También se conserva intacta la estructura del trono de piedra de Nezahualcóyotl, ubicado en la base de un cerro cónico. Ascendiendo el cerro, se encuentra el Patio de los Danzantes y en lo más alto del cerro una terraza que, supongo, fue observatorio del cielo y de los valles alrededor de Tetzcotzinco.
Solitario y en silencio, desde la terraza-observatorio contemplé los valles, la ciudad de Texcoco, el lejano lago de Xochimilco al sur de la Ciudad de México y, en la sierra más distante, la silueta azul grisáceo de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl.
El sol de media tarde brillaba intensamente en la bóveda azul. La media Luna ya había aparecido hacia el este.
Me sentí dichoso de tener ese momento de paz y contemplación para mí solo. Se me llenó de gozo el corazón. Pensé en las personas que amo.
Pensé en Nezahualcóyotl. Muchos poemas suyos, en náhuatl, se conservan hasta hoy y expresan una sabiduría humanista y una sensibilidad por el valor del ser humano y de la naturaleza conmovedoras. A veces, en uno de mis cursos de pensamiento latinoamericano, leemos sus poemas, comentados por el filósofo mexicano Miguel León Portilla.
Reflexionar sobre esto enriqueció mi experiencia en la terraza más alta de Tetzcotzinco. Quise recordar algún poema suyo pero, aunque recordaba el sentido, no recordaba los versos.
Pero esa noche, ya de vuelta en Texcoco, mi amigo Mafaldo me recitó en español este poema del rey sabio que se expresaba en náhuatl:
Amo el canto del cenzontle,
pájaro de cuatrocientas voces,
amo el color del jade
y el enervante perfume de las flores,
pero más amo a mi hermano el hombre.
Y yo amé Tetzcotzinco, su topografía, su flora, sus aves, sus lagartijas, sus grillos, su Luna hermosa frente a su Sol.
Pero más les amo a ustedes, aunque no les conozca. Y más te amo a vos, Luna de mis tardes y de mis noches.
Tetzcotzinco: Vista del cerro, trono al pie y terraza en la cima |
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