jueves, 22 de diciembre de 2016

Una epifanía al planear el menú navideño

Se sentó en la mesa del comedor a media tarde con el librito de cocina saludable de Kim Ok Gwan, La dieta perfecta. Poco a poco nos fue leyendo, a Xinia y a mí, las opciones para escoger el menú del domingo: algunas boquitas de entrada, una ensalada con su aderezo, un arroz, un plato fuerte. Nos listaba los ingredientes, las proporciones y la preparación de cada opción. Ponderábamos los méritos culinarios y saludables de cada receta, pues han quedado atrás los años en que comíamos pierna de chancho y jamones ahumados. Nos entretuvimos un buen rato discutiendo opciones. Cuando escogíamos una receta, ella copiaba los ingredientes y la forma de preparación en su cuadernito de apuntes. Allí anotó el dip de aguacate, el aderezo de ajonjolí, la ensalada de mazana, fresa y nuez, el arroz con maíz dulce y vegetales y el salmón en salsa de naranja. Escribía despacio, con letra manuscrita y tinta azul. Le pregunté qué anotaba en ese cuaderno y me dijo que de todo: por ejemplo, pasajes escogidos de sus lecturas, las propiedades nutritivas de tal tubérculo o tal fruta, un estudio propio del libro de Nehemías y recetas para la semana. Mi abuela Luz, su mamá, también tiene cuadernos de apuntes. Caí en cuenta, como quien tiene una epifanía, que de ellas debe haber surgido mi hábito de tener un cuaderno de apuntes en el que cabe de todo un poco. Quizá estos Apuntes y postales de hecho encuentren uno de sus orígenes allí, en los cuadernitos de mi abuela y mi mamá. De esta epifanía y mis divagaciones, regresé a la mesa del comedor y terminamos el menú. Un pequeño momento cotidiano, que parecería insignificante, excepto quizá para poetas como Rosario Castellanos, novelistas como Virginia Woolf y para algún peripatético anónimo con el hábito de observar y sacar apuntes.

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