miércoles, 4 de abril de 2018

Campanas amarillas de forsitia

Hoy quería viajar al encuentro de amigos en las montañas Catskills. Mi cuerpo-mente, sin embargo, me exigió descanso. Mis deseos de viajar a lo largo de la ribera del Hudson y luego por caminos rurales para visitar amigos en las montañas se vieron frustrados. Lo mejor que podía hacer, entonces, era aceptar el momento y virar mi atención hacia las alternativas que la situación me ofrecía. Cuando mis anhelos y pensamientos se ven frustrados, procuro volcarme hacia mis sentidos, por ejemplo, al sentido de la vista. 

Hoy vi el destello azul del plumaje de una urraca en vuelo: la primera de esta primavera. Se posó en un árbol en el jardín detrás de mi apartamento. Allí mismo observé los brotes blanco y vinotinto de la enorme magnolia en el patio de mis vecinos. No se han abierto los brotes pero pronto lo harán. 

Salí a caminar y vi el primer cerezo en flor de mi vecindario. Ya despliega sus manojos de flores rosa tirando a magenta. La intensidad de su color se imponía ante el triste gris del cielo, como un gozo que no se deja apagar o como una pasión que no se deja extinguir.

Pero mi principal deleite hoy fueron las campanas amarillas de forsitia. Los arbustos en mi barrio, el Parque Prospect y el Jardín Botánico florecieron hace poco más de una semana. La explosión de amarillo ha sido una inyección de alegría en medio de un invierno que se alarga. El lunes nevó y sin embargo las campanas amarillas resistieron. Aún embellecen los arbustos y alegran vistas atentas y corazones sensibles. 

Por su belleza y resiliencia di gracias junto al lago. No vi a mis amigos, pero contemplé a las forsitias y me recordaron la alegría que ellos me brindan. 

Forsitia y magnolia en flor bajo cielo gris (Foto: Pierantonio Agustoni)

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