- ¿Vamos a bailar?
- Vamos. Hay un grupo colombiano de cumbia que quiero escuchar, Uribe. Creo que tocan esta noche.
¡Que nadie me atrase! De una vez busqué la información. La Uribe Big Band tocaba en el Ginny's Supper Club en Harlem. Yo quería bailar y además hace mucho que no iba a Harlem, así que me picaban los pies. Nos pusimos de acuerdo para encontrarnos allí.
Agarré el tren F y cambié al A, el famoso A Train que te lleva a Harlem, como en la pieza de Duke Ellington y Ella Fitzgerald. Antitos de las 8 pm ya caminaba por la calle 125, el Dr. Martin Luther King Jr. Boulevard, tomándole el pulso al barrio. Por ahí se camina a otro ritmo, con otro compás, con cadencia propia del sitio. Pasé frente al Teatro Apollo, iluminado como siempre, y poquito después me encontré un rapero, aunque no muy bueno. Ya pronto estaba en la intersección del MLK con el Malcolm X Boulevard y allí mismo estaba el club, en el sótano del Red Rooster.
La banda comenzó en punto y Val no había llegado de Queens. Se había perdido manejando con el GPS y había recalado en...!Brooklyn! Me llamó y le dije: -¡Val, es en el Malcolm X Boulevard de Harlem, no el de Brooklyn!-. "Pobre garota, se va a demorar en llegar", pensé.
Había mucha gente y poco espacio disponible, pero me acomodé con buena vista al escenario y desde la primera cumbia me empecé a mover al ritmo. A mi lado había un grupo de muchachas latinoamericanas, muy animadas, una venezolana entre varias colombianas. Justo a mi lado se ubicó una morenita, piel canela, cabello negro largo y ondulado, ojos negros. El resto de las chicas conversaban entre ellas, pero la morenita le prestaba mucha atención a la banda y bailaba discretamente.
Yo estaba como Bruce Springsteen cuando canta en "Dancing in the Dark": "Come on baby, give me just one look! You can't start a fire without a spark". Pero nada. Ella bailando por su lado y yo por el mío.
En la última pieza del set, la gente cantaba a coro: "Vida enamorada". Y los dos lo cantábamos. Yo sentí que me miraba de reojo. Quizá percibió una onda latina y una vibra alegre y tranquila, qué se yo. Así me sentía yo, en todo caso. Justo cuando terminó la pieza, nos volvimos a ver. Ella me sonrió, yo le sonreí y cuando le iba a hablar, sentí que me tocaban la espalda. ¡Era Val! La morenita se dio media vuelta y se puso a hablar con sus amigas.
Y yo me alegré de ver a Val, pero no podía dejar de lamentar la ironía. Con lo que cuesta encontrar una mirada de esas en esta ciudad de solitarios ensimismados y ¡zás!, cuando la encontrás se desvanece en un momento.
Pero me repuse. Quería bailar con Val, ese era el propósito del encuentro en Harlem. Y una mirada es algo fugaz pero una amistad es algo sólido. Así que en el segundo set nos soltamos y lo bailamos todo, cumbias, salsas y algún merenguito. Y para cerrar, "Ojalá que llueva café."
Y sí, ojalá que llueva café en el campo y en Harlem y en Brooklyn. Y que Val y yo bailemos mucho, muchas veces, y seamos muy amigos. Y que esa mirada de la morenita no se me borre de la memoria.
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