Una tarde de domingo de Copa visitás la Capilla de San Francisco de Asís, diseñada por Niemeyer, en el barrio de Pampulha en Belo Horizonte. Admirás la belleza y simplicidad de sus formas curvas inspiradas en las montañas de Minas Gerais. En el exterior admirás los azulejos de Portinari y en interior ves sus óleos representando episodios de la Pasión.
Sentís paz en aquel lugar hermoso donde ya años antes la habías sentido y, como Violeta, das gracias a la Vida por haberte dado tanto.
Después cruzás la calle, andás un poco y en un restaurante con vista a la Laguna de Pampulha, te preparás para ver a tu equipo jugar en octavos del Mundial. El primer tiempo es cerrado, trabado, pero sentís confianza. En el segundo Campbell, Bolaños y Ruiz te regalan una linda triangulación llevando el balón del centro a la punta izquierda y a la semiluna. Ruiz la toca suave y preciso y el arquero rival se queda como estatua mientras la bola entra mansita al arco. Gol. Lo gritás, "Gol. Gol, carajo, gol". Abrazás a tus amigos y la gente de las mesas vecinas te saluda.
Sentís que vas a ganar, que tu equipo juega bien, pero la cosa se complica. Por primera vez un tico sufre una expulsión mundialista, y justo ahora. Pero el equipo se para firme, vos le enviás buenas vibras, gritás, apoyás, lo ves de pie.
Los brasileños en el lugar se solidarizan todos con vos, con tus ticos. Vamos ticos todavía. Justo al final, los griegos en una jugada fea y accidentada, como todas las de ellos, te empatan. En silencio te das vuelta y te vas a ver el atardecer sobre la laguna por un minuto. Aceptás la situación y sabés que de ese momento en adelante a tu equipo solo le queda la garra pues faltan las energías.
Pero confiás en los muchachos, en el aguante, en los dientes apretados, como a veces vos los apretaste en canchas ticas y foráneas. Y seguís mandando vibras de garra, de coraje, de vamos vamos vamos ticos. Los brasileños te siguen apoyando.
Llegan los penales, y tus muchachos clavan bien los primeros cuatro, y tu portero saca una porque tiene habilidad y buena memoria (no por suerte). Sabés que el quinto va a entrar porque lo tira un muchacho campesino que desde niño trabajó duro en el campo y luego se hizo futbolista. Es de los que no habla ni aparece mucho en medios, pero pone todo en la cancha.
Patea la bola, entra. Gol. Lo gritás con todo y la gente te aplaude. No te conocen pero te aplauden y te abrazan y te felicitan porque se han identificado con tu equipo y con tu gente. Están felices por vos, por tus muchachos, por tu gente linda de una tierra hermosa.
Y vos no necesitás decir más. La paz que sentiste en la Capilla de San Francisco vuelve al pecho, siempre estuvo allí, pero ahora es paz rebozante de alegría.
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