domingo, 30 de septiembre de 2018

Gran alegría vespertina

Andaba de compras por el barrio, enfermo y hecho leña, cuando me encontré con Clare. Me alegré tanto que se me despejó un poco la congestión en toda la cabeza y las vías respiratorias. 

Nos había costado mucho vernos recientemente. Entre su agenda y la mía, sus viajes a las Catskills y mis viajes a Latinoamérica, no habíamos logrado coincidir. Entonces encontrarnos así, espontáneamente, un soleado sábado por la tarde en el barrio, fue un regalo de la Vida. 

Ella andaba un toque cansada después de una larga caminata. Y las alergias le hacían lagrimear los ojos. Yo tenía la voz gangosa, la vista cansada y la cabeza un toque aturdida. Nos reímos un poco de nosotros mismos al encontrarnos frente a frente porque dábamos un poco de lástima. Pero no importaba. Pudimos conversar a gusto por un buen rato. 

Y ella se veía tan linda y feliz con su pancita de casi ocho meses que yo no podía más que sonreír de felicidad por ella y por Niall.

Me contó que sus estudiantes de primaria le han preguntado si tiene un bebé dentro de la panza, si ya fue al médico para estar segura, que cómo se metió el bebé en su panza, qué por qué le crece la pancita y demás curiosidades graciosas de la niñez.

Cuando nos despedimos le di dos abrazos. Y ahora estoy en casa tranquilito, escuchando Bach, completamente congestionado y un toque más aturdido aún. Pero conservo la sonrisa vespertina en mi rostro.
¡Salud!

 
¡Flores, soles y espirales amorosas! (Foto: Duda Araujo)

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