sábado, 29 de agosto de 2015
Cuidados de dona Nice
Dona Nice prepara y sirve el desayuno a los huéspedes cada mañana. Es tímida, callada al principio. Pero tiene ojos negros de mirada vivaz, sonrisa sutil y quien la observa adivina que es muy dulce. Su tez es morena, pero no he visto su cabello pues siempre lleva el sombrerito de cocina con su uniforme. Imagino que es negro, pero no sé si es colocho o crespo. Hace su trabajo en silencio, quizá ya lleva unos treinta años haciéndolo, y la mayoría de los huéspedes, de paso en Marília por trabajo, no la determinan. Desayunan mientras miran absortos las tonterías de los programas matinales de televisión. Ella igual sirve con esmero y una sonrisa la fruta, los panes, las mermeladas, los jugos y el café. Como llevo muchos días aquí y conversamos cada mañana, sobre mi trabajo o su vida en Marília, soy un privilegiado de sus cuidados. Me guarda los mejores trozos de papaya, pues sabe que es la fruta que más me gusta al desayuno. Ya sabe cómo me gustan las tostadas, y pregunta si hoy las quiero con queso o con miel. Si no hay café, me lo hace con gusto. En los días que llego medio dormido a desayunar al filo del horario, me dice que lo haga tranquilo mientras ella se ocupa de otros quehaceres. Y me dijo que un día, en el que me quedé dormido y no llegué, me esperó veinte minutos antes de retirar la comida de la barra. Toda esa generosidad en un solo corazón y yo soy el bendecido por ella.
viernes, 28 de agosto de 2015
Atardecer en el "quintal ecológico" de la UNESP
El viernes al final de la tarde salgo del departamento de filosofía hacia al huerto ecológico que cultivan las alumnas y alumnos de la carrera en el rincón más recondito del campus. Camino solitario por el zacatal y me acerco, dando pasos rápidos al ritmo de mis pensamientos, a la arboleda en medio de la cual se encuentra el huerto. El sol, a mi espalda, ya está apenas unos 30 grados sobre el horizonte. Siento su tibia caricia en mi cuello y espalda.
Al adentrarme en la arboleda, descubro que la tierra aun está un poco húmeda y salpicada por el aguacero de ayer. Parece formada por millares de pequeños cráteres, uno por cada goterón que le cayó encima. No hay huellas de personas. Hoy no ha venido nadie. Tampoco las hay de animales, ni siquiera las sinuosidades de las cascabeles que anidan en el huerto. Mis pisadas son las primeras después de la lluvia.
Me quedo quieto y silencioso en medio del huerto para observar, escuchar, sentir, después de tanto pensar. ¿Para qué?
La luz se filtra en ángulos agudos por entre las hojas del higuerón, los mangos en flor (as mangueiras), las palmeras, los robles y los eucaliptos, proyectando un claroscuro vacilante sobre los arbustos y el suelo. Reconozco las hojas largas y altas de las piñas y también las duras, largas y retorcidas, verdes en el centro y amarillas en los bordes, de las lenguas de suegra. Hay papayos sin papayas (mamoeiros sem mamões). Busco la jabuticabeira recién sembrada pero no la reconozco. Visito los cactus y la sábila. De las plantas medicinales y las hierbas no reconozco ninguna. Mi pobre sentido del olfato no me ayuda. Pero escucho a los periquitos, los petiamarillos o bienteveos (bemtevis) y a las cirienas llamándose a la distancia. Me quedo absorto y sereno por largo rato.
Cuando salgo del huerto, ya el sol se ha puesto al oeste y la luna, casi llena, ha aparecido en el cielo que oscurece poco a poco. Atravieso de nuevo el zacatal, pero ahora camino despacio, al ritmo de mis sentimientos. A la distancia, en la soda universitaria (cantina), se escucha el ritmo de varios berimbaus y el canto de una roda de capoeira. Su cadencia atrapa mi cuerpo y me muevo con ella.
Al adentrarme en la arboleda, descubro que la tierra aun está un poco húmeda y salpicada por el aguacero de ayer. Parece formada por millares de pequeños cráteres, uno por cada goterón que le cayó encima. No hay huellas de personas. Hoy no ha venido nadie. Tampoco las hay de animales, ni siquiera las sinuosidades de las cascabeles que anidan en el huerto. Mis pisadas son las primeras después de la lluvia.
Me quedo quieto y silencioso en medio del huerto para observar, escuchar, sentir, después de tanto pensar. ¿Para qué?
La luz se filtra en ángulos agudos por entre las hojas del higuerón, los mangos en flor (as mangueiras), las palmeras, los robles y los eucaliptos, proyectando un claroscuro vacilante sobre los arbustos y el suelo. Reconozco las hojas largas y altas de las piñas y también las duras, largas y retorcidas, verdes en el centro y amarillas en los bordes, de las lenguas de suegra. Hay papayos sin papayas (mamoeiros sem mamões). Busco la jabuticabeira recién sembrada pero no la reconozco. Visito los cactus y la sábila. De las plantas medicinales y las hierbas no reconozco ninguna. Mi pobre sentido del olfato no me ayuda. Pero escucho a los periquitos, los petiamarillos o bienteveos (bemtevis) y a las cirienas llamándose a la distancia. Me quedo absorto y sereno por largo rato.
Cuando salgo del huerto, ya el sol se ha puesto al oeste y la luna, casi llena, ha aparecido en el cielo que oscurece poco a poco. Atravieso de nuevo el zacatal, pero ahora camino despacio, al ritmo de mis sentimientos. A la distancia, en la soda universitaria (cantina), se escucha el ritmo de varios berimbaus y el canto de una roda de capoeira. Su cadencia atrapa mi cuerpo y me muevo con ella.
jueves, 27 de agosto de 2015
Lluvia mariliense
Durante la noche el cielo se cubrió de nubes y hoy amaneció lloviendo. Me desperté con el rumor del aguacero cayendo y el tac-tac-tac de los goterones azotando la ventana de mi cuarto. Me sentí agradecido por saber que nos caía agua bendita encima y me dormí de nuevo, tan profundamente que se me pasó la hora del desayuno. Cuando caminé al campus, la tierra ya se había transformado del colorado seco al bermejo húmedo. Las plantas me parecieron más verdes y menos sedientas. Sin paraguas y apenas con una chaqueta haciendo la veces de capa, me empapé. Pero lo agradecí también. "A veces llega la lluvia para limpiar las heridas. A veces solo una gota puede vencer la sequía". Quizá no la venció, ni limpió todo. Pero alivió.
lunes, 24 de agosto de 2015
Sequía paulistana
Se siente en el aire seco al respirar y se ve en la tierra colorada y sedienta. En el interior de São Paulo ha habido sequía por mucho tiempo. Hace falta lluvia. Que los vientos traigan las nubes cargadas de agua para aliviarnos. Necesitamos aires puros y aguas frescas.
viernes, 21 de agosto de 2015
Cruz del Sur, latitud Marília
Ya llevaba varios días por los linderos del Trópico de Capricornio ocupándome de la filosofía -- la académica, no la viva, la que es también poesía y cotidianeidad placentera. Entonces, una noche, al volver a casa de la piscina, me acordé de mirar al cielo y la vi hacia el sur, como colgada con pines luminosos de un tejido negro. Recordé por qué vine y qué busco y qué es filosofía y poesía y cotidianeidad. Es mirar al cielo y maravillarse de nuevo, como la primera vez que vi la Cruz del Sur en el Uruguay, hace tantos años.
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