizaron. Gracias, Primavera, por sacarme adelante en este día.

sábado, 1 de abril de 2017

Una cantora y un filósofo en el Ó do Borogodó

Después del concierto de Miramar, la chilenita me presentó a Laura Ann Singh, la cantante del trío. Le dije a Laura que me encantó su interpretación de "Pétalas Esquecidas," que ya había escuchado otras pero la suya es especial. Eso cambió la conversación del inglés al portugués. Más rico así. Me preguntó dónde había escuchado esas versiones y le dije que en São Paulo.

  --Ah, eu morei em São Paulo. Eu fui lá estudar com uma cantora de samba que está fazendo muito sucesso agora no Brasil, na França, na Alemanha e outros paises. Quál era o nome?--, me dijo.
  --Fabiana Cozza--, adiviné pues sabía que la cantora paulistana anduvo por París y Berlín.
  --Sim, era ela--, asintió sorprendida de que yo supiera el nombre de su maestra de samba.

Yo conocí la música de Fabiana Cozza  por el cd Quando O Céu Clarear que me regaló Alex, uno de mis amigazos de Sampa desde siempre y el mejor de compas paulistanos cuando celebramos abrazados trinfos ticos en el Mundial 2014. Laura estuvo en Sampa estudiando interpretación de samba con Fabiana. 

  --Você esteve lá quando?--, le pregunté.
  --Deixa eu pensar...acho que em 2005--, me respondió.
  --Eu também. Então a gente esteve lá junto--. 

Compartimos una risa cómplice pues estuvimos en São Paulo al mismo tiempo y en los mismos barrios paulistanos. Resultó que Laura anduvo por ahí cantando por la Vila Madalena, bailando samba de gafieira con la Banda Glória y escuchando rodas de samba en el bar Ó do Borogodó mientras yo hacía exactamente lo mismo.

  --A gente de ter se cruzado várias vezes no caminho, né?--le dije.
  --Até provavelmente bebemos uma cerveijinha juntos e não lembramos--.

Y sí, podría ser que nos cruzamos el paso y hasta estuvimos con alguna galera en algún boteco de la Vila Madalena o Pinheiros cantando y bailando juntos. Lo que pasa es que en aquellas noitadas bohemias mi musa era una garota de largos rizos negros, ojos color miel, sonrisa de amanecer, corazón de miel y sensibilidad poética. Esa garota me presentó a Cecília Meireles y me inspiró a escribir el único poema que intenté esbozar por aquellos años y que me encontré escrito en un papelito hace poco tiempo. De hecho el poemita lo escribí después de la primera noche de samba con Analúcia, su amiga Moranguinha y mi amigo Cass en el Ó do Borogodó.

Talvez Laura estuvo ahí esa misma noche. Talvez estuvo el día siguiente en la feirinha de sábado en la plaza Benedito Calixto, comiendo acarajé bahiano y escuchando chorinhos interpretados por los viejitos que se juntaban a tocar en roda en la feria. 

"Ay Laurita, quantas saudades daqueles dias, né?", pensé. Pero no se lo dije porque vivimos en el presente, ella con su familia en Virginia y yo con mis cinco sentidos en Brooklyn, y aunque no nos conocimos en aquella época, nos conocimos doce años después, luego de un hermoso concierto de boleros puertorriqueños en Nueva York. ¡Qué linda es la Vida!

Enamorarse con los boleros de Miramar

A la chilenita de los rizos castaños no la veía desde que tocó en Subrosa con Bio Ritmo, su grupo de salsa. Mensajeábamos pero ella andaba muy ocupada preparando el concierto de esta noche con Miramar, su grupo de bolero. Cuando escuché, entedí por qué. Miramar esta noche nos regaló a los dichosos en la audiencia una hora y media seguida de boleros bellísimos, interpretaciones deliciosas, arreglos originales, poesía cantada: un desaforo de belleza, vasta y profunda como el mar que evoca Mira-mar y el amor que invoca Mir-amar, sensual como el mar iluminado por un dorado sol que yo imaginaba mientras escuchaba.

Yo ya sabía que la chilenita en realidad es una pianista, organista, compositora y arreglista talentosa, y que a Miramar le dan pelota en NBC, NPR, CNN y esas cosas que ella no cuenta. Pero después de presenciar y escuchar el concierto que M. S.-A. montó, arregló y dirigió desde su piano esta noche, digo con orgullo que esta amiga mía es genial

Este concierto de Miramar era parte de la serie de conciertos de mi universidad, Live@365.  Por ser un evento especial, contaban con una orquesta de gala. La chilenita en el piano y el órgano con Rei Álvarez y Laura Ann Singh en las voces son el alma, el trío. Esta noche los acompañaba el colombiano Sebastián Cruz, a quien conocí en Barbès, en guitarra y requinto, y Giustino Riccio en percusión. Y la delicia extraordinaria fueron las cuerdas: un contrabajo, un violoncello, una viola y dos violines. Excepto el contrabajista, todas las cuerdas las tocaban mujeres. Me pareció significativo porque el alma del concierto y del primer álbum de Miramar es un homenaje a la poeta y compositora puertorriqueña Silvia Rexach, una rebelde y bohemia de la que yo seguro me hubiera enamorado. Sobre todo si la hubera escuchado cantar.

Con toda esa orquesta a disposición, ricitos castaños hizo maravillas en los arreglos. Predominaron los boleros puertorriqueños, pero hubo viajes. Por ejemplo, Laura, cuyo primer amor es la música brasileña, interpretó "Pétalas Esquecidas" que yo conocía en la interpretación de Marisa Monte, ya de por sí una maravilla de delicadeza y sencillez - piano minimalista, guitarra, violoncello y voz. Pero lo de esta noche con Miramar no hay cómo describirlo: la chilenita en el piano, Tomeka Reid en el cello y la voz de Laura. Así ¿cómo no enamorarse de la Vida y la Belleza? Fue tal el desaforo que creo que viví una experiencia mística, experiencia que según mi tradición filosófica romántico-sensualista, es por un lado inefable y por el otro transformadora. La velada con Miramar fue inefable por la sensualidad total de la experiencia; transformadora pues ¿cómo no querer enamorarse de nuevo bailando un rico bolero? Enamorarse, por ejemplo, del mar y del sol al mismo tiempo, enamorarse libremente y siendo libre, sin pedirles nada ni atarse a ellos tampoco, porque las montañas me gustan también y a ellas también quiero entregarme. Mar y sol amar. Porque sí. Como amo la Vida.