lunes, 5 de diciembre de 2016

Sostener la mirada en Nuyork

La mirada fugaz de la morenita latina, la otra noche en Harlem, me dejó pensando. El domingo por la tarde, al caminar por mi calle, la 17 de Brooklyn, me topé con una madre china que paseaba a su niñito de ¿dos años? en coche. Miré al niñito, el me miró directo a los ojos y me hizo el gesto de "¡adiós!" con la manita. Luego, en el Kos Kaffe, donde acostumbro leer o corregir ensayos de mis alumnos los fines de semana, sin pensarlo, en un gesto espontáneo, miré directo a los ojos, sonriendo, a una muchacha blanquita, de ojos azules, probablemente una gringuita. Me retiró la mirada. Recordé que una de las cosas más impactantes de esta ciudad de Nuyork es que si mirás a la gente adulta a los ojos, generalmente te retira la mirada de inmediato. Es repetitivo y notorio. El niño me sostuvo la mirada, pero la muchacha no. Pensé que quizá mi mayor logro tras diez años de vida en esta ciudad, aunque sea ínfimo, ha sido que aún yo le sostengo la mirada a la gente. Miro a quien sea y le digo con mis ojos: -Sos ser humano, como yo. Te reconozco-. No sé si es mucho, probablemente sea poco. Pero algo mío -la mirada directa- debo atesorar.

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