martes, 31 de enero de 2017

Un martes de enero

Amo un martes de enero, un día invernal cualquiera, en el que nieva, el mundo guarda silencio, hay paz y puedo leer, pensar y sentir. La nieve se asienta en el jardín y todo lo purifica.

Un pejibaye para el viaje al norte

El sábado me acosté a las 5 am, me levanté a las 8 am para despedirme de Xinia, me volví a dormir, me levanté a las 9:30 am para despedirme de Anto, me acosté media hora más pero no dormí y me levanté. Fui a desayunar donde mis papás pasaditas las 10 am. Habían ido temprano a la feria del agricultor de Guadalupe y mi papá había comprado pejibayes. Así que tomé el último cafecito casero acompañado de un pejibaye mientras conversaba con mis papás. Disfruté pelándolo, desprendíendole la cáscara rojiza para comerme el fruto naranja y fibroso de palma. Estaba bueno, pero no excelente, pues no es época de pejibayes. 

Luego me preparé para el viaje, pues no había empacado nada, ni siquiera un par de medias. Se me vino encima la hora del almuerzo, pero pude sentarme tranquilo a disfrutar comidita casera y de cuchara materna: ensalada, arroz, frijoles rojos, verduritas y un filete de corvina, para irme con el paladar y el corazón satisfechos. 

Al aeropuerto me llevaron mis papás, como siempre, como todos estos años de ires y venires de emigrante, gracias a la Vida. Demoramos hora y pico en llegar porque en el área metropolitana basta que se cierre un puente, como el de "la platina" sobre el río Virilla,  para que todas las vías de tránsito colapsen. Pero íbamos con tiempo y tranquilos, algo poco usual para mí. Y pudimos ver barrios y pueblitos de Heredia por los que no pasábamos hace años: Santo Domingo, Santa Rosa, La Valencia, y el Barreal hasta Cariari. Mi papá, sobre todo, observó los cambios de una zona que fue cafetalera y se ha hecho urbana e incluso industrial. Igual, nos apuntó un cafetal con casa típica al fondo, detrás de los tupidos cafetos, cuando lo pasamos. En el aeropuerto, un abrazo a cada uno, y luego otro, para que no me falten. 

Y otra vez al norte, vía Panamá, donde comí una empanadita de pollo carísima: "Con esto hubiera comido gallo pinto y tomado fresco de tamarindo dos veces en la soda Yogui's". Pero así no tuve que comer en el avión. Dormí sereno casi todo el vuelo a Nueva York. "La verdad, ese pejibaye me supo muy rico", pensé en un momento de breve lucidez entre sueños.

  

lunes, 30 de enero de 2017

Tres ángeles me despiden

Viernes, última noche en Costa Rica. Quise disfrutarla en mi apartamento, tranquilo, con gente cercana y querida. La primera en llegar fue Jahel. Llegó antes que yo a mi propia fiesta. Mi excusa es que ella salió temprano de ensayo mientras yo todavía andaba comprando los ingredientes para que ella nos preparara un delicioso guacamole mexicano: aguacates, tomate, jalapeños, limón, cebolla, culantro. Cuando llegué, la encontré conversando con mis papás y hermanas en la sala de nuestra casa familiar. Me alegró verla allí, en casa, conversando como si fuera parte de la familia. Conversamos un ratico más con mi familia y luego nos fuimos a mi apartamento. 

Mientras ella preparaba el guacamole, puse música de Natalia Lafourcade para matizar, y bebimos una negra portuguesa, Super Bock Stout, que me había regalado C., la garota tico-mineira. Yo preparé los frijolitos molidos, las yuquitas y la corvina con cúrcuma y aceite de oliva al vapor. En eso llegó Xinia, mi hermanita menor, y listo: con tres ya era fiesta. Comimos: el guacamole estaba delicioso, esta actriz mexicana es una artista culinaria también. Conversamos de la vida, pues Jahel y Xinia comparten onda mística y lindos corazones. Escuchamos más música mexicana. De la Super Bock pasamos a la Bavaria Negra, pues Jahel y yo compartimos gusto cervecero. 

En eso estamos cuando me llamó la garota mineira a ver si todavía estábamos reunidos. Un toque después llegó con generosos refuerzos: Imperial, más Bavaria, marañón tostado, aceitunas rellenitas de salmón, tostaditas de linaza y otros granos, y sobre todo, su jeito alegre y buena vibra tico-brasileña. Nos contó sobre su último viaje a Vietnam, Camboya, Laos, Corea del Sur, Palaos y China y nos dejó encantados con la aventura. 

Jahel, mientras tanto, sugirió que escuchásemos Ángeles Azules Sinfónico y yo me encanté con esa cumbia sinfónica. ¡Qué lindo es México! Y como canta Benny Moré: ¡Qué bonito y sabroso bailan el mambo (y la cumbia) las mexicanas! Amargado aquel que en vez de darle la bienvenida a los mexicanos, quiere echarlos. Amargado, triste y desgraciado. Tan rico que es comer y bailar con ellos.

Cuando nos dimos cuenta, era de madrugada. Xinia se fue a dormir pues trabajaba temprano y dormiría poco. Nosotros nos quedamos un buen rato más tertuliando. Cuando ya no quedaba más cerveza ni energía, nos despedimos. Afuera, en el fresco aire de madrugada, bajo el sol estrellado, les di dos abrazos a cada una. Pa' que no me falten hasta verlas de nuevo.



 

domingo, 29 de enero de 2017

Del palco en la Cueva al Time Out

A. fue uno de mis buenos compas en el Monterrey. Le gustaba el fut, era saprissista y jugábamos en la sele del cole, yo de lateral izquierdo y él de volante creativo. Yo me ponía el 5, él la 10. Con otros compas nos la pasábamos jugando fut o vacilando en los recreos. Moreno, pelo lacio y ojos negros, sonrisa perfecta, era uno de los galanes del cole. Por lo menos de los que las compas decían que era guapísimo. En esa época él mae era tranquilo. Yo creo que era un poco tímido con ellas, o quizá simplemente lo que le interesaba era el futbol y los amigos. Luego estudio microbiología en la UCR, se doctoró en Alemania. Para entonces yo había jalado para la Yunai y nos perdimos el rastro. Me lo encontré años después, por medio de otra compa, cuando había regresado de Alemania. Nos encontramos varias veces, a través de los años, siempre con el grupo de compas, y nos llevábamos bien como en el cole. Pero no los veía hace unos cuatro años y a A. lo noté más interesado en verme, como en busca de amistad. 

El miércoles, me invitó al estadio Saprissa, osea, a la Cueva del Monstruo. Yo no iba hace años. Siempre he sido saprissista pero el futbol de clubes en Tiquicia hace tiempo me parece que anda muy mal, muy pobre. Tenía pereza de ir pero acepté porque me invitaba un buen amigo. Se ha hecho, junto con un grupo de amigos suyos, dueño de un palco. Ya no va a la gradería de sol, como en nuestro último año de colegio, cuando la S jugaba lindo e íbamos casi todos los domingos al estadio. El doctorado y la soltería le han generado oportunidad de algunos gusticos, como ese palco especial. Es una zona llamada Club Morado en la esquina noroeste del estadio. Hay barra de refrescos y comidas incluídas ya con la entrada. A. y sus compas se han hecho amigos de los saloneros y en las mañanas, horas antes de los partidos, meten furtivamente licor para matizar la noche de estadio. En esa zona se acomodan las WAGS (Wives and Girlfriends, como les dicen en Inglaterra a las esposas y novias de los jugadores) y por ahí andaba el presidente del club. Osea, es una zona V.I.P. Yo me concentré en el partido y no les presté atención. Lo mío, si voy al estadio, es es futbol. Las modelitos que se casan con jugadores poco me interesan. El partido fue mediocre. La S ganó, complicándose solita en el segundo tiempo. Pero para mí fue agradable regresar a la Cueva con mi compa.  

Luego me dijo que fuéramos al bar Time Out, cerca del estadio en Tibás. Allí estaban los amigos que normalmente van al estadio con A. Cuando llegamos, ya estaban borrachos. Eran cinco tipos, todos mayores que A., rayando los cincuenta años o ya superándolos. Y había dos muchachas veinteañeras, ambas de pelito largo, negro, lacio muy cuidado y ojitos café tueste oscuro. Una llevaba vestido vino tinto ejecutivo, la otra  blusita veraniega, sin hombros, con manguitas cortas y vuelos. Guapas, pero coquetas manipuladoras. Los cinco tarados, quinteto de borrachos, babeaban por ellas. Y ellas coqueteaban y se reían y aceptaban la invitación a los tragos. La del vestido resultó ser la asistente de uno de los chavalos, un pobre gordo adiposo, abotagado de tanto tomar guaro, que es gerente de un puesto de bolsa de un banco público. El tipo es casado, pero le dijo a la esposa que iba al estadio con los amigos, como siempre, y se llevó a la asistente al bar. La asistente le hacía caritas y ojitos, y cuando los otros le decían que siguieran la fiesta en otro bar, ella hacía vocecita de niña mimada y decía que no podía porque el jefe de ella era buena gente pero muy estricto con el horario. Y así por el estilo. Ella había invitado a su amiguita. Y los otros cuatro tarados, junto con el gordo, prefirieron ir a tomar al bar con tal de estar con dos chiquillas veinteañeras, que ir a disfrutar de su palco en el estadio. Es que el gordo ya les había mandado a todos fotos de su asistente en bikini en un viaje de negocios a Florida. ¡Y la flaca además llevaba amiguita!

Yo, como siempre, me limité a observar y a escuchar y a hacer cara de estar de acuerdo para que los tipos me contaran todo el rollo de lo que estaba aconteciendo sin que ellas supieran. ¡Pero si ellas bien sabían de qué se trataba! Cuando las dos chiquillas fueron juntas al baño, el sexteto, incluyendo a mi compa A., al unísono me pidió que les sacara una foto. Antes, retiraron de la mesa las carteras de la chicas para esconder cualquier rastro de su presencia. El objetivo: enviarle la foto a las esposas, diciendo "Mi amor, me atrasé un poquito, aquí estamos los seis".

Me pregunté qué pensaba A., el único soltero, de todo aquello. Pero no le pregunté. Sí pensé que si algún día soy así de patético, por favor alguien sáqueme de mi miseria y entiérreme sin nombre donde mis restos no estorben.

viernes, 27 de enero de 2017

De Kabbalah a la Soda Yogui's

El martes por la noche mi primo Allan cantaba en un bar en Tibás, Kabbalah. Ya había invitado a Isa, mi compa de la piscina. Cuando me preparaba para ir a buscarla, me llamó Jahel. El ensayo en el teatro había estado estresante y quería una birra. Se apuntó a ir con nosotros. Pasé por Isa, luego por Jahel y nos fuimos. Se suponía que Kabbalah quedaba frente a la Kabaña en el cruce Tibás-Moravia cerca del AutoMercado. Pero llegamos y la Kabaña ya no existe, y el bar de al lado es Time Out y al frente quedaba Recuerdos. ¿Diay? Un poco apenado porque siendo tico me había perdido con mis amigas mexicana y nicaragüense, llame a Meli, una prima cuarta que recién conocí, y ella me explicó que Kabbalah queda sobre Recuerdos. Por fin, llegamos. Allí estaban algunos tíos y primos y otra gente tomando unas cervecitas. Les presenté a Jahel, ya conocían a Isa, y nos pusimos a conversar.

Allan se preparaba. Esa noche era especial pues cantaría en San José, frente a familia y amigos. Hace años representó a Costa Rica en el festival OTI. Pero como ahora vive en Houston y trabaja mucho, viene poco a Tiquicia. En Houston, canta con su orquesta de salsa tres noches por semana. En parte lo hace para terminar de juntar los dólares para los gastos de cada mes. Pero principalmente lo hace porque lo disfruta, porque es su vocación. Empezó con boleros y saqué a Meli. Pasó a algunas baladas en inglés e incluso una clásica: "New York, New York" conocida por la interpretación de Frank Sinatra. Cuando la cantó, mencionó que yo vivo ahí, y mis tíos, primos y amigas me aplaudían, vacilándome, como si yo fuera responsable por la fama de la ciudad. Luego ya cantó salsas clásicas y las bailamos todas. Con Meli bailé la salsita que más me sabe siempre, "Llorarás" de Oscar de León. ¿Por qué será que me sabe tanto?

Se nos pasaron las dos horas volando. La gente pedía más pero esa noche la música terminaba a las 11 pm. Tan temprano y Jahel, Isa y yo con hambre.

  --¿Qué hacemos? 
  --¿Vamos a comer a Yogui's?--sugirió Jahel.
  --¡Ay sí!--dijo Isa.

Yo no sabía qué era Yogui's. Las muchachas se miraron desconcertadas.

 --Dani, no lo puedo creer. ¿Tú siempre andas pidiendo el desayuno típico en la Feria Verde y no conoces Yogui's?--me preguntó Jahel.
 --Diay...¡no! 
 --Ah no Dani.
 --Diay, jale.

Allá nos fuimos. Yogui's resultó ser una soda famosísima que sirve platos típicos las veinticuatro horas del día a precios baratísimos. Isa en realidad conocía la Yogui's original, una soda popular, frecuentada por taxistas, en Desamparados. Jahel se refería a la de los Yoses, pues ella la frecuenta y nos quedaba mucho más cerca.

Cuando llegamos, examiné el salón, enorme y muy iluminado. A la izquierda había un larguísimo mostrador de atención que fungía como barra para comensales también, con banquitos estilo diner simétricamente espaciados en hilera. Al lado de los enormes ventanales frontales y a lo largo de la pared derecha había mesas sencillas y laminadas para cuatro personas cada una. Aquí y allá comían varios grupos de gente variopinta: algunos universitarios, otros trabajadores, grupos de amigos y amigas, un par de parejas.

El menú, una serie de láminas colgadas del techo sobre el mostrador, ofrecía de todo: sanguches, gallos, empanadas, gallo pintos, casados, enyucados, refrescos naturales. Pero los tres queríamos lo mismo: gallo pinto con fresco de tamarindo. Jahel pidió el gallo pinto con huevo y el tamarindo con linaza. Isa el gallo pinto con carne. Y yo sólo el gallo pinto, sin nada, y el tamarindo. Cuando nos los sirvieron, cada plato traía una montaña de gallo pinto y el vaso de fresco era enorme. Fue como desayunar a media noche. Y si nos costó seis mil cañas todo, fue mucho. Entre este bocado y aquel sorbo, conversamos bastante. 

Isa comparó la soda de los Yoses con la de Desampa: --Aquella es más abierta y sencilla y hay muchos taxistas. Aquí no. Esta es más fresita--. Estoy seguro que tenía razón. Igual, para el barrio de los Yoses, es un lugar extraordinariamente simple y barato. Les conté que Rio, el bar de al lado, antes era el punto de encuentro de los sodas más sodas, o los fresas más fresas, de Costa Rica, hasta que se fueron para Escazú donde les gusta sentirse como en Miami. En tal contexto con esos antecedentes, Yogui's me pareció un milagro feliz y popular.

Y lo que más disfruté, lo que más me gustó, es que una mexicana y una nicaragüense me llevaron a Yogui's a comer comida tica. 

Después de haberlas dejado en casa, mientras manejaba a la mía, sonreía y escuchaba más salsa en la Zeta FM, 95.1. Me hubiera gustado escuchar "Vivir mi vida" para matizar la noche.

jueves, 26 de enero de 2017

Una historia de amor y una fiesta familiar

Manuel Quirós, de Aguacaliente de Cartago, se casó con Cristina Loaiza, de Cartago, supongo que por allá de 1920 o un poco después. ¿Cómo se conocieron? ¿Cómo se enamoraron? 

Él era uno de la docena de hijos de Julián Quirós y ña Chepa Rojas (¿Josefa?), creció en una finca familiar donde sus labores eran agrícolas, y eran evidentes sus rasgos de origen indígena, Yo diría que era un gran huetar. Manuel era inteligente. Un maestro intentó persuadir a don Julián de que le permitiera estudiar derecho. Pero el patriarca de los Quirós quería a su hijo trabajando en la finca. 

Cristina, por su parte, era mujer mestiza, hija de un hijo de gamonal criollo y de Ángelica Loiaza, Mita, también de rasgos indígenas. El joven ricachón no dio su apellido a Cristina, pero sí ayudó a Mita para que la criara con un hermano y una hermana más. (Cuánto la "ayudó" el joven es cuestionable porque Mita era la empleada de sus padres, pero así eran las cosas). Así, Cristina creció en la antigua capital de Costa Rica. 

Algunos dirían que ella era de mucha alcurnia para él, según los estándares sociales del conservadurismo tico. Pero por dicha se casaron y Cristina se fue a vivir con Manuel en casa de la familia de ñor Julián  y ña Chepa  en Aguacaliente. Pero el destino de la pareja sería otro. Algún hermano de Manuel envidiaba las preferencias de ña Chepa para con Cristina, señora de la capital. Un familiar de Manuel que vivía en San José le dijo: --Venite que ya te tengo trabajo--. Lo del trabajo era mentira pero sirvió de anzuelo: Manuel y Cristina se fueron para San José.

En San Francisco de Calle Blancos tuvieron y criaron siete hijos: Daisy, Miguel, Carmen, Luis, Luz, Nelly y Lilí. Además dieron hospitalidad y cariño, e incluso criaron, a varios niños más. Luz es mi abuela.

Manuel Quirós trabajaba en los talleres de Obras Públicas de primera mitad del siglo XX. Además tenía ingenio e inteligencia de ingeniero. Simplemente observando una rueda de Chicago importada de la Yunai, él mismo diseñó y construyó la primera rueda de Chicago hecha en Costa Rica. La llevaba a todos los turnos que se hacían en los pueblos del Valle Central y más allá, hacia el Caribe, a Turrialba y Limón. Las hijas vendían los boletos, los hijos ayudaban a Manuel en la operación mecánica de la rueda. Cuando había mucha fila, reducían las vueltas de la rueda por boleto. Pero era generoso: a los chiquillos que no podían pagar, los "clavos", los dejaba montarse gratis al principio del día. Cada vez que paraba la rueda se tiraban un mechazo de guaro. (Cuando mi abuela Luz me cuenta esos detalles se ríe). 

Manuel abrió además una pulpería y cantina en San Francisco. La atendían sus hijas. Al frente vendían abarrotes y al fondo le servían a los señores que pasaban por un traguito de guaro.  Prosperó la pareja. Manuel y Cristina fueron generosos y amorosos. 

Yo recuerdo la casa de mis abuelitos Manuel y Cristina. Era de madera, de frente angosto pero largo fondo, con varios dormitorios a lo largo de un corredor interno que desembocaba un salón comedor amplísimo. Por unas escaleras cortas se subía a la enorme cocina al fondo, antes del patio. Al fondo del patio, estaba el taller de mi bisabuelo. Manuel era alto, moreno, de cara ancha, orejas enormes, paradas y peludas. Toleraba mi presencia en su taller y sonreía. ¿Qué pensaría de mí, aquel niño inquieto, blanquito, rubio, ojos claros, juguetón? Cristina era pequeñita, menudita, de nariz fina, cabello rizado, ojos dulces, sonrisa tierna. Les encantaba recibir gente. En el gran salón comedor armaron muchos bailes y se festejaron su matrimonio muchos vecinos que pedían la casa. Bailaban mucho mis bisabuelos. Eran alegres.

Yo era niño de escuela cuando fallecieron. Los quería pero no sentí tristeza. Sí percibí la tristeza de los que me rodeaban, como mi prima Laura. Mi mamá y hermanas heredaron algún recuerdo material de Cristina, un dije, una cadenita. Yo, de mi bisabuelo Manuel, heredé un sombrero estilo vaquero y el libro de aritmética que él uso para estudiar. Ese libro está en mi biblioteca aquí mismo, en mi apartamento guadalupano: Aritmética: Curso medio con cálculo mental y numerosos ejercicios por G.M. Bruño. Edición para el Occidente Colombiano de Félix de Bedout e Hijos. No tiene fecha de publicación. La solapa está firmada, de su letra y mano, en tinta negra de pluma, por Manuel Quirós R. Es mi libro más valioso. Con él aprendió aritmética un gran ingeniero, sin diploma pero con toda la creatividad e inteligencia de un maestro diseñador y constructor.

Pero lo más importante es que, según yo los recuerdo, eran personas felices y una pareja feliz. En vida tuvieron hijos, hijas, nietos, nietas, bisnietos, bisnietas. 

El sábado pasado, muchos de sus descendientes, la gran familia Quirós, nos reunimos en el rancho La Hermosa, en Orotina de Alajuela, para hacer una fiesta. Bailamos con un conjunto, luego con mi tío Hernán como disk jockey, y luego con mi primo Allan como cantante salsero, merenguero y cumbiero, acompañado en dúos por Ramirillo o Hernán. En la última fase de la fiesta, cantamos karaoke. Reímos. Ya había incluso tataranietos y una tatara-tataranieta de Manuel y Cristina. A algunos los conocía y a otros no. Pero la pasamos pura vida.

García Márquez crearía una saga familiar de todas las generaciones presentes en la fiesta porque los Quirós no se les quedan atrás a los Buendía en historias dignas de ser contadas. Yo no soy novelista. Soy un tipo familiero y aspirante a bailarín. Quisiera ser poeta pero me quedé en filósofo. Lo que sé, y puedo dar mi fe y mi testimonio, es que hay toda una familia alegre y bailarina que se reunió a disfrutar y que encuentra su origen en los amoríos cartagineses de Manuel y Cristina.  


viernes, 20 de enero de 2017

Tertulias de madrugada.

Se me ha pasado la mano un poco esta semana. El miércoles invité a Jahel y a Xinia a comer y jugar scrabble en mi apartamento.  De repente apareció por whatsapp Antonio, un amigo actor y le dije que viniera. Se apuntó. Primero llegó Jahel de ensayo en el teatro Melico Salazar. Al rato Xinia llegó de su casa y cuando llevábamos ya buen ritmo de tertulia se nos sumó Antonio. Él actuó con Jahel en Panorama desde el puente el año pasado. Ahora está actuando en La isla de los hombres solos, una adaptación al teatro de la novela de José León Sánchez. Yo vi la obra el domingo con Héctor, el chilango, pero no conversé con Antonio después de la función. Resultó además que la novela La isla... es la favorita de Xinia. Ella nos contó porqué. De ahí en más, la tertulia aderezada con frijolitos molidos, yuquitas, ensalada, arroz, zapallo y corvina estuvo tan sabrosa que se extendió hasta la madrugada. La refrescamos además con Pilsen, Bavaria negra e Imperial. Yo paré a tiempo porque luego manejaría por las calles desiertas de San José para dejar a mis amigos en sus casas. De regreso escuchaba salsas con letras de despechados y celebré que yo ando alegre conviviendo con gente legal.

Trasnoché pero el jueves trabajé normalmente. Escribí y leí y por la noche salí al Pollo Cervecero de Pavas a encontrarme con los compas del cole, los de la secundaria en el Monterrey, no los de la primaria en la México. Excepto por Andreína, no los veía hace cuatro años. Las chicas, Yami y Rebe, son centradas pero los muchachos son unos bichitos. Y las cosas que cuentan son rajadas pero dan mucha risa. Yami, quien es triatleta y maratonista, explicó los tiempos mínimos de clasificación a eventos. Al rato I. dijo que a su lance no nos la presenta porque "no está cumpliendo con los tiempos mínimos". Pero estoy seguro que ella piensa que sí, y que es la novia, porque I. guarda en su teléfono los números de las otras chavalas con las que sale con nombre falso de hombre para disimular por si le leen el teléfono. No te digo... Además, trabaja para una multinacional y viaja por toda Latinoamérica echando cuentos. A. tiene otro estilo: es un bichito con cara de pan dulce. Seduce, hace lo suyo y se escurre suavemente. Pero nunca promete noviazgos al menos. Hay una escena de la película Diarios de motocicleta en la que el Che le dice a Granado que le da pavor saber que su amigo es el embajador sexual de la Argentina. Hago mías sus palabras. Pero las chicas los escuchan riéndose incrédulas. Los regañan riéndose y negando con la cabeza al mismo tiempo. Con ellas son buenos amigos. Qué se yo.

Yo escucho y observo y se me ocurren personajes de novelas que nunca escribiré. Es curioso: si vos escuchás atentamente sin asentir ni disentir, la gente piensa que estás de acuerdo con lo que dice. Entonces se anima y se revela más. Eso hago en tales casos. Pero bueno, también se habla de la vida, de la familia y de lo divino y lo profano. Una chica está embarazada, otra se separó después de más de veinte años, otra está alegre y en paz, solterita y libre. Y así me dio la segunda madrugada tertuliando.

A fin de cuentas, tengo mucha más afinidad con X y los actores que con mis excompas. Pero a todos uno los quiere.

viernes, 13 de enero de 2017

Con un chilango en el Museo de Jade

Entramos al Museo de Jade en Cuesta de Moras pasado el mediodía. Calculábamos estar un par de horas para luego ir al Mercado Central. Pero el museo nos interesó tanto que nos deleitamos más de tres horas con toda la muestra de arte indígena en jade. Yo había visitado varias veces el antiguo museo pero no había recorrido el nuevo. El interés para mí fue observar las piezas de jade, hermosas siempre, en muestras explicativas de los contextos históricos, ecológicos, culturales, económicos, religiosos y sociales en los que se crearon las piezas de jade, oro y cerámica que exhibe el museo. No sabía que todo el jade que se utilizó en Centroamérica precolombina se extraía del río Motagua en Guatemala. Ni sabía de todas las rutas de comercio e intercambio de técnicas que unían a los pueblos de la Gran Nicoya con olmecas y mayas. Ni sabía que intercambiaban artesanos. Yo creo que me hubiese gustado ser un peripatético mesoamericano. Para mi amigo, el actor chilango, el placer fue conocer las culturas y el arte de estas tierras que fueron el límite septentrional de la Mesoamérica precolombina. Sus antepasados olmecas llegaron hasta Nicoya y legaron técnicas para extraer, serruchar, pulir, taladrar y tallar el jade. Los artistas nicoyanos y de las llanuras  norte y caribeñas desarrollaron sus propios estilos y figuraciones según el animismo religioso local. Al chilango le fascinó todo esto. Tuve que sudar para explicar todo lo que pude, que no fue mucho, sobre las etnias y lenguas indígenas que sobreviven, a pesar de todo, en Costa Rica.

 Pero fue grato y satisfactorio su interés. Cuando salimos ya no nos daba tiempo de pasar por el Mercado. Nos esperaba una amiga para tomar unas cervezas en el patio del hotel Grano de Oro, uno de los recovecos más deliciosos de Chepe. Pero todo el camino conversamos sobre esa herencia indígena que recorre América. Ambos somos latinoamericanos urbanos y nos dedicamos a la filosofía y el teatro: tradiciones con raíces griegas. Pero somos americanos y mucho de lo que somos, desde lo que comemos a cómo hablamos el español, se lo debemos a esos pueblos. No le dije que en el censo de la Yunai, por poner en aprietos a los estadísticos, yo pongo que parte de mi ascendencia es huetar. Seguro los dejo rascándose la jupa. Pero es verdad.

Romeritos, tortillas y tertulia

"¿Qué planes tienes? ¿Quieres venir a mi casa a jugar Scrabble?" me escribió Jahel. No tenía planes. "¡Son momentos!" (Frase tica del siglo pasado que significa que nada me atrasa, son momentos y ahí estoy). Me reuní con Jahel, quien ahora es mi vecina por dicha, y su amigo Héctor, otro actor graduado del ENAT, que ha venido del D.F. a visitarla por algunos días. Jahel es medio veracruzana y medio del D.F. Él es puro "chilango" y buena gente. Vestido de negro, pelo negro y crespo, nariz ancha, pómulos altos, ojos pequeños y ¿grises?, sonrisa amplia, dientes pequeños, barbita entrecana muy recortada. Jahel, ojazos de avellana, también de blusa albinegra, jeans negros, tenis de lona blanca. Por dicha yo andaba una camiseta anaranjada estampada con faroles japoneses amarillos o hubiera parecido un velorio o una reunión de neoyorquinos. Pero el ambiente no tenía nada de velorio: bastaron unas tortillas de maíz, yuquitas, tortitas de camarón y romeritos, unas birritas para acompañar las boquitas, y las anécdotas de un par de actores para empezar una rica tertulia. Los romeritos eran novedad para mí: ¡qué delicia esa yerba y papa criolla en mole! Héctor los trajo ya preparados de México, junto con las tortitas de camarón. Las tortillas y yuquitas sí eran ticas. Linda combinación. ¡Qué ganas de ir a México! 

Por detrás del apartamento de Jahel corre el río Torres. Por momentos se escuchaba. Pero eran fugaces esos momentos. Entre la música de Cake, la conversación y un par de juegos de Scrabble, el favorito de Jahel, se nos hizo de madrugada. Recordé las reuniones con los y las compas de Latinoamérica (varias mexicanas) y España en Pensilvania durante el posgrado. Bastaba una mesa, algo de música, mucho de picar de todas las tierras y gentes, algo de tomar y nos la pasábamos rico conversando, bailando y riéndonos hasta la madrugada. Recordé también mi época de São Paulo, las madrugadas escuchando a Cake en el estéreo del carro de G mientras recorríamos las autopistas desiertas de la cidade. Pero sobre todo disfruté el momento presente con dos mexicanos alegres y pura vida en un rinconcito guadalupano.



domingo, 8 de enero de 2017

Con los compas en Barrio México

Estudiamos juntos, hace ya muchos años, en la escuela México en el barrio josefino de Aranjuez. "Estudiamos" digo, como si hubiese sido cuestión de encaminar una "carrera". En realidad, jugamos y crecimos juntos: eso fue lo importante. Desde que renové mis vínculos con mi vida josefina, gracias a Moy logré contactarlos y nos vemos bastante. Anoche salimos juntos en Barrio México, uno de los barrios tradicionales y antiguos de San José.  Susi, una de las compas, vive en ese barrio y como tiene seis hijos (los tres que le tocaban a ella y los tres que yo no he tenido, para mantener el promedio), sólo podíamos verla si salíamos cerca de su casa, para que ella se escapara un ratico. Pero esa resultó una buena razón para divertirnos en los "chinchorros" tradicionales de Barrio México.

Mi compa "Dumbo", quien era mi mejor amigo en la escuela y en las ligas menores del Saprissa, donde jugábamos bola, me llevó en su carro hasta Río de Janeiro: no la ciudad carioca, sino la cantina de Barrio México donde nos encontraríamos todos. Él no podía quedarse mucho rato, pues también tiene familia, pero el ride nos dio chance de conversar un toque y ponernos al día sobre los principales acontencimientos de los últimos añales. Habíamos conversado por texto pero no nos habíamos visto. Está igual: moreno, risueño, gracioso y buena gente. Rapidito llegó Fabi, mejor conocido como Lorca, porque escribe poemas desgarradores y apasionados en el Whatsapp del grupo. Esos dos maes son buena nota. A Fabi tampoco lo había visto. Es grandote y se rapa pues se le cayó la melena negra de la infancia, pero los ojos negros tienen la misma mirada intensa y la dirige directo a quien le habla: puro poeta dramaturgo, estilo Bodas de Sangre, aunque se dedique a otras varas. "Dumbo" jaló, Fabi y yo pedimos unas birras y nos pusimos a conversar. Tiene dos hijos y vive con su musa en Naranjo, donde tienen campo, animales, aire limpio y vida tranquila. Al ratico llego Susi que tiene la misma carita redonda y los mismos ojitos dulces. Hablaron de sus hijos. Yo asentía mientras me tomaba mi águila fría. En realidad me interesa escuchar sus vidas. El hijo mayor de Susi, por cierto, trabaja en el Río de Janeiro. 

Esta cantina, me había dicho Susi, sirve el mejor chifrijo de Costa Rica. El chifrijo es una boca de cantina que solo tiene sentido en Tiquicia, porque es un mejunje de arroz blanco, frijoles rojos, chicharrón y chimichurri. Osea, a quien no sabe qué es, tampoco puede describírsele: "Venga y pruebe" es el único método de conocer el chifrijo. Yo de hecho nunca lo había probado, porque se supone que no como chancho. Pero Susi le hizo tanta publicidad al chifrijo de la Río de Janeiro, y Fabi me explicó que el arte de esa boca consiste en un chicharrón suave y muy jugosito como en ese chinchorrito tan popular, que me mandé y ordené uno. Eso le estaba pidiendo a la mesera, cuando llegaron Lau, Adri y Járol. Entre los besos, abrazos, "¿cómo estás?" y "¡tanto tiempo!" se enredó la cosa, pero al final cada quien pidió su boca: tres chifrijos pequeños, uno  mediano, unas costillas de cerdo y unas fajitas de pollo. Cuando nos las trajeron, todas las bocas eran gigantescas. Y estaban deliciosas. "Con razón está tan llena esta cantina", entendí.  Era cierto: arriba y abajo todas las mesas estaban ocupadas.

La conversación fue transcurriendo entre lo importante, lo gracioso, lo duro, lo bueno. El hijo de Susi vino a nuestra mesa y lo conocimos. Y al ratico Susi se despidió porque su hijo menor, el de dos años, se había quedado lloriqueando con el papá y la hermanita. Susi dijo que era "chineazón" del chiquillo pero igual ella ya quería verlo. 

Los que quedábamos, entonces, fuimos a lo nuestro: cruzar la calle del Río de Janeiro al Castro's Bar, al frente, para bailar toda la noche, o hasta que el cuerpo aguantara. Dejamos a un compa que se levanta a bretear desde madrugada y ya estaba desmayado bien dormidito y con cara de felicidad en el carro de Lau, le pedimos al guarda del estacionamiento que lo cuidara y nos llamara en cualquier eventualidad,  y nos fuimos a bailar.

Y bailamos un montón: reguetón, merengue, bachata, swing criollo y salsita, claro. Me pareció vacilón, porque en la escuela éramos demasiado carajillos para bailar y después no nos vimos nunca más. Claro, en la pista de baile hizo falta C, la tico-mineira, pero la mae anda del otro lado del mundo en el sureste de Asia viendo varas muy tuanis. 

Y bueno, faltó Moy pero está en la Yunai, y faltó Jose, pero tuvo una emergencia familiar, y Kari pero anoche no podía. En fin, nos hicieron falta. Pero los que estábamos la pasamos bien. 

A mí una compa hasta me dijo que yo era "mucho bailarín". Yo seguro me puse rojo pero me gustó el piropo y creo que hice los siguientes pasos con un toque más de sabor. Prefiero que una compa en Castro's en Barrio México me diga que bailo bien a que un colega en Nueva York me dijera: -¡Qué buen argumento! Me importa más el asunto y valoro más la fuente porque bailando con buenas compas la vida es más sabrosa.

domingo, 1 de enero de 2017

Bailadita, Cruz y Estrella

Para despedir al año viejo y festejar el nuevo, hicimos fiesta familiar en La Hermosa, el rancho de mi tía Yaya y su familia. La Hermosa queda en el cantón de Orotina, provincia de Alajuela. Nuestra Libélula queda en el distrito de Tárcoles, cantón de Garabito, provincia de Puntarenas. Pero en realidad estamos todos cerca del límite entre los cantones y las provincias. Y cuando se acercaba la media noche, alejándome del salón  de La Hermosa y mirando al cielo encontré alta, a unos 55 grados sobre el horizonte, la misma Cruz del Sur que siempre busco en La Libélula. Pensé que nuestras fronteras humanas son insignificantes. Nos une el Amor y el Cosmos. 

De vuelta en el baile, disfruté un par de merenguitos y varias salsas con Isa, otras con Xinia, cumbias con Yaya y mi mamá, hasta reguetones todos juntos con primas segundas, terceras y hasta cuartas. Nos animaban "mipri" Alvarito y mi tío Hernán como disk jockeys. Entre el baile y las boquitas - paella, carne y salchichón asados, gallitos de pollo y similares - se fue el Año Viejo que yo no olvido, no no no, porque me dejó cosas muy buenas, cosas muy bonitas. Y llegó el nuevo. Antes de regresar a La Libélula, ya de madrugada, le mostraba la Cruz del Sur en el firmamento a Mami, Xinia e Isa cuando se descolgó del cielo una estrella fugaz. Disfruté el regalo de la Vida pero no le pedí nada. Que me traiga lo que quiera.

Sentirme Pacífico, respirar y flotar

Se acababa el año. En playa Herradura desde media mañana, Isa se bronceaba leyendo Única mirando al mar y yo perseguía la sombra del almendro, pues el pochote quedo deshojado y pelón. Yo leía American Philosophy: A Love Story. El libro era bueno pero de repente el sentimiento me iluminó el entendimiento y me di cuenta de que lo mejor que podía hacer era cerrar sus páginas y mirar al mar. Y escucharlo. Y olerlo. Y entrar en él para sentirlo y hasta saborearlo. Y sentirlo Pacífico en mi ser. O quizá: sentirme Pacífico en su ser. Y abandonarme, dejarme llevar por su gentil oleaje en la bahía, flotando de espalda y mirando al cielo y respirando. Sólo necesitaba respirar. Era suficiente para flotar. Del resto se encargaba el océano, el cosmos, la Vida.