Hemos conversado sobre el Sol, la Luna y las estrellas. Pero nunca sobre los cometas. Esta noche brilla el cometa Wirtanen en el cielo. Es el más brillante y cercano a la Tierra en veinte años. Pasa a 11.4 millones de kilómetros de nosotros, osea, treinta veces la distancia que nos separa de la Luna.
Lo he admirado desde San José, hacia el sureste, 45 grados sobre el horizonte. Es un punto blanco muy brillante, con una colita. Quisiera observarlo con vos y preguntarte: ¿Qué te hace sentir?
Hay amores que renacen. Como este amor por el Japón. Nunca ha muerto en realidad aunque por momentos se adormece por las presiones de la vida académica o por otros intereses. Pero como todo amor verdadero, basta algún pequeño detalle para que reviva: la melodía de alguna canción, el tono íntimo de alguna conversación, la fotografía de algunas escenas cinematográficas en Tokio o Kioto, el sabor de las bocas asadas y cervezas frescas en una izakaya.
Hoy leía placenteramente junto a la ventana de mi dormitorio mientras el sol de media tarde me acariciaba la piel. La luz intensa y dorada iluminaba las hojas de las suculentas y la orquídea, mi familia vegetal. Leía las primeras páginas de Pasajes de Mariela Graciano, novela en estilo de diario sobre una científica argentina que viene de pasante a Nueva York y acaba inmigrando.
El calorcito del sol me adormecía por lo que, al estilo de Pasajes, me puse a divagar sobre viajes y migraciones. Recordé un pequeño sueño de años atrás: vivir un par de años en el Japón, no sé si en la elegancia y serenidad clásicas de Kioto o el vértigo moderno de Tokio.
Entonces recordé que ya se estrenó la película Manbiki kazoku (Un asunto de familia) del director Hirokazu Koreeda. Cerré las páginas de Pasajes, me abrigué y me fui al cine del Brooklyn Academy of Music a ver la película. Me senté tranquilo en mi butaca y por un par de horas me dejé llevar a las calles de un barrio en los confines de Tokio para conocer las vidas de sus personajes enternecedores y solidarios. Son un grupo de extraños marginales que conforman una familia afectiva aunque no los una la sangre. De alguna forma, viajé de vuelta al Japón.
Recordé conversaciones con amigues como Dai-san, Ai-san y Mizuho-san, quienes me confesaban que en su sociedad encontraban oportunidades profesionales, mucha exigencia y poco espacio para la ternura, para el ludismo, para el cariño. Creo que mi calidez latina les atraía por eso. Hicimos lindas amistades. Formamos una especie de familia por seis meses cuando viví en Tsukuba. La película me hizo recordarles con aprecio: con Amor que renace.
Ha sido una semana de amaneceres esplendorosos y de mañanas luminosas y frías en Brooklyn. Cada amanecer, cada mañana, ha sido un renacer a la Vida.
Tres veces atravesé temprano el Parque Prospect, bordeando el lago, de camino al campus. Cada mañana fue diferente. El lunes predominaban las gaviotas flotando blanquitas sobre el agua grisácea, recordándome con sus voces agudas que el Atlántico está cerca. El miércoles graznaban los gansos, sobrevolando el lago y acuatizando con alborozo en la superficie azulada. Hoy reinaban la paz y el silencio sobre el verde mate del agua.
El martes, en cambio, desayuné y conversé en un café de mi barrio con la Luna, el Sol y las estrellas, todas reunidas en una sola mesa. Conversamos sobre Lost in Translation, Tokio, Kioto, los viajes, el Amor, la Vida.
Todo esto me ha hecho escuchar en mi mente, y en mi estéreo aquí en casa, la canción "Tokyo Sunrise" de LP, en especial estos versos:
Some day in the sky we'll see the same sun on the rise, yeah Wherever you go Far as Tokyo I can say I'll see you again ... My love is never gone away It's gonna come around someday I'll see you again
Es una visión esperanzadora para personajes como Bob y Charlotte en Lost in Translationy para los románticos como yo. Dos amantes que se malentienden o se desencuentran, se entenderán y encontrarán, algún día, en Tokio para mirar el amanecer juntos.
Yo me imagino al Sol naciendo e iluminando la bahía mientras dos amantes se abrazan y ella apoya su cabeza en el hombro de él.
Mientras caminaba en la penumbra de este anochecer por las calles mojadas y veladas por la neblina de Brooklyn, compuse un haiku en mi mente:
Garúa. Niebla. Llovizna atlántica. Cielo sin Luna.
Pensé en titularlo Tsuki no Haiku (月の俳句) o Haiku de la Luna. Pero me pareció un poco triste para mi ánimo sereno de estos días. Recordé en cambio dos imágenes de mis visitas de este año al Estado de México.
En Teotihuacán, las pirámides del Sol y de la Luna se acompañan desde hace casi dos mil años. Miré con gozo a la Luna desde el Sol y al Sol desde la Luna. Desde la terraza-observatorio en el punto más alto de Tetzcotzinco, el palacio de veraneo de Nezahualcóyotl, hace un par de semanas vi a la Luna aparecer a media tarde en el cielo azul al este mientras el Sol comenzaba a descender al oeste, tiñiendo al cielo de sutiles amarillos y naranjas.
Al recordar las vistas, compuse otro haiku, pero no con mi mente sino con mi corazón:
Luna naciente. Sol poniente. Amantes en mi corazón.
Al Sol y la Luna juntos en nuestros corazones: ¡Salud!
En este caso, es una balada tuyera de Edward Ramírez y Rafa Pino, un dúo venezolano, que cuenta la historia de un encuentro entre un Claro de Luna y un Lucero.
"Tan solo al ver tus ojos caí en la cuenta: te conocía"