Hurgando entre las cajas de recuerdos de un antiguo
aspirante a poeta, me encontré un papelito en el que esbozó su último intento por escribir un poema. A juzgar por el nombre y número de teléfono que escribió en el mismo papelito, se inspiró en su musa de cabello negro rizado, ojos color miel, dulce sonrisa y samba no pé del bar Ó do borogodó en la Vila Madalena de São Paulo. Sambó toda la noche y escribió el poema antes de caer dormido una mañana gozosa de un diciembre feliz. Nunca revisó el poema. Lo dejó ahí y en eso quedó
su intento de escribir poesía. Ni siquiera le puso título.
Te busqué
durante una noche blanca y fría,
ya tan lejana.
Te esperé
escuchando en
silencio el canto
de una reina
africana.
Te encontré
donde el samba le da vida
a la
madrugada urbana.
Me acerqué
mientras miradas entrecruzábamos
y se atisbaba ya la alegre mañana.
Poco importaba que fuera mala poesía. Lo que importaba era intentarla,
ensayarla, dejarla fluir, vivirla, y por qué no, sambarla.
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