Toco el timbre para alertarla de que he llegado, abro con mis llaves y entro a su casa. Está al fondo de la sala, sentada frente al televisor. Me vuelve a ver, me reconoce, se le ilumina la mirada y me dice:
--Diay Danielito, ¿cómo está? Qué dicha que ya vino.
Me acerco, le doy un beso en la mejilla y un abrazo y me siento a conversar con ella. Sentada en su sillón, estira las piernas y apoya los pies sobre una canasta de mimbre. Se cubre los pies con una frazada de lana. Ha hecho mucho frío por la tarde y ya ha caído la noche, con su gélidos aires decembrinos. Es mejor que se abrigue.
Viste un vestido negro con estampas albirojas y una suéter blanca. La noto un poquito más canosa pero sus ojos brillan.
Me cuenta que está leyendo un libro sobre la relación entre los pensamientos, las emociones, la actividad cerebral y las reacciones en los distintos sistemas del organismo. Es un libro de divulgación científica, de neurociencias, que le regaló Mami. Mi abuela Luz está fascinada con lo que ha aprendido.
--No crea, hay partes que tengo que leerlas hasta cuatro veces para entender, pero voy aprendiendo--, puntualiza.
Además, me dice, hay temas que se los explica en cartas a mi primo Leo, quien anda en un retiro espiritual y educativo por un tiempo en el norte del país. Osea, que mi abuela sigue estudiando para compartir lo que aprende.
Yo la veo y me admiro. Ya se va acercando a los noventa años. Siempre le ha gustado leer, sacar apuntes y escribir sus reflexiones y conclusiones para compartirlas con su familia y relaciones cercanas. Antes lo hacía con literatura y textos bíblicos. Pero ahora anda escudriñando las ciencias. Yo le aplaudo.
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