Prosiguiendo, en el antiguo estudio del banquero J.P. Morgan encuentro las paredes forradas en tejidos rojos y un cielo de maderas labradas. Hay pinturas, tejidos y esculturas renacentistas. Y coronándolo todo en su estudio, miro un retrato del banquero con toga académica roja sobre traje entero negro y birrete en mano. Corazón de banquero, pellejo de "persona culta".
Salgo tranquilo pues ya pasó el tumulto y me voy hasta el Lower East Side en busca de arepas venezolanas. El Caracas Arepas Bar ha sido por una década mi rinconcito favorito para comer en ese barrio: comedor diminuto, sillas y mesas sencillas, mural de arte naïve sobre pared de ladrillo descubierto, barra. Punto. Me pido una "arepa del gato" (aguacate, plátano maduro frito y queso derretido) acompañada de una birra negra mexicana. El equipo de sonido toca bachata, pero no de letra chatarra, sino de calidad, tipo Juan Luis Guerra. Le meto el dienta a la arepa y la bajo con birrita.
Pienso que el banquero se gastó la vida (en inglés se emplea el verbo to spend para expresar en qué se le va a uno la vida), se la gastó acumulando fortuna en Wall Street para finalmente en su vejez rodearse de obras creadas desde la antigüedad hasta el renacimiento: manuscritos, artefactos, pinturas y esculturas. Ah, y libros. "Los habrá leído?", me pregunto, mientras saboreo mi deliciosa y simplísima arepa.
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