viernes, 19 de junio de 2015

El zarpe en John Kehoe's Pub

En mi última noche irlandesa, tras muchos días acompañado por la isla, anduve solo por las calles de Dublín, a la búsqueda del pub idóneo para tomarme la última jarra de cerveza negra. En un paseo perpendicular a Grafton Street vi mucha gente afuera de un pub, jarra de birra en mano, conversando. Me acerqué. Era una Public House o taberna fundada en 1803, con citas de James Joyce en el muro lateral externo. Era lo que buscaba.

Pedí una stout en la barra y salí a observar, escuchar y saborear. Un grupo de ingleses criticaba la política exterior gringa: tienen razón, pero ellos sienten patética nostalgia del imperio que perdieron, le cantan a la reina su himno, se emocionan porque nace una princesita y, lo peor, criminalizan el trabajo del inmigrante ilegal. Un grupo de tres alemanes hablaba sobre...no sé, pues era en alemán, pero la muchacha de cabello lacio y castaño y arete en su nariz fina se señalaba sus tenis Converse y gesticulaba, mientras los dos maes la escuchaban atentos y sonreían. Varios grupos de irlandeses, de traje y corbata o vestido, charlaban después del día de trabajo. Habrían venido de la oficina directo al pub. Algunos italianos conversaban animados, pero estaban lejos y no capté detalles. 

De repente un inmigrante africano se acercó a pedir limosna. Llevaba gorro, bufanda y chaqueta negras en pleno verano irlandés. Hace mucho frío para él. Sus ojos imploraban ayuda. La intensidad de su angustia me recordó la mirada del principal fusilado de la Moncloa en la pintura de Goya. Pero cada grupo al que se acercó, lo rechazó. Yo estaba solo, arrecostado en un muro atravesando la callejuela lateral a la taberna, y no se me acercó, aunque su mirada me había conmovido.

De repente el gerente del pub, un gordo "panza'e birra" en camisa blanca, pantalones negros y corbata roja que conversaba con unos tipos en saco y corbata, lo vio, se le acercó y lo escoltó obligado para que se fuera. Nosotros, los parroquianos, bebíamos en la calle, pero él no podía pedir ayuda en la calle. Panza'e birra volvió muerto de risa a conversar con los encorbatados. Seguro trabajan para los bancos estafadores que hundieron a esta isla, su seguridad social y su gente. El inmigrante se fue. Y yo, yo me quedé quieto bebiendo el zarpe, una Guinness de cinco euros.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario