Renato, mi amigazo, se ha comprado una maquinita de hacer café espresso y cappuccino. Yo viajé a Vitória con cafecito Triángulo de Oro, de allá, de Calle Blancos. Desde que llegué y le entregué el café, Renato se esmeró en hacer un buen espresso para mí y un buen cappuccino para él mismo varias veces al día.
Generalmente yo estaba distraído, conversando con Franci, Lucas o algún amigo de visita en casa de ellos. Pero esta mañana cuando me levanté, Fran y Lucas aún dormían y Renato leía epistemología en el sofá. Le di el "bom dia" y él me preguntó si quería un café, pues estaba esperándome para que lo tomáramos juntos. Le dije que sí.
Se alegró y procedió. Me di cuenta que para él es un ritual preparar el espresso. Es un cuidado que me ofrece. Limpia la máquina, prepara el agua, la leche, el café en polvo. Coloca todo en su lugar. Se esmera en cada detalle. Primero aprovecha el vapor para espumar la leche. Coloca la espuma en su taza. Luego coloca ambas tazas en la máquina y hace el espresso. El mío queda puro. El suyo, como cappuccino. Añade un poquito más de espuma y listo.
Me sirve mi taza, se sirve la suya y tomamos el café juntos, hablando de filosofía viva y de vida filosófica.
Con ese detalle y muchos otros cuidados de Fran y Lucas, me despedí hoy. Al despegar el avión, observé las islas, la costa, el estero, las desembocaduras de los ríos y las ciudades de Vitória y Vila Velha. He regresado a Río de Janeiro, dejando otra vez un pedacito de corazón guardado con mis amigos. Sé que cuidarán ese pedacito como si fuera todo mi corazón.
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