Después de dar clases y nadar, pretendía venirme del campus de la U a casa pero justo entonces se desató un diluvio atlántico. Tuve que regresar a mi oficina, empapado porque no andaba paraguas cuando empezó a desahogarse el cielo.
Trabajé un buen rato mientras esperaba a que pasara la tormenta. Se pusó el sol a las 4:31 pm. Media hora después ya era de noche. A las 6:00 pm la oscuridad era profunda. Yo continuaba trabajando y esperando a que acampara. Finalmente me convencí de que debía irme a casa. Me abrigué, agarré el pequeño paragüitas que guardo en mi oficina y salí a la intemperie.
Tláloc, dios mexica de la lluvia, y Kaze, el viento japonés, se encontraron en Ciudad de México, me extrañaron y vinieron a visitarme en Brooklyn. Cantaban y danzaban juntos. Hacían su fiesta de agua y aire para alegrarme.
Me uní a la fiesta. Mientras atravesaba el Parque Prospect con mis pies ya empapados, brincaba de aquí para allá, capéandome charcos y a veces cayendo en medio de ellos. Con mi voz desafinada y mi corazón apasionado cantaba el bolero de Armando Manzanero:
Esta tarde vi llover,
vi gente correr
y no estabas tú.
Me detuve junto al lago y lo saludé. El espíritu de Tláloc lo había poseído. El ímpetu de Kaze lo encrespaba. Yo lo admiraba, extasiado y feliz.
Ideograma de Kaze en la Biblioteca Vasconcelos |
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