Entramos al Museo de Jade en Cuesta de Moras pasado el mediodía. Calculábamos estar un par de horas para luego ir al Mercado Central. Pero el museo nos interesó tanto que nos deleitamos más de tres horas con toda la muestra de arte indígena en jade. Yo había visitado varias veces el antiguo museo pero no había recorrido el nuevo. El interés para mí fue observar las piezas de jade, hermosas siempre, en muestras explicativas de los contextos históricos, ecológicos, culturales, económicos, religiosos y sociales en los que se crearon las piezas de jade, oro y cerámica que exhibe el museo. No sabía que todo el jade que se utilizó en Centroamérica precolombina se extraía del río Motagua en Guatemala. Ni sabía de todas las rutas de comercio e intercambio de técnicas que unían a los pueblos de la Gran Nicoya con olmecas y mayas. Ni sabía que intercambiaban artesanos. Yo creo que me hubiese gustado ser un peripatético mesoamericano. Para mi amigo, el actor chilango, el placer fue conocer las culturas y el arte de estas tierras que fueron el límite septentrional de la Mesoamérica precolombina. Sus antepasados olmecas llegaron hasta Nicoya y legaron técnicas para extraer, serruchar, pulir, taladrar y tallar el jade. Los artistas nicoyanos y de las llanuras norte y caribeñas desarrollaron sus propios estilos y figuraciones según el animismo religioso local. Al chilango le fascinó todo esto. Tuve que sudar para explicar todo lo que pude, que no fue mucho, sobre las etnias y lenguas indígenas que sobreviven, a pesar de todo, en Costa Rica.
Pero fue grato y satisfactorio su interés. Cuando salimos ya no nos daba tiempo de pasar por el Mercado. Nos esperaba una amiga para tomar unas cervezas en el patio del hotel Grano de Oro, uno de los recovecos más deliciosos de Chepe. Pero todo el camino conversamos sobre esa herencia indígena que recorre América. Ambos somos latinoamericanos urbanos y nos dedicamos a la filosofía y el teatro: tradiciones con raíces griegas. Pero somos americanos y mucho de lo que somos, desde lo que comemos a cómo hablamos el español, se lo debemos a esos pueblos. No le dije que en el censo de la Yunai, por poner en aprietos a los estadísticos, yo pongo que parte de mi ascendencia es huetar. Seguro los dejo rascándose la jupa. Pero es verdad.
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