lunes, 29 de agosto de 2016

Captain Fantastic en el cine BAM

Estoy muy lejos de mi querido cine Magaly en San José para ir a tanda de cuatro en este domingo caluroso. Pero en metro estoy cerca del BAM Rose Cinema, así que decido ir allí. Le pregunto a M, la chica bengalí, si quiere ir para "distraerse del despecho". Le da risa y se apunta. Dos solitarios juntos ya no somos solitarios. 

Escogemos Captain Fantastic pues Tsun-Hui me la había recomendado. No sabemos muy bien qué esperar, pues parece una comedia de aventura un poco excéntrica, pero nos encontramos con una joyita. Una pareja decide educar a sus hijos en los bosques y montañas (wilderness) del estado de Washington, alejándolos de la estereotípica vida consumista, capitalista y superficial gringa para criarlos de acuerdo con valores y principios de sobrevivencia y convivencia propios. Es una especie de experimento anarquista, pero sin pretensiones teóricas, sino más bien humanas y prácticas. Uno pensaría que se trata de un par de locos criando una camada de loquitos, pero en realidad se encuentra con una familia unida por el amor aunque estresada por las tribulaciones, conflictos y desafíos de cualquier núcleo familiar. La película es la historia de una enorme desventura y sus consecuencias trágicas y cómicas.

Viéndola, M y yo nos reímos, lloramos, nos esperanzamos, se nos rompe el corazón y se nos vuelve a recomponer. 

A mí me hace reencontrarme con un aspecto de la cultura americana (en el sentido continental, no nacionalista, del término) que ha calado profundamente en mi forma de ser y vivir: la tendencia americana a experimentar, a atreverte a ser como querés, a romper moldes, a desobedecer estructuras sociales, códigos culturales, convenciones, tradiciones. En un continente vasto, crisol de diversas culturas, podés encontrar espacios para experimentar, para ser como te nazca, para asociarte con quien escojás, sin tradiciones, ni jerarquías, ni aristocracias, ni castas que te aplasten. Podés respirar tranquilo sin tribalismos disfrazados de "nuestra milenaria cultura civilizada y civilizadora" que te asfixien. Ser americano, en este sentido cultural, es ser libre para ser como querés ser, como lo imaginés, como te atrevás. Te podés equivocar y podés pagarlo caro, como el Captain Fantastic, pero al menos viviste de acuerdo con tus propios principios.

El acceso a esos espacios geográficos o culturales no es universal ni democrático. Necesitás la benedicción de la Vida para que te dé libertad y oportunidades. Necesitás que la sociedad no te aplaste de nacimiento, que te deje al menos alguna opción para escojer la vida que querés.  

Tampoco es común que la gente escoja esos espacios, pues la mayoría no son americanos libres en ese sentido sino que siguen las convenciones. Los Walmarts, McDonalds y Apple Stores todos los días están llenos de clientes que nunca van a la biblioteca, el bosque, la montaña o la intimidad de su propia conciencia y su propio corazón para vivir de acuerdo con ellos. 

Pero mucho de bendición y algo de coraje, es posible acceder a esos espacios experimentales. Aferrarse a esa posibilidad experimentalista, no dejarla ir, atreverse a vivirla, es posible. Aunque tu experimento sea modesto e íntimo, de pequeña escala, sin heroísmos ni revoluciones, pero con la naturalidad y autenticidad de un Thoreau o un Martí. 

Me parece que esta muchacha bengalí, que la está pasando mal por querer vivir de forma coherente con sus propios sentimientos e ideales, que quiere ser una mujer conciente, libre y feliz, que está sufriendo y la presionan pero no se ha conformado ni rendido, va por esa senda.

Me puse filosófico. Todo por una película americana vista con una chica bengalí en un cine brooklyniano en una tarde de verano. 

sábado, 27 de agosto de 2016

Viajar de Brooklyn a Brasil con Ilana Volcov

Una de las claves para disfrutar una vida peripatética y no padecer de nostalgia crónica es "estar presente en el aquí, ahora, conmigo". Ahora estoy en Brooklyn. Mis amigos de Costa Rica quedaron allá por el momento, al igual que mi familia. Mis amigos de España, Brasil, Japón y demás lugares están en mi corazón pero no están en Brooklyn. Y en esta noche de viernes mis amigos de Brooklyn están todos fuera de la ciudad o ya tienen planes para disfrutar los últimos días del verano. Pero estoy aquí, ahora y conmigo. Entonces, tras un día de lectura del Banquete de Platón, estoy pleno de deseos, como el de disfrutar la noche.

Salgo de mi apartamento diez para las ocho. Atardece pero la temperatura aún ronda los 30 centígrados. Camino tranquilo, observando arreboles en dirección a la desembocadura del Hudson en el Atlántico. Veinte minutos después estoy en Barbès para escuchar a la cantante brasileña Ilana Volcov acompañada por el guitarrista João Luiz interpretando música popular brasileña. La voz es tan cálida, nítida y versátil, y la guitarra tan gentil y ágil, que pronto estoy viajando con la música por Río de Janeiro, Salvador de Bahía, São Paulo y Recife. Interpretan música de Dorival Caymmi, Paulinho da Viola y Edu Lobo, entre otros.

Me alegran especialmente tres canciones que no conocía. "Vatapá" de Dorival Caymmi, pues Ilana logra que la audiencia de brasileños, hispanoamericanos y gringos canten a coro el verso "um bocadinho mais".  "Recife, cidade lendária" de Capiba porque me transporta a las calles y puentes de aquella ciudad bella y deliciosa, ciudad de la infancia de Clarice, del frevo de carnaval y de mis bailes en la feria de domingo en la ciudad antigua. Y "Encontro" de Paulinho da Viola porque es la linda y sencilla historia del inicio de un amor contada por un sambista tímido pero romántico.

Escucho voz y guitarra y se me dibuja una sonrisa que no puedo contener. Estoy aquí, ahora, conmigo, y con toda esta gente, la que está en Barbès y la que está en mi corazón, disfrutando esta experiencia. 

 

miércoles, 24 de agosto de 2016

Un buen augurio taiwanés

Domingo. Nos encontramos bajo la lluvia en las afueras de la estación 15th Street - Prospect Park del tren F. Los últimos días han sido soleados y calurosos pero justo ahora que planeábamos caminar por el parque se desata la tormenta. Ni ella ni yo andamos paraguas. Nos abrazamos y nos quedamos conversando bajo el toldo de un Deli & Grocery brooklyniano mientras llueve. 

Desde que me visitó en Costa Rica en febrero, ella estuvo en Taiwán y Japón y luego de nuevo en Taiwán. En Japón estuvo en Tokio:

  --Me gustó visitar Tokio después de tanto tiempo. Pero creo que me gusta más la región de kansai. Me siento mejor en Osaka, en Kobe.
  --¿Por qué?
  --Creo que la gente es más amigable. Son muy graciosos también. Pero cuando regresé le dije a Aizawa sensei eso y ella me dijo, "¡No, no, no, no!" Claro, ella es de Tokio y trató de convencerme de que la gente en Tokio también es buena gente. Y sí, son gentiles, pero son más indiferentes.
  --¡Voy a tener que ir a Osaka! -- y apunto un viaje imaginario más en mi lista. Y a Taiwán de fijo, son momentos y me monto en el avión.

Ya ha amainado la lluvia pero continúa garuando. Es mejor cancelar la caminata. Seguramente el parque estará embarrialado y ella anda en sandalias. Se ve muy guapa con su vestido de verano blanco de bordados rojos y negros y sus sandalias de cuero.

  --¿Querés ir a mi nuevo apartamento mientras termina de escampar? Está vacío pero ya tengo las llaves.

Me dice que sí y allá vamos, cuesta abajo, en dirección a Windsor Terrace. En pocas cuadras ya estamos en casa y entramos. Le gusta. El apartamento es luminoso y muy blanco. Al frente tiene arbolito y atrás un jardín de rosas.  Aunque no sea mi jardín sino el de mis vecinos, verlo alegra y relaja. Y el lugar es silencioso:  

  --¡En tu apartamento anterior el tren hacía mucho escándalo! --me dice. Tiene razón, el tren elevado pasaba una cuadra atrás de mi chante. Pero a mí aquello, más rudo y decadente, también me gustaba.

Conversamos un rato mientras termina de escampar. Recordamos la primera vez que la invité a cenar a mi antiguo apartamento. La invité a las 7 pm. Cuando ella llegó, puntual, yo apenas estaba empezando a preparar todo para cocinar. Recién pasadas las 8 pm, mientras conversábamos y yo terminaba de cocinar, me di cuenta que la pobre ya tenía cara de angustia por tanta hambre y se había devorado los aperitivos.

  --Ay. Se me olvidó decirte que la invitación era estilo costarricense. Osea, que podías llegar un poquito después de la hora de la invitación a conversar y socializar y que la comida estaría lista más tarde. ¿En Taiwán se sirve la cena puntualmente a la hora de la invitación?
  --Sí. Apenas llegás se sirve la cena.
  --Uy, perdón, debí aclararte. Disculpá -- le rogué y pensé:  "Chanfle. Metí la pata".
  --Tranquilo. La próxima vez como antes de venir.

Será taiwanesa pero tiene buen humor. Y ha sido buena amiga. 

Ahora, cuando finalmente ha escampado y salimos a cenar al libanés del barrio, pienso que su visita inmediata ha sido un buen augurio para la nueva casa. ¡Que vengan muchos amigos y amigas y gente querida, y muchas veces, a esta casa!

martes, 23 de agosto de 2016

Reencuentro de Union Square al Whitney

Viernes. Quedamos de vernos en Union Square, en las graditas que dan a 14th Street frente al mercado Whole Foods. Los busco y los busco y no los veo. César me reconoce antes. Fer dice que no lo hizo:

  --¡Estás rapado! ¡Y esa barba!
  --¡Diay sí, los años pasan!

Él está un poquito canoso y ella muy delgada. Los años pasan y la Yunai golpea. Pero de inmediado volvemos a sentir la empatía de siempre. 

Los conocí hace años, en una fiesta de latinos en Pensilvania. Fer andaba simpatiquísima y él tenía "cara de orto", como dicen ellos mismos, rioplatenses, porque no le gustaba bailar y la fiesta era un bailongo en casa de una tica. Es latino el chochamu, pero no tanto. Pero después lo conocí mejor jugando al fútbol en las canchas de Pensilvania y nos hicimos amigos para toda la vida. Hasta publicamos un librito que editamos juntos por amistad y amor al fut. Después de Pen, ellos rodaron un poco y yo otro poco, y a fin de cuentas todos vinimos a dar a Nueva York: ellos al norte del estado y yo a la ciudad. 

Caminamos desde Union Square al nuevo museo Whitney poniéndonos al día. Estuvieron de sabático en Argentina recientemente. Fer escribió un libro. César fue catorce veces al estadio a ver futbol. Lo cuenta y le da risa: --¡Es trabajo de campo, che! 

Pero estuvieron bien un tiempo y luego ya no se hallaron en Argentina. Se les hizo difícil estar tanto tiempo allá: paradoja del emigrante que añora pero luego no se halla del todo. Sin embargo, Fer estuvo mejor de salud que en Nueva York, en parte por estar menos estresada. Y César disfrutó con los amigos: 

  --Socializamos mucho más. Acá nos cuesta mucho. Alguno que otro encuentro con otros profesores y punto. Y siempre profesores, solo profesores --. Otra paradoja.

Pero ya en el Whitney cambiamos de tono.  El sol se pone sobre Nueva Jersey, más allá del Hudson. Desde las terrazas del edificio, el panorama es espectacular: las luces de los rascacielos se encienden conforme oscurece mientras el río refleja arreboles que se apagan poco a poco. Tiene su propia belleza este paisaje. 

Nos dedicamos entonces a disfrutar del museo, el entorno natural, el arte (me atrajo un autoretrato de Beauford Delaney) y la presencia de amigos queridos.

Yo continúo disfrutando del presente y de la presencia mientras caminamos del Whitney al barrio de West Village para cenar y luego hasta Union Square para despedirnos. Ellos se van al midtown y yo me regreso a Brooklyn. 

  --A ver cuándo nos vemos de nuevo, che--me dice él.
  --Pero si nos vemos en Porto en setiembre, César. A ver cuándo veo a Fer. 
  --Sí es cierto. Y, vení a Batavia a visitarnos, así la ves a Fer.
  --Pura vida. ¡Que no pase tanto tiempo!

"Ojalá", pienso, mientras camino de nuevo solitario y decido ir a pie hasta el Lower East Side para reencontrarme un poco más con la ciudad.

jueves, 18 de agosto de 2016

Brindar con una Guinness en Harefield Road

Aterrizo de madrugada en el JFK. Ya no me da para viajar en tren a esas horas, entonces viajo con un taxista paquistaní hasta casa de Clare y Niall en Park Slope. Abro la puerta sigiloso con mis llaves pero no hay nadie. Descubro que Brooklyn ha estado como un baño sauna  y ellos se  han fugado a la playa en Far Rockaway, el barrio de la familia de Clare. Allá corre la brisa marina y el Atlántico alivia el calor que en la ciudad es insoportable. A pesar del calor y la humedad, pronto me duermo.

Cuando despierto a media mañana, Niall ya está en casa. Abrazo a mi amigo pelirrojo y barbudo. Ha perdido peso por la dieta y está bebiendo menos cerveza. Le regalo una bolsa de Triágulo de Oro y con este café desayunamos mientras nos ponemos al día. Pero no hay mucho tiempo, pues debo pasar el día buscando apartamento. El sino me trajo a Brooklyn otra vez. Mientras esté aquí, quiero disfrutarlo y estar a gusto. Así que salgo a la caza de apartamento, como mucha gente en agosto.

Ya por la noche estoy exhausto. Cualquier sótano, ático o clóset cuesta un ojo de la cara y algo más. Pero he visto una joyita, un milagro divino, en Windsor Terrace. Quizá logre alquilarlo pero por hoy no hay más que hacer. Así que me voy a escuchar a Niall cantar en un bar irlandés de Williamsburg. Esta noche el tren G corre normalmente, así que pronto estoy allí.

El bar Harefield Road, como la ciudad en agosto, está semivacío. Pero el barista, John, es buen tipo y conversa con los parroquianos. La mitad son irlandeses (de los de la República, no "irlandeses" gringos...) así que Beef or Salmon sería una buena pieza para el concierto de esta noche, me parece.

Le pido una Guinness a John y converso con los muchachos. Parece que un delegado olímpico irlandés estaba vendiendo entradas en el mercado negro en Río de Janeiro. Se mueren de la risa. 

Cuando Niall empieza a escuchar yo ya voy por la segunda Guinness. Mientras canta el muchacho de Cork pienso que, ya que estoy aquí de nuevo, un poco perplejo y dejándome llevar por la Vida, no voy a pasármela planeando para dónde me voy y cuándo. Voy a aprovechar lo bueno que tiene la vida acá, como las pintas de birra irlandesa y la buena música. ¡Salud!