Toco la puerta del apartamento de mis vecinos kosovares. Fatmir y su familia han recogido mi correo del buzón todos estos meses que he hecho camino de peripatético. Entonces quiero saludarlos, regalarles un café tico que ellos prepararan a la turca y desembarazarlos de mi correo.
Me abre la puerta su hijo. Ya se acerca a los once años, calculo, y se ha estirado bastante en estos meses. Sigue rubio, su cabello aún no se ha oscurecido con la edad, y su piel se ha bronceado durante el verano. Me da la mano y le pregunto cómo están. Él y su familia se encuentran bien, alhamdullilah. Le pregunto por Fatmir y me cuenta que se ha ido a Albania a recoger a su padre (el abuelo del chiquito) para peregrinar juntos a La Meca. Recuerdo cuando una amiga musulmana me explicó por la primera vez que ese peregrinaje--el Hajj --es uno de los pilares del Islam. Todo musulmán con los medios y la salud para hacer el peregrinaje, debe hacerlo.
Visualizo entonces a Fatmir yendo a su tierra, en medio de los Balcanes, para buscar a su padre. De allí viajarán juntos al encuentro, en tierras árabes, de miles y miles de fieles. Experimentarán los rituales de su fe. Imagino a mi vecino, mi prójimo, feliz, satisfecho, agradecido por poder vivir la experiencia del Hajj y compartirla con su padre. Quizá algún día la haga con su hijo. Insha'Allah.
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