martes, 13 de diciembre de 2016

De China a Grecia con mi ángel taiwanesa

 一
Sábado por la noche. Me encontré con Tsun-Hui, A. Hung y Chen en el restaurante Hou Yi Hot Pot. Chen lo recomendó y ellas aprobaron. Yo confío, claro, en su criterio taiwanés para escoger comida en Chinatown. Se trataba, en este caso, de una cacerola asiática similar a las que vi antes en el Japón y otras en restaurantes vietnamitas en Nuyork. En la mesa hay varias cacerolas donde se hierven, condimentados al gusto, los ingredientes solicitados, como vegetales, carnes, mariscos, pescado, hongos de varios tipos y demás. Esa noche, Hou Yi estaba lleno a tope de gente china y taiwanesa. De hecho el frente del restaurante no parecía nada especial y no hay rótulos en inglés. Supuse que la gente llega porque se va esparciendo el rumor de que en Hou Yi la cacerola está buena. 

Mis compas habían escogido dos cacerolas con distintos condimentos, uno picante y otro más suave, y habían ordenado gran variedad de ingredientes. Me iban dando indicaciones y sugerencias de qué comer y cómo. Mientras íbamos cocinando y comiendo, conversábamos. Chen-san estudió en Baruch College en Manhattan y ahora trabaja en la New York U. No ha regresado a Taiwán en seis años pues toda su familia emigró a la Yunai. Hung-san estudió en Smith College, una universidad de mujeres en Massachusetts, y ahora trabaja en Manhattan con Tsun-Hui.  A los tres les encanta Nuyork. Pero Tsun-Hui ya siente algo de tristeza prematura, pues deberá regresar a Taiwán en julio. 

Por ahí iba la conversación mientras me deleitaba con camarón, calamar, hongos, pescado, una especie de ¿ñame? (Chinese yam) y hasta medio elote. Yo de hecho estaba evadiendo el elote porque pensaba que no tenía suficiente destreza como para comerlo con palitos chinos. Pero Chen me lo sirvió. ¿Y ahora? Para mi sorpresiva y silenciosa satisfacción, me pude comer el medio elote sosteniéndolo con los palitos. Estaba tan contento que se me dibujó una sonrisota y me preguntaron qué era tan gracioso y yo mentí y dije: -Nada-. Pero el resto de la cena me sentí realizadísimo, como si me hubiera graduado de la escuela de comer con palitos chinos.


Del Hou Yi caminamos hasta Joe's Pub para escuchar un concierto de Banda Magda. Tsun-Hui y yo teníamos entradas, pues es nuestra banda favorita en común, es decir, la que maximiza la suma de nuestra alegría cuando la escuchamos juntos. No nos perdemos ni un concierto en Nuyork. Hung-san y Chen quisieron unirse. Pero cuando llegamos a Joe's, las entradas se habían agotado. Nos dio pena pero nos despedimos de Chen y Hung-san. Entré con Tsun-Hui.  

Ya adentro, ella me dio mi regalito de fin de año: té, un llavero de un osito negro endémico de Taiwán y una tarjeta. Me escribió que cuando se vaya me extrañará pero espera que continuemos la amistad. Pensé: "No te pongás triste todavía que se me puede atravesar algo en el cogote. Nos quedan seis meses al menos". Creo que eso sí lo he aprendido bien: Viví el día a día, no te entristezcás por adelantado porque nunca sabés qué traerá la Vida. Pero solo le di las gracias y le dije que sí seremos amigos. Y que si se va a Taiwán, ahí mismo le caigo a visitarla.

Pero habíamos ido a alegrarnos con la música y el ambiente era festivo. Esta vez Magda Giannikou y su banda se volaron e incluyeron toda una sección de cuerdas: cuatro violines, dos violas, dos cellos y un bajo, además de las otras cuerdas y percusión usuales y, claro, el acordeón de Magda. Estuvo tan bueno que se pasó volando el concierto. Y como siempre, cantamos el coro de casi todas las piezas. Escuchando a Tsun-Hui, descubrí de nuevo lo que había descubierto la vez anterior en el concierto de Magda en el Centro Cultural Onassis: que Tsun-Hui tiene una voz bonita, con un timbre suave y cálido. 

Cuando nos despedimos, en la estación de Bleecker Street, nos abrazamos con cariño. Luego, en el tren de media noche, me traje para Brooklyn su voz y el abrazo que nos dimos. Soy rico en amistades y una y otra vez doy gracias por ello.

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