A pesar de la tormenta fui nadar. Cuando anocheció parecía que cejaba un poco la lluvia y decidí ir a la piscina. Me sentí liviano en el agua y luego me relajé con baño de vapor. Pero al salir del YMCA el aguacero había arreciado y el viento soplaba fuerte, desprendiendo hojas de los árboles y causando una lluvia casi horizontal. Me empapé más caminando de regreso a casa que en la piscina.
Y sin embargo agradecí la tormenta: el viento en la cara, las gotas de lluvia en la piel. Estoy vivo y puedo sentir, como sentí, en días recientes, el sol en mi piel y presencié el esplendor incendiario del otoño neoyorquino.
La experiencia me recuerda, además, que he pasado rudas tormentas pero siempre ha llegado la calma de nuevo, como plácida tarde otoñal.
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