¿Cuál es la mía? ¿Qué hago aquí? Me lo he preguntado una y otra vez, intensamente, en las últimas tres semanas. Y de lo más profundo de mi ser sólo sale una respuesta: amar.
Amar la Vida. Amar a mi familia, a mis amigos y amigas. Amar a las personas que caminan por las calles de Nueva York, a las que viajan en metro en São Paulo, a las que me esperan en San José, a las que me sirven un café guatemalteco en Brooklyn o una empanada uruguaya en Pinheiros y me sonríen. Amar.
¿Hacia dónde me lleva el Amor? ¿Qué me espera? No lo sé. Ni sé hacia dónde queda mi Horeb. Sólo sé que cuando haya descansado reemprenderé el camino y mi aliento será el Amor. Siempre ha sido así.
Hoy, al menos, salí de mi cuevita a caminar por el Jardín Botánico de Brooklyn. Las azaleas se encuentran en plena floración. Alegran el jardín con sus tonos magenta, violeta, carmesí, rosa y lila. Manojos de florecillas púrpura cuelgan de las glicinias japonesas enredadas sobre las pérgolas. Y cerca del altar sintoísta consagrado a Inari, divinidad de la cosecha, una azalea japonesa se ha cargado de ángeles albos. Resguardan el altar.
Frente a éste, en silencio, incliné mi cabeza y junté mis manos en gesto de oración. Di gracias por poder salir de mi cuevita a caminar para hallar aromas de flores de múltiples colores.
Rembrandt: Elías en el Monte Horeb |
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