viernes, 22 de mayo de 2015

Uno se arrastra y otro camina por Boa Viagem

A las 9 am salí del hotel en Boa Viagem rumbo al centro de Recife, a dar una charla en la Facultad de Derecho, y pensé que ya hacía demasiado calor. Me monté en un taxi. En un semáforo en la avenida Conselhero Aguiar nos detuvimos y entonces lo vi. Era negro, de más de cuarenta años. Vestía una camisa azul limpia y pantaloneta azul. Tenía las piernas malformadas, quizá por polio, flaquitas, dobladas en la rodillas. Y se arrastraba por la acera con los brazos. No tenía silla de ruedas. Desde mi asiento, refrescado por el aire acondicionado, vi cómo él hacía un enorme esfuerzo para avanzar en el calor de afuera. Iba del sol a la sombra de la parada de buses. Pero el semáforo cambió a luz verde y no pude ver si mendigaba o esperaba un bus. ¿Cómo se subiría?

Di mi charla, mis anfitriones me invitaron a almozar el tradicional restaurante Central y me trajeron al hotel en Boa Viagem. Me cambié, salí a la playa y caminé sobre la arena blanca, bajo el cielo azul, frente al mar. Aprecié su color jade en la cercanía, turquesa en la medianía, y azul profundo en la lejanía. Vi nubes de tormenta a lo lejos y lluvia en alta mar y, en el horizonte, un principio de arcoiris amarillo, verde limón, verde, azul, violeta, rojo.

Caminé. Caminé. Caminé por la playa de Boa Viagem. ¿El hombre, el ser humano que vi por la mañana, por dónde se arrastraría?

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