lunes, 26 de diciembre de 2016

Cuidarnos con rica cuchara y buena tertulia

El domingo nos sentamos a la mesa todos juntos: mis papás, mis hermanas, mi cuñado y yo. Esta vez nos acompañó Jahel, mi amiga mexicana, actriz y súper buena nota, quien no pudo viajar a visitar a su familia en el D.F. este año. Me alegró que estuviéramos todos juntos y que ella nos acompañara. Hace un año mi Tata convalecía, mis hermanas y mi mamá lo atendían. Mientras tanto, yo estaba en Brooklyn, preparándome para salir de mi apartamento en Kensington, deshaciéndome de todo lo que podía y empacando solo lo esencial. El día de Navidad almorcé con la familia de Clare, los McCarthy, una de las familias que me han adoptado en mis andares por la Yunai através de los años. Recordé que la primera navidad lejos de casa la pasé con los Henry en el norte de Arkansas, la siguiente con los Heffington en una granja en Alabama, la siguiente con los Beyeler en su hotelito en Interlaken, Suiza, donde yo trabajaba, y así tantas, hasta las más recientes con los Smith-Connolly y los McCarthy en Brooklyn. Siempre tuve anfitriones generosos que me acogieran y me cuidaran. Por ello, este año, disfruté tanto que mi familia pudiera acoger a Jahel y que ella pasara toda una hermosa tarde decembrina tertuliando con nosotros, incluso con mi abuela Luz, quien llegó después de haber almorzado en su iglesia. Jahel probó la cuchara de mi mamá; como retribución, nos contó sobre las costumbres y la cocina mexicanas, en el Veracruz de su papá y el D.F. de su mamá, durante la Navidad y el Día de Reyes. Mi abuela la pasó tan bien que quiso que Jahel conociera de una vez su casa cuando la fuimos a dejar. La hizo pasar y le mostró todo, desde la sala de entrada hasta el jardín de fondo. Cuidarse, ser cuidado y cuidar: así es linda, más rica, la Vida. 

sábado, 24 de diciembre de 2016

Buen día y Noche Buena

 一
El cielo brilla, el sol me acaricia. La gente va y viene entre los puestico de la Feria Verde. El río Torres corre y canta. Me siento bajo la sombra de los árboles junto al quiosquito a desayunar: dos tortas de yuca, un picadillo de arracache en tortilla de maíz palmeada y cocida en el comal y un yodito negro. Una banda - percusión, bajo, guitarra acústica y vocalista - interpreta música latinoamericana: candombé yorugua, danza afroperuana, samba y otros géneros. La llevo suave, no tengo prisa, soy como ave jugueteando en la brisa. Es un buen día.  


Nos sentamos en la sala de nuestra casa familiar. Intercambiamos regalos: son gestos, lo importante es que estamos todos juntos, gracias a la Vida. Hoy mi amiga venezolana Marisol me dijo, desde Lisboa, que le gusta la magia de estos días en que la gente hace una pausa para disfrutarse. Miro a mis papás sentados juntos en el sofá y a mis hermanas y mi cuñado lo sillones en torno y me alegro, aunque extrañamente ande yo un poco melancólico. ¿Cómo se puede estar alegre por lo presente y melancólico por algo vago e inefable a la vez? No sé. Se puede. Luego pasamos a la mesa del comedor. Aunque la cena de esta noche es sencilla, hay abundancia: ensalada de lechuga, zanahoria, tomate y remolacha; arroz blanco con trocitos de zanahoria (vitamina A para todos y para mi papá); frijoles negros molidos; tamales a la tica de doña Lidieth, vecina de Lagunillas, con gusto a cocina de leña; y corvina a la naranja, horneada, con aceitunas y alcaparras. Saboreamos. Comentamos. Conversamos. Vivimos. Disfrutamos. Es una Noche Buena.

Dulzura americana en el Magaly

Quise ver American Honey en el BAM Rose Cinema en Brooklyn, pero entre una cosa y otra no me dio tiempo de agarrarla en cartelera. Por dicha me la encontré en la cartelera del Magaly en San José. Casi me la pierdo de nuevo, por estar revisando ensayos e intentando terminar los quehaceres del semestre: me vine de Brooklyn y el trabajo se vino conmigo. Pero al final de la tarde del jueves decidí ir a la última función. Salí al atardecer, cuando las nubes ya se teñían de rosa y naranja al oeste, y caminé hasta el Magaly. El tránsito en San José está caótico, es mejor caminar de ser posible. Llegué, entré, subí al balcón y ya me dirigía a mi butaca de siempre cuando decidí cambiar de perspectiva. No sé por qué. Simplemente quise cambiar. Me senté en una butaca más céntrica, en tercera fila. La perspectiva me pareció inmejorable.

La cinta retrata la vida de Star, una adolescente pobre y sin opciones de estudio y de vida en Oklahoma. Un poco al azar se une a un grupo de jóvenes que viajan juntos por el corazón de la Yunai, the heartland, vendiendo subscripciones de revistas para sobrevivir. Viajan en una van, duermen en moteles, inventan cuentos y mentiras para venderle suscripciones de revistas a quienes no las necesitan. El filme muestra bien varios aspectos de la pobreza y la desesperanza en la Yunai, un país donde ser pobre es un fracaso y un estigma. La belleza de los paisajes rurales y agrestes, por ejemplo, contrasta con la miseria de las masas que viven vidas en silenciosa desesperación: lives of quiet desperation, según la frase de Thoreau. En este sentido, el título de la cinta y de la pieza principal de la banda sonora es irónico. Nada que ver la vida de Star con la que describe la letra de la canción. Pero American Honey también retrata los sueños escondidos y las ganas de vivir de Star y sus compas.

Me volvieron los deseos de hacer un viaje por carretera, un road trip, que ya me había provocado Captain Fantastic. Pero este viaje sería distinto: sería para acercarme a rincones rurales, abandonados de la Yunai. No querría hacerlo por el medio oeste, como la cinta, pues ya lo he recorrido un poco: Indiana, Michigan, Illinois, Nebraska, Kansas, Misuri. Quisiera ir a Nuevo México, Nevada y Arizona: para cambiar de perspectiva como lo hice al cambiar de butaca en el Magaly, un cine en el que he soñado bastante.

jueves, 22 de diciembre de 2016

Una epifanía al planear el menú navideño

Se sentó en la mesa del comedor a media tarde con el librito de cocina saludable de Kim Ok Gwan, La dieta perfecta. Poco a poco nos fue leyendo, a Xinia y a mí, las opciones para escoger el menú del domingo: algunas boquitas de entrada, una ensalada con su aderezo, un arroz, un plato fuerte. Nos listaba los ingredientes, las proporciones y la preparación de cada opción. Ponderábamos los méritos culinarios y saludables de cada receta, pues han quedado atrás los años en que comíamos pierna de chancho y jamones ahumados. Nos entretuvimos un buen rato discutiendo opciones. Cuando escogíamos una receta, ella copiaba los ingredientes y la forma de preparación en su cuadernito de apuntes. Allí anotó el dip de aguacate, el aderezo de ajonjolí, la ensalada de mazana, fresa y nuez, el arroz con maíz dulce y vegetales y el salmón en salsa de naranja. Escribía despacio, con letra manuscrita y tinta azul. Le pregunté qué anotaba en ese cuaderno y me dijo que de todo: por ejemplo, pasajes escogidos de sus lecturas, las propiedades nutritivas de tal tubérculo o tal fruta, un estudio propio del libro de Nehemías y recetas para la semana. Mi abuela Luz, su mamá, también tiene cuadernos de apuntes. Caí en cuenta, como quien tiene una epifanía, que de ellas debe haber surgido mi hábito de tener un cuaderno de apuntes en el que cabe de todo un poco. Quizá estos Apuntes y postales de hecho encuentren uno de sus orígenes allí, en los cuadernitos de mi abuela y mi mamá. De esta epifanía y mis divagaciones, regresé a la mesa del comedor y terminamos el menú. Un pequeño momento cotidiano, que parecería insignificante, excepto quizá para poetas como Rosario Castellanos, novelistas como Virginia Woolf y para algún peripatético anónimo con el hábito de observar y sacar apuntes.

martes, 20 de diciembre de 2016

Fiesta en casa de doña Luz

Mientras me acercaba, en la suave luz de la tarde decembrina vi a mi papá de pie en el antejardín, frente al corredor de la casa de mi abuela Luz, su suegra. Mi Tata andaba de guayabera morada, pantalón blanco y boina y estaba de espaldas. Me alegré de verlo allí, de pie. Recordé a mi abuelo Hernán: ¿cuántas veces lo encontré allí también, guayacán de pie, en el corredor de su casa, viendo gente pasar y sonriéndonos para recibirnos a alguna celebración del día del Padre, de la Madre, de Navidad o Año Nuevo? Aunque ya han pasado once años, todos lo recordamos. Todos. Y este domingo estábamos todos reunidos: mi abuela, todos mis tíos y tías, primos y primas de varios grados, una tía abuela, un tío abuelo y hasta la bisnieta de doña Luz, mi prima segunda más joven. Conversamos, vacilamos, almorzamos arrocito con pollo bien del campo cargadito con pasas para darle un toque dulcete, tomamos café con bollitos de pan dulce y bailamos mucho. Mi tío Hernán le añadió a su equipo de sonido y a su repertorio musical de disk jockey profesional, aparatos de discoteca: luces multicolores y aparatos de hacer neblina. Empezamos con cumbia, como siempre, el ritmo de la familia Badilla, pero hubo para todos los gustos: salsa, merengue, paso doble, twist, rock y hasta disco. Las más gatas fueron Nelly y Luz, las hermanas Quirós que todavía le hacen honor a las fiestas bailables de mi bisabuelo Manuel. El más gato, Julio, hermano de mi abuelo Hernán, quien todavía tiene la agilidad y gracia que desplegaba de joven por todos los salones bailables de San José y más allá. Yo realicé mi sueño de ser estrella al estilo Saturday Night Fever. John Travolta no es nada a la par de cómo me imagino yo que me veo cuando hago los pasos bailando música de los Bee Gees. Mi mamá le dio un toque bonito a la reunión con unas palabras de agradecimiento, seguidas de otros discursos de recuerdos familiares. Después del atardecer cada quien fue tomando su rumbo. Al final quedamos Hernán y yo conversando sobre música y la vida en el patio y mi abuelita viendo tele en la sala. Ya habíamos disfrutado un domingo feliz, en familia.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Doña Rosa, actriz

Antes de venirme a San José le avisé a doña Rosa, mi mejor compañera de baile en Merecumbé: "Rositaaaaaa, ahorita llego, alísteme el tamalito", porque de hecho cocina muy rico. El jueves, cuando la S campeonizó, le mandé un mensaje de whatsapp con un solo "emoticón": una gatita llorando. No le hizo gracia. "Pare de sufrir, Rosita, hágase morada". Sabía que estaba jugando con fuego porque esta guanacasteca es de carácter recio. 

Pero me lo perdonó y me invitó a verla actuar. Yo sabía que ella llevaba todo el año en un taller de teatro y antes de preguntarle sobre la obra, acepté ir el sábado por la noche. Entonces me mandó la información: era una obra sobre la Virgen de Guadalupe en la iglesia católica de Guadalupe. "Ay, ya soné", pensé. Después: "Ojalá que si Tatica Dios a fin de cuentas es católico me tome en cuenta que una vez asistí a una obra de teatro sobre la mamá de su hijo".

Ni modo, por cariño a Rosita, fui. Cuando llegué al salón parroquial ella ya estaba vestida de su personaje, "Doña Rosa". Me recibió con un abrazo. Se alegró de verme. Creo que invitó a todo Merecumbé y todos zafaron, claro, solo yo caí de güicho. Pero bué, me alegré de verla.

Cuando entré a la sala, recibí el programa de la obra debidamente impreso con la información habitual: título de la obra, fuentes históricas y literarias, directora, elenco, trama. Entre los "personajes reales", es decir, históricos, se incluían: Juan Bernardino, Obispo Fray no se cuánto, el indio Juan Diego y ... ¡la Virgen de Guadalupe! Los demás personajes, claro, eran ficticios.

Cuando empezó la obra, doña Rosa fue el primer personaje en aparecer: se me aceleró el corazón, ja. ¡Rositaaaaa! Doña Rosa, el personaje, resultó ser una viejilla mojigata, "vina", fisgona y metiche, ayudante de un cura. Éste le ordena limpiar bien la iglesia y la casa cural porque viene de visita el obispo fray no sé cuanto. Mientras tanto en el monte de Tepeyac al indio Juan Diego se le aparece la Virgen, quien curiosamente siempre tiene las manos juntas sobre su pecho y el pescuezo inclinado a la derecha. Mientras los observaba conversar, yo me preguntaba como es que a la Virgen no le da tortícolis de torcer tanto el pescuezo para un solo lado. ¿Será porque ya no es de carne y hueso y los músculos no le duelen? Pero creo que yo era el único haciéndome cuestionamientos, porque la audiencia se mostraba conmovida por la dulzura de la santa y virgen madre con el indiecito. La cuestión es que la mamita del Niño le pide a Juan Diego que vaya de su parte a pedirle al obispo que le haga un templo. El indiecito va, la vieja metiche de doña Rosa y su comadre Dominga quieren saber para qué quiere ver al obispo, el indio no suelta prenda, las viejas se frustran, el obispo no sabe si creer ni qué pensar y lo despacha. Pero la madrecita insiste con Juan Diego y el pobre indio va y viene llevando recados entre la santa y virgen madre y el obispo, hasta que llega el final milagroso y feliz. 

A mí, me gustaron especialmente dos detalles. Un personaje muy humilde, un náhua, era el héroe, aunque entre la madrecita y el obispo le exprimieran el jugo.Y doña Rosa era un pacho. Me dio mucha risa ver a la viejilla intentando sonsacarle al cura y al indio y al obispo qué estaba pasando. Se me pareció a gente que conozco. 

Al final, aplaudimos mucho. A Rosita se le vinieron las lágrimas de la emoción y me enternecí. Yo pienso que cuando la gente anda feliz y disfrutando el mundo marcha mejor que cuando la gente anda triste, refunfuñando o reclamando. Y la verdad es que la producción del tallercito de teatro estaba bien lograda: el diseño del escenario, el vestuario, las luces y el sonido. Es gente que hace lo que hace con cariño. 

Cuando nos despedimos, Rosita me agradeció mucho y me abrazó y luego me dio la mano y me la apretó. Sólo por verla contenta valió el boleto.

Pero he de confesar que de inmediato me fui a Mi Taberna a encontrarme con mi amiga tico-mineira y tomarme unas cervecitas con ella. Que la santa y virgen madre me disculpe, pero la Bavaria negra, los patacones, las yuquitas y la conversación con C estuvieron ricas. Y ahí nadie corría el riesgo de sufrir tortícolis ni de fatigarse yendo y viniendo con recados entre el cielo y la tierra.

domingo, 18 de diciembre de 2016

Sabores, colores y sonidos en la Feria Verde de Aranjuez

El sábado madrugué y me fui a la Feria Verde en el polideportivo de Aranjuez a desayunar. El último sábado que estuve en Costa Rica en agosto quise ir, y cuando iba saliendo choqué el carro de mi hermana. Me quedé con las ganas de llegar a la Feria. Entonces tenía que resolver ese tema pendiente.

Apenas llegué pedí, como siempre, un yodito negro Taza Amarilla y luego fui al puesto de comidas típicas. En realidad no madrugué, eso es mentira: la verdad es que ya eran las 10:30 am cuando pedí mis acostumbrados picadillo de arracache y torta de yuca. Pero ya no quedaban.

  --Ay machito, vieras que en la últimas semanas habíamos vendido muy poco y nos había sobrado comida. Entonces hoy trajimos menos de todo y ¡no ve qué montón de gente vino! --, me dijo la señora, disculpándose. (En Costa Rica un "macho" es un rubio y aunque yo ya me rapo la cabeza, igual me dicen "macho"). A mí me dio pena que se perdieran una buena venta de diciembre.

Pero sí quedaba picadillo de chicasquil y la última tortilla palmeada de maíz hecha en el comal. Con mi picadillito y mi yodito, me senté bajo la sombra de uno de los árboles junto a la ribera del río Torres y me puse a escuchar a la banda que tocaba esa mañana en el quiosquito. Era el Grupo Akiria y presentaba música original de fusión con fuerte inspiración árabe en la percusión y el violín. Me la tiré bien rico ahí, en la sombrita, en el costado lateral del quiosco-escenario, escuchando buena música y viendo gente pasar. Aunque intenté reconocer rostros y figuras, no vi a nadie conocido, pero no me afectó. Me sentía sereno y alegre en mi anonimato observador. 

Cuando terminó el concierto, a las señoras del puestico típico les compré un fresco de mora y me fui a dar una vuelta por los puestos de artesanía y joyería mientras me lo tomaba. Al artesano francés que hace instrumentos de percusión le compré un par de chunchitos para tocar en mi apartamento mientras escucho música brasileña y nadie me ve ni me oye.

Se me acabó el fresco y quería más mora, así que me compré una paleta de mora con banano antes de irme. Quizá andaba con antojo porque el jueves el glorioso club morado ganó su trigésimo tercer campeonato nacional, ja.  

Cuando iba subiendo las gradas de la ladera, vi a un colibrí verdísimo chupándole el néctar a las flores anaranjado-rojizo de la copa de un árbol que no reconocí. Las flores parecían un cáliz de pétalos gruesos y firmes. El verde brillante contrastaba con el naranja de las flores bajo el cielo azul. ¡Qué belleza! Luego el colibrí se posó en el extremo de una rama sin hojas que apuntaba al cielo. Nunca había visto a un colibrí quedarse tan quieto tanto tiempo. Con ese día glorioso quiso llevarla suave y deleitarse.




martes, 13 de diciembre de 2016

Haikus: Arriva el invierno al Hudson

Caen níveos 
copos y el gran Hudson
guarda silencio.

Blancas gaviotas
juegan en la ciénaga
fría, austera.

Vuela y migra
un peripatético
con dirección Sur.

De China a Grecia con mi ángel taiwanesa

 一
Sábado por la noche. Me encontré con Tsun-Hui, A. Hung y Chen en el restaurante Hou Yi Hot Pot. Chen lo recomendó y ellas aprobaron. Yo confío, claro, en su criterio taiwanés para escoger comida en Chinatown. Se trataba, en este caso, de una cacerola asiática similar a las que vi antes en el Japón y otras en restaurantes vietnamitas en Nuyork. En la mesa hay varias cacerolas donde se hierven, condimentados al gusto, los ingredientes solicitados, como vegetales, carnes, mariscos, pescado, hongos de varios tipos y demás. Esa noche, Hou Yi estaba lleno a tope de gente china y taiwanesa. De hecho el frente del restaurante no parecía nada especial y no hay rótulos en inglés. Supuse que la gente llega porque se va esparciendo el rumor de que en Hou Yi la cacerola está buena. 

Mis compas habían escogido dos cacerolas con distintos condimentos, uno picante y otro más suave, y habían ordenado gran variedad de ingredientes. Me iban dando indicaciones y sugerencias de qué comer y cómo. Mientras íbamos cocinando y comiendo, conversábamos. Chen-san estudió en Baruch College en Manhattan y ahora trabaja en la New York U. No ha regresado a Taiwán en seis años pues toda su familia emigró a la Yunai. Hung-san estudió en Smith College, una universidad de mujeres en Massachusetts, y ahora trabaja en Manhattan con Tsun-Hui.  A los tres les encanta Nuyork. Pero Tsun-Hui ya siente algo de tristeza prematura, pues deberá regresar a Taiwán en julio. 

Por ahí iba la conversación mientras me deleitaba con camarón, calamar, hongos, pescado, una especie de ¿ñame? (Chinese yam) y hasta medio elote. Yo de hecho estaba evadiendo el elote porque pensaba que no tenía suficiente destreza como para comerlo con palitos chinos. Pero Chen me lo sirvió. ¿Y ahora? Para mi sorpresiva y silenciosa satisfacción, me pude comer el medio elote sosteniéndolo con los palitos. Estaba tan contento que se me dibujó una sonrisota y me preguntaron qué era tan gracioso y yo mentí y dije: -Nada-. Pero el resto de la cena me sentí realizadísimo, como si me hubiera graduado de la escuela de comer con palitos chinos.


Del Hou Yi caminamos hasta Joe's Pub para escuchar un concierto de Banda Magda. Tsun-Hui y yo teníamos entradas, pues es nuestra banda favorita en común, es decir, la que maximiza la suma de nuestra alegría cuando la escuchamos juntos. No nos perdemos ni un concierto en Nuyork. Hung-san y Chen quisieron unirse. Pero cuando llegamos a Joe's, las entradas se habían agotado. Nos dio pena pero nos despedimos de Chen y Hung-san. Entré con Tsun-Hui.  

Ya adentro, ella me dio mi regalito de fin de año: té, un llavero de un osito negro endémico de Taiwán y una tarjeta. Me escribió que cuando se vaya me extrañará pero espera que continuemos la amistad. Pensé: "No te pongás triste todavía que se me puede atravesar algo en el cogote. Nos quedan seis meses al menos". Creo que eso sí lo he aprendido bien: Viví el día a día, no te entristezcás por adelantado porque nunca sabés qué traerá la Vida. Pero solo le di las gracias y le dije que sí seremos amigos. Y que si se va a Taiwán, ahí mismo le caigo a visitarla.

Pero habíamos ido a alegrarnos con la música y el ambiente era festivo. Esta vez Magda Giannikou y su banda se volaron e incluyeron toda una sección de cuerdas: cuatro violines, dos violas, dos cellos y un bajo, además de las otras cuerdas y percusión usuales y, claro, el acordeón de Magda. Estuvo tan bueno que se pasó volando el concierto. Y como siempre, cantamos el coro de casi todas las piezas. Escuchando a Tsun-Hui, descubrí de nuevo lo que había descubierto la vez anterior en el concierto de Magda en el Centro Cultural Onassis: que Tsun-Hui tiene una voz bonita, con un timbre suave y cálido. 

Cuando nos despedimos, en la estación de Bleecker Street, nos abrazamos con cariño. Luego, en el tren de media noche, me traje para Brooklyn su voz y el abrazo que nos dimos. Soy rico en amistades y una y otra vez doy gracias por ello.

lunes, 12 de diciembre de 2016

Primera nevada

Las nubes se concentran, el intenso frío cede un poquito y de repente caen los primeros copos níveos de la estación, fluctuando en el aire hasta posarse en el pasto, en las calles y aceras, en los techos, en las ramas de los árboles y en las hojitas que aún de aferran a ellas. Es como si la nieve despidiera al otoño, limpiara el ambiente y anunciara la llegada del invierno. La primera nevada es siempre la más bella y deliciosa.

domingo, 11 de diciembre de 2016

De Colombia a Brasil en el tren F

Lo dicho: la gente que quiere verse, se encuentra y se ve, y la que sale con rollos es que no le interesa. De última hora una compa me salió con rollos y me vi "plantado" para bailar cumbia con Yotoco. Pero ya he aprendido a que nadie me atrase e igual fui a Drom. Me pegué una bailadita con una morenita y otra con un grupo alegre de gente latina que andaba disfrutando. Luego, mientras tocaban los Underground Horns, conversé un poquito con Sebastián y Natalia, los cantantes de Yotoco. Pero la música, por ratos africana, por ratos haitiana, invitaba al movimiento, y al final terminamos bailando. Luego en la pista los perdí de vista y cuando reaparecieron los de Yotoco, estaban en el escenario tocando las últimas tres piezas con los Horns: a la tuba, el trombón, la trompeta y el saxofón de éstos, le añadieron sus congas, güiros, claves y guitarra.  

Apenas terminaron, busqué mi abrigo, salí al frío, caminé unas cuadras por el Lower East Side hasta la estación del tren F y regresé a Brooklyn. Veinticinco minutos después estaba en Barbès escuchando choro y forró brasileños. La banda, Sanfona Summit, era inusual: tres sanfonas (acordeones) y una batería. Los acordeonistas, Vitor Gonçalves, Felipe Hostins y Rob Curto, son todos excelentes. Por ello, con tres acordeones y un acompañamiento de percusión, animaron una buena fiesta de forró. Había mucho gringo y se movían a lo que les salía. Pero había una pareja de viejitos que bailaba muy bien. Él era muy blanco, de pelo completamente canoso, y vestía suéter azul, jeans celestes y tenis oscuras; ella era morena piel canela, de rizos castaños, coqueta y arreglada con su vestido crema y zapatos de tacón alto. Parecían una paraja un poco dispareja. Pero bailaban muy abrazados, paso con paso al ritmo y sien contra sien. Se veían felices. Con esa imagen en mente y la música aún en mis sentidos, regresé caminando a casa. 

Apenas había pasado la media noche, pero yo ya había estado en Colombia y Brasil. Linda forma de pasar el último viernes por la noche antes de viajar.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Un yodito en el cielo azul

Es simple: cuando la gente tiene ganas de verse, se encuentra y se ve. Si alguien sale con rollos para encontrarse, es que no le interesa. M. S.-A. y yo queríamos encontrarnos antes de que se nos vinieran encima las carreras de fin de semestre y los viajes de cada uno. Cotejando agendas, sólo había una oportunidad: desayunar el jueves, temprano, antes de que ella viajara en bus a Washington D.C., pues cuando regrese ya yo no estaré en Brooklyn. Pero lo hicimos. Ella encontró el lugar: Blue Sky Bakery, una cafetería y repostería en el barrio Prospect Lefferts Garden, al este de Prospect Park, cerca de donde agarraría el bus. Ella se levantó temprano, yo también, me mandó un texto cuando estaba lista y salimos hacia el punto de encuentro. Yo llegué un poquito antes y pedí un café. Cuando la vi acercarse, cargaba a espaldas su órgano en un estuche rojo, pues iba a un concierto con su banda en Virginia, y jalaba una maletita de rodines. Le ayudé a entrar y ella pidió un café latte y un muffin, yo un cangrejo (croissant, media luna), y listo. Conversamos una hora y se nos fue volando. Me resultan simpáticos sus colochitos trigueños y un toquecito entrecanos, y su expresión un poco desconcertante, pues sus ojos siempre miran vivaces pero las líneas hacia abajo en las comisuras de los labios la hacen parecer seria. Luego la acompañé hasta la parada del bus y nos dimos un abrazo de despedida. Ella me regaló un cd de uno de sus grupos, Miramar, el que toca boleros puertorriqueños. Se lo agradecí muchísimo, fue un lindo gesto. Y es lo dicho: nos conocimos hace poco, pero sentí en ella las mismas ganas de conocerme que yo sentía en conocerla a ella. Y así, con interés mutuo, ha llegado una nueva persona a mi vida. Bienvenida.

lunes, 5 de diciembre de 2016

Sostener la mirada en Nuyork

La mirada fugaz de la morenita latina, la otra noche en Harlem, me dejó pensando. El domingo por la tarde, al caminar por mi calle, la 17 de Brooklyn, me topé con una madre china que paseaba a su niñito de ¿dos años? en coche. Miré al niñito, el me miró directo a los ojos y me hizo el gesto de "¡adiós!" con la manita. Luego, en el Kos Kaffe, donde acostumbro leer o corregir ensayos de mis alumnos los fines de semana, sin pensarlo, en un gesto espontáneo, miré directo a los ojos, sonriendo, a una muchacha blanquita, de ojos azules, probablemente una gringuita. Me retiró la mirada. Recordé que una de las cosas más impactantes de esta ciudad de Nuyork es que si mirás a la gente adulta a los ojos, generalmente te retira la mirada de inmediato. Es repetitivo y notorio. El niño me sostuvo la mirada, pero la muchacha no. Pensé que quizá mi mayor logro tras diez años de vida en esta ciudad, aunque sea ínfimo, ha sido que aún yo le sostengo la mirada a la gente. Miro a quien sea y le digo con mis ojos: -Sos ser humano, como yo. Te reconozco-. No sé si es mucho, probablemente sea poco. Pero algo mío -la mirada directa- debo atesorar.

sábado, 3 de diciembre de 2016

Bailando cumbia en Harlem

Quería terminar la semana bailando, así que llamé a Val, mi compa brasileña. Val es paulista pero lleva ritmo nuyorquino, con dos trabajos y muchos quehaceres, así que a veces nos cuesta vernos. Pero le pregunté: 

  - ¿Vamos a bailar?
  - Vamos. Hay un grupo colombiano de cumbia que quiero escuchar, Uribe. Creo que tocan esta noche. 

¡Que nadie me atrase! De una vez busqué la información. La Uribe Big Band tocaba en el Ginny's Supper Club en Harlem. Yo quería bailar y además hace mucho que no iba a Harlem, así que me picaban los pies. Nos pusimos de acuerdo para encontrarnos allí.

Agarré el tren F y cambié al A, el famoso A Train que te lleva a Harlem, como en la pieza de Duke Ellington y Ella Fitzgerald. Antitos de las 8 pm ya caminaba por la calle 125, el Dr. Martin Luther King Jr. Boulevard, tomándole el pulso al barrio. Por ahí se camina a otro ritmo, con otro compás, con cadencia propia del sitio. Pasé frente al Teatro Apollo, iluminado como siempre, y poquito después me encontré un rapero, aunque no muy bueno. Ya pronto estaba en la intersección del MLK con el Malcolm X Boulevard y allí mismo estaba el club, en el sótano del Red Rooster. 

La banda comenzó en punto y Val no había llegado de Queens. Se había perdido manejando con el GPS y había recalado en...!Brooklyn! Me llamó y le dije: -¡Val, es en el Malcolm X Boulevard de Harlem, no el de Brooklyn!-. "Pobre garota, se va a demorar en llegar", pensé.

Había mucha gente y poco espacio disponible, pero me acomodé con buena vista al escenario y desde la primera cumbia me empecé a mover al ritmo. A mi lado había un grupo de muchachas latinoamericanas, muy animadas, una venezolana entre varias colombianas. Justo a mi lado se ubicó una morenita, piel canela, cabello negro largo y ondulado, ojos negros. El resto de las chicas conversaban entre ellas, pero la morenita le prestaba mucha atención a la banda y bailaba discretamente. 

Yo estaba como Bruce Springsteen cuando canta en "Dancing in the Dark": "Come on baby, give me just one look! You can't start a fire without a spark". Pero nada. Ella bailando por su lado y yo por el mío.

En la última pieza del set, la gente cantaba a coro: "Vida enamorada".  Y los dos lo cantábamos. Yo sentí que me miraba de reojo. Quizá percibió una onda latina y una vibra alegre y tranquila, qué se yo. Así me sentía yo, en todo caso. Justo cuando terminó la pieza, nos volvimos a ver. Ella me sonrió, yo le sonreí y cuando le iba a hablar, sentí que me tocaban la espalda. ¡Era Val! La morenita se dio media vuelta y se puso a hablar con sus amigas. 

Y yo me alegré de ver a Val, pero no podía dejar de lamentar la ironía. Con lo que cuesta encontrar una mirada de esas en esta ciudad de solitarios ensimismados y ¡zás!, cuando la encontrás se desvanece en un momento. 

Pero me repuse. Quería bailar con Val, ese era el propósito del encuentro en Harlem. Y una mirada es algo fugaz pero una amistad es algo sólido. Así que en el segundo set nos soltamos y lo bailamos todo, cumbias, salsas y algún merenguito. Y para cerrar, "Ojalá que llueva café."

Y sí, ojalá que llueva café en el campo y en Harlem y en Brooklyn. Y que Val y yo bailemos mucho, muchas veces, y seamos muy amigos. Y que esa mirada de la morenita no se me borre de la memoria.


sábado, 26 de noviembre de 2016

Del Hudson al Schuylkill


El Hudson fluía tranquilo la mañana después de Acción de Gracias. Estaba tan calmo que parecía un espejo opaco, sin oleaje ni crestas que revelaran a la vista la potencia de su caudal. Ya había desayunado con mis amigos y lo observaba desde el andén de la estación de tren en Dobbs Ferry. En la ribera opuesta, la occidental, la mayoría de los árboles en la cima del paredón de roca maciza del cañón aún conservaban el follaje naranja, rojo y marrón del fin del otoño. Bajo el cielo seminublado, el río reflejaba el follaje en tonos mate. Soplaba una brisa muy leve y la luz matinal daba un toque suave y gentil a la escena. Pensé que a pesar de momentos de mucha soledad y otros de preocupación por mi propia familia en Costa Rica, como hace un año, he llegado a querer estos parajes neoyorquinos porque en ellos he vivido buenas experiencias con amigos queridos como los Smith-Connolly-McCarthy. Luego abordé el tren y me senté del lado derecho para ver el río de cerca mientras éste me llevaba de vuelta a la ciudad.


En Penn Station abordé el tren a Filadelfia. Leí por un buen rato y almorcé un sanguchito que había comprado en la estación. Hora y media después, ya descendía en la estación de la calle 30 en "Fili". Me orienté rápidamente para enrumbarme al Museo de Arte. Aunque viví en el estado de Pensilvania por más de una década, y estuve en múltiples ocasiones en Fili, nunca lo había visitado. Salí de la estación, atravesé el puente sobre el río Schuylkill y ya del otro lado descendí hasta el sendero que corre a lo largo de la ribera, el Schuylkill River Trail. El cielo gris me recordó los inviernos pensilvanianos. Las aguas del río aparecían oscuras, casi negras, y un tanto turbias. Y sin embargo, me sentía bien, como si estuviese en un lugar que me acercaba a los grandes amigos y las queridas amigas que tuve através de los años en Pensilvania. 

Caminé a paso lento los dos kilómetros hasta el museo. Pensé en dos cosas. En esta ciudad hice mis trámites de migración y, gracias a ellos, en esta época de persecución que se viene estaré más firme para resistir y ser solidario con mis amigos indocumentados. Quizá ha sido un buen momento para regresar. De hecho, en el museo por casualidad me encontraría con la exhibición "Pinta la Revolución: Arte moderno mexicano, 1910-1950," muy oportuna. Si nos construyen un muro, les pintaremos un mural, y por debajo les haremos un hormiguero, como en la pieza de Calle 13.

Pero aún más importante: recordé a las personas que aquí he amado, sobre todo las que aún se hacen presentes en mi vida porque valoran mi amistad. Para matizar los recuerdos, escuché "Streets of Philadelphia" de Bruce Springsteen. Pero esa pieza es sobre un pobre tipo a quien los amigos no sólo lo abandonaron sino que lo traicionaron. Yo, en cambio, todavía puedo agradecer el cariño de tantos y tantas. 

Cuando terminé de subir los famosos escalones del museo, los que sube corriendo Rocky Balboa en la película hasta la explanada donde levanta los brazos, volví a ver a lo largo del Benjamin Franklin Parkway hasta reconocer la cúpula del Ayuntamiento (City Hall), en la distancia. Recordé tantos momentos en Fili y en el Keystone State. Un buen trecho de vida viví acá. Dejé un pedacito de corazón seguramente, y otros pedacitos se los llevaron mis amigos y amigas consigo desde los bosques de Penn para España, Brasil, Perú, Argentina, Uruguay, Portugal, Inglaterra. 

Luego me di media vuelta y entré al museo. Me esperaban los revolucionarios modernos mexicanos y mi amiga Maren.



Solidaridad: Del Hudson al Miravalles

El jueves di gracias a la Vida con mi gente irlandesa Smith-Connolly-McCarthy en Dobbs Ferry, un pueblo en la ribera del Hudson al norte de la ciudad de Nueva York. Cenamos y bebimos y cantamos y reímos y hasta bailamos, porque la gente irlandesa es alegre. Luego dormimos en paz, cuatro años después del huracán Sandy.

Mientras dormíamos, una cabeza de agua causada por el huracán Otto descendía por las laderas del volcán Miravalles para arrasar a Guayabo de Bagaces. Otra cabeza de agua también bajaba de un cerro en las cercanías del Miravalles para azotar a Bijagua de Upala.  

Han muerto varias personas, aún hay bastantes desaparecidas y los vecinos lo perdieron prácticamente todo. Hay 7,000 personas en albergues, y entre éstas, 1,200 son refugiados haitianos que están de paso por Costa Rica. De su país devastado por otros huracanes y terremotos, muchos haitianos emigran a Brasil y luego viajan por tierra hasta la Yunai. A estos los alcanzó otro huracán cerca de la frontera entre Costa Rica y Nicaragua.

Duele todo esto. Pero uno escucha a los sobrevivientes y siente que, como toda la gente en todo el mundo ante la adversidad, mantienen el coraje y la dignidad. Ni bien ha pasado la tormenta, han empezado a levantarse, con una fortitud bastante estoica.

Hoy no podía escribir sobre otra cosa. Quise poder honrarlos, aunque fuera con algunas palabras escritas aquí, en estas tierras lejanas, en donde convivo con gente que también ha sabido levantarse de los estragos de un huracán.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Acción de Gracias ante el embate de Otto

Hoy es el Día de Acción de Gracias, mi feriado favorito en la Yunai por el espíritu de gratitud que le anima. Lo celebraré con mi los Smith y los Connolly, es decir, con mi amiga irlandesa-estadounidense Jen, sus papás Des y Mary Smith y su  marido inglés Phil, y con Niall, primo de Jen y sobrino de Mary, sus padres Frank (hermano de Mary) y Rosemary que han venido de Cork, y Clare, amiga de infancia de Jen y casada con Niall. A toda esta familia hace cuatro años la golpeó el huracán Sandy. La casa de Frank y Marge McCarthy, padres de Clare, se inundó de aguas del Atlántico y quedó invadida por la arena del océano. La casa de Des y Mary se inundó también y luego se quemó por completo por un incendio que se inició con chispas de alambrado eléctrico. Des y Mary salieron de su casa con el agua al cuello y la ropa puesta. La recuperación fue dura. Empezamos apenas pasó Sandy, limpiando y rescatando lo que se pudo. Y sin embargo aquí estamos dando Gracias. Que la Gracia acompañe a mi gente en Costa Rica y Centroamérica ante el embate del huracán Otto. Y que apenas pase, los centroamericanos empecemos a recuperarnos en solidaridad.    

Dejarse ir: Jam Session en el Art Café + Bar

Es la víspera del Día de Acción de Gracias y al iniciar la noche las calles de Park Slope y Crown Heights estaban tranquilísimas. Ha hecho ya frío invernal y la gente quizá se haya escondido un poco. Muchos ya se fueron de la ciudad por el feriado. En el Art Café + Bar, en cambio, había llenazo para escuchar otro concierto de música india clásica. Me encontré ahí con M. S.-A. y escuchamos el conciertazo de un cuarteto: cítara, tablas y dos violines. Luego vino el jam session, la sesión en la que los músicos presentes se juntan para improvisar. Acá se juntan músicos de primera, de gran nivel. La improvisación del jam session entonces es un deleite. Esta noche había un bajo, un violín, tablas, una guitara y M. en su órgano. Wow. Las tablas empezaban con un ritmo, el violín sugería una melodía, el bajo y el órgano le contestaban. O la guitarra iniciaba una melodía, las tablas marcaban el rítmo, y el órgano y las demás cuerdas intervenían y todos los instrumentos conversaban. Yo los escuchaba, y sin entender mucho, si sentía que la clave era buscar un equilibrio entre dejarse ir hasta el límite pero sin perder el control. Un proceso muy rico, soltarse sin desmanijarse, lanzarse sin tropezar, zambullirse sin ahogarse. Metáfora de una forma de vida.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Un tiempo para perder(se) y otro para recuperar(se)

Durante veinte años o más no perdí ninguna billetera. Esta tarde, por cuarta vez desde julio, perdí una: esta vez, la que me regaló Xinia. No me dolió el dinero, ni los documentos, ni el contratiempo, sino perder el regalo de mi hermana y la sensación de que ando desconcentrado, sin estar presente ni ubicado en mi contexto. Es el trabajo quizá, que por momentos si lo permito me rebasa. Y quizá otro poco sea la soledad, que los domingos a veces pega fuerte si no busco vida.

Sin embargo, siempre hay algún ángel cerca. Hoy, gracias a la Vida, Tsun-Hui me atajó de la caída libre. Nos encontramos en el cine Metrograph, en Chinatown, para ver In Another Country, del director coreano Hong Sang-Soo. Resultó ser una cinta interesante: tres historias relacionadas que de una u otra forma tenían como protagonista a una mujer en un ambiente extraño, en un país extranjero (una francesa en Corea del Sur), pero con gente alegre y sencilla por la vuelta para darle un toque ligero a las crisis de la mujer. La actriz principal, Isabelle Huppert, participó de un conversatorio después de la peli y estuvo interesante. 

Luego fuimos a comer tres bocas - pulpo a la parrilla, frijoles blancos en salsa de tomate y papa asada al limón - a un restaurante griego por ahí cerca. Tsun-Hui me contó que la hermana de una amiga suya que vive en Iowa murió de un cáncer muy raro esta semana en Washington D.C. La familia ya repatrió los restos a Taiwán y su amiga ha ido a casa para el funeral. Me lo contó con tristeza.  Le ha pesado también a ella. Pero en el transcurso de la conversación se animó y me dijo que va a ser tía, que su hermano y cuñada esperan bebé para febrero. 

Escuchando a Tsun-Hui me olvidé de mi rollo, que no es para tanto, y me imaginé esas vidas, cada una hecha de un tiempo para la alegría y otro para la tristeza, de un tiempo para nacer y otro tiempo para morir, como estas vidas nuestras en esta ciudad de ocho millones de corazones. Son vidas hechas también de un tiempo para perder(se) y otro para recuperar(se), de un tiempo para escuchar y acompañar y otro para ser escuchado y acompañado.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Una caminata restauradora por Prospect Park

Me desperté aún triste, con desazón y vacío en medio pecho, por el señor que poco pude ayudar ayer. Me acordé de la sensación táctil de haberlo tomado por su mano callosa, fría y sucia. Pobre hombre. Desayuné y pensé que sería mejor rodearme de gente, ir a leer a un café quizá. Pero le escribí a M, mi amiga bengalí, a ver si estaba estudiando en la Biblioteca Pública de Brooklyn. "Sí". Preparé mis cosas y atravesé todo Prospect Park por el medio, de sur a norte, hasta Grand Army Plaza. De camino, me deleité con el brillo de la suave luz otoñal y los dorados y naranjas de las hojas que aún resisten en las ramas o han caído y salpicado de color el verde del zacate. Llegué sereno a la sala de lectura donde M estudiaba para sus exámenes de admisión a la carrera de medicina. Me senté frente a ella, en una esquina de la mesa donde la luz del sol me pegaba de lado y me calentaba. Leí los ensayos de mis alumnos y alumnas toda la tarde con interés. A veces, cuando la sociedad te golpea, la naturaleza te restaura.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Mujeres en Ha Noi, Montana y Berlín

Me encuentro con Tsun-Hui para cenar en Ha Noi. Hace frío y sopla fuerte el viento, por lo que las crepas vietnamitas y dos buenos platos de fideos de arroz en caldo pho humeante, el mío de mariscos, nos caen muy bien mientras nos ponemos al día. Ella está en shock también. Cada vez me doy más cuenta que quienes no han vivido fuera de Nueva York no tienen idea de lo que piensa, hace y dice alguna gente, no toda pero bastante, en las profundidades de Gringolandia. Debemos admitir, sin embargo, que podemos salir a comer en un vietnamita brooklyniano, y a mucha de esa gente no le alcanza el dinero ni para una hamburguesa en un diner. La vida es dura en muchos lados. Igual, el sexismo de las últimas semanas le es difícil de digerir, con razón.

Por dicha después de cenar vamos al BAM Rose Cinema a ver la película Certain Women de Kelly Reichardt. Descubrimos una cinta bellísima, sencilla, minimalista pero profunda, que cuenta la historia de varias mujeres independientes en Montana. Poco a poco vamos descubriendo la trama y la vida de los personajes. Laura es la abogada de Fuller, un ebanista y carpintero machista que sin embargo sufre profundamente pues sufrió un accidente laboral y sus patronos lo engañaron con un trato para que no pudiese demandarlos. Es soltera y tiene un amorío con un tipo que no le da mucha atención emocional porque es casado. Gina es una mujer empresaria, cuyo marido es también su empleado. Éste, a su vez, es cómplice del rechazo de la hija de ambos hacia Gina. Pero no pueden dejarla porque sin ella les iría mal. La tercera mujer es una joven de raíces indígenas, probablemente Sioux, que cuida sola los caballos en los establos de una gran hacienda. Su única compañía en la vida es su perrito fiel. Pero empieza a llevar una clase nocturna en la escuela del pueblito cercano y entabla una sutil relación con la profesora, Beth, una abogada recién graduada que da el curso sin interés, por pura necesidad. Beth tiene que viajar cuatro horas de ida y cuatro de regreso dos veces por semana para dar la clase. Pero después de la clase siempre va al diner del pueblo a comer una hamburguesa, mientras la muchacha la acompaña y no come. El filme cuenta estas tres historias, con nexos tenues entre sí. Pero las cuenta con tanta delicadeza, con tanta atención a los detalles sutiles de la vida de estas mujeres, que te hipnotiza. Y el final te sorprende y te deja pensando.

Cuando salimos, Tsun-Hui y yo decidimos que necesitamos tomar algo mientras comentamos la película. Así que atravesamos la calle y entramos a Berlyn. Este restaurante alemán tiene un bar pequeño pero atractivo, muy rico para sentarse a tertuliar. Tsun-Hui pide un coctel de ron y yo una pilsener alemana. Es suave y deliciosa. Bebemos poco a poco mientras intentamos interpretar las historias y los personajes. Solo entonces caemos en la cuenta de que la muchacha solitaria no menciona nunca su nombre, ni nadie se lo pregunta, ni siquiera Beth. Y ella, sin embargo, llama por sus nombres a los caballos y a su perrito. Es una chica solitaria, pero no triste. Es un poco estoica pero también sensible. Una paradoja. Y así las demás. 

Para alargar la tertulia, ella pide un coctel de tequila y yo otra pilsener, y continuamos. A fin de cuentas conversamos sobre la fortitud de tantas mujeres que viven sus vidas con silenciosa dignidad. 

Me alegra haber visto esta cinta con Tsun-Hui. Y me hubiera gustado verla con mis hermanas. "Voy a recomendársela a ellas para cuando llegue al Magaly," pienso, mientras saboreo la cerveza en una pausa agradable y plácida en la conversación.


sábado, 12 de noviembre de 2016

Brooklyn hace duelo por Leonard Cohen

Llego un poco atrasado al bar The Way Station, en Crown Heights, preocupado de haberme perdido parte del concierto de E.W. Harris. Pero al entrar veo que hay un grupo de rock tocando en el escenario y E.W. no ha llegado todavía. En una esquina junto al bar, Niall está conversando con Ali, un amigo nuestro. Los saludo y Niall me dice de entrada: --Leonard Cohen acaba de fallecer--. Lo miro a los ojos. ¿Está un poco triste? Fue por las canciones líricas de Cohen que Niall pasó de escuchar Stone Temple Pilots y Nirvana al mundo de la canción folk y poética. Y no sólo quiso escuchar, sino que después de graduarse en literatura del University College en Cork, se jugó la vida a ser cantautor. Se inició en Irlanda y luego vino a Nueva York y hasta se casó con Clare, la musa de sus canciones. 

Sé que Leonard Cohen significa mucho para Niall. Para expresarse, nos cuenta como su hermana Emma le presentó la música de Cohen, cuándo lo escuchó en vivo por primera vez en Irlanda, la vez que tocaron en el mismo festival aunque no se conocieron, y la última vez que lo escuchó en vivo, aquí en Brooklyn.

En eso llega E.W. y nos saluda. Y cuando empieza a tocar con su banda, le dedica todo el set a piezas de Cohen, aunque con arreglos rockeros con toques de guitarra blues. Maravilla.

Después del concierto, Niall y yo regresamos a pie de Crown Heights a Park Slope. Era media noche. Había poco movimiento nocturno en calles y aceras. El viento barría la hojarasca otoñal y la levantaba en remolinos. Parecía que Brooklyn hacía duelo por Leonard.




"Ténes que quererlos más": una conversación entre amigos


Acababa de empezar a lavar ropa sucia en la lavandería de la avenida Prospect Park West cuando me escribió Niall: "Claro y yo vamos a comer en Jai Dee. ¿Querés venir?" Aunque me apetecía un plato tailandés, no me daría tiempo. Pero propuse encontrarlos en su casa, a cuadra y media, y caminar con ellos hasta el restaurante mientras se lavaba la ropa. Los fui a buscar. 

Cuando los vi, les di un abrazo. Ambos estaban un poco tristes. Los acontecimientos electorales de esta semana en la Yunai les habían pegado fuerte. Niall estaba serio, el ceño un poco fruncido. Su ensortijada y crecida barba roja le daba un aspecto de poeta indignado. Clare se veía muy golpeada. Su rostro blanco es largo, de pómulos levemente insinuados pero de largas líneas desde sus orejas pequeñas hasta la barbilla delgada. Sus ojos azules sobresalen entre las líneas ovaladas de sus párpados, su nariz y sus labios son finos, su boca pequeña pero cuando sonríe te sorprende con una sonrisa amplia. Sin embargo su mirada estaba un poco apagada y se notaba en las ojeras y una ligera inflamación bajo sus ojos que ha llorado esta semana. Quiere a su país y a su gente, y le resulta doloroso que un tipo sexista, xenófobo y odioso, en su discurso y en los hechos, haya podido llegar al poder. 

Clare es maestra de arte en una escuela primaria de Red Hook. Le enseña a chiquitos de Brooklyn, pero también de Dominicana, Yemén y México. Aunque creció en Rockaway, un barrio bastante conservador de irlandeses-estadounidenses católicos en Queens, es una mujer cosmopolita. Es sagaz y sensible, y entiende muy bien las razones económicas que llevaron a un populista al poder. Pero creo que por primera vez, como muchos otros amigos míos, ha comprendido las profundidad de una veta nacionalista y discriminatoria que recorre amplias regiones de la Yunai. Además, en la familia de Clare y Niall, entre cuñados, cuñadas, primos, tíos y demás, hay gente de los dos lados de la contienda. Y cuando las tensiones existen dentro de la familia, duelen y cuestan más. 

Yo escuchaba a mis amigos tranquilo, conmovido, con algo de compasión. Haber escrito el borrador de Sauntering in America y haberme alejado por un tiempo de la Yunai, me ayudó a sanar las heridas de las decenas de encontronazos, disgustos, insinuasiones e insultos xénofobos que he vivido a través de los años, y a saber cómo lidiar con estas situaciones. 

  --¿Cómo?--, me pregunta Niall.

  --A alguna gente tenés que amarla más de lo que ella te puede amar. Hay personas que no quieren saber de vos. Pero otras sí están abiertas, aunque estén confundidas y temerosas de lo que no conocen y del futuro. A esas tenés que encontrarlas, escucharlas, conversar con ellas y ayudarles a entender que vos querés lo mismo que ellas: bienestar emocional, físico, laboral, espiritual, con amigos y familia a tu lado. Es lenta la aproximación, es difícil, requiere muchísimo de vos, porque tenés que tenerles paciencia y ver más allá de sus reacciones de miedo o enojo, y además cuidarte a vos mismo para que no te hieran. Pero es la mejor forma. Tenés que quererlas más--. 

"Al menos para mí, ese ha sido el camino", pienso, después de despedirme de ellos, dejándoles disfrutar la cena tailandesa mientras regreso a la lavandería a poner mi ropa en la secadora.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Buscar la paz del Lago Prospect


A media tarde leo, junto a mi ventana, las primeras páginas de la novela The Awakening de Kate Chopin. Me llega un mensaje de M desde Costa Rica. Desde que su hija emigró a Canadá y falleció Lucía, su madre, he estado preocupado por ella. Me cuenta que ha pasado por otras vicisitudes emocionales y nuevas despedidas dolorosas. Dice que va pasito a pasito y sabe que estará bien. Espera que tantas despedidas sean señal de nuevos encuentros por venir. En una de ellas, perdió pareja y amigo en un rompimiento. Ese dolor lo entiendo. Me conmueve el mensaje. Le respondo de inmediato, aunque lo único que le puedo decir a mi "hermana" chilena es que la quiero mucho. Quisiera hacer más. Por el momento, puedo escuchar y querer.


Regreso a la lectura con un sentimiento de empatía clavado como espinita en el pecho. En eso me llega un mensaje de Marisol desde Lisboa. Me pide fotos de los árboles coloridos por el otoño en Prospect Park. Me envía unas fotos suyas con Sofía, su muchachita alfacinha, desde el Museu de Arte, Arquitetura e Tecnologia (MAAT). En una de ellas sonríen juntas en el mirador del techo y al fondo se observa el río Tajo. Fueron el domingo y me cuenta que me recordaron allí. Sofía dijo que me gustaría el MAAT y que soy una "criancinha simpática". Me halaga que piense que soy un chiquito simpático y que Marisol me escriba con cariño.
 

Ambos mensajes me inspiran a cerrar la novela por el momento y caminar hasta el lago de Prospect Park. Avanza la tarde y cae el sol. En las copas de los árboles alrededor del lago predomina el verdeamarillo. Pero en lo alto de la colina reinan altísimos robles de follaje escarlata. Algunas bandadas de patos nadan en círculos. Otra bandada vuela sobre el lago, hace piruetas y acuatiza en sincronía. Como otras veces, me parece que los patos juegan. Saco algunas fotos para Marisol. Luego guardo silencio, observo, escucho, siento y respiro. Recuerdo que en esta orilla de lago lloré cuando me despedí de la chica celeste y oriental. También lloré a una guapa amazónica. Pero todo eso ha pasado y hoy siento paz y gozo. Pienso en M y le envío las mejores vibras. Pienso en mis dos queridas alfacinhas venezolanas y se me alegra el corazón. Doy gracias.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Amor y belleza en tonos mate

Raro evento este otoño: hoy el cielo amaneció completamente nublado. Mientras desayunaba, puse un programa radial, pero había demasiados lamentos y lo apagué. Preferí el silencio. 

Garuaba cuando salí de casa. Sentí amenaza de lluvia en el ambiente. Y sin embargo, mientras esperaba el B68 en la parada frente a Prospect Park, el follaje del otoño me pareció hermoso, aún bajo el cielo gris. Los amarillos y naranjas de tonos mate colorían la mañana con un toque sutil y reconfortante. Viajé hasta el campus en paz. 

A mis muchachos y muchachas, sin embargo, los encontré tristes. El gris del cielo y la garúa les pesaban, como si anunciaran la tormenta que se viene. Algunos durmieron poco y mal. Otras se emborracharon un poco para matizar el golpe. Muchos son inmigrantes. Otros son afrodescendientes, latinos, asiáticos del sur y del este, nacidos en la Yunai. 

Les pedí que apreciaran la belleza de este día en tonos mate. Habrá que resistir. Pero también habrá que amar y compartir la belleza con todos los que quieran compartirla con nosotros. Hay una sobria dignidad en esa capacidad de compartir y ofrecer lo que otros nos niegan.

Un martes de resiliencia amorosa

Me levanté tranquilo, desayuné, seleccioné mis lecturas y cuadernos de trabajo del día y  salí. De nuevo el otoño nos regalaba una mañana esplendorosa, de cielos límpidos, brisas frescas y sol tibio. Caminé por calle 17 en dirección noroeste, hacia la escuela del barrio. De camino vi que las hiedras que trepan las fachadas de ladrillo de algunas casas ya visten un color más vino tinto que ocre y las hojitas de los cerezos se han tornado amarillas. El otoño avanza.

Llegué a la escuelita. En la sala de ingreso había varias mesas de ventas o bake sales: alumnas y alumnos con sus mamás aprovechaban el día de elecciones para vender quequitos, brownies y otros dulces horneados para recaudar fondos para los clubes estudiantiles. Adentro estaban las mesas y urnas electorales. Había fila. Hice los trámites y voté.

Salí, fui a la U, y me aboqué a lo mío: a leer los textos para las clases de mañana, sacar apuntes, resumir ideas, planear discusiones y revisar algunos trabajos de mis estudiantes. 

Uno de los textos que leí era "Newer Ideals of Peace" de Jane Addams, la filósofa estadounidense que ganó el Premio Nobel de la Paz en 1931. En  el ensayo, de 1906, argumentaba que las masas de inmigrantes europeos que en aquella época llegaban a ciudades estadounidenses como Chicago, donde ella era activista social, estaban creando una cultura urbana y obrera cosmopolita que traería consigo nuevos valores de cooperación, solidaridad, justicial social y paz internacional y acabaría con el belicismo nacionalista. Ella percibía esa posibilidad en su contacto diario con inmigrantes en las escuelas, talleres, clínicas y casas de hospedaje que ella ayudaba a organizar.

Fue demasiado optimista en cuanto a la inmediatez del progreso. El siglo XX no fue pacífico y cosmopolita. Y sin embargo, sí comparto su idea de que la solidaridad, la paz, la cooperación, la justicia, se cultivan poco a poco, día a día, entre gente común que construye relaciones de buena vecindad y busca resolver sus problemas en común. El progreso es lento, complicado, arduo. Y puede haber retrocesos, incluso aparatosos. Pero las personas buscan la justicia, intentan descubrirla, experimentan con formas de cultivarla.

Ha sido una lectura oportuna. Hoy presté poca atención a las ansiedades electorales de mis vecinos y colegas. Lo mejor que podía hacer era preparame para servir: dar mis clases con cuidado, ofrecerle a mis alumnos la misma libertad de pensamiento que exijo para mí, ser buen vecino, escribir con sinceridad y ahínco. 

Parece que se vienen años de resistencia en la Yunai. Habrá que apoyar movimientos sociales como los de cuidado y apoyo a los inmigrantes. Y habrá que resistir lo que requiera resistencia, como las amenazas a los musulmanes por su fe. Se resistirá la injusticia y se cultivará la justicia, día a día, conversación por conversación, acción por acción, con espíritu de resiliencia amorosa.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Lunes suave como un bolero

El semestre avanza y se va complicando. Se me empieza a llenar la cabeza de quehaceres mayores y menores, fechas de entrega de proyectos, lecturas rezagadas, lecciones por planear, trabajos por corregir, reportes pendientes, reuniones por programar y demás. Por esto hoy estuve a punto de empezar la semana acelerado. Pensando en que me faltaban algunos trabajos por calificar antes de mi primer clase del día, me levanté más temprano, hice mis estiramientos un poco apresurado, me duché, desayuné y salí preocupado por perder el bus. Y ¡zás!, en la esquina de mi casa me di cuenta que había salido de mi casa sin mi almuerzo. Regresé, entré y salí corriendo, ya con la lonchera en la mano, y me apresuré a la parada. A veinticinco metros de llegar, vi pasar el bus y seguir recto. Me dejó. 

Fue la Vida diciéndome "Suave que es bolero". Mi parada queda frente a una entrada de Prospect Park. Esta mañana, como tantas de este otoño glorioso, era luminosa. Bajo el intenso azul del cielo, me puse a observar los dorados, naranjas y ocres del follaje de los árboles y a respirar despacio el aire fresco. Cuando pasó el siguiente B68, yo ya iba relajado. Disfruté viendo a la gente joven y vieja subiendo y bajando, yendo y viniendo.

Luego caminé con brío hasta el campus, al ritmo que mi abuelo Hernán nos llevaba a mi hermana Anto y a mí a la escuela México en San José por las mañanas. Pensé en él. Y ya en la U me dio tiempo de hacer todo. Disfruté las clases, conversé mucho con mis alumnos. Todo salió bien. 

Si la Vida no me hubiera recordado que ella misma es más rica llevándola suave, a ritmo de bolero, quizá hubiera pasado todo el día acelerado, como en la pieza "Manic Monday". Susana Hoffs es muy guapa y me gusta su voz, pero yo prefiero los lunes suaves como un bolero.


domingo, 6 de noviembre de 2016

Vivir en un sueño de la chica inquieta

Me despierta la luz matinal. Siento el pecho apretado. Pero no es gripe, es algo de soledad. Hay silencio. Es domingo y el barrio está calladito. Me levanto y subo las persianas. El cielo está completamente despejado, el azul intenso. La luz dorada le da brillo al amarillo pálido de las hojas del plátano de sombra. En eso vibra mi teléfono. "¿Un texto a las 7 am?" Lo leo. Es de la chica inquieta. Me ha escrito desde Texas: "I miss you". Le respondo que también me hace falta y qué buena manera de empezar el domingo. Me envía otro texto: "You came to hang out with me in my dream last night. Not sure where we were, but it was cold and we laughed a lot". Me hubiera gustado ir a buscarla para salir un rato juntos, como en su sueño, y habernos reído mucho, aunque hiciera frío. Me halaga, también, haber vivido en un sueño suyo. Me hace bien saberlo. Ya se me relajó el pecho. Le envío un corazón por texto, uno muy rojo que contraste con el azul del cielo y el dorado de las hojas en la luz matinal.

Sólo un gitano en un sábado de otoño

Hay días ordinarios en los que la duda me asalta. Llega por momentos, fugaces pero agudos. 

Hoy por ejemplo: estaba lavando los platos después del almuerzo, cocinado por uno para uno, y pensé en mi familia junta, aprovechando el sábado, en la playa en Tárcoles. Tenía la estación de National Public Radio puesta para escuchar gente hablando y una mujer contaba una historia triste sobre la muerte de su hija y cómo vivió el duelo con su esposo pero salió adelante y tuvo dos hijos más. Mientras enjabonaba la olla donde cociné el pargo al vapor, miré por la ventana hacia el jardín y noté que las hojas de la hiedra ya han enrojecido y bastantes han caído. Me pregunté: "¿Qué hago yo aquí? ¿Vale la pena?"

Después, como siempre, me sobrepuse. Terminé de lavar, escogí las lecturas de la tarde, las metí al salveque y salí. Caminé hasta el Kos Kaffe, donde leí algunas secciones de La República de Platón sobre Eros y planeé las siguientes lecciones del seminario sobre el Amor y la Amistad. 

Cuando terminé de estudiar, pasé a casa de Tami y Emilio a recoger un cartelito con mi nombre que me había hecho Valentina, su hija, junto con una amiguita. Pensaba ir a nadar, pero resultó que la chiquita estaba cocinando, con la ayuda de Tami-san, y a fin de cuentas me quedé a cenar con ellos. Charlamos a gusto. Kai, el chiquito, me invitó a su fiesta de cumpleaños y me regaló una calcomanía que dice "Snap!" Es la invitación que debo presentar en su fiesta. Le agradecí.

Caminé tranquilo a casa. En el ipod escuchaba música de Ol' Moose, y cuando subía la cuesta de la calle 17 por primera vez le presté verdadera atención a unos versos de la canción "Just a Gypsy" (Solo un gitano): 

    Just a gypsy when the fall winds blow
    watching windows for summerless snow
    (...)
    Just a gypsy in the northern cold
    whose dreams are growing old

"Soy sólo un gitano mientras soplan los vientos del otoño y busco las nieves sin verano a través de las ventanas. Soy sólo un gitano en el frío norteño cuyos sueños están envejeciendo".

Otro momento de duda. Son parte de esta vida peripatética. Hay que vivirlos, sentirlos, dejarlos ser y dejarlos ir. Le puse más ganas a la cuesta, más vigor al paso.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Dale la mano a tu amigo, abrazá a tu hermana

Trabajé con ganas todo el día. El incentivo era poder ir por la noche a Fawkner, un bar en el barrio Boerum Hill, a escuchar música en el Song Club, una noche de cantautores del BigCity Folk. Sabía que encontraría amigos y me sentiría bien. Cuando vivís solo en esta ciudad de ocho millones de corazones, hace falta sonreír al ver a tus amigos, estrechar manos, dar abrazos, saludar de beso, conversar un poco, escuchar juntos, sentir en la piel, con el tacto, que estás acompañado. Y así fue. Cuando llegué, una muchacha joven cantaba una de sus piezas. Entre la gente, saludé a Anthony Mulcahy, amigo irlandes del dúo Those Sensible Shoes, y le di un abrazo a Clare y otro a Niall.

Clare se marchó casi de inmediato, pues daría clases temprano. Pero la acompañé hasta la salida y me contó que su tía, Nancy, falleció la semana pasada. Lo sentí. Una vez, con Clare y su mamá, Marge, había visitado a Nancy en el hogar de ancianos donde vivía. Fue una experiencia triste, pues el ambiente estaba cargado de soledad. Nancy se esforzaba por conversar, pero la demencia ya la asechaba. Le costaba expresarse. - It gets so crowded in here -, dijo, señalándose la cabeza. Quería decir que había tanta bulla en su mente que no le salían los pensamientos. Y aunque Marge se venía preparando para este momento, Clare me dijo que le es duro pensar que ya murió su última hermana. Claro. Marge visitaba a Nancy todos los días, aunque ya no pudieran conversar. Abracé a Clare, le envié pésames a Marge y regresé a escuchar, pensativo.

En eso llegó Cal, nuestra amiga en común, que por un par de minutos apenas no vio a Clare. Llego con un muchacho simpático y se le veía relajada y contenta.  Conversamos un poquito y me contó que en la residencia de escritores en Ithaca donde estuvo un par de semanas escribió tranquila y la pasó bien. Me alegré por ella. Como tantas otras almas sensibles y artísticas, la suya a veces tiende a la tristeza. Pero pasa por una época de bienestar.

Pronto empezó a tocar el dúo August Wells, el principal grupo de la noche. Escuchamos con toda atención: un teclado, una guitarra, melodías taciturnas y letras  que cuentan con lirismo las historias de personas sencillas que luchan y se esfuerzan por vivir lo mejor que pueden, salir adelante a pesar de las soledades, las dificultades, los momentos de desfallecimiento. Pensé en Nancy. Pensé en Marge. Me alegré por Cal, sentada a mi lado derecho.

Y me gustó tanto el dúo irlandés, que compré uno de sus álbumes, el que trae la pieza "Here in the Wild":

    Here in the wild
    under blue skies
    time doesn't try to pass me by
    here in the wild

Escuché la historia de Lucy, la chica triste, de Tommy, el tipo pobre que trabajaba con ganas, y de Molly, la muchacha un poquito desquiciada, la historia de tres desamparados que sienten paz en el desierto, como si los conociera, como si fueran mis amigos o mis vecinos o mujeres que he querido o yo mismo en otra época.

    Take your brother
    Take your sister
    Walk them across their troubled hearts.




jueves, 3 de noviembre de 2016

Cachorros, Indios, gringos y un tico en Rhythm and Booze

Di clases. Escribí un poco. Nadé un kilometrito. Así que por la noche me di un premio y por primera vez en años me decidí a ver algo de béisbol. Hace mucho tiempo no veía ni una sola entrada de un juego, y esta noche era justamente el sétimo partido de la "Serie Mundial" (campeonato nacional de la Yunai) entre dos equipos que juntos sumaban 176 años sin quedar campeones. Así que me fui para Rhythm and Booze, la taberna del barrio. Queda a dos cuadras de mi casa y aunque le había pasado por el frente muchas veces, nunca había entrado. Para allá me fui a ver el partido entre los Cachorros de Chicago y los Indios de Cleveland.

Llegué ya en la quinta entrada. Ganaban los Cachorros. En el bar había unos treinta gringos, todos blancos, la mayoría con gorras de béisbol de sus equipos favoritos puesta, y dos mujeres: una "farmacha", osea, una rubia platinada de farmacia que se tiñe el pelo con agua oxigenada, y una pelirroja, ambas conversando con sus parejas. Pedí una morena irlandesa para tomar y luego me percaté que casi todos los gringos bebían rubias y un par, pelirrojas. 

En apariencia, yo no calzaba mucho. Pero nos unía el deporte, "la pelota" como le dicen los caribeños. Más o menos la mitad apoyaba a los Indios y la otra mitad a los Cachorros. Ambos equipos ganan simpatías porque han sido muy sufridos. Pero los de Chicago llevaban 108 años sin ser campeones, y los de Cleveland "apenas" 68. 

Yo estaba con mi afición dividida debido a mis recuerdos de este deporte. Durante mi infancia y juventud en Costa Rica, mi Tata me enseñó a apoyar a los equipos de la liga americana, como los Indios. Pero en esa misma época, a menudo cuando iba a visitar la casa de mis abuelos en Colonia del Río por las tardes, si mi abuelo Enrique estaba en su casa, estaba viendo por televisión el juego de los Cachorros. Había un canal de Chicago que por algún motivo entraba en San José y mi abuelo aprovechaba para ver béisbol y escuchar la narración en inglés. Él mismo había estado en Texas en 1943 y se hizo aficionado de los Yanquis de Nueva York, equipo que ganó la "Serie Mundial" aquel año. Pero supongo que de tanto verlos por televisión, le agarró cariño a los Cachorros de Chicago. 

La cuestión es que yo no sabía a quién apoyar. Así que me quedé quieto y callado bebiendo mi morena, hasta que un gringo bastante borracho que apoyaba a los Indios me volvió a ver y me dijo: - ¿Quién sos vos? Parecés malévolo (evil) ahí tan callado y observador, sin decir nada -. Me dio risa. ¡Diay! Yo soy así, callado y observador. Le dije: - Soy de por aquí a la vuelta. Nada más vine a ver el juego -. Me preguntó: - ¿Con quién vas? -. Traté de escabullirme: - Es difícil escoger. Ambos equipos son simpáticos y sufridos -. Pero no me dejó zafar: - Pero no me contestaste. ¿Con quién vas? -. Ante la insistencia, tuve que verbalizar lo que en el fondo sentía: - Este año con los Cachorros -. Volvió a ver para la pantalla de televisión sobre la barra y se mostró contrariado. Pero se repuso, me dio la mano y me dijo: - Buena suerte con eso -.

Rara vez he apoyado a un equipo de la liga nacional. Pero mi abuelo veía todas las tardes a los Cachorros. Y hace años, cuando éstos eran pésimos, asistí a un juego en el estadio Wrigley Field de Chicago. Pasé una tarde viendo béisbol en el asiento más barato, con una columna de hierro en frente dividiendo el campo en dos partes ante mi vista. Fue una tarde agradable en un viejo estadio con mucha historia. Así que me decidí por ellos.

Les traje suerte. Los Indios empataron, el juego se extendió por una entrada, pero los Cachorros campeonizaron. 

Pero después, en mi cortísima caminata a casa, sentí lástima por los Indios. Pobres desgraciados. Y en todo caso pensé en las tres horas que pasé en Rhythm and Booze. Hasta en una taberna llena de gringos, algunos muy borrachos, algo encuentra uno en común con la gente, algo que a veces se remonta a la infancia en una tierra muy distinta.  

domingo, 30 de octubre de 2016

Otra bailadita en Barbès, con Cumbiagra

La orquesta se llama Cumbiagra. Supongo que si bailás sus cumbias a menudo, no necesitás Viagra. En todo caso, a la banda la conforman un grupo de latinoamericanos radicados en Brooklyn que arman bailongos alegres en todo lugar al que llevan su música. Los había escuchado tocar al menos una vez con Val, mi amiga brasileña, hace como un años. Bailamos mucho esa vez, así que la llamé para que me acompañara. Pero Val este semestre anda a ritmo neoyorquino, es decir, trabaja mucho, todos los días, y descansa poco. Estaba muerta. Yo me había pasado todo el hermoso sábado de otoño escribiendo un artículo y si no aprovechaba la deliciosa noche tibia, lo iba a lamentar. Así que me puse los "cachos" de bailar, ¡que son los mismos de caminar todo el día!, y fui a Barbès.

Cuando llegué, me alegré al ver que Sebastián, mi nuevo compa "paisa" y el líder de Yotoco, iba a tocar el acordeón con Cumbiagra. Además Néstor Gómez, el líder de Los cumpleaños, tocaría las congas. Saludé a Sebastián y listo: comenzó el concierto y todos a bailar. Esta noche sí había gente bailarina: de México, Colombia, El Salvador, la Yunai, Japón y hasta una búlgara que agarraba los pasos de cada ritmo al vuelo. La orquesta tocó sobre todo cumbias y vallenatos, pero también algún merenguito y unas cumbias tirando mucho, pero mucho, a salsa.  

Mientras bailaba, a veces emparejado y otras en grupo, pensé un par de cosas. "¿Por qué me pasé tantos años sin salir solo a divertirme cuando llegué a Brooklyn? Siempre andaba con la mente y el corazón otros lados. ¡Qué rico es estar presente aquí, en esta pista de baile, con esta gente que busca alegría, y punto!" También: "Si yo fuera el agente de esta banda, la frase publicitaria sería: La Cumbiagra ni se toma, ni se fuma, ni se inyecta. ¡Se baila!".

Animan tanto el baile que un montón de gente se quedó para bailar con el disc jockey después del concierto. Cuando me fui, ya bastante entrada la madrugada, aún quedaba un grupo muy alegre meneándose. 

De camino a casa, repasando las piezas, pensé que pa' mí, la mejor, después de "Indocumentado" escrita por Sebastián, fue "Entre rejas," un vallenato de Lisandro Meza, canta'o por el conguero Néstor Gómez:

     Si has engañado a otros hombres
     De mí no te burlarás...

Lo cantó con tanto sabor mientras le daba a la conga, que superó al original, yo diría, dándole un toque más caribeño y un poco salsero. ¡Riiiiiico!

jueves, 27 de octubre de 2016

Un cafecito con Tami-san

Es inteligente, gentil, cuidadora y fiel. Nipo-peruana, lleva en su forma de ser el respeto y la honorabilidad japoneses y la espontaneidad y alegría peruanas. Nos une una amistad con una larga historia digna de ser narrada. Hemos compartido inviernos pensilvanianos; giras peruanas por barrios limeños, parajes cuzqueños y caminos incas; momentos difíciles en alturas andinas y risas en fiestas latinas; consuelos mutuos por desamores del otro y alegrías mutuas por nuevos amores del otro; despedidas; y reencuentros washingtonianos y neoyorquinos. Ahora somos vecinos y gracias le doy a la Vida por ello. Son los diversos momentos de una amistad, dignos todos de ser narrados. 

Pero a veces es lo pequeño, lo cotidiano, lo que hay que narrar: como el llamarla una tarde lluviosa de jueves y preguntarle si puedo pasar a su casa a dejarle el regalito que Marisol les envió de Lisboa a ella y a Emilio, su esposo. Soy lento encomendero y ya me da vergüenza. Hace días se los tengo que llevar. Me dice que sí, que vaya, y a su casa me dirijo. Ya que estoy allí, me invita a un café y conversamos un ratico mientras su hija y su hijo y una amiguita juegan por la casa. Me arrancan sonrisas con sus ocurrencias, como ofrecer hacerme un cartel a mano con mi nombre a colores por veinte centavos, para ganar dinero. Les digo que sí y se los compro por un dólar. Mientras tanto, converso con Tami-san sobre esto y aquello, sobre tal conjunto que está bueno pa' bailar o sobre tal lugar donde llevar clases de salsa o flamenco. Así nos pasamos casi una hora y luego me despido, para ir a hacer mis vueltas y que ella pueda continuar con sus quehaceres. Pero hemos disfrutado un breve momento más en una amistad que la Vida nos ha regalado sin que lo pudiéramos haber planeando: por pura Gracia.

martes, 25 de octubre de 2016

Un momento de bienestar otoñal con Thoreau

A media tarde la tibia luz de sol otoñal entra por la ventana de mi cuarto. Me siento al lado de ésta y empiezo a leer el ensayo "Resistance to Civil Government" o "Desobediencia Civil" de Henry David Thoreau. Es uno de mis ensayos de cabecera pues me hace confrontarme con la pregunta de cómo vivir una vida conscientemente comprometida con la justicia preservando también la libertad para disfrutar de mis intereses y placeres. Mañana lo comentaré con mis alumnos de Filosofía Americana. Pero esta tarde lo leo en silencio, mientras el sol acaricia la piel de mis brazos, cuello y rostro. Apenas se escucha la voz del viento interpretada por las hojas amarillentas del plátano de sombra frente a mi casa y la voz de Thoreau en mi mente, que es mi propia voz interpretando la suya. Mientras leo, la sombra de las hojas del plátano se pasean por la página. Pero no me molestan. Por el contrario, le dan un toque lúdico y estético a esta experiencia de lectura, a este momento de sereno bienestar.

domingo, 23 de octubre de 2016

Fiesta bailable en 267 Brooklyn

"La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡ay Dios!" Salí el viernes al atardecer rumbo a la piscina pensando en nadar, regresar a casa tranquilo, leer un rato y dormirme tempranito. Cuando entraba a la piscina, me llegó un mensaje de Clare: "¿Querés cenar o tomar algo?" Niall anda de gira en Chicago, Cal fue a una residencia de escritores en Ithaca y ella se quedó por acá. Le pedí tiempo para nadar mientras ella buscaba dónde cenar por el barrio. Nadé un kilómetro rapidito y con ganas, para sentir que entré al agua, me duché sin entrar al baño de vapor, me vestí y salí rapidito también y la llamé. Nos encontramos en el restaurante vietnamita del barrio, Hà Nôi. Mientras nos poníamos al día, compartimos pho de mariscos y curry de camarones. Estaban deliciosos. 

En eso me llegó un texto de un nuevo compa colombiano, un paisa de Medellín. Me invitaba a una fiesta underground. Tocaban Yotoco y Los cumpleaños. "La dirección es 267 W______ Street." Le pregunté a Clare: - ¿Vamos a bailar? Las orquestas son buenísimas -. En realidad yo sólo había escuchado a Yotoco, pero había escuchado rumores de que Los cumpleaños era excelente. Clare me respondió que estaba cansada pero caminaría un trecho del camino conmigo. 

Pero conversando y conversando llegamos a 267 W______. La puerta metálica, pintada de negro, decía "Garage" en letras pintadas en blanco. Pero había un trocito de cinta adhesiva al lado de un timbre que decía: "Yotoco y Los cumpleaños >>>>." Tocamos el timbre. Esperamos un rato. Nada. Tocamos de nuevo. Después de un par de minutos, 10 metros a nuestra derecha, un gringo hipster abrió una puerta y pregunta si veníamos a la fiesta. ¡Sí! Entramos al patio interior de un edificio de ladrillos con pinta de bodega industrial convertida en edificio de apartamentos. Y por una puertica entramos a un apartamento y pasamos por la sala y la cocina y bajamos dos escalones a una antigua cochera. Y en ésta nos encontramos con un espacio completamente acondicionado para eventos musicales, con tremendo equipo de sonido y recubrimiento en las puertas metálicas que dan a la calle para aislar el sonido. El piso era de cemento pulido y las paredes de ladrillo expuesto. Las vigas de madera del techo estaban expuestas también y de la central colgaban una bola de discoteca y un proyector de videos. 

Yotoco ya estaba en acción y ya había gente bailando. Clare y yo nos sentamos una pieza pero rapidito me levanté y le dije que bailáramos. Yo creo que a ella le estaban picando los pies por bailar y por eso me acompañó, a ver de qué se trataba. La cuestión es que bailamos todas las cumbias, los merengues y las fusiones de ritmos que caracterizan a Yotoco. La gente estaba divirtiéndose también. Había un boricua bailando con una gringa como si fuera un concurso de payasada sensual y varias hipsters gringas improvisando pasos y movimientos y varias parejas de boricuas, dominicanos y paisas que bailaban muy bien. Clare tiene buen ritmo y rapidito agarraba los pasos. En un cumbia hasta le enseñé el brinquito del swing criollo tico y lo agarró al vuelo. 

Cuando Yotoco terminó, le presenté a la cantante y al cantante y seguimos bailando con la música cubana y puertorriqueña seleccionada por el disk jockey. La gente iba y venía y el 267 se iba llenando de gente para el set de Los cumpleaños. Clare ya parecía latina bailando pero era hora de irse a casa. Estaba cansada. Le pregunté si quería que la acompañara pero dijo que no. Ella conoce bien el barrio. La acompañé a la salida, le dije que me mandara un texto cuando llegara a casa y regresé a la fiesta.

En eso empezaron a tocar Los cumpleaños y eran realmente buenísimos. Tocaban sobre todo salsa y ritmos cubanos. La gente se alegró con la percusión, las congas, el trombón y los teclados y el timbre de voz del conguero que era cálido y su acento bien caribeño. Por ahí, en media pista, vi a mi compa paisa y a sus compas, y de por si todo el mundo bailaba junto. A medio concierto, inflaron "bombas" (globos) multicolores con luces intermitentes adentro. Brillaban en la semioscuridad y los bailarines nos divertimos jugando a no dejarlos caer al suelo mientras nos meneábamos.

La hora y media se nos pasó volando. Cuando terminó el baile, todo el mundo sonreía, conversaba animado y se reía. Conversé con una compa de mi compa, una chilena que toca piano en grupos de salsa y bolero. Resultó que estudia composición en el conservatorio de mi college.

Me despedí de ella y de mis compas y regresé a casa caminando despacio. Recorrer a pie de madrugada las calles de la ciudad me serena y me alegra a la vez, sobre todo si la noche me ha sorprendido. "La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡ay Dios!"

miércoles, 19 de octubre de 2016

Breve ejercicio para apreciar la lírica de Bob Dylan

Propongo un ejercicio. Quizá le interese a los estudiantes de inglés, los románticos de la poesía, los soñadores empedernidos, los desamparados existenciales, los heridos por el desamor, los solitarios que buscan una voz compañera y los eternos esperanzados contra toda esperanza. 

Leamos y luego escuchemos juntos una sola estrofa de la canción Mr.Tambourine Man (Señor Panderetero) de Bob Dylan. Esta es la segunda estrofa: 

    Though I know that evening's empire has returned into sand
    Vanished from my hand
    Left me blindly here to stand but still not sleeping
    My weariness amazes me, I'm branded on my feet
    I have no one to meet

    And the ancient empty street's too dead for dreaming 

Si tenés tendencias formalistas, empezemos por apreciar la métrica de los versos y sentir cómo nos lleva al ritmo, y por escuchar los patrones de rima, consonancia y disonancia y cómo nos llevan a la sonoridad. ¿Y te das cuenta de la simetría de la composición? 

Y ahora, a lo importante: el contenido vivencial, el meollo existencial de la estrofa. ¿Ves la imagen? ¿Escuchás la voz poética? ¿Te llega? ¿Ves al hombre que ha amanecido en la calle pero no tiene sueño? Evening's empire...left me blindly here to stand but still not sleeping. ¿Y te preguntás quién es y dónde está? ¿Es joven o viejo? ¿Está en un pueblo, una gran ciudad, un caserío desolado? ¿Por qué está solo?

¿Y alguna vez has sentido tanta desazón, tanto cansancio de la vida, tanto dolor, tanta soledad, que la única opción es verte desde afuera y asombrarte de tu situación, porque sentirte desde dentro duele demasiado? My weariness amazes me.

¿Entendés por qué no quiere regresar a casa, ni va para ningún otro lugar porque nadie lo espera? ¿Sentís la parálisis que él siente? I'm branded on my feet. I have no one to meet. ¿Alguna vez has sentido que hace más frío en tu cama solitaria que en la calle, aunque sea invierno?   

¿Y has buscado a alguien, una compañía, aunque sea un panderetero, y lo único que encontrás es un tipo solitario en una calle tan desierta que parece muerta, demasiado lúgubre para soñar siquiera, y te das cuenta que sos vos mismo? The ancient empty street's too dead for dreaming.

¿Y ahora querés seguir escuchando? ¿Querés saber que más nos canta este poeta?

 

martes, 18 de octubre de 2016

¿Del Jardín Botánico de Brooklyn a Birmania?

Nos encontramos el sábado por la tarde frente a la Biblioteca Pública de Brooklyn. Ella ha estado estudiando acá para los exámencs de admisión a la escuela de medicina. Ya no quiere estudiar en la biblioteca de Brooklyn College porque dice que se siente atrapada ahí, como si a pesar de haberse graduado no hubiera avanzado nada. Tiene razón. Es mejor que estudie en la gran biblioteca de nuestro borough (distrito) y así vea gente distinta y sienta nuevas vibras y respire nuevos aires. Cuando me ve en la esplanada frente al edificio, me cuenta emocionada que la biblioteca ha organizado un intercambio de libros comunitario. La gente trae sus libros, los dona y la biblioteca los revende por $1. Está contenta porque compró trece libros por trece dólares. Entre las joyas,trae A Passage to India de E.M. Forster y Out of Africa de Isak Dinesen (Karen Blixen). 

La veo tan contenta que pienso de nuevo que esta muchacha va a ser escritora. Su corazón está en ello más que en la medicina. Pero ella misma no se ha dado cuenta y quizá sus padres, como tantos padres del sur de Asia, piensen que ser médica sería mucho más honroso para ellos. Pero es cuestión de tiempo. De hecho, mientras caminamos de la biblioteca al Jardín Botánico me cuenta que ha enviado otro cuento a una revista literaria. Está esperanzada pero no quiere ilusionarse para no llevarse una decepción. Así pasa: escribís algo, lo pulís, lo llevás hasta donde podés, lo enviás a una revista y en la inmensa mayoría de los casos no te lo publican. Decepciona. Pero de vez en cuando, muy de vez en cuando, te llega un sí y te alegrás. A mi amiga bengalí la esperan muchos "¡sí!" 

Ya en el jardín todo lo observa y lo comenta emocionada. Nunca había venido. Entonces le sirvo de guía. Este es mi lugar favorito en Nueva York, especialmente el jardín japonés. Allá la llevo para empezar. El portal torii en la laguna anuncia que estamos en cercanías de un altar sintoísta, le explico. Y entre vuelta y vuelta, llegamos al altar dedicado a un espíritu de la cosecha. Siempre lo visito y en silencio, con manos juntas y cabeza inclinada a lo japonés, le doy gracias a la Vida por todo lo que me ha dado, porque me ha deja'o, me ha deja'o, me ha deaj'o cosa' muy buena', cosas muy bonitas. Me ha deja'o, por ejemplo, esta caminata con M en esta hermosísima tarde otoñal de cielos límpidos, aire refrescante y sol cariñoso.

Del jardín japonés vamos al jardín de Shakespeare y se emociona leyendo sobre las varias hierbas y flores plantadas allí y mencionadas en obras de teatro y sonetos del gran Bard. "¿No te das cuenta? Olvidate de la medicina". Pero le toca descubrirse a ella misma, poco a poco. 

En el estanque de lirios me pregunta si en Costa Rica hay flores de todos los colores. Dice que en Bangladés casi siempre las flores son rojas, amarillas o blancas y le extrañó ver tantos colores lila, morados y magenta cuando llegó a América. ¿Será? "M, ahí tenés un ensayo, una crónica o un cuento".

Seguimos dando vueltas y la verdad es que le prestamos más atención a la conversación que al jardín. Me cuenta de sus sueños de viajar y le pregunto:

  - ¿Hey, vas a ir a la boda de Nwe? Yo quiero ir pero no sé si puedo en febrero -. Nwe es nuestra amiga birmana. Se casará en Rangún en febrero. M es, de hecho, su mejor amiga. 

  - ¡No sé! Yo quiero ir pero no sé si puedo. Es que el exámen de admisión es a fines de enero y no sé si podría planear bien el viaje. Yo no sé cómo. Mi mamá dice que si fuera con vos sería más fácil, Iría acompañada y más segura y con alguien que ha viajado más.

La sugerencia queda ahí rebotando, como bola picando en el área, unos segundos. Pero no lo pienso mucho. Yo no voy a cambiar. Aunque la prudencia me diga, "Quedate tranquilo en Nueva York dando clases, ¿qué vas a hacer dándole media vuelta al mundo para ir a un matrimonio a medio semestre?", se me iluminan los ojos, se me vienen destellos de aventura a la mente, me imagino vestido de birmano en una boda en Rangún, sueño con toda la gente linda que debe haber en aquella lejana tierra, me imagino también a M feliz en la boda de Nwe y a Nwe feliz con nosotros, y digo:

- Diay, si querés voy a investigar las posibilidades, ver opciones. Capaz que lo logramos y vamos juntos. Vos seguí estudiando que yo lo voy planeando y te voy contando.

¿Birmania en febrero? ¿Festejar a Nwe con M? Lo pienso y se me alegra el corazón. Y me sueño entre pagodas birmanas, aunque ande por una pradera de flora nativa del este norteamericano plantada en el jardín botánico de Brooklyn.