domingo, 18 de diciembre de 2016

Sabores, colores y sonidos en la Feria Verde de Aranjuez

El sábado madrugué y me fui a la Feria Verde en el polideportivo de Aranjuez a desayunar. El último sábado que estuve en Costa Rica en agosto quise ir, y cuando iba saliendo choqué el carro de mi hermana. Me quedé con las ganas de llegar a la Feria. Entonces tenía que resolver ese tema pendiente.

Apenas llegué pedí, como siempre, un yodito negro Taza Amarilla y luego fui al puesto de comidas típicas. En realidad no madrugué, eso es mentira: la verdad es que ya eran las 10:30 am cuando pedí mis acostumbrados picadillo de arracache y torta de yuca. Pero ya no quedaban.

  --Ay machito, vieras que en la últimas semanas habíamos vendido muy poco y nos había sobrado comida. Entonces hoy trajimos menos de todo y ¡no ve qué montón de gente vino! --, me dijo la señora, disculpándose. (En Costa Rica un "macho" es un rubio y aunque yo ya me rapo la cabeza, igual me dicen "macho"). A mí me dio pena que se perdieran una buena venta de diciembre.

Pero sí quedaba picadillo de chicasquil y la última tortilla palmeada de maíz hecha en el comal. Con mi picadillito y mi yodito, me senté bajo la sombra de uno de los árboles junto a la ribera del río Torres y me puse a escuchar a la banda que tocaba esa mañana en el quiosquito. Era el Grupo Akiria y presentaba música original de fusión con fuerte inspiración árabe en la percusión y el violín. Me la tiré bien rico ahí, en la sombrita, en el costado lateral del quiosco-escenario, escuchando buena música y viendo gente pasar. Aunque intenté reconocer rostros y figuras, no vi a nadie conocido, pero no me afectó. Me sentía sereno y alegre en mi anonimato observador. 

Cuando terminó el concierto, a las señoras del puestico típico les compré un fresco de mora y me fui a dar una vuelta por los puestos de artesanía y joyería mientras me lo tomaba. Al artesano francés que hace instrumentos de percusión le compré un par de chunchitos para tocar en mi apartamento mientras escucho música brasileña y nadie me ve ni me oye.

Se me acabó el fresco y quería más mora, así que me compré una paleta de mora con banano antes de irme. Quizá andaba con antojo porque el jueves el glorioso club morado ganó su trigésimo tercer campeonato nacional, ja.  

Cuando iba subiendo las gradas de la ladera, vi a un colibrí verdísimo chupándole el néctar a las flores anaranjado-rojizo de la copa de un árbol que no reconocí. Las flores parecían un cáliz de pétalos gruesos y firmes. El verde brillante contrastaba con el naranja de las flores bajo el cielo azul. ¡Qué belleza! Luego el colibrí se posó en el extremo de una rama sin hojas que apuntaba al cielo. Nunca había visto a un colibrí quedarse tan quieto tanto tiempo. Con ese día glorioso quiso llevarla suave y deleitarse.




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