Ayer aterricé en la maravillosa Río de Janeiro al final de la tarde. Tras instalarme en mi apartamento en Botafogo, salí con toda la intención de hacer compras en el supermercado para poder cocinar esta semana. Pero cuando llegué al mercado, ya había cerrado.
En cambio, en mi boteco (cantina de barrio) favorito en Botafogo, Aguia dos Andes, había ambiente futbolero. La torcida local del Flamengo se había reunido para ver por televisión el partido de fútbol Flamengo - Santos. El club Flamengo es de Río de Janeiro, el Santos es paulista y yo soy torcedor santista. Si el Santos empataba en cancha del Flamengo, "clasificábamos" a la Copa Libertadores.
Entonces, naturalmente, me olvidé de buscar otro supermercado y escogí una mesita discreta para ver el partido en mi boteco. Silenciosamente procedí a torcer por el Santos mientras bebía una cerveza Bohemia (mi favorita en Brasil, una pilsen) acompañada de bolinhos de bacalhau - una boquita de bacalao que seguro los brasileños heredaron de los portugueses.
Tranquilito me quedé viendo el partido. Y vaya alegría: aunque el Flamengo nos bailó, se dedicó a botar goles, y el Santos, que sólo hizo dos remates a marco, ganó 1 - 2. Pobres flamenguistas del barrio, estaban desesperados.
Yo, en silencio, sonreía, en parte por el fútbol pero principalmente porque me sentía feliz en este ambiente carioca y dominguero. En Botafogo me siento en casa.
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