sábado, 29 de agosto de 2015

Cuidados de dona Nice

Dona Nice prepara y sirve el desayuno a los huéspedes cada mañana. Es tímida, callada al principio. Pero tiene ojos negros de mirada vivaz, sonrisa sutil y quien la observa adivina que es muy dulce. Su tez es morena, pero no he visto su cabello pues siempre lleva el sombrerito de cocina con su uniforme. Imagino que es negro, pero no sé si es colocho o crespo. Hace su trabajo en silencio, quizá ya lleva unos treinta años haciéndolo, y la mayoría de los huéspedes, de paso en Marília por trabajo, no la determinan. Desayunan mientras miran absortos las tonterías de los programas matinales de televisión. Ella igual sirve con esmero y una sonrisa la fruta, los panes, las mermeladas, los jugos y el café. Como llevo muchos días aquí y conversamos cada mañana, sobre mi trabajo o su vida en Marília, soy un privilegiado de sus cuidados. Me guarda los mejores trozos de papaya, pues sabe que es la fruta que más me gusta al desayuno. Ya sabe cómo me gustan las tostadas, y pregunta si hoy las quiero con queso o con miel. Si no hay café, me lo hace con gusto. En los días que llego medio dormido a desayunar al filo del horario, me dice que lo haga tranquilo mientras ella se ocupa de otros quehaceres. Y me dijo que un día, en el que me quedé dormido y no llegué, me esperó veinte minutos antes de retirar la comida de la barra. Toda esa generosidad en un solo corazón y yo soy el bendecido por ella.

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