domingo, 8 de enero de 2017

Con los compas en Barrio México

Estudiamos juntos, hace ya muchos años, en la escuela México en el barrio josefino de Aranjuez. "Estudiamos" digo, como si hubiese sido cuestión de encaminar una "carrera". En realidad, jugamos y crecimos juntos: eso fue lo importante. Desde que renové mis vínculos con mi vida josefina, gracias a Moy logré contactarlos y nos vemos bastante. Anoche salimos juntos en Barrio México, uno de los barrios tradicionales y antiguos de San José.  Susi, una de las compas, vive en ese barrio y como tiene seis hijos (los tres que le tocaban a ella y los tres que yo no he tenido, para mantener el promedio), sólo podíamos verla si salíamos cerca de su casa, para que ella se escapara un ratico. Pero esa resultó una buena razón para divertirnos en los "chinchorros" tradicionales de Barrio México.

Mi compa "Dumbo", quien era mi mejor amigo en la escuela y en las ligas menores del Saprissa, donde jugábamos bola, me llevó en su carro hasta Río de Janeiro: no la ciudad carioca, sino la cantina de Barrio México donde nos encontraríamos todos. Él no podía quedarse mucho rato, pues también tiene familia, pero el ride nos dio chance de conversar un toque y ponernos al día sobre los principales acontencimientos de los últimos añales. Habíamos conversado por texto pero no nos habíamos visto. Está igual: moreno, risueño, gracioso y buena gente. Rapidito llegó Fabi, mejor conocido como Lorca, porque escribe poemas desgarradores y apasionados en el Whatsapp del grupo. Esos dos maes son buena nota. A Fabi tampoco lo había visto. Es grandote y se rapa pues se le cayó la melena negra de la infancia, pero los ojos negros tienen la misma mirada intensa y la dirige directo a quien le habla: puro poeta dramaturgo, estilo Bodas de Sangre, aunque se dedique a otras varas. "Dumbo" jaló, Fabi y yo pedimos unas birras y nos pusimos a conversar. Tiene dos hijos y vive con su musa en Naranjo, donde tienen campo, animales, aire limpio y vida tranquila. Al ratico llego Susi que tiene la misma carita redonda y los mismos ojitos dulces. Hablaron de sus hijos. Yo asentía mientras me tomaba mi águila fría. En realidad me interesa escuchar sus vidas. El hijo mayor de Susi, por cierto, trabaja en el Río de Janeiro. 

Esta cantina, me había dicho Susi, sirve el mejor chifrijo de Costa Rica. El chifrijo es una boca de cantina que solo tiene sentido en Tiquicia, porque es un mejunje de arroz blanco, frijoles rojos, chicharrón y chimichurri. Osea, a quien no sabe qué es, tampoco puede describírsele: "Venga y pruebe" es el único método de conocer el chifrijo. Yo de hecho nunca lo había probado, porque se supone que no como chancho. Pero Susi le hizo tanta publicidad al chifrijo de la Río de Janeiro, y Fabi me explicó que el arte de esa boca consiste en un chicharrón suave y muy jugosito como en ese chinchorrito tan popular, que me mandé y ordené uno. Eso le estaba pidiendo a la mesera, cuando llegaron Lau, Adri y Járol. Entre los besos, abrazos, "¿cómo estás?" y "¡tanto tiempo!" se enredó la cosa, pero al final cada quien pidió su boca: tres chifrijos pequeños, uno  mediano, unas costillas de cerdo y unas fajitas de pollo. Cuando nos las trajeron, todas las bocas eran gigantescas. Y estaban deliciosas. "Con razón está tan llena esta cantina", entendí.  Era cierto: arriba y abajo todas las mesas estaban ocupadas.

La conversación fue transcurriendo entre lo importante, lo gracioso, lo duro, lo bueno. El hijo de Susi vino a nuestra mesa y lo conocimos. Y al ratico Susi se despidió porque su hijo menor, el de dos años, se había quedado lloriqueando con el papá y la hermanita. Susi dijo que era "chineazón" del chiquillo pero igual ella ya quería verlo. 

Los que quedábamos, entonces, fuimos a lo nuestro: cruzar la calle del Río de Janeiro al Castro's Bar, al frente, para bailar toda la noche, o hasta que el cuerpo aguantara. Dejamos a un compa que se levanta a bretear desde madrugada y ya estaba desmayado bien dormidito y con cara de felicidad en el carro de Lau, le pedimos al guarda del estacionamiento que lo cuidara y nos llamara en cualquier eventualidad,  y nos fuimos a bailar.

Y bailamos un montón: reguetón, merengue, bachata, swing criollo y salsita, claro. Me pareció vacilón, porque en la escuela éramos demasiado carajillos para bailar y después no nos vimos nunca más. Claro, en la pista de baile hizo falta C, la tico-mineira, pero la mae anda del otro lado del mundo en el sureste de Asia viendo varas muy tuanis. 

Y bueno, faltó Moy pero está en la Yunai, y faltó Jose, pero tuvo una emergencia familiar, y Kari pero anoche no podía. En fin, nos hicieron falta. Pero los que estábamos la pasamos bien. 

A mí una compa hasta me dijo que yo era "mucho bailarín". Yo seguro me puse rojo pero me gustó el piropo y creo que hice los siguientes pasos con un toque más de sabor. Prefiero que una compa en Castro's en Barrio México me diga que bailo bien a que un colega en Nueva York me dijera: -¡Qué buen argumento! Me importa más el asunto y valoro más la fuente porque bailando con buenas compas la vida es más sabrosa.

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