La Vila Madalena es quizá el principal barrio bohemio de Sao Paulo. Dicen que hace años era barrio de artistas y estudiantes de la U pública. Ahora se ha aburguesado un poco y principalmente viven allí profesionales jóvenes y algunas familias, pero continúa teniendo un encanto particular por su vida nocturna de cafés, restaurantes y bares de todos los tipos y para muchos gustos (y bueno, para quien pueda pagar esos gustos). Generalmente se ven muchos paulistanos que salen a encontrar a sus amigos, conversar, comer alguna boca y tomar una cerveza. Ahora, sin embargo, ya hay una cantidad notable de aficionados europeos de fútbol que han venido al Mundial. En una casa convertida en albergue en la calle Fradique Coutinho, la antigua cochera funge ahora como bar y esta noche estaba invadida por aficionados ingleses que conversaban entre sí. En otro bar esquinero, aun más ingleses hablaban, en su idioma por supuesto, con parroquianos paulistanos. A un tico solitario que andaba por ahí le dio pereza tanto inglés y decidió “jalar” de la Vila y buscar un lugar más popular, donde se pudiera estar tranquilo.
En la avenida Cardeal Arcoverde, que delimita a la Vila Madalena, se encuentra el boteco de Gilmar. Es una típica cantina abierta, con mesa de billar y barra sencilla con bancos giratorios pegados al suelo. El dueño, Gilmar, sirve birras baratas, churrasco y petiscos o bocas. Entre sus parroquianos se encontraban hoy trabajadores que después de la jornada pasaron a tomar una cerveza, jugar billar un rato y conversar con los amigos, y estudiantes universitarios sin plata para los bares de la Vila. Estaba un pintor con sus pantalones y botas pintarrajeadas pero con una sudadera azul muy límpia que decía “Brasil”. Conversaba con Gilmar y con un fortachón con una camiseta de su equipo de fútbol de barrio. Otros amigos jugaban billar. Uno vestía una camiseta amarilla en cuyo dorso llevaba el número “70” en verde, con la palabra “México” en amarillo impresa en letras diminutas y disimuladas en el 7 del 70. Un señor canoso y moreno, callado, miraba a los otros jugar billar y “vacilar” y tomaba su cerveza tranquilo. A éste el pintor le decía que ya estaba muy viejo y mejor se fuera para la casa, a lo que el señor respondía con una broma soez. Aguántese, seu Pintor. Y en la barra un tipo moreno, de unos cuarenta años, mucho más callado y pensativo, bebía su cerveza mirando hacía fuera, donde pasaban transeúntes, carros y buses. Brindé con él y me dijo “saude”. En el boteco de Gilmar nadie hablaba inglés.
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