Esto le contaba a Tsun-Hui cuando, casi a la altura de Saint James Place, antes de llegar a la esquina de la iglesia bautista Emmanuel, nos topamos con una fiesta uno de los pocos jardines que quedan en el barrio, arrasado por los edificios de apartamentos. Y en el jardín, alguien tocaba el himno espiritual "Amazing Grace" en una gaita. Nunca la había escuchado así, a la escocesa, pero la melodía me conmovió de nuevo, como me conmovía hace años en las iglesias del Sur, cuando todos los feligreses cantaban el himno en coro y parecían sentir la melodía y la poesía en lo profundo del ser. Yo, al menos, así las sentía.
domingo, 21 de septiembre de 2014
"Amazing Grace": Una gaita nocturna en Fort Greene
Sábado por la noche. Fin del estío brooklyniano: temperatura agradable de veintidós centígrados que me recordaba a San José, cielo despejado pero citadino (sin estrellas visibles), brisa leve. Tras un concierto de música folk sureña, irlandesa y escocesa en la Brooklyn Academy of Music, caminaba por la avenida Lafayette hacia el este conversando con una amiga taiwanesa. En el concierto había escuchado a Natalie Merchant por primera vez en vivo. Cantó dos baladas, una angloamericana y otra irlandesa. Su voz me había recordado mis años universitarios en el Sur de Gringolandia, cuando 10,000 Maniacs arrasaban en la música alternativa y luego Natalie se lanzaba en solitario con piezas como "Carnival".
Esto le contaba a Tsun-Hui cuando, casi a la altura de Saint James Place, antes de llegar a la esquina de la iglesia bautista Emmanuel, nos topamos con una fiesta uno de los pocos jardines que quedan en el barrio, arrasado por los edificios de apartamentos. Y en el jardín, alguien tocaba el himno espiritual "Amazing Grace" en una gaita. Nunca la había escuchado así, a la escocesa, pero la melodía me conmovió de nuevo, como me conmovía hace años en las iglesias del Sur, cuando todos los feligreses cantaban el himno en coro y parecían sentir la melodía y la poesía en lo profundo del ser. Yo, al menos, así las sentía.
Esto le contaba a Tsun-Hui cuando, casi a la altura de Saint James Place, antes de llegar a la esquina de la iglesia bautista Emmanuel, nos topamos con una fiesta uno de los pocos jardines que quedan en el barrio, arrasado por los edificios de apartamentos. Y en el jardín, alguien tocaba el himno espiritual "Amazing Grace" en una gaita. Nunca la había escuchado así, a la escocesa, pero la melodía me conmovió de nuevo, como me conmovía hace años en las iglesias del Sur, cuando todos los feligreses cantaban el himno en coro y parecían sentir la melodía y la poesía en lo profundo del ser. Yo, al menos, así las sentía.
viernes, 19 de septiembre de 2014
Indicios del otoño en Ocean Parkway
Por la mañanas, al caminar hacia el mar por el bulevar de Ocean Parkway, ya sentís una brisa fría erizarte la piel. Corre desde el Atlántico que baña las playas de Coney Island y Brighton pocos kilómetros al sur. Al respirar, los pulmones se te llenan de ese aire marino y fresco, delicioso. Los robles todavía se muestran frondosos, completamente vestidos por follaje muy verde, pero las hojas de los cerezos ya empiezan a mudar de color, a insinuar el marrón de la tierra hacia la que van a caer. Pero los heraldos otoñales son, ante todo, los árboles exfoliantes del bulevar y las calles perpendiculares a Ocean Parkway. Al deshacerse de la corteza de sus troncos quedan prácticamente blancos y esta semana sus hojas han empezado a tornarse de un verde pálido o amarillentas. Cuando la fresca brisa atlántica las mece y las mirás desde abajo a contraluz, cual mariposas verdeamarelas contrastando con el límpido azul del cielo, te alegran por la belleza del verano que viviste al aire libre y por el otoño que te traerá tiempo para pensar mientras caminás abrigado por parques y bulevares de la ciudad.
domingo, 14 de septiembre de 2014
Contrastes en João Pessoa
Si llegás al mediar la tarde de un día entre semana, la estación de autobuses interestatales aparece tranquila, con poco movimiento excepto el de las palmeras en el viento. Te da la sensación de cabecera de cantón más que de capital de un estado: tranquila ciudad provinciana.
Pero a pocas cuadras de distancia, en el centro histórico, el movimiento de gente en las calles y avenidas es intenso. Sin embargo, te dejan un poco triste los edificios comerciales descuidados y venidos a menos y, sobre todo, los carteles sobre las señales de tránsito que dicen: "Crack: Diga Não". Si le preguntás, algún taxista paraibano te puede contar que hay epidemia entre jóvenes e incluso niños y aquellos que no han sido abandonados en la calle a veces matan a los propios padres para robarles y comprar piedra.
Entonces cuando desembocás en la laguna, rodeada de árboles y palmeras del Parque Solón de Lucena, te parece un oasis. En el parque y sus cercanías, los estudiantes de secundaria conversan en grupos mientras esperan los buses para irse a sus casas. Rápidamente percibís que este pueblo simpático es mucho más mestizo, indígena y mulato que el del sur de Brasil.
Hay muchísimos vendedores ambulantes y casi todos venden cds y dvds pirateados. Sus carritos consisten en una caja de madera atravesada por un eje metálico para las llantas de hule. Dentro de la caja instalan dos ruidosos altoparlantes y como todos venden lo mismo, la competencia consiste en quién toca el forró, el funk, o el sertanejo más escandaloso.
Finalmente pasa tu bus para llevarte al barrio de Tambaú. De camino te toca enfrentarte con el tránsito de hora pico y pensás cómo pueden haber presas en una ciudad tan pequeña.
Pero te bajás frente a la playa de Tambaú y empezás a caminar a lo largo de ella. Lamentablemente ya anocheció y no podés ver el agua turquesa. Pero igual corre una brisa fresca y fuerte, las levísimas olas te arrullan. No ves el color del agua pero ves las estrellas, pues la ciudad no es tan luminosa. Respirás profundo, caminás tranquilo y disfrutás el momento.
Te topás a mucha gente de todas las edades caminando, corriendo o andando de bicicleta por el paseo, haciendo ejercicio. Hay mercados de artesanía, tiendas de ropa de playa, restaurantes y bares, incluso una galería comercial.
Y te acordás de lo que ya sabías: en las capitales costeras del Brasil, la clase media alta vive muy bien, cerquita del mar, mientras el pueblo suda la gota gorda en los barrios donde la brisa no corre ni se escuchan las olas, donde el sútil olor a sal marina ya no se siente por el humo de los escapes, los aceites derramados en el asfalto, la basura en los caños, y la humedad impregnada en las paredes.
Te ves observando dos mundos, transitando entre ellos, y no sabés muy bien qué hacer, excepto retratarlos en una postal.
Pero a pocas cuadras de distancia, en el centro histórico, el movimiento de gente en las calles y avenidas es intenso. Sin embargo, te dejan un poco triste los edificios comerciales descuidados y venidos a menos y, sobre todo, los carteles sobre las señales de tránsito que dicen: "Crack: Diga Não". Si le preguntás, algún taxista paraibano te puede contar que hay epidemia entre jóvenes e incluso niños y aquellos que no han sido abandonados en la calle a veces matan a los propios padres para robarles y comprar piedra.
Entonces cuando desembocás en la laguna, rodeada de árboles y palmeras del Parque Solón de Lucena, te parece un oasis. En el parque y sus cercanías, los estudiantes de secundaria conversan en grupos mientras esperan los buses para irse a sus casas. Rápidamente percibís que este pueblo simpático es mucho más mestizo, indígena y mulato que el del sur de Brasil.
Hay muchísimos vendedores ambulantes y casi todos venden cds y dvds pirateados. Sus carritos consisten en una caja de madera atravesada por un eje metálico para las llantas de hule. Dentro de la caja instalan dos ruidosos altoparlantes y como todos venden lo mismo, la competencia consiste en quién toca el forró, el funk, o el sertanejo más escandaloso.
Finalmente pasa tu bus para llevarte al barrio de Tambaú. De camino te toca enfrentarte con el tránsito de hora pico y pensás cómo pueden haber presas en una ciudad tan pequeña.
Pero te bajás frente a la playa de Tambaú y empezás a caminar a lo largo de ella. Lamentablemente ya anocheció y no podés ver el agua turquesa. Pero igual corre una brisa fresca y fuerte, las levísimas olas te arrullan. No ves el color del agua pero ves las estrellas, pues la ciudad no es tan luminosa. Respirás profundo, caminás tranquilo y disfrutás el momento.
Te topás a mucha gente de todas las edades caminando, corriendo o andando de bicicleta por el paseo, haciendo ejercicio. Hay mercados de artesanía, tiendas de ropa de playa, restaurantes y bares, incluso una galería comercial.
Y te acordás de lo que ya sabías: en las capitales costeras del Brasil, la clase media alta vive muy bien, cerquita del mar, mientras el pueblo suda la gota gorda en los barrios donde la brisa no corre ni se escuchan las olas, donde el sútil olor a sal marina ya no se siente por el humo de los escapes, los aceites derramados en el asfalto, la basura en los caños, y la humedad impregnada en las paredes.
Te ves observando dos mundos, transitando entre ellos, y no sabés muy bien qué hacer, excepto retratarlos en una postal.
lunes, 1 de septiembre de 2014
Domingo por la noche en Recife Antiguo
Los domingos, en las inmediaciones de la calle Bom Jesus en el más antiguo barrio de Recife, se realiza una feria popular alegre y concurrida por todos: adolescentes, adultos, familias con niños, grupos de señoras, algún turista. Hay artesanía y comidas regionales de todo el Brasil: acarajé baiano, pastel, empada, tapioca, pamonha y demás.
Ayer había Feira do Livro por un festival de literatura--entre los tesoros, encontré una antología poética de Manuel Bandeira, maestro poeta recifense y brasileño, y conversando con un librero descubrí una novela de Raimundo Carrera, novelista pernambucano contemporáneo.
Se escuchaban, en calles adoquinadas o empedradas, grupos de percusión ensayando sus ritmos. En una plaza abierta al lado del río Capibaribe, una banda tocaba música pop brasileña (no MPB, sino de consumo comercial masivo, o de industria cultural como les gusta repetir a los intelectuales brasileños), mientras la gente animadísima bailaba.
Tras anochecer y avanzar la noche, la gente convergía en la plaza del Arsenal, entre edifícios restaurados de coloridas fachadas neoclásicas, donde cada último domingo del mes se realiza el evento Dançando na Rua (Bailando en la calle). Por cuatro horas dos grupos tocaron de todo para bailar: swing, rock, funk, samba, axé, frevo, forró, y hasta salsa. El momento culminante fue una canción de carnaval de Olinda, cuando la gente cantaba, bailaba y se movía en perfecta sincronización.
A mi lado, una señora mestiza, de pelo negro y piel acaramelada, de vestido amplio, fresco, negro y de bordados coloridos, bailó todas las piezas muy sonriente y alegre, desde la primera, un rock de Elvis, hasta la última, un forró regional. La acompañó, en muchas piezas pero no todas, un tico animado. Más que alegre, esa señora bailarina tenía aura de ser feliz.
Ayer había Feira do Livro por un festival de literatura--entre los tesoros, encontré una antología poética de Manuel Bandeira, maestro poeta recifense y brasileño, y conversando con un librero descubrí una novela de Raimundo Carrera, novelista pernambucano contemporáneo.
Se escuchaban, en calles adoquinadas o empedradas, grupos de percusión ensayando sus ritmos. En una plaza abierta al lado del río Capibaribe, una banda tocaba música pop brasileña (no MPB, sino de consumo comercial masivo, o de industria cultural como les gusta repetir a los intelectuales brasileños), mientras la gente animadísima bailaba.
Tras anochecer y avanzar la noche, la gente convergía en la plaza del Arsenal, entre edifícios restaurados de coloridas fachadas neoclásicas, donde cada último domingo del mes se realiza el evento Dançando na Rua (Bailando en la calle). Por cuatro horas dos grupos tocaron de todo para bailar: swing, rock, funk, samba, axé, frevo, forró, y hasta salsa. El momento culminante fue una canción de carnaval de Olinda, cuando la gente cantaba, bailaba y se movía en perfecta sincronización.
A mi lado, una señora mestiza, de pelo negro y piel acaramelada, de vestido amplio, fresco, negro y de bordados coloridos, bailó todas las piezas muy sonriente y alegre, desde la primera, un rock de Elvis, hasta la última, un forró regional. La acompañó, en muchas piezas pero no todas, un tico animado. Más que alegre, esa señora bailarina tenía aura de ser feliz.
Domingo en Boa Viagem
Por la mañana, los bañistas recifenses se acercan a la larguísima playa de Boa Viagem, en Recife, y buscan un lugar en las sillas bajo las sombrillas que proveen los comerciantes. Estos tienen sus barracas (chinamos) listas para ofrecer agua de pipa, gaseosas, cervezas, pasteles fritos rellenos, yuca, camarones, pescado frito y demás platillos a sus clientes. Como a la mayoría de los brasileños, a los recifenses les gusta agruparse, estar "en pelota" en la playa, y prefieren que les sirvan tranquilos que llevar sus propias cosas y sentarse en un lugar un poco distante de los demás.
Tras ubicarse bajo una sombrilla, algunos se van a caminar. Van muchachos y muchachas, amigas, parejas, grupos de adolescentes, gostosas de bikini, rellenitas en hilo dental (entre más rellenas, más diminuto el hilito), fortachones en ridículas zungas que más parecen garotos de programa (acompañantes masculinos), señores y señoras muy dignas y demás.
Otros prefieren bañarse, principalmente los niños que con sus padres o hermanos mayores se pasan horas en el agua y en la arena mojada.
La arena es de un blanco amarillento. En un día soleado como ayer, las aguas son verdes y turquesas, apenas opacadas por alguna nube pasajera o en los sectores donde están las piedras que hacen de barrera natural frente a la playa.
Quien se sienta bajo una sombrilla a escuchar , atiende conversaciones de muchachos sobre garotas o futbol (Sport es el club más reconocido, Nautico el más antiguo, Santa Cruz el más popular), de familias sobre familiares que no están, de adultos sobre política pues pronto hay elecciones. También alguna familia tiene el radio puesto con música pagode incesante. Pasan cientos de vendedores ambulantes: "Ostra fria" (pronuncian oshtra), "castanha de caju" (semilla de marañón), "caldo" (no supe de qué). Un flaco mulato con camisa del Inter de Porto Alegre, el 7 de Forlán a la espalda, oferece "camarão e langosta".
Quien se sienta a observar, ve gente alegre, disfrutando el día en familia o con amigos, conversando, bañándose, caminando, relajándose, bronceándose, alguno que otro durmiendo. Ayer curiosamente, entre cientos y cientos de bañistas que lo rodeaban, solamente un tico tenía un libro (Primeiras Estórias de João Guimarães Rosa) y lo estaba leyendo. Nada más lo hacía porque estaba solo, porque todos los demás estaban alegres "en pelota".
Tras ubicarse bajo una sombrilla, algunos se van a caminar. Van muchachos y muchachas, amigas, parejas, grupos de adolescentes, gostosas de bikini, rellenitas en hilo dental (entre más rellenas, más diminuto el hilito), fortachones en ridículas zungas que más parecen garotos de programa (acompañantes masculinos), señores y señoras muy dignas y demás.
Otros prefieren bañarse, principalmente los niños que con sus padres o hermanos mayores se pasan horas en el agua y en la arena mojada.
La arena es de un blanco amarillento. En un día soleado como ayer, las aguas son verdes y turquesas, apenas opacadas por alguna nube pasajera o en los sectores donde están las piedras que hacen de barrera natural frente a la playa.
Quien se sienta bajo una sombrilla a escuchar , atiende conversaciones de muchachos sobre garotas o futbol (Sport es el club más reconocido, Nautico el más antiguo, Santa Cruz el más popular), de familias sobre familiares que no están, de adultos sobre política pues pronto hay elecciones. También alguna familia tiene el radio puesto con música pagode incesante. Pasan cientos de vendedores ambulantes: "Ostra fria" (pronuncian oshtra), "castanha de caju" (semilla de marañón), "caldo" (no supe de qué). Un flaco mulato con camisa del Inter de Porto Alegre, el 7 de Forlán a la espalda, oferece "camarão e langosta".
Quien se sienta a observar, ve gente alegre, disfrutando el día en familia o con amigos, conversando, bañándose, caminando, relajándose, bronceándose, alguno que otro durmiendo. Ayer curiosamente, entre cientos y cientos de bañistas que lo rodeaban, solamente un tico tenía un libro (Primeiras Estórias de João Guimarães Rosa) y lo estaba leyendo. Nada más lo hacía porque estaba solo, porque todos los demás estaban alegres "en pelota".
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