Hago fila en la oficina de correos de Park Slope
para comprar estampillas. Quiero enviar hoy mismo tus postales, las nuestras y
la mía a España. Atrás mío hace fila una mujer menudita y rubia, de ojos gatos,
vestida toda de negro pero sonriente, con su hijo. Ella le da el paquete que
piensa enviar y el chiquito le dice:
—Lo quiero de regalo.
—No es un regalo para vos, es para enviar a
Alemania —ella le responde con cariño.
—¿Qué
es Malimaña?
—Alemania.
Es un país en Europa. Para allá enviaremos el libro— le explica ella, mientras
yo me doy cuenta que pronuncia la “ll” rehilando, como me explicaste que hago
yo también, aunque no de forma tan marcada como esta rioplatense en la fila.
—¿Qué
es un país? —pregunta ahora el chiquilín, como les dicen por aquellos lares a
los niños.
—Otro
lugar, como Argentina —le explica.
—¿Ustedes
son de Argentina? —le pregunto. Ya sé la respuesta pero lo que quiero es
conversar.
—Sí,
¿y vos?
—Yo
soy de Costa Rica.
—Ah,
¿en serio? Justo le voy a enviar esto a un poeta. Creo que es costarricense
pero está en Berlín.
—¿Cómo
se llama? —le pregunto, interesado por saberlo y también por contártelo a vos.
—Ah,
sí, claro, es muy buen poeta, bastante reconocido además. Me gusta su poesía —.
Al decir esto pienso que vos y yo podríamos leer algún poema de Chaves juntos.
—¿Y vos sos poeta también?
Ella
asiente con la cabeza, un poco tímida, y añade:
—Sí,
justo le estoy enviando mi libro.
Yo
mientras tanto leo su primer nombre, Silvina, en el espacio del remitente en el
sobre. Me pregunta:
—¿Y
vos?
—No,
soy filósofo, pero me gusta mucho la poesía —. Al decir esto pienso que vos sí
sos poetiza, por corazón y talento.
A la poetisa presente le explico que soy profesor en Brooklyn mientras le pido las
estampillas a la dependiente del correo. Hablando con las dos me enredo un poco.
Vos te reirías. Pero no quiero hablar sobre mí, sino averiguar más sobre ella y
su poesía:
—¿Y
tu libro está en alguna librería por acá? —. Pienso que lo podría buscar y
luego compartirlo con vos.
—Todavía
no, pero pronto estará en la McNally — y yo supongo que será la McNally Jackson.
—¿Y
te llamás Silvina? Vi tu nombre en el sobre —confieso, aunque ella ya lo había
notado.
—Sí,
Silvina López Medín.
Mientras
recibo las estampillas anoto el nombre en mi memoria. Me despido de ella y mientras
le pongo las estampillas a las postales pienso que pronto iré a la McNally a
buscarte el libro.
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