martes, 13 de noviembre de 2018

Bitácora: Dos días en Guadalajara

Llegué a tiempo para desayunar chilaquiles en La Cafetería, en el centro de Guadalajara. Satisfecho con la delicia fui al Museo Cabañas, palacio colonial y antiguo hospicio. En la Capilla Mayor, me deleité apreciando los brillantes murales de José Clemente Orozco sobre la Conquista. Luego caminé a lo largo de la Plaza Tapatía por todo el centro hasta la Catedral y plaza de origen colonial. Me atrajo el colorido de la cúpula y torres de mosaicos amarillos de la Catedral. Este es un Mexico hispano.

Cerca de la sede antigua y céntrica de la Universidad Autónoma de Guadalajara tomé un café con mi colega Francisco, filósofo barbudo vestido de negro con este calor. Fue breve pero cordial el encuentro y nos veremos en abril en Vancouver.

Ya por la noche mis amigas Itzia, Pau e Ili me llevaron al festival de música alternativa 212 en avenida Chapultepec. En la calzada y frente a los escenarios se reunía la juventud tapatía de aire urbano y cosmopolita. En la calzada había esculturas de Catrinas coloridas y coquetas por el Día de los Muertos. Modernidad y tradición.

De allí nos fuimos a Tlaquepaque, pueblo mágico de calles angostas y empedradas y casas coloniales de dos plantas, fachadas coloridas y balcones coquetos. De balcón a balcón y de alero a alero colgaba papel picado multicolor por el Día de los Muertos también. La iglesita y plaza, más chiquiticas que las de Guadalajara claro, se me hicieron simpáticas. Ya casi a las 11 pm picamos: quesadilla de camarones, sopes de marlin y guacamole con atún fresco. Yo acompañé las botanas o bocas con una cerveza Pacífico. Cuando regresamos a Guadalajara, fui directo a dormir.

El domingo la llevé suave por la mañana. Por la tarde las muchachas me llevaron al pueblo mágico de Tequila. Hicimos una visita guiada por la tequilera Orendáin para conocer el proceso tradicional de producción del licor. Degustamos tequila blanco, reposado y añejo, 100% agave, es decir, sin mezclas con azúcares que no provengan del agave azul de Tequila que otorga la denominación de origen al licor. Me gustó el añejo. También probé un licor de café a base de tequila (no de licor de caña) que estaba delicioso. Pero la llevamos relativamente suave y salimos bien de la tequilera a comer en una marisquería del centro del pueblo. Pedimos camarones en aguachile, pargo zarandeado (a las brasas), empanadas de marlin y tacos de camarón. Delicia.

Un señor de casi ochenta años cantaba piezas tradicionales mexicanas para animar el ambiente. Vestía sombrero ranchero y llevaba bigotito recortado. Su potente voz parecía la de Pedro Infante o Jorge Negrete en el auge de su carrera. Como aceptaba peticiones, le solicité "Me he de comer esa tuna" y la cantó. Me alegró. Pensé en una rica tuna.

Luego caminamos por las calles empedradas, algunas aún con la cuneta de desagüe profunda en el medio, al estilo colonial. Los vivos colores del pueblo, acentuados por las calaveras y papel picado del Día de los Muertos, iluminaban el inicio de la noche.

Aún tuvimos tiempo de visitar una tequilera artesanal del siglo XIX y atisbar esculturas de Sergio Bustamante y Leonora Carrington en un jardín.

Regresamos a Guadalajara acompañados por un cachito de Luna. Nos despedimos con abrazos y mis agradecimientos. Y se acabó esta aventura tapatía.

Ay Jalisco no te rajes

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