sábado, 5 de diciembre de 2015

Un Thoreauviano en el Museo y Biblioteca Morgan

Viernes por la noche, mes de diciembre. Manhattan parece un hormiguero de trabajadores, turistas y consumistas. Decido refugiarme en el Museo y Biblioteca Morgan, en Madison Avenue y la calle 36, aprovechando que los viernes por la noche la entrada es gratis. Ingreso al edificio de elegante fachada neoclásica y me dirijo a las salas de estudio y biblioteca convertidas en museo. En una de las salas de biblioteca hay manuscritos de la antiguedad, edad media y renacimiento y libros antiquísimos, incluyendo una primera edición de la Biblia impresa por Guttenberg en 1455. En otra hay cartas y manuscritos de poetas y novelistas de lengua inglesa como el escocés Robert Burns o el inglés Charles Dickens. Mi favorita es una primera edición del poemario Deaths and Entrances del galés Dylan Thomas, personalizada con caricaturas y dedicatoria del autor para una amiga. En otra sala hay sellos cilíndricos antiquísimos, de más de cuatro mil años, de culturas mesopotámicas. Ahí me detengo por largo rato. 

Prosiguiendo, en el antiguo estudio del banquero J.P. Morgan encuentro las paredes forradas en tejidos rojos y un cielo de maderas labradas. Hay pinturas, tejidos y esculturas renacentistas. Y coronándolo todo en su estudio, miro un retrato del banquero con toga académica roja sobre traje entero negro y birrete en mano. Corazón de banquero, pellejo de "persona culta". 

Salgo tranquilo pues ya pasó el tumulto y me voy hasta el Lower East Side en busca de arepas venezolanas. El Caracas Arepas Bar ha sido por una década mi rinconcito favorito para comer en ese barrio: comedor diminuto, sillas y mesas sencillas, mural de arte naïve sobre pared de ladrillo descubierto, barra. Punto. Me pido una "arepa del gato" (aguacate, plátano maduro frito y queso derretido) acompañada de una birra negra mexicana. El equipo de sonido toca bachata, pero no de letra chatarra, sino de calidad, tipo Juan Luis Guerra. Le meto el dienta a la arepa y la bajo con birrita. 

Pienso que el banquero se gastó la vida (en inglés se emplea el verbo to spend para expresar en qué se le va a uno la vida), se la gastó acumulando fortuna en Wall Street para finalmente en su vejez rodearse de obras creadas desde la antigüedad hasta el renacimiento: manuscritos, artefactos, pinturas y esculturas. Ah, y libros. "Los habrá leído?", me pregunto, mientras saboreo mi deliciosa y simplísima arepa. 

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