Llego de madrugada un martes y me lleva a casa una taxista mexicana. Pura vida es ella. De camino hay un gravísimo accidente en el Beltway. La presa es interminable y demoramos el triple del tiempo habitual para llegar a casa. Pero gracias a la Vida y a mi paisana latina llego bien al barrio de Kensington y a mi cuevita, sin accidentes. Duermo un rato y al mediodía ya estoy en reunión y tras quince minutos pienso: "Qué bostezo!" Luego, por la tarde, preparo las clases. Eso sí me ilusiona, aunque sean sobre Sócrates el necio y Kant el prusiano.
El miércoles camino bajo un sol picante, sintiendo el calor asfixiante, hasta la U. Agrede el sol. Pero conocer a los alumnos/as me ilusiona y ya en la clase disfruto con ellos/as, "vacilando" al pesado de Sócrates y compandeciéndonos de Kant, el cuadrado.
Al final de la tarde me voy de compras a regañadientes, todavía sintiendo la asfixia causada por el cemento y el asfalto hirviendo. No encuentro lo que busco. Pppfff. El tren G me lleva a casa. Al hacer la cena, me siento exhausto. Pero recibo un paquete tuyo que incluye el libro de "tu" Jaime y leo el poema que me dedicás y me siento feliz.
El jueves llueve a cántaros mientras camino a la U y aún hace calor sofocante. Siento que estoy caminando en el Caribe tico, bajo la lluvia y en medio de una cortina espesa de humedad. Llego a la U sudado y con los pies empapados. Pero de todos modos con los/as muchachos/as me divierto. Pobre Kant, se tomaba tan en serio sus rigideces. Era buena gente pero demasiado cuadrado. Aunque claro, seguro yo soy demasiado cuadrado para otros. Ah.
Al regresar a casa, se viene el aguacero. Entonces decido irme en bus. Pero las presas en la avenida J son interminables y me exaspero. Prefiero caminar aunque me empape. Me bajo del bus. A pie avanzo más rapido hacia el oeste que los pobres tipos y tipas que se agreden mutuamente en sus carros, y nos agreden a los peatones, a bocinazos. Entro a la estación de la Avenida J y agarro el tren Q al norte hasta Cortelyou.
Me bajo más tranquilo. Camino a casa bajo la lluvia. Me tienta entrar al bar Sycamore, ese que frecuentaba con mi compa canadiense, a tomar una birra. Pero mi compa se fue al Japón y no quiero extrañarlo y la verdad prefiero llegar a casa. Cuando lo hago, estoy empapado. Pero pongo la música de José González que me regalaste, aquella que escuchamos juntos una mañana de domingo, y la oigo mientras me tomo una birrita inglesa. Entonces todo me parece pura vida tras tres días brooklynianos.
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