Pero a veces me viene bien, en medio de esas épocas de silencio delicioso y solitario, encontrarme con un buen amigo. Anoche, a pesar del cansancio después de dar clases, nadar y trabajar, fui hasta Japan Society en Manhattan para encontrarme con Greg-san, mi buen compa de las clases de japonés y primer editor de mi libro. No nos veíamos desde el inicio de la primavera.
Caminamos hasta la izakaya o taberna japonesa Riki. Allí solíamos reunirnos con Alanka-san y Robert-san después de clase. Ahora Alanka vive en Tokio, cerca del parque Ueno, y Robert vive en Hachioji con su familia. Quedamos Greg y yo en Nueva York. Con bocas japonesas -- calamar, pescado y pulpo asados -- y cerveza Kirin, nos pusimos al día.
Y comentamos por más de una hora esa misma película, Lost in Translation. ¡Greg la ha visto como veinticinco veces!
Entre muchas otras cosas, comentamos la escena en Kioto cuando Charlotte observa la procesión matrimonial de una pareja con vestimenta tradicional. La cámara enfoca un momento en que el novio le ofrece con cuidado su mano a la novia y ésta se la acepta con delicadeza. A mí toda la escena me alucina y me recuerda la vez que estuve en ese templo en las montañas que delimitan Kioto hacia el este.
Greg me hizo ver que esta escena se ve reflejada después en el bar del hotel en Tokio, cuando Bob le ofrece su mano a Charlotte y ella se la acepta. Es una de mis escenas favoritas. Compartir el placer de algo tan simple pero significativo es señal de una buena amistad.
Nos despedimos en la estación de trenes Grand Central ya cerca de la medianoche. Cada uno tomó su rumbo. Yo regresé a mi silencio tranquilo en Brooklyn, con la certeza de que vivo en el corazón de mis amigues así como mis amigues viven en el mío.
"Sola en Kioto" (Observar detalle de la mano al 1:48)
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