miércoles, 24 de diciembre de 2014
Mañana de Noche Buena en un jardín guadalupano
El sol se levanta en el oriente, iluminando el límpido azul del cielo sobre el Valle Central costarricense, el verde oscuro de las hojas y el rojo encendido de las flores de la enredadera que trepa por el muro de mi jardín, y los pétalos rosados de las flores de mi rosal--enredadera, rosal y jardín que cuidan mis papás con cariño cuando yo no estoy. En la enredadera viven orugas que pronto serán mariposas. Del néctar de sus flores se nutren mariposas y, a menudo, un colibrí que aparece justo cuando converso con una compañera caminante de muchos caminos que siempre me ha alegrado la vida. La brisa fresca del diciembre josefino mece las flores de la enredadera y los tallos del rosal. Me levanto, observo todo esto y más, respiro profundo, y le doy gracias a la vida que me ha dado tanto. Entonces pienso en las personas queridas aquí en Costa Rica, en Nueva York, Lima, Buenos Aires, Montevideo, Caldas, Marília, Santos, Sao Paulo, Belo Horizonte, Porto Alegre, Salamanca, Barcelona, Vigo, Tokio, Tsukuba y tantos otros lugares hasta donde llegan el amor y la amistad, como tallos floridos de una enredadera tropical.
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