domingo, 15 de abril de 2018

Mejenguita en el Parque Prospect

Caminaba ayer por el Parque Prospect junto al lago cuando vi una bola azul de fútbol número 4 extraviada en el zacate. Había muchas familias y grupos de amigos haciendo picnics y gran cantidad de chiquitos jugando. Miré alreador para identificar a los dueños de la bola. No vi a nadie atento. Me acerqué a la bola y me puse a hacer series con ella, obedeciendo un impulso al juego que rara vez he podido permitirme desde que me lesioné gravemente la columna. Pero ayer quería jugar y me puse a levantar la bola y mantenerla en el aire haciendo series con ambos pies. No he perdido mi habilidad todavía.

En eso estaba cuando se me acercaron dos niños, uno moreno, de pelo lacio negro, de seis años, y el otro afroamericano, rapado, de cuatro años. Me preguntaron si quería jugar con ellos. Les dije que sí. Entonces ellos formaron su equipo y yo solito el mío. Era muy importante que tuvieran nombres los equipos. Ellos escogieron Lion Skeletons o ¡Esqueletos de León! Al mío le puse Eagles o Águilas, por aquello de Huitzilopochtli. Luego ellos escogieron los arcos. El que ellos defendían era el tronco de un roble. El que yo defendía era un muro de piedra de 15 metros de ancho. Creo que no se dieron mucha cuenta de la injusticia.

Empezamos la mejenga, dos chiquitos contra un lesionado. Yo los marcaba apenas para que tuvieran que pasarse la bola entre ellos. Les dejaba el arco abierto. El mayor me marcaba a mí como defensa y el menor se convertía en portero. Corrimos bastante. Driblé, me driblaron. Bailé, me bailaron. Jugue, jugamos. Perdí 7-2. Gané dos amiguitos por media hora. Sentí el gozo de jugar fútbol por primera vez en casi tres años, desde que jugué con mis amiguinhos Felipe, Tiago, Lucas y compañía en Marília, Brasil, la última vez que fui. Ayer en el parque viví un momento no sólo de alegría sino de verdadera felicidad.

Mejenga en Madagascar, donde hasta ahora no he jugado (Foto: Rackyross)

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