Esta vida peripatética a veces me lleva y me trae más de lo que yo espero. Pensé al llegar a Costa Rica a principios de julio, por ejemplo, que estaría acá hasta fines de agosto. Pero tuve que hacer un viaje relámpago de cinco días a Brooklyn por cuestiones de trabajo y, para peores, burocráticas y no filosóficas. Trabajé mucho. Pero el viaje me dio la oportunidad de tomar un cafecito en L'Albero dei Gelati con Tami-san, caminar por un rato por Prospect Park con M, mi amiga bengalí, para ponernos al día y encontrarme con un ramo de lirios frescos.
Anoche aterricé, exhausto y con el oído un poco inflamado, en el Santamaría. Me recibío mi Tata. Me abrazó como siempre y me trajo a casa por segunda vez en menos de un mes. Y hoy almorzamos todos en familia. Un almuerzo en apariencia simple pero preparado con esmero por mi mamá: ensalada variada y abundante, arroz con zanahoria, frijoles negros, tortillas de maíz, atún a la plancha con semillas de ajonjolí negro y plátano maduro horneado. Pero después de cinco días de mi comida insulsa en Brooklyn, ¡me supo tan rico!
Y aunque Anto, Xinia y mi papá hablaban cada uno de un tema distinto mientras mi mamá escuchaba y yo la observaba y trataba de seguir el hilo de los tres al mismo tiempo, sentí tanta armonía que agradecí la breve partida para poder vivir este sencillo y cotidiano regreso.
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