La primera vez la vi en la sala del Magaly, en San José. Aluciné en el cine y la ponderé después. Esta vez la vi en mi cuevita brooklyniana y me hipnotizó. Después me quedé sin palabras. ¿Qué decir después de que la novia exclama?:
¡Ay que sinrazón! No quiero
contigo cama ni cena,
y no hay minuto del día
que estar contigo no quiera,
porque me arrastras y voy,
y me dices que me vuelva
y te sigo por el aire
como una brizna de hierba.
Solo atiné a mirar varias veces más la escena en la que se enfrentan el novio y Leonardo por la novia mientras Soledad Vélez canta el poema "Pequeño vals vienés" del maestro García Lorca. Me gusta casi tanto como la interpretación de Silvia Pérez Cruz.
Miré la escena y pensé que en épocas más confusas, sin quererlo, arrastrado por las pasiones, he sido el novio o Leonardo o la novia. A veces, he sido dos de los tres personajes al mismo tiempo. Otras veces he presenciado esa dinámica lorquiana de cerca: demasiado cerca. Sentí por los personajes. Al menos yo estoy vivo, libre y no me arrastra corriente de oscuras aguas. Sol acariciándome, me baño en cristalinas aguas de reposo. Llegará la hora de zambullirme de nuevo pero espero saber nadar en aguas diáfanas como las del Pacuare, aunque haya rocas y rápidos. Hasta entonces: ¡Salú! A los momentos felices, como una novia guapa cantando "La Tarara", también de Lorca!
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