lunes, 19 de diciembre de 2016

Doña Rosa, actriz

Antes de venirme a San José le avisé a doña Rosa, mi mejor compañera de baile en Merecumbé: "Rositaaaaaa, ahorita llego, alísteme el tamalito", porque de hecho cocina muy rico. El jueves, cuando la S campeonizó, le mandé un mensaje de whatsapp con un solo "emoticón": una gatita llorando. No le hizo gracia. "Pare de sufrir, Rosita, hágase morada". Sabía que estaba jugando con fuego porque esta guanacasteca es de carácter recio. 

Pero me lo perdonó y me invitó a verla actuar. Yo sabía que ella llevaba todo el año en un taller de teatro y antes de preguntarle sobre la obra, acepté ir el sábado por la noche. Entonces me mandó la información: era una obra sobre la Virgen de Guadalupe en la iglesia católica de Guadalupe. "Ay, ya soné", pensé. Después: "Ojalá que si Tatica Dios a fin de cuentas es católico me tome en cuenta que una vez asistí a una obra de teatro sobre la mamá de su hijo".

Ni modo, por cariño a Rosita, fui. Cuando llegué al salón parroquial ella ya estaba vestida de su personaje, "Doña Rosa". Me recibió con un abrazo. Se alegró de verme. Creo que invitó a todo Merecumbé y todos zafaron, claro, solo yo caí de güicho. Pero bué, me alegré de verla.

Cuando entré a la sala, recibí el programa de la obra debidamente impreso con la información habitual: título de la obra, fuentes históricas y literarias, directora, elenco, trama. Entre los "personajes reales", es decir, históricos, se incluían: Juan Bernardino, Obispo Fray no se cuánto, el indio Juan Diego y ... ¡la Virgen de Guadalupe! Los demás personajes, claro, eran ficticios.

Cuando empezó la obra, doña Rosa fue el primer personaje en aparecer: se me aceleró el corazón, ja. ¡Rositaaaaa! Doña Rosa, el personaje, resultó ser una viejilla mojigata, "vina", fisgona y metiche, ayudante de un cura. Éste le ordena limpiar bien la iglesia y la casa cural porque viene de visita el obispo fray no sé cuanto. Mientras tanto en el monte de Tepeyac al indio Juan Diego se le aparece la Virgen, quien curiosamente siempre tiene las manos juntas sobre su pecho y el pescuezo inclinado a la derecha. Mientras los observaba conversar, yo me preguntaba como es que a la Virgen no le da tortícolis de torcer tanto el pescuezo para un solo lado. ¿Será porque ya no es de carne y hueso y los músculos no le duelen? Pero creo que yo era el único haciéndome cuestionamientos, porque la audiencia se mostraba conmovida por la dulzura de la santa y virgen madre con el indiecito. La cuestión es que la mamita del Niño le pide a Juan Diego que vaya de su parte a pedirle al obispo que le haga un templo. El indiecito va, la vieja metiche de doña Rosa y su comadre Dominga quieren saber para qué quiere ver al obispo, el indio no suelta prenda, las viejas se frustran, el obispo no sabe si creer ni qué pensar y lo despacha. Pero la madrecita insiste con Juan Diego y el pobre indio va y viene llevando recados entre la santa y virgen madre y el obispo, hasta que llega el final milagroso y feliz. 

A mí, me gustaron especialmente dos detalles. Un personaje muy humilde, un náhua, era el héroe, aunque entre la madrecita y el obispo le exprimieran el jugo.Y doña Rosa era un pacho. Me dio mucha risa ver a la viejilla intentando sonsacarle al cura y al indio y al obispo qué estaba pasando. Se me pareció a gente que conozco. 

Al final, aplaudimos mucho. A Rosita se le vinieron las lágrimas de la emoción y me enternecí. Yo pienso que cuando la gente anda feliz y disfrutando el mundo marcha mejor que cuando la gente anda triste, refunfuñando o reclamando. Y la verdad es que la producción del tallercito de teatro estaba bien lograda: el diseño del escenario, el vestuario, las luces y el sonido. Es gente que hace lo que hace con cariño. 

Cuando nos despedimos, Rosita me agradeció mucho y me abrazó y luego me dio la mano y me la apretó. Sólo por verla contenta valió el boleto.

Pero he de confesar que de inmediato me fui a Mi Taberna a encontrarme con mi amiga tico-mineira y tomarme unas cervecitas con ella. Que la santa y virgen madre me disculpe, pero la Bavaria negra, los patacones, las yuquitas y la conversación con C estuvieron ricas. Y ahí nadie corría el riesgo de sufrir tortícolis ni de fatigarse yendo y viniendo con recados entre el cielo y la tierra.

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