Hace tiempos no me daba una vuelta por mi antiguo barrio de Kensington y la avenida Ditmas. Esta tarde, al terminar de dar clases, quise ir. Caminé desde el campus hasta Kensington como lo hice por nueve años. No fue nostalgia, sino que recibí buenas noticias de mi papá en Costa Rica y quise celebrar brindando a su salud con una birra polaca, pero no una rubia ni castaña, sino una negra: Zywiec Porter 1881. Solamente la he visto en el mercadito polaco de Ditmas Avenue, entonces decidí buscarla y de paso recoger una lager castaña, pan negro lituano y un paquetito de pierogis, pasta rellena polaca.
Y aunque no fui por nostalgia, cuando atravesé Ocean Parkway con sus anchos bulevares y entré al barrio por Ditmas Avenue, ya iba emocionado. Quería ver a mi antigua gente y mis antiguos mercaditos. Sin embargo, me sentí decepcionado. Mi antigua verdulería y frutería turca quebró. El local esquinero está cerrado y venido a menos. Afuera mal trabajaban, sin ganas, un par de obreros desmontando los estantes de madera que antes estaban pletóricos de fruta y verdura fresca. El mercadito guayanés hace un tiempo había quebrado. Cuando me fui del barrio ya era una licorera sin carácter. El mercadito mexicano, la Nueva Guadalupana, me pareció venido a menos también. El dueño estaba afuera fumando y no había clientes. La ferretería Bobman's, del viejito judío cuyo empleado de confianza es un muchachito mexicano, ya había cerrado y las cortinas metálicas estaban con candado.
Al menos los rusos de la casita y club social Brandon's estaban sentados en sus mesitas en la acera, tomando té y fumando marijuana. Y el muchacho mexicano que vende tacos, tostadas y tamales en hieleras y contenedores que carga en un carrito de supermercado, estaba vendiendo sus delicias en la esquina de Ditmas con la calle East 3. Pero la sede administrativa y taller de Vila Windows, el negocio de instalación de ventanas de mi vecino kosovar Fatmir, ya había cerrado. Tenía esperanza de verlo. No lo pude saludar.
Al menos el mercadito polaco, Krakus Deli, mantiene su elegancia y orden. La señora rubia de sesenta años estaba allí, ordenando jaleas en los estantes de dulces y mermeladas. Y no estaba su mamá, más ancianita, pero había una muchacha joven nueva, muy rubia también. ¿Tercera generación? En las refrigeradoras tenían la Zywiec Porter 1881. De la alegría compré dos botellas y de paso compré una Lager 1865. Y pierogis. Y pan lituano. Y tostaditas cubiertas de semillas de girasol.
Y con esta alegría en el corazón quise irme. No pasé a la barbería a ver si estaba mi antigua peluquera poblana, Cristina, la muchacha morena que me atendió desde que llegué a Kensington, cuando todavía tenía cabello para cortarme (la verdad sea dicha). Y tampoco entré al mercadito de Melo, el dominicano, a comprar aguacates. Me dio cosa que no hubiera buen aguacate ni buen plátano, ni estuviera Melo, ni me reconocieran los muchachos.
Un día de estos vuelvo, saludo a Melo, le compro aguacate, saludo a Cristina en la barbería y luego paso por Vila Windows a saludar a Fatmir. Y si no está, le toco el timbre a su familia en el 2F de mi antigua casa de apartamentos. En esa casa, en el 2R, dejé pedacitos de vida y trocitos de corazón.
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