Entré a Krakus por primera vez hace casi diez años, por curiosidad, a ver qué tenían en el mercadito polaco de mi nuevo barrio. Después de curiosearlo todo - quesos, mantequillas, tés, panes, cervezas, pastas, salsas, dulces - me compré un paquete de pierogies - la típica pasta rellena polaca - de hongos. Cuando fui a pagarlos, me miró la señora de la caja y me habló en su idioma. "Lo siento, no hablo polaco" le dije en inglés, apenado. En esa época, en el mercado ucraniano me hablaban en ucraniano porque pensaban que era ucraniano, en el ruso en ruso, en el polaco en polaco, pero en el dominicano me hablaban en inglés porque pensaban que era ruso. Gringo no, porque no había gringos en el barrio.
A veces si la señora de Krakus está distraída y no me mira con atención cuando le voy a pagar, todavía me habla en polaco. Esta noche entré a comprar lo de siempre: mantequilla, pan de centeno integral, aunque a menudo lo compro de semilla de girasol, y mis birritas de una cervecería de Cracovia, una lager rubia y una porter negra, pa' que no me falte. Al colocar mis compras en el mostrador, la señora empezó a sumar precios en la caja y me preguntó algo, quizá porque yo miraba en la televisión las noticias en polaco sin entender nada. Y otra vez tuve que disculparme. Entonces me reconoció y se rió. Tanto me ha gustado Krakus que debí haberme matriculado en clases. Tutores e interlocutoras no me hubiesen faltado.
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