domingo, 30 de octubre de 2016

Otra bailadita en Barbès, con Cumbiagra

La orquesta se llama Cumbiagra. Supongo que si bailás sus cumbias a menudo, no necesitás Viagra. En todo caso, a la banda la conforman un grupo de latinoamericanos radicados en Brooklyn que arman bailongos alegres en todo lugar al que llevan su música. Los había escuchado tocar al menos una vez con Val, mi amiga brasileña, hace como un años. Bailamos mucho esa vez, así que la llamé para que me acompañara. Pero Val este semestre anda a ritmo neoyorquino, es decir, trabaja mucho, todos los días, y descansa poco. Estaba muerta. Yo me había pasado todo el hermoso sábado de otoño escribiendo un artículo y si no aprovechaba la deliciosa noche tibia, lo iba a lamentar. Así que me puse los "cachos" de bailar, ¡que son los mismos de caminar todo el día!, y fui a Barbès.

Cuando llegué, me alegré al ver que Sebastián, mi nuevo compa "paisa" y el líder de Yotoco, iba a tocar el acordeón con Cumbiagra. Además Néstor Gómez, el líder de Los cumpleaños, tocaría las congas. Saludé a Sebastián y listo: comenzó el concierto y todos a bailar. Esta noche sí había gente bailarina: de México, Colombia, El Salvador, la Yunai, Japón y hasta una búlgara que agarraba los pasos de cada ritmo al vuelo. La orquesta tocó sobre todo cumbias y vallenatos, pero también algún merenguito y unas cumbias tirando mucho, pero mucho, a salsa.  

Mientras bailaba, a veces emparejado y otras en grupo, pensé un par de cosas. "¿Por qué me pasé tantos años sin salir solo a divertirme cuando llegué a Brooklyn? Siempre andaba con la mente y el corazón otros lados. ¡Qué rico es estar presente aquí, en esta pista de baile, con esta gente que busca alegría, y punto!" También: "Si yo fuera el agente de esta banda, la frase publicitaria sería: La Cumbiagra ni se toma, ni se fuma, ni se inyecta. ¡Se baila!".

Animan tanto el baile que un montón de gente se quedó para bailar con el disc jockey después del concierto. Cuando me fui, ya bastante entrada la madrugada, aún quedaba un grupo muy alegre meneándose. 

De camino a casa, repasando las piezas, pensé que pa' mí, la mejor, después de "Indocumentado" escrita por Sebastián, fue "Entre rejas," un vallenato de Lisandro Meza, canta'o por el conguero Néstor Gómez:

     Si has engañado a otros hombres
     De mí no te burlarás...

Lo cantó con tanto sabor mientras le daba a la conga, que superó al original, yo diría, dándole un toque más caribeño y un poco salsero. ¡Riiiiiico!

jueves, 27 de octubre de 2016

Un cafecito con Tami-san

Es inteligente, gentil, cuidadora y fiel. Nipo-peruana, lleva en su forma de ser el respeto y la honorabilidad japoneses y la espontaneidad y alegría peruanas. Nos une una amistad con una larga historia digna de ser narrada. Hemos compartido inviernos pensilvanianos; giras peruanas por barrios limeños, parajes cuzqueños y caminos incas; momentos difíciles en alturas andinas y risas en fiestas latinas; consuelos mutuos por desamores del otro y alegrías mutuas por nuevos amores del otro; despedidas; y reencuentros washingtonianos y neoyorquinos. Ahora somos vecinos y gracias le doy a la Vida por ello. Son los diversos momentos de una amistad, dignos todos de ser narrados. 

Pero a veces es lo pequeño, lo cotidiano, lo que hay que narrar: como el llamarla una tarde lluviosa de jueves y preguntarle si puedo pasar a su casa a dejarle el regalito que Marisol les envió de Lisboa a ella y a Emilio, su esposo. Soy lento encomendero y ya me da vergüenza. Hace días se los tengo que llevar. Me dice que sí, que vaya, y a su casa me dirijo. Ya que estoy allí, me invita a un café y conversamos un ratico mientras su hija y su hijo y una amiguita juegan por la casa. Me arrancan sonrisas con sus ocurrencias, como ofrecer hacerme un cartel a mano con mi nombre a colores por veinte centavos, para ganar dinero. Les digo que sí y se los compro por un dólar. Mientras tanto, converso con Tami-san sobre esto y aquello, sobre tal conjunto que está bueno pa' bailar o sobre tal lugar donde llevar clases de salsa o flamenco. Así nos pasamos casi una hora y luego me despido, para ir a hacer mis vueltas y que ella pueda continuar con sus quehaceres. Pero hemos disfrutado un breve momento más en una amistad que la Vida nos ha regalado sin que lo pudiéramos haber planeando: por pura Gracia.

martes, 25 de octubre de 2016

Un momento de bienestar otoñal con Thoreau

A media tarde la tibia luz de sol otoñal entra por la ventana de mi cuarto. Me siento al lado de ésta y empiezo a leer el ensayo "Resistance to Civil Government" o "Desobediencia Civil" de Henry David Thoreau. Es uno de mis ensayos de cabecera pues me hace confrontarme con la pregunta de cómo vivir una vida conscientemente comprometida con la justicia preservando también la libertad para disfrutar de mis intereses y placeres. Mañana lo comentaré con mis alumnos de Filosofía Americana. Pero esta tarde lo leo en silencio, mientras el sol acaricia la piel de mis brazos, cuello y rostro. Apenas se escucha la voz del viento interpretada por las hojas amarillentas del plátano de sombra frente a mi casa y la voz de Thoreau en mi mente, que es mi propia voz interpretando la suya. Mientras leo, la sombra de las hojas del plátano se pasean por la página. Pero no me molestan. Por el contrario, le dan un toque lúdico y estético a esta experiencia de lectura, a este momento de sereno bienestar.

domingo, 23 de octubre de 2016

Fiesta bailable en 267 Brooklyn

"La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡ay Dios!" Salí el viernes al atardecer rumbo a la piscina pensando en nadar, regresar a casa tranquilo, leer un rato y dormirme tempranito. Cuando entraba a la piscina, me llegó un mensaje de Clare: "¿Querés cenar o tomar algo?" Niall anda de gira en Chicago, Cal fue a una residencia de escritores en Ithaca y ella se quedó por acá. Le pedí tiempo para nadar mientras ella buscaba dónde cenar por el barrio. Nadé un kilómetro rapidito y con ganas, para sentir que entré al agua, me duché sin entrar al baño de vapor, me vestí y salí rapidito también y la llamé. Nos encontramos en el restaurante vietnamita del barrio, Hà Nôi. Mientras nos poníamos al día, compartimos pho de mariscos y curry de camarones. Estaban deliciosos. 

En eso me llegó un texto de un nuevo compa colombiano, un paisa de Medellín. Me invitaba a una fiesta underground. Tocaban Yotoco y Los cumpleaños. "La dirección es 267 W______ Street." Le pregunté a Clare: - ¿Vamos a bailar? Las orquestas son buenísimas -. En realidad yo sólo había escuchado a Yotoco, pero había escuchado rumores de que Los cumpleaños era excelente. Clare me respondió que estaba cansada pero caminaría un trecho del camino conmigo. 

Pero conversando y conversando llegamos a 267 W______. La puerta metálica, pintada de negro, decía "Garage" en letras pintadas en blanco. Pero había un trocito de cinta adhesiva al lado de un timbre que decía: "Yotoco y Los cumpleaños >>>>." Tocamos el timbre. Esperamos un rato. Nada. Tocamos de nuevo. Después de un par de minutos, 10 metros a nuestra derecha, un gringo hipster abrió una puerta y pregunta si veníamos a la fiesta. ¡Sí! Entramos al patio interior de un edificio de ladrillos con pinta de bodega industrial convertida en edificio de apartamentos. Y por una puertica entramos a un apartamento y pasamos por la sala y la cocina y bajamos dos escalones a una antigua cochera. Y en ésta nos encontramos con un espacio completamente acondicionado para eventos musicales, con tremendo equipo de sonido y recubrimiento en las puertas metálicas que dan a la calle para aislar el sonido. El piso era de cemento pulido y las paredes de ladrillo expuesto. Las vigas de madera del techo estaban expuestas también y de la central colgaban una bola de discoteca y un proyector de videos. 

Yotoco ya estaba en acción y ya había gente bailando. Clare y yo nos sentamos una pieza pero rapidito me levanté y le dije que bailáramos. Yo creo que a ella le estaban picando los pies por bailar y por eso me acompañó, a ver de qué se trataba. La cuestión es que bailamos todas las cumbias, los merengues y las fusiones de ritmos que caracterizan a Yotoco. La gente estaba divirtiéndose también. Había un boricua bailando con una gringa como si fuera un concurso de payasada sensual y varias hipsters gringas improvisando pasos y movimientos y varias parejas de boricuas, dominicanos y paisas que bailaban muy bien. Clare tiene buen ritmo y rapidito agarraba los pasos. En un cumbia hasta le enseñé el brinquito del swing criollo tico y lo agarró al vuelo. 

Cuando Yotoco terminó, le presenté a la cantante y al cantante y seguimos bailando con la música cubana y puertorriqueña seleccionada por el disk jockey. La gente iba y venía y el 267 se iba llenando de gente para el set de Los cumpleaños. Clare ya parecía latina bailando pero era hora de irse a casa. Estaba cansada. Le pregunté si quería que la acompañara pero dijo que no. Ella conoce bien el barrio. La acompañé a la salida, le dije que me mandara un texto cuando llegara a casa y regresé a la fiesta.

En eso empezaron a tocar Los cumpleaños y eran realmente buenísimos. Tocaban sobre todo salsa y ritmos cubanos. La gente se alegró con la percusión, las congas, el trombón y los teclados y el timbre de voz del conguero que era cálido y su acento bien caribeño. Por ahí, en media pista, vi a mi compa paisa y a sus compas, y de por si todo el mundo bailaba junto. A medio concierto, inflaron "bombas" (globos) multicolores con luces intermitentes adentro. Brillaban en la semioscuridad y los bailarines nos divertimos jugando a no dejarlos caer al suelo mientras nos meneábamos.

La hora y media se nos pasó volando. Cuando terminó el baile, todo el mundo sonreía, conversaba animado y se reía. Conversé con una compa de mi compa, una chilena que toca piano en grupos de salsa y bolero. Resultó que estudia composición en el conservatorio de mi college.

Me despedí de ella y de mis compas y regresé a casa caminando despacio. Recorrer a pie de madrugada las calles de la ciudad me serena y me alegra a la vez, sobre todo si la noche me ha sorprendido. "La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡ay Dios!"

miércoles, 19 de octubre de 2016

Breve ejercicio para apreciar la lírica de Bob Dylan

Propongo un ejercicio. Quizá le interese a los estudiantes de inglés, los románticos de la poesía, los soñadores empedernidos, los desamparados existenciales, los heridos por el desamor, los solitarios que buscan una voz compañera y los eternos esperanzados contra toda esperanza. 

Leamos y luego escuchemos juntos una sola estrofa de la canción Mr.Tambourine Man (Señor Panderetero) de Bob Dylan. Esta es la segunda estrofa: 

    Though I know that evening's empire has returned into sand
    Vanished from my hand
    Left me blindly here to stand but still not sleeping
    My weariness amazes me, I'm branded on my feet
    I have no one to meet

    And the ancient empty street's too dead for dreaming 

Si tenés tendencias formalistas, empezemos por apreciar la métrica de los versos y sentir cómo nos lleva al ritmo, y por escuchar los patrones de rima, consonancia y disonancia y cómo nos llevan a la sonoridad. ¿Y te das cuenta de la simetría de la composición? 

Y ahora, a lo importante: el contenido vivencial, el meollo existencial de la estrofa. ¿Ves la imagen? ¿Escuchás la voz poética? ¿Te llega? ¿Ves al hombre que ha amanecido en la calle pero no tiene sueño? Evening's empire...left me blindly here to stand but still not sleeping. ¿Y te preguntás quién es y dónde está? ¿Es joven o viejo? ¿Está en un pueblo, una gran ciudad, un caserío desolado? ¿Por qué está solo?

¿Y alguna vez has sentido tanta desazón, tanto cansancio de la vida, tanto dolor, tanta soledad, que la única opción es verte desde afuera y asombrarte de tu situación, porque sentirte desde dentro duele demasiado? My weariness amazes me.

¿Entendés por qué no quiere regresar a casa, ni va para ningún otro lugar porque nadie lo espera? ¿Sentís la parálisis que él siente? I'm branded on my feet. I have no one to meet. ¿Alguna vez has sentido que hace más frío en tu cama solitaria que en la calle, aunque sea invierno?   

¿Y has buscado a alguien, una compañía, aunque sea un panderetero, y lo único que encontrás es un tipo solitario en una calle tan desierta que parece muerta, demasiado lúgubre para soñar siquiera, y te das cuenta que sos vos mismo? The ancient empty street's too dead for dreaming.

¿Y ahora querés seguir escuchando? ¿Querés saber que más nos canta este poeta?

 

martes, 18 de octubre de 2016

¿Del Jardín Botánico de Brooklyn a Birmania?

Nos encontramos el sábado por la tarde frente a la Biblioteca Pública de Brooklyn. Ella ha estado estudiando acá para los exámencs de admisión a la escuela de medicina. Ya no quiere estudiar en la biblioteca de Brooklyn College porque dice que se siente atrapada ahí, como si a pesar de haberse graduado no hubiera avanzado nada. Tiene razón. Es mejor que estudie en la gran biblioteca de nuestro borough (distrito) y así vea gente distinta y sienta nuevas vibras y respire nuevos aires. Cuando me ve en la esplanada frente al edificio, me cuenta emocionada que la biblioteca ha organizado un intercambio de libros comunitario. La gente trae sus libros, los dona y la biblioteca los revende por $1. Está contenta porque compró trece libros por trece dólares. Entre las joyas,trae A Passage to India de E.M. Forster y Out of Africa de Isak Dinesen (Karen Blixen). 

La veo tan contenta que pienso de nuevo que esta muchacha va a ser escritora. Su corazón está en ello más que en la medicina. Pero ella misma no se ha dado cuenta y quizá sus padres, como tantos padres del sur de Asia, piensen que ser médica sería mucho más honroso para ellos. Pero es cuestión de tiempo. De hecho, mientras caminamos de la biblioteca al Jardín Botánico me cuenta que ha enviado otro cuento a una revista literaria. Está esperanzada pero no quiere ilusionarse para no llevarse una decepción. Así pasa: escribís algo, lo pulís, lo llevás hasta donde podés, lo enviás a una revista y en la inmensa mayoría de los casos no te lo publican. Decepciona. Pero de vez en cuando, muy de vez en cuando, te llega un sí y te alegrás. A mi amiga bengalí la esperan muchos "¡sí!" 

Ya en el jardín todo lo observa y lo comenta emocionada. Nunca había venido. Entonces le sirvo de guía. Este es mi lugar favorito en Nueva York, especialmente el jardín japonés. Allá la llevo para empezar. El portal torii en la laguna anuncia que estamos en cercanías de un altar sintoísta, le explico. Y entre vuelta y vuelta, llegamos al altar dedicado a un espíritu de la cosecha. Siempre lo visito y en silencio, con manos juntas y cabeza inclinada a lo japonés, le doy gracias a la Vida por todo lo que me ha dado, porque me ha deja'o, me ha deja'o, me ha deaj'o cosa' muy buena', cosas muy bonitas. Me ha deja'o, por ejemplo, esta caminata con M en esta hermosísima tarde otoñal de cielos límpidos, aire refrescante y sol cariñoso.

Del jardín japonés vamos al jardín de Shakespeare y se emociona leyendo sobre las varias hierbas y flores plantadas allí y mencionadas en obras de teatro y sonetos del gran Bard. "¿No te das cuenta? Olvidate de la medicina". Pero le toca descubrirse a ella misma, poco a poco. 

En el estanque de lirios me pregunta si en Costa Rica hay flores de todos los colores. Dice que en Bangladés casi siempre las flores son rojas, amarillas o blancas y le extrañó ver tantos colores lila, morados y magenta cuando llegó a América. ¿Será? "M, ahí tenés un ensayo, una crónica o un cuento".

Seguimos dando vueltas y la verdad es que le prestamos más atención a la conversación que al jardín. Me cuenta de sus sueños de viajar y le pregunto:

  - ¿Hey, vas a ir a la boda de Nwe? Yo quiero ir pero no sé si puedo en febrero -. Nwe es nuestra amiga birmana. Se casará en Rangún en febrero. M es, de hecho, su mejor amiga. 

  - ¡No sé! Yo quiero ir pero no sé si puedo. Es que el exámen de admisión es a fines de enero y no sé si podría planear bien el viaje. Yo no sé cómo. Mi mamá dice que si fuera con vos sería más fácil, Iría acompañada y más segura y con alguien que ha viajado más.

La sugerencia queda ahí rebotando, como bola picando en el área, unos segundos. Pero no lo pienso mucho. Yo no voy a cambiar. Aunque la prudencia me diga, "Quedate tranquilo en Nueva York dando clases, ¿qué vas a hacer dándole media vuelta al mundo para ir a un matrimonio a medio semestre?", se me iluminan los ojos, se me vienen destellos de aventura a la mente, me imagino vestido de birmano en una boda en Rangún, sueño con toda la gente linda que debe haber en aquella lejana tierra, me imagino también a M feliz en la boda de Nwe y a Nwe feliz con nosotros, y digo:

- Diay, si querés voy a investigar las posibilidades, ver opciones. Capaz que lo logramos y vamos juntos. Vos seguí estudiando que yo lo voy planeando y te voy contando.

¿Birmania en febrero? ¿Festejar a Nwe con M? Lo pienso y se me alegra el corazón. Y me sueño entre pagodas birmanas, aunque ande por una pradera de flora nativa del este norteamericano plantada en el jardín botánico de Brooklyn.

Una bailadita con Yotoco en Barbès

A las 9:25 pm estaba lavando los platos y trastos de cocina después de cenar y pensaba: "Es lunes. ¿Voy o no voy?" Restregaba con la esponja la grasa del sartén. "Ah, sia tonto mae, ni lo piense, vaya que después nadie le quita lo baila'o". ¡Voy! "La verdad es que cuando decidí regresar a Brooklyn me dije que iba a bailar mucho y escogí vivir en este barrio para estar cerca de Prospect Park y de la música en vivo en Barbès. Y ahora me voy a poner en pendejadas y decir, 'no bailo, aunque me guste la música de Yotoco, porque es lunes'. No señor, no jodás. A bailar".  Solito me convencí.

Y me fui a bailar y me la pasé purísima vida. Me moví a ritmo de cumbia, salsa, merengue y bolero. Confirmé que las clases de Merecumbé en Costa Rica valieron la pena porque fui el rey de la pista. Bueno, está bien, solo había gringos y gringas en la pista, no sé qué pasó con los latinos, y entonces estaba "comiendo jamón", pero no importa. Y sí había una pareja de haitianos y conversé con ellos y congeniamos. Se movían muy bien ellos, aunque no fueran sus ritmos. 

Y la banda toco una pieza, "Indocumentado". Me llegó la letra y después agarré coraje, me sobrepuse a mi timidez, y fui a conversar con Natalia y Sebastián, los líderes de Yotoco. Les dije que me gustaría citar algunos versos de la letra en Sauntering in America, que si podía escribirles para explicarles y pedirles permiso por los derechos de autor. Y les gustó la idea, conversamos más y ya me hice un par de amigos colombianos. Osea, "trabajé" y me la pasé bien y conocí gente.

Y este lunes de bailongo lo pagaré mañana (¡hoy!) martes, pero no me importa. ¡Qué linda es esta Vida!

lunes, 17 de octubre de 2016

Espontaneidad taiwanesa: del Caracas Arepa Bar a The Stone

Tsun-Hui y yo salimos contentos del concierto de Banda Magda. Pero nos quedamos con ganas de más música y apenas son las 9 p.m. Las otras dos chicas, amigas suyas, con quienes escuchamos el concierto, se despiden. Regresan a su barrio, uptown. Tsun-Hui cenó con ellas en una izakaya. Pero yo tengo hambre y mi ángel de la guarda taiwanés me acompaña hasta el Lower East Side. Quiero una arepa venezolana del Caracas Arepa Bar, uno de mis clásicos de fin de semana. Cuando llegamos, la cuevita está repleta. No hay mesas. Nos sentamos en la barra. Pido una "arepa del gato", rellena de queso fresco, plátano maduro frito y aguacate. ¡Qué rico! La acompaño con una Negra Modelo bien fría. Tsun-Hui acompaña sus platanitos, yuquitas y guacamole con una Modelo Especial. 

Conversamos a gusto. Ella me cuenta sobre su viaje a Vancouver y Seattle. En eso se le ocurre que Makoto-san, nuestro amigo japonés, trabaja por allí cerca. Es productor audiovisual y su estudio está en este barrio. Le escribe y de hecho está en un espacio musical cercano, en Alphabet City, filmando el concierto de una banda. No tenemos idea de qué se trata pero caminamos hasta la calle 2 con avenida C en busca de The Stone

Cuando llegamos, el edificio esquinero parece una bodega abandonada. No hay rótulo y las mallas metálicas están cerradas sobre los ventanales y cubiertas de grafiti. Pensamos que nos equivocamos de dirección pero el mapa dice que es allí. Nos fijamos mejor y en la puertica esquinera de vidrio leemos, en letras doradas diminutas: the stone. Es ahí. Entramos y de inmediato nos topamos con la música en vivo. Hay una banda de ocho músicos tocando una pieza sui generis. No sé qué decir, parece una mezcla de big band jazz con soul y funk. Dos saxofones, una trompeta, un piano, dos sets de percusión, una guitarra eléctrica y un bajo. Y buena vibra.

Como su exterior, el interior de The Stone es austero. El cieloraso es bajísimo y negro, las paredes de ladrillo pintado de blanco están decoradas con fotografías de músicos en blanco y negro. Punto. No hay barra. Aquí el asunto es la música. 

Ubicamos a Makoto-san filmando al frente. Escuchamos de pie, detrás de la última fila de sillas. Nos mecemos al ritmo y yo miro a mi alrededor. ¡Qué lugar inusitado! Y fue la espontaneidad taiwanesa la que me trajo acá. "La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida". Ahora me pregunto qué propondrá Makoto-san, bohemio japonés, para después del concierto. ¡Vaya vida inusitada!

domingo, 16 de octubre de 2016

Banda Magda en el Centro Cultural Onassis

Me encuentro con Tsun-Hui y dos amigas suyas, una coreana y otra taiwanesa, en el Centro Cultural Onassis, al costado de la Catedral de San Patricio. Hemos venido a escuchar un concierto de Banda Magda, uno de nuestros grupos neoyoquinos favoritos, en vivo, como parte del festival Antigone Now.

Tsun-Hui y yo nos cruzamos con Magda Giannikou y su banda por casualidad el año pasado en el Rockwood Music Hall. Tocaban bossa novas con letra en francés que terminaban en samba, baladas en español, canciones folk griegas, y demás, todo con energía. Magda tocaba acordeón, cantaba, bailaba. Nos hicimos fans, casi groupies. Yo no sigo tanto a la banda en vivo por mis viajes, pero llevo sus dos álbumes en mi ipod, y Tsun-Hui ha escuchado ya varios conciertos desde aquella vez. El de esta noche es gratis y hay una recepción con vinos griegos. Brindamos, Tsun-Hui con un blanco, yo con un tinto.

Esperando el concierto hay muchos ancianos, supongo que griegos, sentados en las sillas frente al escenario, y familias con niños que corretean y bastante gente joven. Hay mucha gente asiática, principalmente japoneses. Supongo que es porque dos miembros de la banda son japoneses. Y hay gente argentina, incluyendo varias chiquitas juguetonas, y supongo también que es porque dos miembros de la banda son argentinos. Magda, además, es griega pero habla y canta en español con acento rioplatense. Canta además en portugués, en francés, en italiano y por supuesto en griego. La banda toca música brasileña, colombiana, griega, italiana, en fin, es por todo esto que me parece una banda neoyorquina apropiada para una audicncia con tanta mezcla de edades y culturas.

Cuando empieza el concierto me parece que la energía de Magda sorprende un poco a los viejitos. ¿Quizá esperaban un recital de piano clásico? Pero la percusión y el acordeón y la voz y el ritmo los pone a mecerse en sus sillas al ritmo de samba. Y luego la banda me sorprende con Vem Morena, una pieza de forró de Luiz Gonzaga. El coro dice: "Vem morena pros meus braços, vem morena, vem dançar" y me acuerdo de una morena que llevaba un flor amarilla en el cabello y bailó forró conmigo en una plaza del Recife antiguo. Banda Magda grabará la pieza de Gonzaga en su nuevo albúm, Tigre. ¡Bien! Luego tocan otro baião y a mí me pican los pies para bailar. Pero todo el mundo está muy quietecito. Ni modo. Bailo solito, disimulado, en mi campito.

En los coros, Magda pide que la audiencia cante con ella, enseñándonos las notas. Descubro entonces que Tsun-Hui tiene una voz muy bonita y canta entonada. Es lo lindo de una buena amistad con una gran persona: nunca terminás de descubrirla.

En fin, cantamos, bailamos un poquito, el tiempo vuela y el concierto nos resulta corto. Apenas se presente de nuevo, iremos a escuchar a Banda Magda. Ni modo, sí somos groupies.

sábado, 15 de octubre de 2016

Church Going, o unos minutos en la Catedral de San Patricio

He quedado de encontrarme con Tsun-Hui en el Centro Cultural Onassis, al costado de la catedral. Pero he llegado temprano al Midtown, así que me entretengo viendo a la gente patinar en la pista del hielo del Rockefeller Center. Las banderas de todo el mundo ondean en la plaza. Hace frío otoñal. Normalmente evito esta región de Manhattan pues generalmente hay demasiados turista. Pero descubro que mitad de octubre es un buen momento para venir. Hay gente pero no tumulto. 

Igual, pronto el frío cala, así que voy a la Catedral de San Patricio. Sus grises torres góticas se elevan hacie cielo azul cobalto. Cae la noche. Entro y me siento en una banca a guardar silencio y observar. Miro las tres naves, el altar dorado, las altísimas bóvedas nervadas (en inglés les dicen costillares o ribbed vaults) y las esculturas. Me atrae una contemporáneo, en bronce, de una mujer que acoge con su mano derecha a una niña que se abraza a su pierna, mientras con la izquierda sostiene un libro, quizá la Biblia. Desvía la mirada del libro para observar a la niña con ternura. Me gusta el gesto dulce.

Trato de recordar algunos versos del poema "Chuch Going", del inglés Philip Larkin:



Yet stop I did: in fact I often do,
And always end much at a loss like this,
Wondering what to look for; wondering, too,
When churches will fall completely out of use
What we shall turn them into, if we shall keep
A few cathedrals chronically on show,
Their parchment, plate and pyx in locked cases,
And let the rest rent-free to rain and sheep.
Shall we avoid them as unlucky places?

En la Inglaterra de la posguerra, cuando pocos van a las iglesias, el poeta se pregunta para qué servirán en el futuro, cuando ya nadie vaya y el último haya cerrado la puerta. "¿Las dejamos que las retome la naturaleza? ¿Las convertimos en escuelas? ¿En chinchorros de comida rápida? ¿En tiendas de ropa de diseñador?", a veces he pensado, en serio o con ironía. Larkin no es creyente. Y sin embargo, confiesa al final del poema, halla en ellas algo necesario para el ser humano en su búsqueda de significado. Cuando menos, las iglesias vacías y rodeadas de cementerios nos recuerdan nuestra mortalidad. Yo, de vez en cuando, como esta noche, entro a alguna iglesia, me siento en silencio y no pienso en la muerte, sino que disfruto la paz.







jueves, 13 de octubre de 2016

Hey, Dylan

Ahora que me acuerdo, en un capítulo del manuscrito de Sauntering in America, cito unos versos de una canción de Bob Dylan. Es un capítulo sobre road trips (viajes por carretera) exploratorios y experimentalistas en la Yunai. ¿Tendré que pagar más ahora por los derechos de autor para citarlo? Dylan, si me estás leyendo: Soy un pobre filósofo, ¡dejame citarte gratis!

Un café con Bob Dylan, otro con Niall Connolly y una birra


Me despierto, me levanto, me hago un café y me pongo a leer noticias. En primera plana leo que a Bob Dylan le han otorgado el Premio Nobel de Literatura. ¡Qué alegría! En Nueva York hay todo un movimiento de música folk, el BigCity Folk, que le debe mucho a la música de Dylan y a los géneros que ha influenciado. Toda esa música, de hermoso contenido lírico, ha hecho mi vida acá mucho más plena y gratificante. En las noches más solitarias, en medio de esta ciudad de 8 millones de corazones, me ha acompañado. También la he escuchado en las noches más felices y solidarias. Me alegro por Dylan y por todo el movimiento lírico-musical que representa. ¡Salud!


Por la tarde ya he pasado horas revisando el manuscrito de mi libro, Sauntering in America, cuyo subtítulo dylaniano bien podría ser Like a Rolling Stone. A la hora del café llamo a Niall por teléfono. Le digo: -¡Felicidades por el Premio Nobel! -. Él se ríe pero yo lo digo un poco en serio: ha sido un reconocimiento al máximo exponente de una tradición oral y lírica. Dylan la heredó de la canción popular folk estadounidense y la transformó para futuras generaciones de cantautores, no solo estadounidenses, sino internacionales, incluyendo a mi amigo irlandés, inmigrante a la Yunai

Le pregunto a Niall si tiene tiempo para un café. Me dice que sí. Salgo y subo y bajo la colina para llegar a su casa. Tomamos el café junto con Clare, aunque claro, a Dylan tendríamos que celebrarlo con una birra, pero ellos tienen una reunión y yo tengo que escribir más. Así que comentamos el Nobel con un yodo. Habrá puristas escandalizados, claro, porque no ven que en escribir y componer canciones de gran lirismo, sensibilidad humana y perspicacia filosófica hay un arte tan valioso como en escribir novela, cuento o teatro. La canción profunda, sentida, bien escrita, es una forma de poesía. Mi amigo, Niall, es un poeta. Dylan por supuesto lo es. 

-Ahora -, le pregunto a Niall, -¿quién es mejor poeta, Bob Dylan o Leonard Cohen? -. Le da risa y me responde lo que ya esperaba: -Cohen -. Yo también prefiero a Cohen como poeta. Pero me identifico más con la tradición musical de Dylan, quizá porque he vivido muchos años en la Yunai, y aunque sienta fuertes conflictos con el poder político gringo, he convivido con el pueblo sureño y norteño y he amado las tradiciones musicales y literarias de esta gente. Y Dylan con su música y lírica ha sido un rebelde contra el poder, como Thoreau y Lugones con su pluma, como Niall y Ol' Moose con su guitarra. ¡Salud!


Hay mucha gente que se siente decepcionada cuando se nombra el Nobel de Literatura. Algunos se indignan porque el ganador o la ganadora no lo merece tanto como su favorito. Otros rechazan tal o cual género. ¿Para qué? Alegrémonos o respetemos la alegría de los demás. Este año se escucha por aquí que debió ser Philip Roth y no Bob Dylan. ¿Pero por qué lamentarse? Lo poco que he leído de Roth me ha gustado, pero yo hoy he andado muy contento, como si todos los cantautores folk y su música, la que he escuchado todos estos años en Nueva York, hubiera ganado.

Repasando, he sentido alegría en 1990 con Octavio Paz, en 1993 con Toni Morrison y en el 2010 con Vargas Llosa. En 1982 era demasiado niño para alegrarme por García Márquez, pero uno se regocija por ese Nobel latinoamericano. Y en el 89 descubrí a Camilo José Cela, en el 91 a Nadine Gordimer, en el 95 a Seamus Heaney, en el 98 a José Saramago, en el 2002 a Imre Kértesz y en el 2013 a Alice Munro. Menciono a los que más me llegaron: todos motivo de alegría. 

Este año me alegro por Bob Dylan. El muchacho Robert Allen Zimmerman adoptó el apellido artístico Dylan en honor a Dylan Thomas, el poeta galés neo-romántico que yo leía con pasión en mis años de universitario. No estudié en el idioma de Cervantes sino en el de Shakespeare, Shelley, Keats, Thomas, Lowell y Bishop. Descubrir la literatura inglesa, escocesa, galesa, irlandesa, canadiense y estadounidense fue una aventura placentera y enriquecedora.  Luego hubo una época de crisis personal en que lamenté no haber estudiado en español. Pero ha pasado y hoy me alegro por mi relación íntima tanto con el español como con el inglés (y con el portugués: aunque no me sienta tan seguro en la lengua de Pessoa, Saramago, Meireles y Lispector, pasión por ella no me falta). Quizá parezca extraño, pero un reconocimiento a Dylan me llena tanto como uno a las mejores latinoamericanas, como si fuera posible dárselo hoy a Rosario Castellanos, por ejemplo. 

Es más, gente, ya me voy. Voy a poner música de Dylan y tomarme esa birra en su honor. ¡Salud!

miércoles, 12 de octubre de 2016

Yom Kippur, el Día del Perdón

Mis vecinos, alumnos y amigos judíos hoy celebran Yom Kippur, el Día del Perdón. Anoche cenaron en familia y hoy pasarán el día en su sinagoga, alguna de las muchas que hay en Brooklyn. Algunas son humildes, como las de mi antiguo barrio, Kensington. Otras son más suntuosas, como la congregación B'nai Jacob en Park Slope, con su espléndida fachada de ladrillo, tejado de múltiples aguas, escaleras anchas, tres puertas de doble hoja y ventanales coloridos. Pero en todas ellas, mis amigos y vecinos harán oraciones y compartirán el día de gracia. Para ellos, hoy es el décimo día del nuevo año y al anochecer concluirá el período de reflexión y búsqueda del perdón de sus amigos y de su Dios que marca el principio del año. La práctica humana de buscar perdón y ofrecer gracia me parece admirable. Muchas veces he necesitado ser perdonado y otras he debido perdonar para que una relación perdurara, para que una despedida se diera en paz, o simplemente para sanar mi corazón. Es un esfuerzo constante. Para mí, es parte de lo que significa ser humano e intentar vivir de acuerdo con una philosophia cordis, una filosofía del corazón.

sábado, 8 de octubre de 2016

Con Cal y Aabaraki en BAM Café

Me debatía sobre si debía ir a nadar resfriado o quedarme en casa, como una persona responsable y sensata, para recuperarme del jetlag y descansar, cuando me llega un mensaje de texto: "Creo que no estás en NY pero por si acaso, hoy toca un amigo en BAM Café a las 9 pm y quiero escucharlo. ¿Querés ir?" Era Cal. Desde antes de mi viaje queríamos encontrarnos. Intentantamos conciertos en Barbès, funciones de teatro y cine en BAM y hasta un bailongo salsero en el Meatpacking District de Manhattan. Pero como suele suceder en esta ciudad tan ajetreada, no se pudo. Coincidir con tus amigos aquí requiere mucha perseverancia. Así que no lo pensé dos veces y contra toda sensatez respondí: "Vamos". Y a las 8:15 pm estábamos sentados en una buena mesa del Café, cerca del escenario, pero no demasiado. Yo pedí salmón. Ella estaba indecisa entre tacos de bagre o una jugosa hamburguesa, es decir, entre lo que le convenía y lo que quería comer, y fui mala influencia: - Pedí lo que querés -. A la hamburguesa la acompañó con un Gin and Tonic y yo al salmón con una birra rubia neoyorquina. Y nos pusimos a conversar. 

Cal es escritora. Recientemente publicó un excelente libro ilustrado para niños, Ida, Always, su segunda obra del género. Es además dramaturga y cuentista. Da talleres y cursos de escritura literaria en la universidad New School. Todo esto, en realidad, es reflejo de su personalidad espontánea pero disciplinada, su sensibilidad y su espíritu creativo. Y de su sentido del humor: Cal es muy graciosa y cuando cuenta alguna anécdota, saca sus dotes de actriz y las ilustra con gestos y voces. Entonces se le iluminan sus ojos color almendra, se le dibujan sonrisas pícaras y se le acentúan las rasgos largos de su rostro. Como nuestro amigo en común, Niall Connolly, músico, y otra gente que vive de su trabajo creativo en Nueva York, se faja a trabajar en labores muy diversas. Tienen que crear, producir y darle salida a sus creaciones, complementándolas con actividades relacionadas a su quehacer artístico, como dar talleres o gestionar eventos culturales. En una chamba con un proyecto de teatro comunitario, Cal conoció a Aamir, su amigo músico, líder de la banda Aabaraki que hemos venido a escuchar. Ella me confiesa que no tiene idea sobre qué toca esta banda. Aamir escribió la música para una obra en el teatro comunitario, pero nunca lo ha escuchado en esta ni en otras bandas. Así que estamos preparados para que nos sorprenda.

La sorpresa es grata. Tocan una mezcla de soul y funk, diría yo, bastante interesante. Las letras originales, como la de Karate, son graciosas. Y tocan un par de covers sensacionales, como uno de You Oughta Know de Alanis Morissette. Aamir es afroamericano, grandote, de cuerpo un poquito redondo por sobrepeso, de cara aún más redonda con barba ensortijada y deja crecer su pelo en largas trenzas estilo dreadlock. Nos da risa escucharlo cantar esa letra de Alanis sobre una muchacha despechada por su enamorado. A Cal se le iluminan de nuevo los ojos y esboza su risa pícara.

Después de acompañarla caminando hasta su casa y conversar un poco más, regreso a pie, pausado y tranquilo, hasta mi casa. Demoro más de una hora a paso lento, andando a lo largo de la sexta avenida por entre las casas estilo brownstone de Park Slope hasta remontar mi calle, la 17, cuesta arriba y cuesta abajo. A fin de cuentas, lo sensato fue salir con Cal al BAM Café.

viernes, 7 de octubre de 2016

Los tendederos de Lisboa: Walking Around

Aterricé en Nueva York. Dormí. Preparé clases. Dormí. Di clases. Preparé clases. Dormí. Me desperté soñando con una amiga del Sur que perdí por la vida. "¿Estará bien? Ojalá." Dormí un poco más. Di clases. Regresé a casa. 

Y ahora he venido a lavar, en la lavandería de los chinos de mi barrio, toda la ropa que vestí durante el viaje a Portugal. Mientras separo la ropa blanca y la de colores, y la meto a la lavadora respectiva, se me viene a la mente una escena de Lisboa. 

Domingo, antes del atardecer. Camino con Lucas y Rachel por el antiguo bairro Alto, en las cercanías de Bica. Las callejuelas son tan angostas que parece que las fachadas de las casas que se enfrentan casi se podrían tocar con brazos abiertos. Son casitas de tres o cuatro pisos, muy juntas, amarillas, blancas o rosa. En cada piso alto hay balcón con barandilla de hierro. Sobre cada balcón o bajo cada ventana hay un tendedero cuyos mecates o alambres se amarran a brazos de metal aferrados a las fachadas de las casas respectivas. Los apartamentos son pequeños, la mayoría sin terraza, excepto los del piso superior, por lo que la ropa se tiende así. Esta tarde de domingo los tendederos están repletos de ropa: sábanas, vestidos, pantalones, blusas, ropa interior, medias, camisetas, camisas, enaguas. Por la ropa tendida, podés conjeturar si aquí o allí vive una familia con niños, un tipo soltero, una anciana, una pareja. Hay poca brisa, por lo que las prendas cuelgan estáticas, aunque en los pisos más altos de vez en cuando un soplo mece alguna sábana o vestido. Pero ninguna prenda gotea. Lucas me explica que hay códigos: se cuelga la ropa húmeda a las vista de todos, pero tiene que estar bien escurrida para que no gotee y moleste a vecinos y transeúntes.

En el poema "Walking Around", Pablo Neruda expresa la angustia existencial que sentía al caminar, solo y aislado de los demás, por algunas calles. Creo que lo escribió en la India. En los últimos versos del poema escribe:

     Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
     con furia, con olvido,
     paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
     y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
     calzoncillos, toallas y camisas que lloran
     lentas lágrimas sucias.


En alguna época sentí esa angustia nerudiana. Pero hoy veo las ropas que cuelgan en los tendederos de Lisboa y me siento gozoso. Brilla el sol y aunque ya se acuesta, el azul del cielo es aún intenso y luminoso. Las ropas parecen banderas multicolores, estandartes de alegría, en el barrio Alto.

lunes, 3 de octubre de 2016

Até mais, Lisboa

Es una mañana de lunes esplendorosa en Lisboa: temperatura cálida, cielo celeste con toques lapis lazuli, algo de brisa. Desayuno fruta, granola y café con Rachel y Lucas, y me voy en metro al largo de Chiado. En las afueras de A Brasileira me tomo un selfie con la estatua de Fernando Pessoa sentado en una mesa de su café favorito. Luego bajo por la Rua Garrett a la librería Bertrand, la más antigua de Europa, y compro una edición del Livro do Desassossego de Fernando Pessoa. El primer viernes que estuve en Lisboa, en esta misma librería, Rachel me lo había recomendado, y ahora me decido a llevármelo para leer sobre los desasosiegos de Pessoa en su amada Lisboa. Es un libro sui generis: mezcla de diario íntimo y crónica de encuentros con lugares y personas lisboetas. Osea, los Apuntes y postales del maestro Pessoa, ja. Me animo a llevarlo para leerlo en Brooklyn. Es un buen libro para el metro, pues las entradas son breves e interesantes.



Salgo de la Bertrand y me adentro por la Rua Anchieta hasta la tiendita A Vida Portuguesa. Rachel me la ha recomendado para comprar recuerditos interesantes. Tiene razón. Es el mejor lugar para comprar regalitos. Contento con mis compras de azulejos y cuadernos artesanales, regreso a la entrada del metro frente a la cafetería A Brasileira y desciendo a las entrañas subterráneas de Lisboa. En el metro observo a la gente. Además de portugueses y turistas, hay mucha gente de África y el sur de Asia. Me da la impresión de que Lisboa es más cosmopolita que Porto, aunque no lo sé. Emerjo de las entrañas subterráneas en el Largo do Rato y camino hasta casa de mis amigos. Me esperan para almorzar.



Salimos y subimos la ladera para almorzar en el restaurante Casa dos Passarinhos. Pedimos dos platillos de bacalao en preparaciones distintas, bacalhau na canoa y bacalhau à Lagareiro. Mientras aguardamos, todos saboreamos el pan fresco con paté de sardina y las aceitunas en aceite de oliva y ajo. Yo me tomo un Imperial de cerveza Super Bock. Es mi zarpe lisboeta.



Rachel me cuenta acerca de su proyecto de investigación sobre la lógica del razonamiento jurídico en la Universidade Nova de Lisboa. Pero llegan los platos. Nos deleitamos con el bacalao. Ambos platos están buenos, pero me gusta más à Lagareiro, aunque no sepa decir por qué. Eso sí, les digo a mis amigos que ya nunca más podré comer bacalao si no es preparado por una cocina portuguesa. Ya le había dicho a la Divina hace un par de días que de todos modos en Brooklyn desistí de cocinar el bacalao yo mismo: no es tan fresco, ni yo sé prepararlo.



Tendré que regresar pronto para saborear un buen bacalao portugués y caminar por esta Lisboa del Pessoa sin sosiego y de los lisboetas gentiles y de mis amigos cariocas con un trocito de corazón portugués.

Samba en el barrio Bica

Rachel y Lucas me hospedan en su apartamento en el barrio Campo de Ourique, en un sector alto y tranquilo de Lisboa. Pero su amiga Ana, también carioca, nos ha invitado a cenar en su apartamento en el barrio de Bica, más bohemio. Al final de la tarde, con el cielo de Lisboa aún azul y despejado, descendemos laderas por callejuelas empedradas entre casas antiguas de fachadas blancas, amarillas, rosadas o de azulejos multicolores. Pasamos por algunas plazas pequeñas y agradables, adoquinadas con piedras blancas y brillantes y con banquitas bajo la sombra. Los comensales de restaurantes italianos y portugueses cenan en mesitas discretas en galerías y terrazas. En las tascas hay grupos bebiendo Imperiais y viendo futbol.

Conforme nos acercamos a Bica, sin embargo, hay más movimiento de gente joven yendo y viniendo entre las tabernas. En el balcón de una de ellas hay un músico tocando pandereta a ritmo de samba. Rachel me dice que está anunciando la roda de samba que habrá más tarde.

Nosotros continuamos bajando por la Rua da Bica de Duarte Belo, es decir, la callecita del funicular conocido como el elevador de Bica, pues sobre rieles sube y baja la colina del barrio. De frente, al final de la callecita, allá abajo, vemos las aguas azul grisáceas del Tajo. Pero nos desviamos a la derecha en un callejón y llegamos al edificio de Ana. Subimos al cuarto piso y ella nos recibe en su apartamento. Aunque el edificio es antiguo, el apartamento está completamente renovado por dentro - ejemplo de la restauración inmobiliaria de los barrios viejos de Lisboa.

Lo mejor, sin embargo, es la vista del río Tajo por sobre los tejados de dos aguas de los edificios amontonados colina abajo. Se ve toda la ancha ría, sus aguas encrespadas por las corrientes, y la península en la otra ribera, con el Cristo Redentor lisboeta en lo alto de una colina. El atardecer pinta el horizonte de amarillo y naranja y torna la cúpula del cielo de un azul más profundo. Es un deleite estar allí en el balcón, con tres amigos cariocas, observando esa belleza natural.

Cenamos y tertuliamos. Ana es una mujer interesante. Es neuróloga. Trabajó en hospitales de punta en Pittsburgh, Nueva York y Río de Janeiro. Pero se desencantó con la medicina, negocio hospitalario y farmaceútico globalizado. Decidió dejarla, salario y prestigio incluídos, y venir a Lisboa a estudiar ciencias políticas y relaciones internacionales. A mí esa valentía de apostar por sus verdaderas pasiones me gusta. Así que la charla es tanto deleite como la vista del Tajo desde la mesa.

Entre plato y plato y plato y postre, nos bebemos una botella de vino rosado, otra de Douro tinto y otra de Porto blanco. Pero ya se acerca la medianoche y es hora de regresar a casa. Nos despedimos y empezamos a escalar la ladera.

Cuando pasamos al lado del mismo bar escuchamos desde la calle samba a ritmo de percusión y cuerdas y mucha gente cantando. Rachel me mira con ojos pícaros y me pregunta: -¿Vamos?-. Vamos. Subimos y en medio del salón principal del bar encontramos la roda de samba tocando, y alrededor de ésta, la gente bailando y cantando. Hay mucha gente brasileña, pero también africana, portuguesa y algunos turistas nórdicos. Rachel se pone a sambar, yo a moverme al ritmo aunque no me salga el paso de samba – de lo caribeño a lo carioca hay bastante trecho. Lucas escucha sonriente, aunque sin bailar.

La roda pasa del samba de raíz al pagode y de éste a la música de Jorge Bem. Y nosotros seguimos gozando. Rachel canta todas las piezas; yo, las que me sé: “Eu sou do saaaaaamba...” y “Moro num país tropical...” Y así, cantando y bailando, aunque sea samba y no fado, me despido de las noches lisboetas con mis amigos. Me llevaré el ritmo y la alegría en el corazón.

Benfica y Sporting de Lisboa

El domingo a media tarde mi tren llega a Lisboa – Santa Apolônia desde Porto. En la línea azul del metro me topo con decenas de aficionados con la camiseta roja del Benfica camino al estadio. Me parece que es el club más popular de Lisboa. Lucas, mi amigo carioca, me ha dicho que el Sporting de los ticos Ruiz y Campbell es como el Fluminense en Río de Janeiro, osea, un club de las élites sociales históricamente, no popular. Sea como sea, el Sporting no anda muy bien. El Benfica es campeón y creo que anda de líder. Lo siento por los muchachos ticos que juegan en el Leão verdiblanco, pero me alegro por Sofía, la hija de Marisol, y Madalena, su hermanita adoptiva, pues ambas son fanáticas del club rojo. La noche que caminamos por la Rua Augusta en el centro de Lisboa, Sofía insistió en entrar a la tienda del Benfica y quería todo: camiseta, gorro, bufanda, sudadera. José, el compañero de Marisol, me dijo esa noche que el Benfica es o melhor time do mundo. Creo que exageró. El mejor equipo del mundo evidentemente es el ClubDeportivo Saprissa. Pero el Benfica ha sido el club de Eusebio y se le respeta. Y a Sofía, Madalena y José se les quiere.

domingo, 2 de octubre de 2016

Bitácora Porto: Charlas, almuerzo, cena y despedidas

Viernes. Por la mañana asisto a la charla de Ana y Soraia sobre el jugar espontáneo en la naturaleza, y luego a la de Sara sobre el abordaje ascético al deporte. Aprendo mucho de ellas y reflexiono sobre mi propia vida, en mis juegos de niño en mi barrio josefino, en mi propio abordaje ético al deporte. Creo que yo soy más epicúreo y lúdico que estoico, más del placer de jugar que de la disciplina para superarme através del sufrimiento. Pero busco un equilibrio, pues haber perdido por lesión la práctica del futbol y haber encontrado la natación como alternativa deportiva me ha llevado del ludismo y el placer a la disciplina y el dominio propio como fines u objetivos personales.

A la hora del café ha acabado nuestro congreso. Converso un poco con Reumar y Cecilia, los uruguayos, y Mafaldo, el mexicano, y nos despedimos.

Pero me quedan algunas horas para compartir con los amigos más cercanos. Me encuentro con Sara y nos vamos en metro hasta Aliados. Ya llevamos su maletita, pues esta noche ella se toma el vuelo a Madrid y de allí a Valencia. Me cuenta que su marido le ha contado que su hijo menor anda por toda la casa llamándola, "¡Mamá!", y el del medio anoche ha dormido en su cama. Solo la chiquita entiende que anda en un congreso y ya vuelve. Ya en las cercanías de Aliados damos varias vueltas, desorientados y medio perdidos, hasta que llegamos al Assador Tipico, el restaurante donde almorzaremos con Javi, Jessica y Xavi. ¿Quién me hubiera dicho a mí que estaría alguna vez almorzando con cuatro valencianos en un restaurante de carnes y pescados asados en Porto? Pero así es y lo disfruto. Me pido un dorado asado y Sara pide atún. Nos los traen y están deliciosos, como el bacalao de Jessica. Del chorizo de Javi no como pero se ve jugoso. ¡Qué tiempos aquellos en que comía chorizo! Yo me termino el dorado y además Sara me deja medio atún, así que mi almuerzo es un festín.

Después del almuerzo nos despedimos de Javi, Jessica y Xavi. Sara y yo caminamos, acarreando su maleta, por los Jardines del Palacio de Cristal. Nos gusta el paisajismo de los jardines y además en algunos puntos hay vistas panorámicas del Duero. Andamos y andamos y conversamos sobre las emociones, el sufrimiento, el deporte, Nussbaum, Frankel, Peirce, sus hijos, mis papás y hermanas, sus años de infancia y adolescencia en La Paz, Bolivia, sus viajes a Buenos Aires, su afinidad con Latinoamérica. Seguimos con estos temas y otros mientras caminamos de regreso a Aliados y paramos en una confeitaria frente al Carmo a tomar un café con pastel de nata

Cuando ya es hora de que se vaya al aeropuerto, la acompaño hasta el metro y nos despedimos en el andén. Nos hemos pasado toda la semana de arriba para abajo juntos. Así son estas amistades basadas en afinidad intelectual y personal, que a lo largo de los años, de congreso en congreso, se vuelven amistades profundas. Ha sido enriquecedor pasar este tiempo con Sara. La abrazo y le deseo buen viaje.

Salgo, ya solo. Pero no estoy triste. Estoy agradecido. Camino ladera abajo hasta la Ribeira y paseo por largo rato, hasta el atardecer. Cuando ya ha oscurecido, regreso a la Praça Liberdade. Y acá me pasa a recoger Luísa. Maneja hasta su casa a encontrar a Ana y Soraia, quienes se hospedan con ella, y juntos nos vamos a cenar. Yo de tanto comer debería reventar. Pero la comida portuguesa me sienta muy bien, es sabrosa y relativamente sencilla. No se exceden con los condimentos sino que permiten que uno saboree el pescado y marisco, acompañados de papa y vegetales, con sal y aceite de oliva. Así que le entro al bacalao y pulpo que pedimos los cuatro para compartir. 

Mientras tanto, conversamos sobre el trabajo de Ana y Soraia acerca del jugar espontáneo de los niños en la naturaleza. Los niños inventan juegos y crean juguetes en cualquier entorno natural, sin necesitar y hasta despreciando juguetes industriales. Qué lejos parece que andamos, a veces, de aquello. Conversamos también sobre formas de jugar en el agua y Ana aprovecha para invitarme a hacer un circuito de natación en aguas abiertas en Brasil. Se me iluminan los ojos y el corazón con la idea. Luísa nos cuenta sobre sus experiencias navengando en veleros. La vela es uno de sus deportes.

Y así, entre esto y aquello, disfrutamos de otro banquete. Hasta que es hora de ir a casa. Luísa, como siempre atenta, me lleva hasta mi casa. Me despido de las tres. Pero de nuevo, no estoy triste. Me siento agradecido con la Vida por darme tantos amigos en tantos lugares.

Bitácora Porto: Un Banquete entre amigos

Jueves. A primera hora doy mi charla sobre la experiencia personal, existencial, de deportistas que sufren lesiones que acaban con su práctica de sus deportes amados. Yo lo viví, por ello me sale del corazón. Como en la sala todos hemos practicado deportes que nos apasionan y hemos sufrido lesiones, más o menos graves, el tema es bien recibido. En la tertulia posterior, tenemos oportunidad de profudizar y siento que aquí he encontrado un tema que vale la pena desarrollar. Un profesor que trabaja con para-atletas en Río de Janeiro me invita a colaborar con su proyecto. Valió el boleto.

Después del café, regreso a Marquês. Quiero descansar esta tarde. He dormido muy poco desde que llegué a Portugal y esta noche es la cena de gala del congreso. Hago una buena siesta y al final de la tarde regreso a la universidad. Un bus nos lleva a Póvoa de Varzim, al norte de Porto en la costa atlántica. De camino, converso con Javi, el valenciano, sobre fútbol y la vida en Pensilvania. Él ahora es profe en Penn State, donde estudié con César hace años. 

Ya en Póvoa de Varzim, esperamos a que lleguen en carro Luísa, Sara, Ana y Soraia, y entramos juntos a la cena. Es de gala. Yo no viajé con traje entero en mi maleta. Pero Luísa me ha traído un saco de su esposo para que me dejen entrar a la cena. Esa muchacha es atenta y hospitalaria. El saco me queda grande y parezco a Tres Patines. Ellas en cambio se ven guapas y elegantes. Pero no me importa mi ropa. Lo que me importa es estar entre amigas y amigos. Ya en la mesa, me quito el saco y listo. Y aprovecho mi posición para conversar con Javi el santafecino, Antonio el gallego y sobre todo con Sara, Xavi, Luísa y Jessica. Al rato tengo chance de conversar con Ana y Soraia, de São Paulo, y ponernos al día. Con ellas, al igual que con Sara, siento empatía filosófica, una fuente de amistad. Mis amigas brasileñas escriben sobre el ludismo en la vida infantil y adulta. La vida es más rica con actitud lúdica.

Y entre una conversación y otra, llega la medianoche y la hora de marcharnos de regreso a Porto. Juntos hemos disfrutado de un Banquete, o Simposio, más divertido e interesante por ser dinámico, pienso yo, que el escrito por Platón.    

Bitácora Porto: Cenar con amigos en Gaia

Miércoles. Escucho a César en la sesión de la mañana, Muy bien, pero mi hora favorita es la pausa del café, para conversar con todos.  Sara y yo nos escapamos de la conferencia principal para ir a la biblioteca. A ambos nos falta terminar de preparar nuestras presentaciones. Lo consigo. Bajamos un poco tarde al almuerzo. Hoy no ha venido Vítor.  Sara me habla de su tesis sobre las emociones y su valor en la educación moral y sobre tantos temas. Vamos mezclando filosofía y vida. Por la tarde ella continúa trabajando y yo voy a las sesiones. Me envía un mensaje de texto: Luísa nos ha invitado a cenar en Gaia con otros amigos. Luísa es una portuguesa, de Porto, que hemos conocido en la conferencia. Es una muchacha mil punto, acogedora y simpática. Nos reunimos antes, para ver un espectáculo de fado en el auditorio de la U. Me encanta. De allí nos vamos. Luísa nos lleva a César, Sara y a mí hasta Gaia. En el restaurante Ar do Rio, en la ribera del Duero, ya nos esperan Javi el santafecino, Javi el valenciano y su esposa Jessica, Xavi el valenciano y José Luis y Alberto de Barcelona. Al sumarnos nosotros cuatro, somos seis españoles, dos argentinos, una portuguesa y un tico. Yo estoy en un extremo de la mesa, con Alberto y Luísa al frente y Sara a mi lado. Mi tertulia transcurre con ellos principalmente. Hablamos en español, pues Luísa lo habla muy bien. Mientras me deleito con una dourada grelhada, Alberto nos cuenta de su vida como padre de dos hijos en Barcelona, Sara como madre de tres en Valencia, Luísa como profesora, deportista y esposa en Porto y yo como filósofo peripatético entre Brooklyn, San José y Brasil. Luísa además nos cuenta cómo conoció a Felipe, su esposo brasileño, en Porto; Sara a su esposo madrileño en Buenos Aires; y Alberto a su mujer italiana en Barcelona. Yo les cuento un poco sobre mí, lo que he vivido y lo que me gustaría. Y así, de la filosofía pasamos a la vida, y nos hacemos más amigos, mientras el Duero fluye hacia el Atlántico y las luces iluminan las vistosas fachadas de las casas de Porto en la otra ribera.

Bitácora Porto: Reencuentros

Martes. Por la mañana me reencuentro, en la inauguración del congreso en un campus de la Universidad de Porto, con viejos amigos y amigas. A Sara, filósofa valenciana, por ejemplo, no la he visto desde el anterior congreso, hace dos años, en Natal, Brasil. Nos conocimos entonces y nos hicimos amigos por afinidad personal e intelectual. Pero hemos tenido poca ocasión de comunicarnos, porque en estos dos años ella se doctoró, continuó dando clases a tiempo completo, tuvo su tercer hijo, apoyó a su marido en la carrera de medicina y cuidó a su familia. Entonces, cuando me llama por detrás y reconozco su voz, me doy vuelta muy alegre y nos saludamos de beso en cada mejilla y abrazo. A César lo he visto hace poco en Nueva York, pero igual me alegro en la pausa para tomar café cuando me llama, "Sensei", y nos abrazamos. En una sesión conozco a Vítor, profesor de secundaria en la región portuguesa Trás-Os-Montes. Almuerzo con él y con Sara en la cafetería universitaria. La comida es mediocre y Vítor se apresura a disculparse y aclarar que en Portugal se come bien. ¡Claro, tranquilo! Luego acompañamos a Sara hasta su hotel a registrarse y en un café cercano Vítor nos invita a un espresso con pastel de nata, para reivindicar a Portugal. ¡Gracias! Yo tan contento, sin darme cuenta me pierdo la reunión de la junta directiva de nuestra asociación filosófica. "¡Chingo'e directivo!" Me percato de esto después, en las sesiones de la tarde. 

Quedo con César de ir a cenar. Sara se nos une. Vamos en metro hasta la estación de trenes de São Bento y visitamos la sala principal para que ellos conozcan los hermosos murales de azulejos. De allí subimos a la Catedral y desde la explanada al frente observamos el atardecer sobre la ciudad antigua, el río Duero y Gaia. Pensábamos bajar a Ribeira, pero nos perdemos por recovecos medievales y sin querer, regresamos a la estación. De allí bajamos por la Rua das Flores hasta una placita para cenar. Todas las terrazas están repletas de comensales. Tenemos hambre y no nos queda más que cenar en un comedor interior. Pedimos robalo asado y una francesinha vegetariana. La francesinha es un plato tradicional portuense. A mi ver simplista, es un "sanguche" de carne en pan cuadrado blanco, con queso derretido y salsa a base de tomate encima. Osea, comida rápida. Pero sssshhhhhh, silencio, no ofendamos. Igual cometemos un atropello cultural al pedir una vegetariana, pero qué vamos a hacer con nuestras restricciones dietéticas. En realidad, es rica la francesinha, aunque sea vegetariana. Cometemos otro atropello al pedir "imperiais", pues la mesera nos aclara que en Porto se les llama "finos". Son cervezas servidas a presión en vasitos largos y delgados. "Imperial" se las llama en Lisboa. El robalo asado está bien hecho y la conversación con Sara y César interesante. 

Me siento afortunado de conocer gente tan legal, aunque se rían de mí por distraído. En el trayecto de vuelta en el metro casi me paso de estación: conversamos tan animadamente que no me percato cuando paramos en Marquês. De repente tengo que dar un salto y salir sin despedirme para que no me cierren las puertas del carro. Salgo raspando y los veo riéndose mientras les digo adiós con la mano.

Bitácora Porto: Primeras impresiones

Lunes. Una vez instalado en mi apartamento cerca de Praça Marquês, bajo las laderas caminando en dirección al centro antiguo. Porto es más sobrio que Lisboa, me parece. Por las callejuelas un tanto decadentes pienso, al ver a la gente, sobre todo a los estudiantes de secundaria que ya han salido del cole, que Porto es más punk y menos fado. En la fuente de Oliveiras, muchachos y muchachas, todos de negro, fuman y conversan, y a los muros de algunas casas y edificios los cubre el grafiti. Pero ya en las cercanías de la Iglesia del Carmen, o Carmo, los azulejos antiguos de la fachada y paredes laterales me avisan que estoy en una ciudad de muchas facetas. Cerca de allí está la Fuente de los Leones frente a la sede antigua de la Universidad de Porto. A ésta la rodean varias plazas y hasta acá llegan varias líneas de tranvía. Atrás de la universidad hay un jardín con la escultura, en bronce, de una joven campesina portuguesa muy meláncolica. ¿Qué sentiría? Continuando mi caminata sin mapa, veo la Torre de los Clérigos erguirse sobre todo el entorno, y dando algunas vueltas llego a la Livraria Lello. Su frente es llamativo. Pero parece que sus escaleras interiores y balaustradas de madera tallada, inspiraron algunas escenas de unos libracos de fantasía que todo el mundo lee y hasta se hacen películas. Entonces, la librería cobra por entrar. Esto me indigna: ya la gente lee poco y encima una librería cobra ingreso. No jodás. Le hago la cruz a la tal librería. Por suerte al frente hay un parque con muchos olivos que me pacifica. Sigo ambulando y caigo en la grandiosa Praça Liberdade, con edificios neoclásicos. En la parte más alta está el Ayuntamiento, pero las laterales me parecen demasiado llenas de bancos. Mejor busco lo antiguo. Desemboco en la estación de trenes São Bento. Me gusta su fachada, también neoclásica, y su sala principal con murales en azulejo que ilustran la historia de Portugal. Me gustan más las escenas pastorales y pueblerinas, especialmente las de músicos, trovadores y bailarinas, que las de reyes, curas y batallas. Observo un rato a la gente que va y viene en tren. Y decido regresar a Marquês a cenar: salmón asado con una birrita Super Bock. Por hoy he explorado suficiente y he venido a trabajar.

sábado, 1 de octubre de 2016

Un abrazo divino

Cuando nos vimos esta mañana, nos dimos un fuerte y largo abrazo, un abrazo divino. Ella se reía y yo la sentía reírse. No nos veíamos desde hace nueve años en Vigo. La vida me trajo a Porto y ella se acercó para encontrarme. 

Paseamos junto con sus dos muchachos. Bajamos de la estación ferroviaria São Bento a pie hasta Ribeira por entre callecitas antiguas con sus casas de fachada de azulejo restauradas. Caminamos frente al río, pasando por la plaza del Cubo, hasta el puente Luís I. Lo atravesamos por la parte baja hasta Gaia y compartimos un delicioso bacalao a la brasa en Ar de Rio, mientras observábamos el río fluir y el sol brillar en las coloridas fachadas de las casas de la ciudad antigua de Porto. Con movimientos delicados, ella me sirvió las papas asadas, tomate, lechuga y trozos de bacalao, bañándolos en azeite. Ese simple detalle cuidadoso me llegó. Luego visitamos algunas bodegas en busca de vino Porto (compré uno tinto y uno blanco), cruzamos el puente de vuelta hacia la ribera de Porto, subimos las Escadas de Codeçal, por entre casitas decadentes, hasta encontrar la sección superior del puente. Lo cruzamos de nuevo hacia el Jardim do Morro y el Mosteiro da Serra do Pilar mientras disfrutábamos las vistas de Porto y Gaia desde la altura. Soplaba un viento frío pero la tarde era luminosa. Recorrimos en metro de allí hasta Aliados y bajamos por la Praça da Liberdade, rodeada de edificios decimonónicos, me parece, hasta la Rua dos Clérigos. Remontamos en dirección a la iglesia y la torre de los mentados clérigos, que no son santos de su devoción ni de la mía. La torre es la más alta de Porto, vaya ostentación la de esos muchachos. Luego continuamos hacia la Universidad de Porto y la Igreja do Carmo (¡más azulejos en su fachada y paredes exteriores!). Andábamos en busca de una confeitaria para tomar café con pastéis de nata. Los encontramos en un cafecito de la Praça de Carlos Alberto. Allí nos sentamos a conversar un ratico más. Sabíamos que se nos acababa el tiempo. Pero me sentía contento de verla frente a mí, mirarla a los ojos, sonreírle. Tras la pausa, subimos por la Rua das Oliveiras, pasamos por la Praça da República y seguimos ladera arriba por el barrio de Lapa, encontrando más vida de barrio, con bares contemporáneos al lado de antiguas fruterías, supermercados cerca de verdulerías, y tiendas con escaparates de los años 70. Ya en "mi" barrio, cerca de la Praça Marquês, caminamos hasta su carro. Era hora de que regresaran a Vigo.

Nos abrazamos de nuevo. Y de nuevo. Miradas, risas, sonrisas, silencios y tres abrazos: Día Divino.