miércoles, 14 de octubre de 2015
Dos gorriones en el estanque de Brooklyn College
Como de costumbre, después del almuerzo y antes de las clases de la tarde voy a despejarme al estanque ubicado al lado de la biblioteca en el campus. Pensaba sentarme en una banca bajo la sombra del mayor cerezo, pero se siente un frío otoñal y prefiero quedarme de pie adonde me calienta la luz del sol, en una esquina al borde del estanque. Como siempre, las carpas japonesas, bermejas y pintadas, nadan apacibles en las aguas verdosas y opacas. Algunas tortugas se sumergen, otras flotan cerca de la superficie sacando apenas la nariz y una, solitaria e inmóvil, toma un baño de sol en las piedras que forman un montículo en el centro del estanque. Pero esta vez veo algo diferente. En una piscinita que se forma en esas piedras, dos gorriones toman un baño juntos. Por un par de minutos se remojan toditos, de la testa a las patitas. Parece que juegan. De repente, un gorrión alza vuelo y se posa en una rama del cerezo. El otro no se queda solo en la piscina. Alza el vuelo y alcanza a su compañero en la rama del cerezo que pronto perderá sus hojas y sobrevivirá el invierno para florecer en primavera.
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