martes, 23 de agosto de 2016

Reencuentro de Union Square al Whitney

Viernes. Quedamos de vernos en Union Square, en las graditas que dan a 14th Street frente al mercado Whole Foods. Los busco y los busco y no los veo. César me reconoce antes. Fer dice que no lo hizo:

  --¡Estás rapado! ¡Y esa barba!
  --¡Diay sí, los años pasan!

Él está un poquito canoso y ella muy delgada. Los años pasan y la Yunai golpea. Pero de inmediado volvemos a sentir la empatía de siempre. 

Los conocí hace años, en una fiesta de latinos en Pensilvania. Fer andaba simpatiquísima y él tenía "cara de orto", como dicen ellos mismos, rioplatenses, porque no le gustaba bailar y la fiesta era un bailongo en casa de una tica. Es latino el chochamu, pero no tanto. Pero después lo conocí mejor jugando al fútbol en las canchas de Pensilvania y nos hicimos amigos para toda la vida. Hasta publicamos un librito que editamos juntos por amistad y amor al fut. Después de Pen, ellos rodaron un poco y yo otro poco, y a fin de cuentas todos vinimos a dar a Nueva York: ellos al norte del estado y yo a la ciudad. 

Caminamos desde Union Square al nuevo museo Whitney poniéndonos al día. Estuvieron de sabático en Argentina recientemente. Fer escribió un libro. César fue catorce veces al estadio a ver futbol. Lo cuenta y le da risa: --¡Es trabajo de campo, che! 

Pero estuvieron bien un tiempo y luego ya no se hallaron en Argentina. Se les hizo difícil estar tanto tiempo allá: paradoja del emigrante que añora pero luego no se halla del todo. Sin embargo, Fer estuvo mejor de salud que en Nueva York, en parte por estar menos estresada. Y César disfrutó con los amigos: 

  --Socializamos mucho más. Acá nos cuesta mucho. Alguno que otro encuentro con otros profesores y punto. Y siempre profesores, solo profesores --. Otra paradoja.

Pero ya en el Whitney cambiamos de tono.  El sol se pone sobre Nueva Jersey, más allá del Hudson. Desde las terrazas del edificio, el panorama es espectacular: las luces de los rascacielos se encienden conforme oscurece mientras el río refleja arreboles que se apagan poco a poco. Tiene su propia belleza este paisaje. 

Nos dedicamos entonces a disfrutar del museo, el entorno natural, el arte (me atrajo un autoretrato de Beauford Delaney) y la presencia de amigos queridos.

Yo continúo disfrutando del presente y de la presencia mientras caminamos del Whitney al barrio de West Village para cenar y luego hasta Union Square para despedirnos. Ellos se van al midtown y yo me regreso a Brooklyn. 

  --A ver cuándo nos vemos de nuevo, che--me dice él.
  --Pero si nos vemos en Porto en setiembre, César. A ver cuándo veo a Fer. 
  --Sí es cierto. Y, vení a Batavia a visitarnos, así la ves a Fer.
  --Pura vida. ¡Que no pase tanto tiempo!

"Ojalá", pienso, mientras camino de nuevo solitario y decido ir a pie hasta el Lower East Side para reencontrarme un poco más con la ciudad.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario