martes, 25 de junio de 2019

La fe vital de la oruga

Caminábamos por un sendero de montaña rumbo a la catarata del río Tarcolitos. Bordeábamos la empinada ladera de un cerro boscoso para entrar al cañón del río. Altísimos árboles se erguían a ambos lados del sendero, ladera arriba y ladera abajo. El bosque tropical lluvioso era primario y su follaje muy tupido. La luz de la mañana se filtraba en sutiles claroscuros. 

Mientras caminábamos nos topamos de frente, en medio sendero, con una oruga que parecía flotar en el aire. Su cabeza, tórax y abdomen eran negros pero su pelusa blanca resplandecía a contraluz y le daba un aspecto albinegro y divino. 

La observamos sorprendidos. Parecía levitar aunque supusimos que pendía de un hilo tan fino que era invisible a nuestros ojos. 

Nos acercamos y constatamos que así era: desde la copa de un árbol en el dosel del bosque había tendido su hilo finísimo para bajar al sotobosque. 

La niña en nuestro grupo naturalmente quiso sentir el hilo y al tocarlo con leve brusquedad lo reventó. La oruga cayó al suelo húmedo del sendero. Su madre bromeó: 

--Pobrecita. Todo iba bien hasta que llegó una mocosa a reventarle el hilo.

Continuamos nuestro camino pero me quedé pensativo. La niña también.

Conforme avanzábamos en el sendero, internándonos en la montaña, nos topamos con muchas orugas más que pendían del hilo invisible que tendían desde el dosel. 

A menudo eran hilos de más de veinte metros de largo y tan finos que apenas se atisbaban a contraluz. ¿Cuántas veces cabe una oruga de cinco centímetros en un vacío de veinte metros en línea recta? (¡Cuatrocientas!)

Tuvimos cuidado de no reventar ningún otro, sobre todo la chiquita sensible que empezó a contar cuántas orugas nos encontrábamos.

Poco a poco me quedé atrás del grupo, observando detalles, escuchando cantos y sintiendo la vida del bosque. 

Entonces me topé con una oruguita danzando en el aire. Pero ésta, en vez de descender al sotobosque subía a lo largo de su propio hilo hacia el dosel. Usaba su hilo para regresar a casa.

Entendí la fragilidad y el coraje del quehacer de la oruga. No sé por qué baja del dosel al sotobosque. Pero sé que para regresar a la copa del árbol que la alberga pende de un hilo delgadísimo. Éste es resistente y elástico en la medida justa y la oruga confía en él. Lo tiende y se entrega. Su vida depende de él.

Su fe vital es instintiva. Es como si su corazón le dijera: 

--Confiá en mí y lanzate a la Vida tendiendo tu hilo con amor y fe.

Y ella se lanza. Bienaventurada la oruga.


La oruga en el claro

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